Obituario
Adiós a Jean-Luc Godard, el artista que fue estrella pop y dejó escapar su estatus

El autor de ‘El desprecio’ fue desplazándose de lo narrativo a lo ensayístico, con una parada multianual en el audiovisual muy explícitamente militante, y esos movimientos en favor de la creación experimental e independiente le alejaron de la industria y del ‘mainstream’.
Jean Luc Godard
Jean Luc Godard.
14 sep 2022 08:45

La muerte de Jean-Luc Godard puede servir de despedida a los años en los que varias corrientes estilísticas europeas definieron el cine moderno, como el neorrealismo italiano o la nouvelle vague francesa. Una época en que autores como Michelangelo Antonioni, Ingmar Bergman o el mismo Godard eran considerados gigantes difícilmente discutibles del audiovisual mundial, aunque se les pudiese identificar jocosamente con un cine lento, tedioso o abstruso.

La tarea titánica del realizador de Vivir su vida es difícilmente resumible. Lo es cualquier trayectoria de tan larga duración (el franco-suizo estuvo en activo durante siete décadas), pero la amplitud y ambición de su filmografía complica todavía más el intento. Quizá hay demasiados Godard para un solo texto, aunque algunas sensibilidades y algunos recursos técnicos supongan una columna vertebral que recorre toda su obra.

Godard, explorador de las imágenes, fue también un destacadísimo cultivador del potencial comunicativo (y poético) de la voz humana

Esta columna vertebral no dejaba de incluir alguna paradoja. El autor de El desprecio, explorador de las imágenes, fue también un destacadísimo cultivador del potencial comunicativo (y poético) de la voz humana. Su libro de las imágenes también fue un libro de las voces y palabras (escritas, recitadas) del ser humano. Además, su planteamiento formal y estético tenía bastante de iconoclasta, o cuando menos resultaba profundamente renovador, pero el autor también se aficionó a citar a los clásicos de la literatura y la filosofía occidental en un particular digest enciclopédico amenizado por la música de clásicos (como Bach) y modernos (extraídos del rico catálogo de la discográfica alemana ECM). En su mezcla creativa apareció, muy a menudo, un humor que a veces era absurdo y que también tendía puentes con la fisicidad del viejo slapstick.

Del estrellato a la militancia maoísta

El Godard maduro llevaba muchos años creando en libertad, desde un cierto aislamiento en una pequeña localidad suiza, junto con la también realizadora Anne-Marie Mièville. Pero antes hubo otros Godard, incluido el Godard crítico de cine, o ese joven realizador que se convirtió en algo parecido a una joven estrella del pop en la Francia de los años 60. Su primer largometraje, Al final de la escapada, demostró que el cine de autor podía ser simultáneamente explorador, glamuroso, sexy…

En los ocho años que separaron el estreno de su ópera prima y el estallido político del mayo de 1968, Godard podía ser una celebridad, pero también creó a un ritmo muy acelerado. Volvió con Jean-Paul Belmondo en Pierrot, el loco, trabajó con la popular Brigitte Bardot en El desprecio. También elevó al estrellato a la modelo danesa Anna Karina a través de Vivir su vida o Banda aparte. Firmó el noir autoralísimo (y potencialmente divertidísimo) Alphaville, la sugerente Masculino, femenino y muchos otros títulos. Para terminar este ciclo, se despidió del cine comercial mediante Week-end, una obra fascinante donde parecían convivir el cómico Jacques Tati y Ernesto ‘Che’ Guevara: incluía atascos descomunales que escenificaban una especie de colapso burgués entre cuyos intersticios asomaba una grupo guerrillero revolucionario.

Después de ‘Week-end’, Godard decidió diluirse dentro de la firma colectiva Grupe Dziga Vertov y filmar con el realizador Jean-Pierre Gorin una serie de películas emanadas del sesentayochismo que contribuyeron a definir otro cine político

Godard ya había dado muestras de sensibilidad política. Había tocado hueso con El soldadito, prohibida en Francia por sus alusiones a la violencia estatal en Argelia. Dos o tres cosas que sé de ella nos trasladaba a un clima ideológico donde el franco-suizo y otros autores contemporáneos todavía problematizaban la consolidación de la sociedad de consumo, antes de que esta se viese como una realidad ineludible que solo podemos intentar modelar para que devenga más habitable. Después de Week-end, Godard decidió diluirse dentro de la firma colectiva Grupe Dziga Vertov y filmar con el realizador Jean-Pierre Gorin una serie de películas emanadas del sesentayochismo que contribuyeron a definir otro cine político. La anterior La chinoise, que relataba las andanzas de un grupo de jóvenes que optaban por la violencia revolucionaria desde un maoísmo militante (que no excluía el colorismo pop y las viñetas de cómics Marvel), ya había presagiado este camino. La película resultó más compleja de lo previsto: Godard quería avalar la posición dura de uno de los protagonistas, y posteriormente se declaró sorprendido porque el ‘pactismo’ de otro personaje resultó más convincente de lo esperado.

