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Música
Kid Congo Powers: “La primera ola del punk no solo era una escena de blancos y heteros, en absoluto”
Muy a menudo, el carisma cegador que desprenden algunos músicos ensombrece el talento de sus compañeros de banda. Es difícil competir con el magnetismo animal de Nick Cave o Jeffrey Lee Pierce. Resultaba inútil despegar la mirada más de un segundo de Poison Ivy o Lux Interior cuando The Cramps pisaban un escenario. Probablemente, esa es la razón por la que todavía mucha gente desconoce el nombre de Brian Tristan (La Puente, California, 1959), a pesar de que los riffs de guitarra del músico norteamericano suenan en discos imprescindibles —de “fondo de armario” podríamos decir— como Fire of Love (1981), Miami (1982) y The Las Vegas Story (1984), de The Gun Club; Psychedelic Jungle (1981), de The Cramps, o Tender Prey (1988) y The Good Son (1990), de Nick Cave and the Bad Seeds.
Tanto el estilo guitarrístico —expresionista, oscuro, primitivo— como el registro vocal —arenoso, semihablado, un poco de ultratumba— que caracterizan la carrera posterior de Kid Congo tienen su origen en el contacto que este artista tuvo con el blues rock, el punk, el free jazz, el psychobilly y el rock experimental durante su etapa formativa en las década de los años 70 y 80.
La historia de Kid Congo es la de un mexicano de segunda generación que creció en un limbo racial, social y cultural. Ese sentimiento de extrañeza, de tener un pie en cada cultura sin poder identificarse del todo con ninguna, se manifestaba ya de niño cuando veía a sus padres cantar y bailar rancheras en un idioma que sentía como propio, pero que al mismo tiempo era incapaz de hablar con fluidez.
La biografía de Kid Congo —Ese vicio delicioso, publicada en 2023 en España por la editorial Liburuak— resulta especialmente interesante porque ofrece el relato de la primera ola del punk en Los Ángeles desde la perspectiva doblemente marginal de un joven gay y racializado que en muchas ocasiones suprimió públicamente su orientación sexual para encajar mejor en la escena. Tal y como apunta Jon Savage en el prólogo del libro, “los punks gays eran outsiders por partida doble”.
No encajábamos en la cultura gay de la escena disco de finales de los 70, y tampoco estábamos muy interesados en salir del armario
“No encajábamos en la cultura gay de la escena disco de finales de los 70, y tampoco estábamos muy interesados en salir del armario”, reconoce Kid Congo. Poco antes de su actuación con los Pink Monkey Birds en el festival Funtastic Dracula Carnival en Benidorm en octubre del año pasado, el músico habló con El Salto de cómo en los inicios del punk había muchas más personas queer de lo que se piensa habitualmente. “No solo era una escena de blancos y heteros, en absoluto. Además de músicos, también había diseñadores gráficos y de moda y, en general, fans de diversas orientaciones sexuales que sentían que no encajaban en el mundo y encontraron en el punk una subcultura de inadaptados en la que se sentían cómodos. En realidad, el único requisito para formar parte de ese ambiente era posicionarse contra el sistema y tratar de encontrar formas nuevas y creativas de expresarse, ya fuese protestando o simplemente haciendo locuras. La gente iba a bares gays y todo el mundo sabía con quién follabas, pero no se hablaba explícitamente de ello. Fue con la crisis del sida en los años 80 cuando llegó el momento de salir a gritar, ya no podíamos escondernos”, explica el músico californiano, que perdió a muchos amigos en muy poco tiempo debido a esta enfermedad.
Música
Entrevista Alice Bag, la dinamita latina del punk americano que sigue explotando cumplidos los 60
Kid Congo reivindica también la aportación de los jóvenes de origen hispano en el nacimiento del punk de la Costa Oeste. “Estaba gente como Alice Bag, la cantante de The Bags, que era una de las bandas más populares del momento; Robert López, de The Zeros, o Tito Larriva, de The Plugz. Y por supuesto, estábamos Jeffrey Lee Pierce y yo, que crecimos en el Valle de San Gabriel, donde estaba concentrada la mayor parte de la población chicana de Los Ángeles”.
