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Notas a pie de página
Carreteras secundarias para alterar el curso de la historia
Cuando parecía que el wéstern ya no daba más de sí, el género resurgió. La revisión de sus códigos y lugares comunes ha dado lugar a obras como El poder del perro, donde Jane Campion indaga en los claroscuros de la masculinidad tradicional, esa que el wéstern clásico mitificó. Aquí recuperamos una película que tuvo la mala suerte de estrenarse en salas pocos días antes del confinamiento: First Cow.
Dirigida por Kelly Reichardt, cuenta la amistad entre dos hombres —un cocinero y un inmigrante chino— en una época en la que todavía no ha estallado la fiebre del oro. Los protagonistas se establecen en un lugar que, más que un pueblo, es un asentamiento militar rodeado de cabañas. A ese lugar remoto donde todo está por hacer llega la primera vaca del título, propiedad de un rico comerciante. Los protagonistas idean un plan: ordeñar la vaca por la noche y hacer con su leche unos buñuelos para vender en el mercado. Los buñuelos serán un gran éxito que no durará mucho tiempo…
No parece un argumento muy trepidante, pero es que el cine de Reichardt va justamente de eso: las dificultades para buscarse la vida de personas en los márgenes. Son personajes a los que conocemos a través de sus rutinas cotidianas. Una salamandra panza arriba en el bosque a la que el protagonista ayuda a ponerse en pie: ese pequeño gesto habla de una relación diferente con la naturaleza, lejos del imaginario de la conquista de lo “salvaje” del wéstern. Si Campion disecciona la masculinidad tóxica, Reichard imagina una hermosa relación de amistad entre dos hombres que, juntos, crean un precario hogar. Pero First Cow también cuestiona el relato mítico de los orígenes de Estados Unidos. Como dice Eulàlia Iglesias, “su argumento cuasi anecdótico, en torno a la importancia de disponer de un poco de leche, pero no tener acceso a su fuente de producción, encapsula un oportuno discurso sobre la construcción del capitalismo y los perjuicios de la propiedad privada”.
Literatura
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Aunque Reichardt comenzó su carrera en los años 90, ha dirigido películas con cuentagotas. En una entrevista con Indiewire se quejaba de la incomprensión de los ejecutivos de Hollywood: “Es como ‘queremos respaldar a las mujeres, pero queremos respaldar a mujeres como Kathryn Bigelow’”. Reichardt se refiere a la primera mujer en ganar el Oscar a Mejor dirección, autora de películas de acción que poco tienen que ver con las suyas. Pero el pasado de Bigelow también tiene sorpresas, como su participación como actriz en Born in flames, la primera película de Lizzie Borden.
Los adjetivos se acumulan a la hora de definir Born in flames. Falso documental, distopía de ciencia ficción, Borden la rodó a trompicones a lo largo de cinco años, cuando conseguía algo de dinero. Con una increíble banda sonora pospunk, imagina un futuro no muy lejano, diez años después de una revolución socialdemócrata que ha mantenido a las mujeres como ciudadanas de segunda. Rodada en el desangelado Nueva York de los años 70, las discusiones de las facciones feministas que planean organizar una guerrilla, muchas de ellas improvisadas por sus actrices no profesionales, reflejan con frescura un momento clave del movimiento. El estallido de multitud de corrientes que muestran las carencias del feminismo blanco y de la izquierda.
Tras el éxito de su siguiente película, Working Girls, Borden fue contratada para dirigir un thriller erótico por la Miramax de Harvey Weinstein. Al todopoderoso productor no le gustó el resultado, por lo que añadió escenas, remontó la película y etiquetó a Borden como directora “difícil”, terminando con su carrera en Hollywood. Afortunadamente, Born in flames fue restaurada en los dosmiles y ha vuelto a proyectarse en filmotecas y museos.