Jean-Luc, gigante en la periferia

Godard no se había agarrado con uñas y dientes a su estatus de artista célebre, sino que había decidido dar un paso al lado para dedicarse al audiovisual militante. La cultura popular tiende a la impaciencia y no espera a nadie, menos aún cuando se trataba de un cineasta exigente y desafiante cuyos trabajos no generaban lucros a gran escala. Dos nombres relevantes como Jane Fonda e Yves Montand le ayudaron a hacer mercantilizable Todo va bien, su regreso al cine comercial que no dejaba de ser también político, pero Godard ya no era la sensación que fue tras su irrupción.

Siguió conservando el estatus conseguido como uno de los más importantes realizadores vivos y como un gran expansor de lo que es posible en el cine comercial, pero había sido desplazado del centro a la periferia del audiovisual contemporáneo

El realizador firmó en el futuro algunos intentos más convencionales, como Detective, que no le proporcionaron un nuevo lugar en algo parecido al mainstream. El artista franco-suizo no se había aferrado a la primera linea de actualidad, y quizá el audiovisual comercial estuvo encantado de que se soltase del tren en marcha. Él siguió conservando el estatus conseguido como uno de los más importantes realizadores vivos y como un gran expansor de lo que es posible en el cine comercial, pero había sido desplazado del centro a la periferia del audiovisual contemporáneo. Facilitó el proceso que su obra fuese tendiendo más a lo ensayístico, en un proceso con discontinuidades pero inexorable.

Obras como la también muy política Aquí y allá, Pasión o Yo te saludo, María evidenciaron que Godard continuaba teniendo mucho que ofrecer. El crítico Alain Bergala reivindicaría la etapa ‘ochentera’ del realizador en un ensayo de título obviamente reivindicativo: Nadie como Godard. Entre algunas propuestas peculiares (como una extraña inspiración en El rey Lear para el hogar habitual de Chuck Norris: la productora Cannon), la monumental serie Historia(s) del cine emergió como un gran tótem del Godard ensayista fílmico, que invocaba a sus fantasmas del audiovisual (y de la historia de la cultura humana) a través de la moviola.

Ya cerca del cambio de siglo, la maravillosa Elogio del amor asomaría por algún que otro cine multisalas, quizá gracias a un cierto equilibrio entre lo narrativo y lo ensayístico. Las recientes Adiós al lenguaje o El libro de las imágenes siguieron siendo plenamente coherentes con las obras previas para conformar un corpus otoñal con tintes experimentales. El autor conseguía que lo autoreferencial siguiese siendo indagatorio, que la mirada hacia atrás se combinase con la mirada hacia adelante, pero su obra parecía condenada a ser contemplada por un público más minoritario.

Godard era el viejo refunfuñón, de carácter difícil, cuya obra insistía en considerar abiertos algunos conflictos que las hegemonías políticas insistían en retratar como superados

Al fin y al cabo, Godard era el viejo refunfuñón, de carácter difícil (de joven había tenido relaciones problemáticas con Anna Karina o Anne Wiazemsky; en sus últimos años ofendió a Agnès Varda en una triste polémica filmada), cuya obra insistía en considerar abiertos algunos conflictos que las hegemonías políticas insistían en retratar como superados. Cuestionaba, por ejemplo, esa idea de que todo Occidente compartía los intereses del amigo americano. Godard se parodiaba como un antiguo izquierdista con fobia a lo yanqui, obviando la necesidad de oponerse a cualquier ejercicio de poder imperial, sea de carácter militar, económico o cultural.

Además, el autor de Film Socialisme proyectaba unas ambiciones artísticas notables, de connotaciones contrahegemónicas en un contexto en que calificar una obra como falta de pretensiones (más allá del implícito deseo de lucro económico) se ha convertido en un elogio sin matices. Godard también se atrevía a exigir atención a su audiencia, obligada a concentrarse para absorber sus característicos juegos de imágenes (fundidas, o encadenadas, o confrontadas) y desdoblamientos de voces.

Tras la muerte del autor, su amplísima filmografía seguirá siendo un objeto de estudio referencial para pensadores de la imagen, artistas exploradores de las formadores cinematográficas y, en general, para cualquier aficionado a las artes audiovisuales.

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