Con algunos cambios, no dejamos de asistir –con verdadero asombro– a lo que el situacionista Guy Debord (1996) llamó la sociedad del espectáculo. Una sociedad dogmática, marcada por la imagen, basada en el desarrollo y regida por el sistema capitalista que se pretende homogénea –pero no lo es– en la que todo ha sido objetualizado y mercantilizado –hasta la vida misma. Una sociedad en la que somos espectadores, nada más, espectadores que asisten, día a día, a la gran ceremonia de la realidad que habitamos, que se nos presenta en una gran multiplicidad de manifestaciones –sin apenas tener voz ni voto en ellas.
La sección de deportes que dura más que las noticias. Las discusiones infinitas en las erre erre ese eses. La indignación en 140 caracteres. La banalización del sexo –uno de los más mágicos y pericolosos acontecimientos– a través de las muchas a pe pés que existen hoy día. La nueva política. La cibernética –basada en producir información para analizar cómo reaccionamos y actuamos ante ella. Los temas que importan. La publicidad. El running, y el spinning, y el padel, y el strongismo –acompañado de sacrificio, esfuerzo y si luchas lo consigues. Las tendencias infinitas. Los influencers. Los sueños que nos venden –pero no se compran. La mentira que repetida mil veces se convierte en una verdad. La vida que hemos de comprar. El contrato que no queremos –pero hemos de firmar. La felicidad mercantilizada…
Pero en esta sociedad que nos habita, las cosas han cambiado sobremanera con respecto a los tiempos del grandérrimo filósofo que le dio nombre. No somos meros espectadores, que también pensamos, y hacemos. Y en esta cuestión, nos estamos manifestando fascinantemente bien.
No sólo somos espectadores, también desplegamos espectáculo. El machismo, el racismo, la homofobia, la globalización, la explotación, la pobreza, la esclavitud, el extractivismo, el sometimiento al mercado, el control, la seguridad, la vigilancia permanente, el amor de las películas, las necesidades innecesarias que determinan nuestro ser, las muy múltiples maneras en que la violencia se ha adherido a nosotros, la virtualidad de gran parte de nuestras relaciones, la indiferencia ante lo que nos es ajeno –pero de lo que participamos sobremanera, la precarización de nuestro devenir, el control de un pasado –pasado– por el que se justifica el presente –fracaso– para imponer un futuro –que no se ve, la censura selectiva, la corrupción infinita...
Mientras mueren millares de personas cada día –en millares de espacios-tiempos, mientras la violencia machista y los feminicidios proliferan en todas partes, mientras se secan nuestros ríos –y queman nuestros bosques, mientras nos roban –por cualquier cosa, mientras la lucha de clases se desfigura –porque nos quieren hacer creer que los de abajo alcanzarán algún día a los de arriba, mientras los pueblos se extinguen mucho a mucho, mientras la privatización se mete –cada vez más rápidamente– en todas partes, mientras hay gente sin casas y casas sin gente, mientras va desapareciendo toooooda una caterva de saber-hacer que nos es imprescindible, mientras la guerra es la continuación de la política y la economía por otros medios –y se hace fuerte en cada rincón del planeta, mientras el sometimiento a la realidad irreal que se proyecta sobre nosotros no cesa en su expansión… la sociedad del espectáculo no ha estado quieta del todo, que ha movido ficha.
Aquello que se negaba hasta la saciedad hasta hace poco, aquello que nunca se fue, saca hoy músculo. La sociedad del espectáculo es fascista. Y así lo estamos demostrando constantemente. Cuando temerosos de rebelarnos ante quienes se están cargando nuestros sueños, pagamos nuestra rabia con el resto. Participando de la xenofobia –tanto sutil como ferozmente– sin pararnos a pensar en qué estamos haciendo. Odiando reactivamente a quienes pretenden activa e idealistamente subvertir el orden de las cosas. Entregándonos en cuerpo y alma a los brazos de la producción y la mercancía dominantes. Mirando para otro lado cuando una mujer es acosada, violada o asesinada –dudando muy mucho de ello. Defendiendo los estados-nación –ahora, tan de moda, con banderas– que muy bien engañados –manipulando la historia, mancillando el sentido de un sinfín de cosas, enfrentándonos entre nosotros, jerarquizándolo todo, burocratizando cada paso que damos, proyectándose aquí y acullá, entre otras muchas acciones– nos ha traído hasta aquí. Renunciando a la vida. Delegando nuestro devenir en manos ajenas. Actuando como polis vestidos de civil. Creyendo en los consensos impuestos. Posicionándonos de parte de un sistema que nos ahoga sosegadamente para que la hostia parezca siempre menor…
Deseo de dinero, deseo de ejército, deseo de policía y de Estado, deseo fascista, incluso el fascismo es deseo. (…) Fascismo rural y fascismo de ciudad o de barrio, joven fascismo y fascismo de excombatiente, fascismo de izquierda y de derecha, de pareja, de familia, de escuela o de despacho; cada fascismo se define por un microagujero negro, que vale por sí mismo y comunica con los otros antes de resonar en un gran agujero central generalizado (…) Si el fascismo es peligroso se debe a su potencia micropolítica o molecular, puesto que es un movimiento en masa.
—Mil Mesetas
Gilles Deleuze y Félix Guattari
Ahora que nuestros agujeros microfascistas están potenciando un gran agujero macrofascista que no sabemos hacia dónde nos llevará, ahora que hemos tomado más parte que nunca en el espectáculo del que sólo somos marionetas obsoletas, ahora que la lógica de la locura capitalista es soberanamente poderosa, ahora que la deriva se ha convertido en la brújula de nuestros pasos… la cuestión no está únicamente en resistir y luchar nada más, pues tenemos que revisar por qué estamos así. No es baladí que el fascismo vuelva hoy a campar a sus anchas allá por donde se mueve, y que se niegue.
En España podemos afirmar que Franco lo hizo muy bien. En Francia la tensión es más que palpable. Alemania vuelve a tener nazis en su congreso. Grecia se asfixia mientras los poderosos la prostituyen. Los fundamentalismos intolerantes ganan terreno –frente a la pasividad de nuestros gestores. América Latina entera se encuentra de nuevo al interior de una vorágine político-económica muy bien orquestada por el Imperio. Rusia continúa en su esquizofrenia. El comunismo capitalista chino se ha convertido en la batuta del gran orden geopolítico. Estados Unidos, totalmente destroyer. Oriente Medio en permanente implosión. El riquísimo continente africano gestionado y abandonado por sus explotadores, la guerra está en todas partes…
La originalidad del capitalismo es que ya no cuenta con ningún código. Hay residuos de código, pero ya nadie cree, ya no creemos en nada. El último código que ha sabido producir el capitalismo ha sido el fascismo.
—Derrames
Gilles Deleuze
Nada más nihilista que el presente que habitamos para darnos cuenta de lo que afirmamos. No estamos ante algo aislado, que está en todas partes y, de una forma u otra, no dejamos de participar de su propagación.
Nunca se fueron los tiempos oscuros, ¿qué espacios queremos cohabitar?