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La Economía digital (ED) es conocida también por los términos Nueva economía, Economía en Internet o Economía Web y se sustenta en los avances que la sociedad es capaz de conseguir a través del uso de las llamadas tecnologías de la información y la comunicación (TIC). Las TIC favorecen el uso de la información de una manera más rápida, directa y barata, lo que facilita los intercambios de todo tipo y, en especial, los intercambios comerciales. El concepto se da a conocer en 1995 con la publicación del libro de Don Tapscott «La Economía Digital: promesa y peligro en la era de la inteligencia en redes». La ED incluye tres tipos de componentes: las infraestructuras de negocios (tecnología, hardware, software, telecomunicaciones), el negocio electrónico o e-business (aplicaciones informáticas y plataformas on-line) y el comercio electrónico o e-commerce (negocios a través de Internet). En el ámbito de las empresas, la ED permite abaratar los factores de producción (capital y trabajo), disponer de un menor volumen de existencias, reducir los tiempos de llegada de los productos/servicios a los mercados, disminuir los costes de transacción, ampliar su ámbito de actuación (mercados más amplios y extensos) y reducir los costes de acceso al mercado. Por tanto, los beneficios para las empresas son, en principio, considerables, al reducir sus costes de producción y aumentar sus niveles de productividad. Con la ED, las empresas pueden incrementar su capacidad competitiva en los mercados y éstos se convierten en mercados globalizados, lo que en principio también beneficia a los consumidores, que ven como el acceso a los bienes y servicios es mayor y más rápido. Sus efectos están llegando a prácticamente todos los sectores económicos: el comercio, las finanzas, los transportes, la hostelería, el turismo, los medios de comunicación ...
Pese a que la Economía Digital está abriendo nuevas oportunidades para la economía en su conjunto y está ampliando la oferta de bienes y servicios con mejores prestaciones para los consumidores, también está generando un conjunto de externalidades negativas
La implantación de la ED es innegable. Los datos apuntan a que ya representa más del 20% del crecimiento del PIB a nivel mundial. La Estrategia Europea 2020 contempla como iniciativa la Agenda Digital para Europa. En España, según el estudio «Digital disruption: the growth multiplier» elaborado po Accenture Strategy, su impacto total en el 2015 era de 231 mil millones de dólares, lo que representa el 19,4% del PIB; y muy posiblemente en el 2020 llegue a alcanzar entre el 22% y el 24%. Sus efectos son patentes, tanto en la economía convencional o clásica, industria tradicional y sector servicios, como en las nuevas formas de economía basadas en las tecnologías. El uso de Internet y de otras fuentes de tecnología y de la robótica, permite mejorar la capacidad económica de las empresas a través de su diversificación. Se trata, por tanto, de un fenómeno económico ya consolidado y con fuerte implantación a nivel mundial y con enormes efectos sociales. Sin embargo, no existe unanimidad en cuanto a si su impacto sobre la sociedad es positivo o negativo. Los defensores de la ED señalan que la ED crea riqueza y empleo; algunos estudios indican que en el año 2011 contribuyó a la economía mundial en más de 193 mil millones de dólares y creó 6 millones de puestos de trabajo. Por contra, sus detractores argumentan que el crecimiento que genera la ED produce mayores desigualdades económicas al concentrar la riqueza en unos pocos y está deteriorando las relaciones laborales de los trabajadores con sus empresas. Los efectos de la ED llegan a todos los ámbitos de la sociedad: la fiscalidad, el derecho laboral, el derecho de la competencia, el derecho de propiedad industrial, la organización del trabajo, la sanidad y la educación, los servicios jurídicos y de consultoría, etc. Analicemos, pues, cuáles son los efectos económicos y sociales que produce la Economía Digital.
Un primer aspecto a considerar es la estructura de mercado a la que está llevando la ED y el efecto que esta estructura produce en la competencia y en los consumidores. La ED está dominada por unas pocas grandes empresas, que son las que acumulan la mayor parte de la riqueza y el crecimiento que experimenta este sector. Cinco grandes empresas controlan los sectores de la ED: Apple, Alphabet, Microsoft, Amazon y Facebook. Esto es así por las propias características de la ED: venta masiva de productos y servicios, fuerte control de los canales de distribución, control de las Big Data y de la información obtenida de las redes sociales (datos de los usuarios) y suculentas ventajas fiscales y rebajas de impuestos obtenidas de los Estados y de su capacidad para la elusión fiscal (evitar impuestos y colocación de sus beneficios en paraísos fiscales). Se trata de un tipo de economía que tiende a aumentar el tamaño de las empresas, lo que significa que las pequeñas y medianas empresas (empresas locales, pequeño comercio, ...) no tienen cabida dentro de este tipo de economía. Esto hace que tengamos que hablar de la existencia de un fuerte oligopolio de la ED que sin duda perjudica a los consumidores. Lo que en principio parece una ventaja para el consumidor (mayor comodidad y menor precio), se está convirtiendo en una trampa. El consumidor cada vez tiene menos opciones para elegir, lo que hace que esté a disposición y sea más vulnerable a las estrategias de marketing de estas grandes empresas. Por otra parte, el comportamiento competitivo de estas empresas no es nada ético e incluso en algunos casos llega a ser desleal o abusivo, derivado de la falta de elección del consumidor de la que hablábamos antes. De esta manera, aunque estos sectores no son realmente monopolios naturales (tendencia al monopolio por la estructura de la industria), se convierten en tales por las condiciones que imponen estas empresas. Con ello, crean fuertes barreras económicas de entrada, que impiden que otras empresas puedan acceder a estos mercados. Es decir, se crean comportamientos competitivos que reducen la competencia a su mínima expresión y casi que hacen imposible la libre competencia, especialmente por parte de pequeñas y medianas empresas, que se ven abocadas al cierre.
