Ni hablar
Museu del Art Prohibit

En el caso de que la cultura asuma una lucha política, lo político no mancha el sacrosanto jardín del arte; además, actuar desde la centralidad puede ser legítimo.
Interior del Museu de l'Art Prohibit en Barcelona
Interior del Museu de l'Art Prohibit en Barcelona.
Marta Sanz
1 abr 2024 06:00

“Hay muchos tipos de museos. El Museu del Art Prohibit entra en la categoría de los que no deberían existir. Sus obras han sido coleccionadas a partir de (…) actos de censura”. Palabras clave: libertad de expresión, cancelación, censura, polarización, experimentación, odio. Las obras desvelan subterráneas contradicciones ideológicas, pero también surge la duda de si podemos institucionalizar, convertir en colección, museificar, acaso normalizar y despolitizar, preguntas incómodas o explícitas vindicaciones.

¿Podemos aleccionar en transgresión y discurso subversivo?, ¿el arte que aspira al desasosiego ha de ser condenado a la trashumancia? En el caso de que la cultura asuma una lucha política, lo político no mancha el sacrosanto jardín del arte; además, actuar desde la centralidad puede ser legítimo. Recuperamos la metáfora del caballo de Troya que utilizó Constantino Bértolo para nombrar una colección de literatura no cursi, no seductora, que se insertaba dentro de un gran grupo editorial.

En 2018, en Cali, el museo La Tertulia alberga una exposición sobre el barrio de Siloé: zapatos viejos, transistores, uniformes, banderas. En Siloé nació el M19, movimiento revolucionario e intelectual, que secuestró cinco camiones de basura para arrojar su contenido en el centro de Cali: la clase privilegiada conviviría con el hedor al que estaba condenada la vecindad de Siloé. La Tertulia me reconcilia con una veta didáctica y memoriosa del discurso museístico. Quizá el testimonio, encerrado dentro de las institucionales tapas de libros o de los recintos institucionales para una exposición, sea profundamente político.

En el Museu del Art Prohibit se exhibe La Revolución de Fabián Chavez: un Zapata queer remite al proverbial rechazo de la izquierda a lo que no fueran peras y manzanas; el chileno Pedro Lemebel, artista revolucionario, quería ir a las reuniones del partido y no se lo permitían por maricón. La virgen desnuda de Charo Corrales se muestra con la raja que le hizo un fanático. En 1914 una sufragista rajó la Venus del espejo, cuyo cristal ahora ha sido golpeado por activistas de Just Stop Oil: pienso si todo el arte es respetable, dictadores metidos en neveras, y arcos de Triunfo que testimonian el horror y pueden ser demolidos o resignificados.

La destrucción de piezas artísticas funciona como acto reivindicativo —¿libertad de recepción?—; a la vez, es urgente preservar la libertad de expresión. Y la memoria

La destrucción de piezas artísticas funciona como acto reivindicativo —¿libertad de recepción?—; a la vez, es urgente preservar la libertad de expresión. Y la memoria. A veces el arte se golpea porque lo representado ofende a Abogados Cristianos y a veces se golpea por motivaciones políticas, ajenas al sentido de la obra, que agrandan el valor de lo artístico en una sociedad que devalúa la cultura no gentrificada: golpear —flojito— una obra de arte le concede un valor social que ya no tiene. Este museo dispara pensamientos incómodos: los límites del arte y su recepción; el vínculo entre la realidad y las representaciones que la construyen; la vocación política de constructoras y destructoras de artefactos culturales; las sombras del arte fascista y las simultáneas sombras de la cancelación.

Del conflicto entre continente y contenido nacen preguntas-espina: ¿qué hace en un palacete barcelonés Ronald McDonald crucificado —McJesus de Jani Leinonen— o la pieza de Ines Doujak en la que un animal se folla a una india que se folla al rey emérito que come hierba en una metáfora inversa de cadena trófica y conquista? Este museo debe existir. Proponemos que sea mucho más barato para que todo el mundo tenga derecho a desasosegarse con el arte.

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