Brian y Jeffrey
Antes de emprender una carrera musical propia a mediados de los años 90, Kid Congo Powers tuvo como mentores a los especímenes más raros y peculiares de su generación. Él no hizo el habitual rito de paso que consiste en montar una banda más o menos intrascendente antes de embarcarte en proyectos de mayor ambición artística. Su introducción al “oficio” fue algo así como si le hubieran plantado en una autopista con un Maserati sin haberse sacado antes el carnet de conducir.
En poco tiempo, Brian Tristan pasó de aprender a tocar quintas con enorme inseguridad a improvisar delante del público con su primera banda, The Gun Club. Era un grupo excéntrico en el que Jeffrey Lee Pierce hizo confluir su fascinación por la música jamaicana, la música de raíces americanas y clásicos del free jazz de los años 60 John Coltrane y Pharoah Sanders. “Adaptábamos el jazz a lo que éramos capaces de tocar, que básicamente era meter mucho ruido y sentimiento”. Kid Congo admite en sus memorias que a veces rebasaban la frontera entre el entretenimiento y la tortura. Sin embargo, era un grupo envuelto en un aura especial y su singularidad, demostrada ya desde el primer disco, ha dado lugar a un reguero de influencias que llega hasta nuestros días.
En Ese vicio delicioso, libro escrito en colaboración con el periodista Chris Campion, Kid Congo desentraña el proceso creativo de The Gun Club y desvela aspectos poco conocidos de la personalidad de su líder. No pone el acento únicamente en su faceta de genio autodestructivo, sino también en la parte divertida, dulce y generosa de Jeffrey Lee Pierce, al que conoció en la cola para entrar a un concierto de Pere Ubu. Pocos minutos después de presentarse, Jeffrey le propuso montar una banda. Brian contestó que él no sabía tocar ningún instrumento. No pasa nada, le tranquilizó su nuevo amigo, te enseñaré un método fácil y rápido para tocar la guitarra. Así es como se inició una relación artística y personal que se prolongó hasta el fallecimiento de Pierce en 1996. “Éramos los mejores amigos el uno del otro, incluso en los momentos en los que discutíamos. Lo respeté y siempre le vi como un compositor visionario. Nos divertimos, nos metimos en muchos líos y nos reímos mucho. Estoy orgulloso de haber tocado el primer y el último concierto de The Gun Club”, afirma.
Sin el empuje de Pierce, es posible que Brian nunca se hubiese atrevido a traspasar la línea que separa al fan del músico. Probablemente hubiese estudiado periodismo para dedicarse a escribir, cosa que de hecho llegó a hacer durante años, primero en el periódico del colegio, después en revistas y fanzines underground como Lobotomy y Contempo Trends. Resulta muy curioso que Kid Congo dedique casi la mitad de su biografía a la etapa en la que todavía no había empuñado una guitarra y se dedicaba en cuerpo y alma a rendir tributo a la música de los demás —a los 17 años fundó el primer club de fans de los Ramones en la Costa Oeste y colaboró también con los Screamers—. Concede mucho peso a su metamorfosis de chico de clase obrera de los suburbios de Los Ángeles en joven cool y descarriado de gran ciudad, precozmente introducido en el circuito underground de conciertos, fiestas privadas y drogas.
En esencia, soy un fanático de la música y el coleccionismo de discos. Y tengo que decir que esa pasión pura estuvo a punto de arruinarse cuando la fantasía del rock ‘n’ roll se convirtió en un trabajo y un negocio
“En esencia, soy un fanático de la música y el coleccionismo de discos —sostiene—. Y tengo que decir que esa pasión pura estuvo a punto de arruinarse cuando la fantasía del rock ‘n’ roll se convirtió en un trabajo y un negocio. Tuve suerte de estar rodeado de personas que tenían los pies en la tierra y me di cuenta a tiempo de que ser fan es la mejor manera que existe de disfrutar de la música. El ego hace las cosas confusas y desagradables, pero hace ya mucho tiempo que decidí deshacerme de eso y no olvidar de dónde vengo. Por eso me gusta relacionarme con mis fans y lo respeto muchísimo”.