Las características de este tipo de economía aconsejarían que estuviera regulado por el sector público o, en todo caso, que se garantizara una competencia leal, protegiendo los intereses de las pequeñas y medianas empresas y el pequeño comercio sobre los intereses de los grandes grupos empresariales multinacionales
Un segundo aspecto a analizar es el del empleo que genera la ED. Es cierto que las ED crean nuevos puestos de trabajo (conductores de Uber, controladores de las plataformas digitales, analistas Web, analistas de datos, ...), pero también es verdad que destruyen otros puestos (por el uso de las tecnologías como la robótica y por la fuerte competencia sobre las empresas tradicionales) y el empleo que crean es de baja calidad (trabajo temporal, estacional y con bajos salarios). El comercio minorista está siendo uno de los grandes perjudicados por la competencia de las empresas digitales: taxis, librerías, restaurantes, hoteles, etc. que son incapaces de competir en igualdad de condiciones con estas grandes empresas y que se ven obligados a despedir a sus trabajadores para poder subsistir. Los cinco gigantes de la ED dan empleo a alrededor de 400 mil personas a jornada completa en EE.UU., pero la mitad de éstos son trabajadores de almacén de Amazon poco cualificados y con salarios bajos; lo que nos da una idea bastante clara del tipo de empleo que se crea. Las relaciones entre trabajadores y empresas se están viendo alteradas de una forma importante y lo que es peor, en detrimento de los trabajadores, que se ven obligados a sustituir las relaciones laborales (contrato de trabajo) por relaciones mercantiles (trabajador autónomo). El nuevo modelo de colaboración entre empresa y empleado es un modelo de prestación de servicios en el que es el trabajador el que asume los costes de la Seguridad Social y el riesgo económico de la actividad que realiza, convirtiéndose en el llamado falso autónomo. Además, se produce una mayor diferencia entre los trabajos más cualificados y los menos cualificados, lo que incrementa las desigualdades económicas. Los bajos salarios que suponen estas nuevas relaciones laborales obligan a los trabajadores a tener que buscar diferentes empleos, del tipo denominado microempleo. La implantación de la robótica irá afectando también a los trabajos más cualificados (consultoría, transporte, etc.), de manera que los contratos a tiempo completo se irán sustituyendo por contratos parciales y por proyectos y tareas. También se produce una desorganización de la fuerza de trabajo, es decir, los trabajadores actuan de manera individual y resulta mucho más complejo y difícil organizarse para defender los derechos laborales; lo que va unido también a una desconexión por parte de los sindicatos de clase, que no acaban de encontrar la manera de dar respuesta a las nuevas relaciones laborales que se producen como consecuencia de la implantación de la ED.
Son empresas como Uber, Deliveroo, Glovo, Blablacar ol Airbnb, que de manera equivocada son consideradas economía colaborativa, pues realmente se trata de empresas intermediarias que utilizan plataformas digitales para facilitar el contacto con los clientes y que son las que acumulan la mayor parte de los beneficios económicos que generan estas actividades. Es la degeneración de la economía colaborativa, que algunas empresas utilizan como excusa para crear nuevas formas de explotación laboral en el Siglo XXI. Jean Tirole, Premio Nobel de Economía 2014, lo describe como un mercado de doble cara, pues a través de estas plataformas digitales y tecnológicas, se pone en contacto al productor con el consumidor y se alteran las relaciones tradicionales entre ellos. La empresa digital que hace de intermediaria intenta ofrecer al productor un mercado con el mayor número de clientes posible (precios bajos) y a los clientes un mercado con el mayor número de ofertas posible. Así es como consigue maximizar sus beneficios económicos. Tirole, en su libro La economía del Bien Común publicado en 2017, nos advierte de los riesgos y los peligros que entraña esta forma de mercado, derivados de aspectos como: la confianza/desconfianza en las plataformas digitales, la confidencialidad de los datos y el uso comercial e incluso político de los mismos, la atomización del trabajo y el aumento del desempleo o el establecimiento de una fiscalidad cada vez más compleja que solo puede ser aprovechada por grandes empresas, entre otros aspectos. Brynjolfsson y McAfee, en su trabajo publicado en 2012, hacen referencia al concepto de «desacoplamiento» para referirse a la incongruencia entre un aumento del crecimiento económico y el deterioro del empleo y señalan que aunque la tecnología impulsa la productividad y en general hace más ricas a las sociedades, también existe un «lado oscuro»: el progreso tecnológico está convirtiendo muchos tipos de trabajos en innecesarios y está empobreciendo al trabajador medio. Algunos de estos aspectos ya los hemos analizado en párrafos anteriores.
