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Música
Música de librería: melodías anónimas en busca de sustento y esparcimiento
La música de librería, una biblioteca sonora al servicio de la industria audiovisual mayoritariamente, en la que se pueden rastrear el genio, la aventura o el simple goce de unos autores y ejecutantes sepultados por el tiempo.
Todos hemos sido expuestos a la conocida como música de librería sin saberlo, más que nada debido a que es un sistema de creación, ejecución, producción y edición ideado para facilitar temas, generalmente instrumentales, a las productoras de cine y publicidad, canales de televisión y emisoras de radio. He ahí el origen de esa exposición subliminal, donde se materializa desde el más insulso muzak, pasando por el pop anónimo, hasta el experimentalismo involuntario.
De esta manera, se ahorraba el encargo de una banda sonora especial para un reportaje, un corto o un documental. O finalidades tan curiosas como el caso de The Fascinating World Of Electronic Music de Tom Disselvelt y Kid Baltan de 1959, que servía para probar los equipos hi-fi de Phillips, empresa para la que trabajaban los dos señores.
Durante las décadas de los 60 y 70 fue habitual la edición de este tipo de trabajos discográficos que, en muchas ocasiones, no se podían adquirir en tiendas. Los autores generalmente permanecían ocultos, aunque en este caso el anonimato no era una posición consciente contra la idea romántica del autor como un genio solitario. Aun así, de forma involuntaria algunos discos realizados bajo ese método arrasan con esa falsa concepción burguesa.
En resumen, una biblioteca sonora al servicio de la industria audiovisual mayoritariamente. Y por extraño que parezca, dentro de tan alienada fórmula se pueden rastrear el genio, la aventura o el simple goce de unos autores y ejecutantes sepultados por el tiempo. Alejados de la vanidad del autor, hecha a base de flashes de lo que fuera popular en ese momento. Puesta en perspectiva, bajo esa difusa etiqueta podemos extraer que el colectivo siempre es superior al individuo, y confirmar que la creación es un proceso colectivo.
Gozoso trip producido en cadena
Fueron Reino Unido, Italia y Francia los países de mayor producción de esa índole. El sello CAM italiano incluso llegó a abrir oficinas en Barcelona y Madrid durante la era dorada de las coproducciones cinematográficas, y en nómina tuvo a Adolfo Santiesteban y Adolf Waitzman.
La temática de los discos casi siempre venía determinada por alguna moda. Podrían pasar por bandas sonoras, pero no lo eran: estaban hechas a priori en oficinas con limitaciones materiales donde se tomaban dichosos riesgos sin otra presión que la autoimpuesta. Lo generado era desechable pero aquellos que navegaban con inteligencia materializaban eso tan difícil de aunar, lo vanguardista y lo popular.
Muchos de esos músicos fueron pioneros en el uso del estudio como instrumento y, quizás por su clara posición de simples mamporreros del ritmo, la síncopa y los efectos, no son ni nota al pie junto a nombres como Brian Eno o Lee Perry. Consecuencia de ser un asalariado de eso que llaman hoy día industrias creativas.Puro producto del filibusterismo de la industria musical.
Muchos discos contenían canciones que eran variaciones de una misma melodía. Ya fuera porque algunos de los autores tenían otros contratos, o con la finalidad de vender la misma composición cuantas más veces mejor. Serían algunos sellos italianos como Fliper y CAM los que contaban con más vasto catálogo, pero no dejen de apuntar también Tele-Music, KPM, Bruton Music, Chapell o Montparnase 2000.
Ocultos en los surcos
El grupo de r’n’b británico Pretty Things, autores del primer lp pop conceptual, y diantres, uno de los mejores grupos de la historia, se vieron obligados, para buscarse el sustento, a grabar para el sello Music De Wolfe bajo el nombre de Electric Banana. Grabaron discos a la altura de lo hecho bajo el nombre de Pretty Things, y que iría mayoritariamente a colorear piezas televisivas sobre el Swinging London.
Brian Bennett, quien fuera batería de los Shadows, a partir de la década de los 70 comenzó una larga trayectoria como arreglista, productor y compositor para televisión, casi toda esa obra fue editada por KPM, donde Benett mostraba sus dotes para un jazz funk galáctico excepcional y rebosante de groove. Su álbum Synthesis junto a Alan Hawkshaw, otro picapedrero de la tonada, así lo atestigua. Pero sería en Voyage (A Journey Into Discoid Funk) de 1978, la muestra de su concienzudo talento. Lo expuesto en Synthesis muta en un choque entre el sonido disco y el techno que están por llegar.
El tema “Chain Reaction”, aunque su melodía principal esté hecha a medida de los títulos de crédito de una space opera, en su melodía secundaria Bennett se adelantará al techno que se facturara en Detroit a comienzos de los 80. Una veta melódica que sería explotada por el francés Jean Pierre-Decerf, en nomina de CAM o Nino Nardini en el sello Ganaro, dando subtexto sonoro a piezas visuales de tv sobre el cosmos.
Janko Nilovic — a quien De La Soul samplearon en su 3 Feet High And Rising—, trabajó a destajo en Francia para una cantidad de sellos dedicados a la venta al por mayor de canciones. Es Nilovic el más talentoso de todos sus compañeros de precariedad autoral. Capaz de competir con Lalo Schifrin, Ennio Morricone o incluso Don Cherry, cuando le daba por trabajar el tropicalismo facturaba el compás supremo. Sencillo talento el suyo, dejó un legado soberbio e inabarcable en todos los aspectos.
Si algo, aparte de la fórmula de producción, tiene la música de librería como característica es un eclecticismo atroz, para lo bueno y para lo malo. Pues bien, para Nilovic nada de esto jugó en su contra. Todo lo que cultivó lo hizo con un conocimiento, y un talento como arreglista que le hacen superar el mero formalismo. Desde su primer álbum, Psyc Impressions de 1969, pasando por su obra más conocida, Soul Impressions, o su única aventura en una multinacional junto Davy Jones en Sookie Sookie, un fracaso al que su contenido le enmienda la plana.
En España cultivaron esta técnica empresarial los sellos Marfer y Berta. Marfer tenían a Santiesteban trabajando a destajo para vender esas piezas a televisión. Berta, que era un subsello de Polygram, operó en la década de los 60 y 70. Aunque hay escaso material para el rescate, sería injusto no mentar el único disco de Beltrán Moner, Hombre y Bólidos (Especial deportes: Formula 1). Evidente temática la suya, sus piezas fueron directas al hilo musical deportivo, quizás si no lo hubiera llevado a cabo un pelanas a sueldo sería considerado un disco conceptual. Instrumental en su totalidad y demostrativo de su capacidad para la melodía cinética, es perfectamente imaginable oir esos vientos triunfales siendo manipulados por Grandmaster Flash en una bloc party conduciendo al éxtasis a la audiencia.
También casi toda la música del argentino asentado en España Waldo de Los Ríos está ahí. Una carrera que ha pasado desde la música concreta al maridaje entre música clásica y pop con sintetizadores, aunque no era Walter Carlos precisamente, estando pendiente de rescate sus composiciones para la serie Historias para no dormir, verdadera piece de resistence de la electrónica hecha en este país.