¿Te cortarías un dedo para tocar con los Cramps?
La reputación de Brian como miembro fundador de The Gun Club le brindó la oportunidad de entrar a formar parte de The Cramps, una de sus bandas preferidas. La anécdota de cómo fue el casting con Lux Interior y Poison Ivy no tiene desperdicio: “¿Qué estarías dispuesto a hacer para entrar en los Cramps? ¿Te cortarías un dedo?”, le espetó a bocajarro la guitarrista y lideresa del grupo, sin asomo de ironía. Según se relata en el libro, la banda de Sacramento funcionaba como una especie de secta a la que sus miembros debían lealtad absoluta; no solo debían ponerse las 24 horas del día en la piel de un personaje acorde con la estética de la banda, sino que estaba terminantemente prohibido tocar en otras formaciones al mismo tiempo. Kid Congo —nombre que inventó Lux Interior para él, y del que ya nunca se quiso desprender— les describe como una pareja auténticamente inadaptada, “animales salvajes” completamente imbuidos en su mundo de memorabilia y misterio y con una disciplina de trabajo importante. Durante los tres años en los que grabó y giró con los Cramps, adquirió muchas de las nociones de ritmo y presencia escénica que le han acompañado el resto de su carrera.
Su experiencia como miembro de los Bad Seeds de Nick Cave—a los que se unió poco después de que publicasen su segundo disco, From Her to Eternity (1984)— fue muy provechosa desde el punto de vista creativo, pero también muy complicada física y emocionalmente, y no solo por el hecho de que coincidió con el peor momento de su adicción a la heroína. “Yo era el único norteamericano en la banda y desde luego el único homosexual. Los Bad Seeds eran extremos. Al mismo tiempo, muy machos y muy sensibles artísticamente. Una mezcla extraña”.
Kid Congo lo recuerda como una época confusa: “Mientras escribía sobre este tema, me di cuenta de que la decisión de negarme a mí mismo fue en realidad una idea autoimpuesta. Todo el mundo pasa por una crisis de identidad en algún momento. Por supuesto, era una idea tonta, da igual lo real fuese para mí en ese momento la creencia de que no debía presentarme como homosexual. Los Bad Seeds eran gente muy abierta, así que todo fue nada más que una rayada por mi parte. Me alegra admitir que me equivoqué. Es una cosa que forma parte del pasado, pero quería escribir sobre ello porque es una situación que creo que nos ocurrió a muchos punks queer en esa época”.
Kid Congo siempre supo adaptarse de una forma bastante natural a las necesidades y estéticas de los grupos en los que tocaba, pero llegó el momento de abandonar su papel de eterno secundario y volar por sí mismo. “Viví esa época como una auténtica aventura. Creo que el hecho de haberme dejado llevar, poniéndome a mí mismo en situaciones incómodas, como cuando me mudé a vivir a Londres o a Berlín con personas que apenas conocía, me ayudó a encontrar muchas respuestas. Pero llegó un momento en el que necesitaba ser yo mismo y no adaptarme a la visión artística de otras personas”.
La biografía del músico californiano incluye un pequeño álbum de fotos en el que se pueden adivinar todas las etapas vitales de Brian Tristan sin necesidad de leer los pies de foto. Tenemos al adolescente estrafalario rendido al glam; el punk rocker ramonero con pelo a lo tazón; el chicano exótico con pantalones negros brillantes y collar de huesos; el punk con cresta —de su etapa en Londres—; el poeta heroinómano y decadente de traje de dos piezas y pelo engominado —etapa Berlín/Bad Seeds—. Y así, poco a poco, llegamos hasta el flâneur con capa de flecos y sombrero del que disfrutamos en la XVIII edición del Funtastic Dracula Carnival. Una leyenda viva del rock underground, que a sus 65 años sigue girando por el mundo con su banda, tranquilo y sonriente, desplegando un enorme encanto sobre el escenario y sin darle demasiada importancia al hecho de ser uno de los pioneros en la unión de la música de raíces con el punk.