El tercer aspecto que queremos analizar es el de los efectos de la ED sobre el medioambiente y la ecología. En principio, la economía digital y el uso de Internet pueden contribuir a reducir el impacto sobre el medioambiente por la reducción de emisiones de CO2 y la reducción del consumo de energía mediante el uso compartido de vehículos, la telemática aplicada a los coches, la reducción del tráfico, la movilidad, los sistemas de gestión inteligente en las viviendas, las industrias y el alumbrado público, etc. Sin embargo, una vez más hemos de tener en cuenta la otra cara de la moneda. El caso de la masificación del turismo debido al incremento de la oferta de alojamientos a través de la economía digital es un claro ejemplo de las graves consecuencias medioambientales que este tipo de economía puede acarrear. El turismo masivo y de muy baja calidad (turismo agresivo y gamberro) está deteriorando el territorio de manera alarmante, lo que obliga a una mayor y mejor regulación. Por otra parte, el aumento de la fabricación de aparatos electrónicos incrementa las emisiones de CO2 y de otros gases con efecto invernadero al requerir la extracción de minerales altamente contaminantes y generar residuos sólidos que no son debidamente reciclados. La extracción de minerales necesarios para fabricar productos electrónicos requiere de la deforestación de miles y miles de hectáreas de bosques y espacios naturales para obtener pequeñas cantidades de estos minerales (por ejemplo, el coltan que se obtiene de la República Democrática del Congo para fabricar móviles). La obsolescencia programada por las empresas que los fabrican (disminución de su vida útil) es una estrategia de marketing que incrementa sus ventas e ingresos a cambio de engañar a los consumidores y de incrementar los costes medioambientales. Asistimos, por tanto, a una escalada de la contaminación ambiental a causa del incremento de la ED.
Con la ED, las empresas pueden incrementar su capacidad competitiva en los mercados y éstos se convierten en mercados globalizados, lo que en principio también beneficia a los consumidores, que ven como el acceso a los bienes y servicios es mayor y más rápido
Podemos concluir, por tanto, que pese a que la Economía Digital está abriendo nuevas oportunidades para la economía en su conjunto y está ampliando la oferta de bienes y servicios con mejores prestaciones para los consumidores, también está generando un conjunto de externalidades negativas (costes sociales) que hay que identificar y tratar de evitar. Estos costes son principalmente de tres tipos: de competencia (que afecta sobre todo al pequeño comercio y en general a las pequeñas y medianas empresas debido a la concentración del sector en manos de unas pocas grandes empresas multinacionales), de empleo (al crear un empleo de peor calidad que perjudica a los trabajadores obligados a convertirse en autónomos y a tener varios microempleos mal remunerados) y de medioambiente (al deteriorar el territorio y aumentar la emisión de gases con efecto invernadero). Identificados sus costes, habrá que encontrar soluciones adecuadas que los resuelvan. Así, en primer lugar, habrá que adaptar la regulación y las normas jurídicas a las nuevas condiciones y reglas de juego surgidas de la expansión de la ED. Están apareciendo toda una serie de vacíos legales que habrá que ir cubriendo con una nueva legislación adaptada a estas nuevas circunstancias. El reto está en regular sin alterar las normas de la competencia y sobre todo, priorizando la defensa de los consumidores, es decir, el interés general y el bien común por encima de los intereses particulares y la maximización del beneficios de grandes empresas. Se debería también de cambiar la legislación en materia fiscal, de manera que ésta se simplifique y sobre todo impida un trato fiscal privilegiado para las grandes empresas de la ED, evitando la reducción y exención en el pago de impuestos y la evasión de capitales a paraísos fiscales. Pero la principal medida debería ir dirigida a limitar el poder de estas grandes empresas, que han convertido la ED en un oligopolio a través del cual imponen sus condiciones, tanto a las empresas productoras que utlizan las plataformas digitales como sobre todo a los consumidores. Algunos proponen la nacionalización del sector de la ED, por su carácter estratégico y por haberlo convertido en un oligopolio, con el fin de asegurar la confianza de los consumidores, evitando el uso indebido de la información que se obtiene a través de las redes. Las características de este tipo de economía aconsejarían que estuviera regulado por el sector público o, en todo caso, que se garantizara una competencia leal, protegiendo los intereses de las pequeñas y medianas empresas y el pequeño comercio sobre los intereses de los grandes grupos empresariales multinacionales. Una vez más, ha de primar el interés general y el bien común sobre la concentración de poder y el interés particular de unos pocos.
Texto: Joan Ramon Sanchis | Ilustración: Jesús Rubio