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II República
El republicanismo en España
El último cuarto del siglo XIX ha supuesto un período de vaivenes para la causa republicana en España.
Duramente reprimidos en los inicios de la Restauración borbónica, los republicanos españoles tardaron en recuperarse del fracaso de la Primera República. Los factores que explican los problemas para poder articular una clara alternativa política cuando cedió la represión canovista tienen que ver con la división interna en tendencias y grupos, muy vinculados a determinados líderes y personajes, y organizados en comités para la época de las elecciones. En realidad, esto no les separaba mucho de la forma organizativa de los partidos dinásticos o monárquicos, pero no tenían el apoyo del sistema del turnismo diseñado por Cánovas, y eran víctimas del fraude electoral sobre el que se levantaba el edificio institucional de la Restauración. En todo caso, los principales líderes republicanos consiguieron siempre un cierto apoyo electoral, en el ámbito urbano, que les permitió entrar en las Cortes. La memoria republicana, duramente reprimida, nunca desapareció.
Otro factor muy importante a tener en cuenta a la hora de entender los problemas del republicanismo español en el último tercio del siglo XIX tiene que ver con la pérdida de dos importantes bases sociales: la obrera y la burguesía catalana.
El movimiento obrero terminó por divorciarse de la causa estrictamente republicana para ir abrazando el anarquismo o el socialismo. Es importante destacar la polémica intensa que el republicanismo y el socialismo españoles protagonizaron entre sí. El primero temía perder ciertos apoyos populares, mientras que los socialistas acusaban a los republicanos de seguir siendo una opción burguesa, aunque fuera progresista. En todo caso, en el seno del PSOE siempre hubo una tendencia favorable a buscar acuerdos con los sectores más a la izquierda del republicanismo, aunque siempre fue derrotada hasta el terremoto político que supuso la Semana Trágica de 1909, que terminaría conduciendo a la colaboración electoral entre republicanos y socialistas.
Las burguesías periféricas, muy implicadas políticamente, encontraron otro cauce de expresión en los partidos regionalistas o nacionalistas. El caso catalán fue paradigmático, mucho más que el del primer nacionalismo vasco, aunque el republicanismo siguió teniendo peso en Barcelona, como luego se encargaría de demostrar el radicalismo lerrouxista.
Cuando se aprobó el sufragio universal los republicanos comenzaron a tener más respaldo electoral. En los años noventa consiguieron aumentar su representación parlamentaria, en torno a una veintena de escaños como media en cada legislatura. En el ámbito urbano comenzaron a contar con más apoyo social. En 1892 consiguieron un sonado éxito electoral en las elecciones municipales, especialmente en Madrid y en otras capitales de provincia. El fraude electoral era más difícil de practicar en este ámbito que en el rural.
En el seno del republicanismo español del último cuarto del siglo XIX se pueden establecer tres grandes corrientes. En primer lugar, estarían los federalistas, liderados por Pi i Margall. Además de por su apuesta federal para organizar el Estado se inclinaron hacia posturas socializantes y hallaron cierto eco en sectores populares de Cataluña y Valencia. Se organizaron en el Partido Republicano Federal, y fueron muy activos a través de la prensa y las publicaciones. Los federalistas no colaboraron nunca con el nuevo sistema político, pero renunciaron al empleo de métodos violentos o conspirativos.
Los unionistas estaban liderados por Nicolás Salmerón, que regresó a España con la amnistía de 1881. Salmerón salió elegido diputado en 1883, y luego de forma ininterrumpida entre 1893 y 1907. Los unionistas formaron el Partido Centralista (1891). Eran partidarios de la unidad territorial y política del Estado, y su base social se encontraba entre la burguesía ilustrada y progresista.
Los radicales crearon el Partido Republicano Progresista, dirigido desde el exilio por Manuel Ruiz Zorrilla, destacado político de la época de Amadeo de Saboya. Eran partidarios de la insurrección y protagonizaron algunas, especialmente la fallida sublevación republicana del general Villacampa en septiembre de 1886. La muerte de Ruiz Zorrilla en 1895 terminaría por desbaratar esta opción política. En realidad, nunca tuvieron una gran implantación social.
Por fin, habría que citar a los posibilistas, cuyo principal líder era Emilio Castelar. El último presidente de la Primera República había formado un partido republicano conservador, en línea con sus ideas y con la política que había protagonizado en su etapa de responsabilidad política. Castelar quería participar en el nuevo sistema político, de ahí su posibilismo. Cuando se dieron las condiciones para hacerlo, es decir, cuando el gobierno de Sagasta consiguió la aprobación del sufragio universal y la ley del jurado, decidió disolver el partido, y muchos de sus miembros aterrizaron en el Partido Liberal.
La división del republicanismo se intentó superar en el inicio del nuevo siglo con la creación de la Unión Republicana. Ya en 1893 y en 1900 se habían dado alianzas electorales que reportaron éxitos. Los republicanos pretendían terminar con los enfrentamientos y el atomismo para poder presentar una clara alternativa. Nicolás Salmerón y Alejandro Lerroux fueron sus impulsores. El programa de la UR pasaba por recuperar la Constitución de 1869 en lo relativo a los derechos y organización de la administración, pero bajo la fórmula republicana y no monárquica. Habría que cambiar el sistema político con una convocatoria a Cortes Constituyentes. La UR fue un éxito en el sentido de unir a las tendencias republicanas, aunque con el Partido Republicano Federal solamente se alcanzó una alianza electoral. La UR obtuvo un gran resultado electoral en 1905 al conseguir treinta escaños del Congreso, gracias a su implantación en Madrid, Barcelona y Valencia.