Notas a pie de página
La fantasía de las esposas perfectas

Hace mucho tiempo que la figura de la abnegada esposa tiene cuota de pantalla. Una obra literaria de ciencia ficción, escrita en los años 70, ha sido adaptada hasta tres veces al cine, en cada ocasión según la atmósfera de la época.
Trimestral 76 imagenes General - Notas a pié de página
7 dic 2024 11:00

En 1972 se publicó The Stepford Wives de Ira Levin, una novela de ciencia ficción situada en un pueblo de Connecticut en el que todas las mujeres son perfectas amas de casa… tan perfectas que no son reales, sino (perdón por el spoiler) robots. Tras la publicación, se popularizó la expresión “Stepford wife” para referirse a esposas dóciles, que encajan en el estereotipo de la perfecta ama de casa. 

Esta potente metáfora fue llevada en dos ocasiones al cine, cada vez con un espíritu muy distinto. En Adoptar a una esposa (Bryan Forbes, 1975), Joanna, una fotógrafa, abandona la ciudad con su familia en busca del sueño suburbano. Llegan a Stepford, donde tienen la sensación de haber viajado a los años 50: todas las mujeres encarnan la mística de la feminidad que criticó Betty Friedan y los hombres se reúnen en la —ligeramente sospechosa— Asociación de Hombres de Stepford. Pero Joanna y su amiga Bobby, ambas recién llegadas al pueblo, sospechan que hay algo raro cuando ven que otras vecinas se van convirtiendo en esposas perfectas. Joanna descubre un complot de los hombres de Stepford para convertir a sus mujeres en robots… pero ya es demasiado tarde.

Rodada en plena segunda ola feminista, su espíritu impregna esta primera adaptación. Joanna y Bobby son mujeres liberadas, que no entienden cómo sus vecinas asumen encantadas el papel doméstico. Tratan de aliarse con las mujeres del pueblo montando un grupo de autoconciencia, pero la mayoría de las asistentes solo quiere hablar de recetas. Y empiezan a sospechar cuando averiguan que algunas de las perfectas esposas ya habían montado un grupo feminista hace años. La película acaba mal.

En Las mujeres perfectas (Frank Oz, 2004), Joanna es una ejecutiva de televisión que hace infames realities sobre lucha de sexos, hasta que un día un exconcursante trata de matarla. En busca de una vida más tranquila, se muda con su familia a Stepford. Se la presenta como una mujer castradora, ambiciosa y estresada. De hecho, cuando se destapa el pastel, nos enteramos de que todas las mujeres convertidas en cyborgs serviciales (ya no robots) eran ejecutivas, profesionales de éxito, empresarias. Es una ficción posfeminista, típica de los neoliberales años 2000, en la que se muestra cómo no solo se ha conseguido la igualdad sino que se ha ido demasiado lejos: todas las mujeres tienen éxito y triunfan sin enfrentarse a techos de cristal o discriminaciones, mientras que los hombres se sienten relegados porque no se les deja ejercer su papel “natural”. Hasta se incluye una pareja gay para que la ficción parezca falsamente progresista, con un marido republicano que decide cambiar a su novio con pluma para hacerlo más sobrio y menos amanerado. 

Pero la mayor traición al espíritu de la novela es el cambio del final: el complot no lo habían diseñado los hombres sino ¡una mujer! Una antigua profesional (neurocirujana e ingeniera, nada menos) que, oh, sorpresa, estaba amargada a pesar de su éxito y decide que lo mejor es una vuelta a los papeles tradicionales. El marido de Joanna se arrepiente, ayuda a su mujer y el matrimonio vuelve a ser feliz. 

Pero la historia todavía sigue. En 2022 se estrenó Don’t worry, darling (Olivia Wilde), que podría considerarse una secuela de las anteriores: ¿qué pasaría si una de esas esposas perfectas se empieza a dar cuenta de que hay algo raro en su fantasía suburbana?

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