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Alto el fuego en Gaza: buscando en la paz lo que no lograron en la guerra

Israel tiene una capacidad especial para ganar en los acuerdos, y sobre todo en el modo de aplicarlos, lo que no ha obtenido en sus campañas militares.
Gaza Alianza-ActionAid - 3
Refugiados en Gaza. Foto: Alianza-ActionAid

Arabista en la Universidad Autónoma de Madrid.

20 ene 2025 09:34

El 27 de noviembre pasado, inicio de la tregua entre Hezbolá e Israel, abundaron las imágenes de civiles libaneses jubilosos por volver a las aldeas de las que habían sido expulsados tras más de dos meses de inclementes bombardeos israelíes. Los dirigentes del “Partido de Dios”, que se había enfrentado contra las fuerzas de ocupación y había conseguido contener el avance de estas hacia el interior libanés, hablaban de (otra) victoria divina, como la de 2006. Y mucha gente, dentro y fuera del país, cercana al llamado eje de la resistencia antisionista, alababa la capacidad de lucha de los combatientes libaneses a pesar de los reveses, incluido el asesinato de su líder general, Hasan Nasrallah, sufridos en septiembre de 2024.

Sin embargo, el desarrollo de las semanas que llevamos hasta ahora de tregua ha vuelto a demostrar que los Gobiernos israelíes tienen una capacidad especial para ganar en los acuerdos, y sobre todo en el modo de aplicarlos, lo que no han obtenido en sus (demoledoras) campañas militares. Porque el diablo lo meten siempre en los detalles. El texto aprobado para la tregua en Líbano, 4.068 muertos, 16.670 heridos y cerca de un millón y medio de desplazados después, resultaba tan “vaporoso” en determinados aspectos y, en otros, dejaba tamaño margen a los dirigentes israelíes para sus interpretaciones particulares, que bien podía considerarse una “tregua trampa”.

El texto aprobado para la tregua en Líbano dejaba tamaño margen a los dirigentes israelíes para sus interpretaciones particulares, que bien podía considerarse una “tregua trampa”. Y así ha sido

Y así ha sido: los soldados ocupantes se han extendido, en la paz, por zonas adonde no habían llegado con la guerra; han continuado destruyendo casas, almacenes y fábricas donde, afirman, había arsenal o “sitios estratégicos” del enemigo; han levantado puestos de control y acceso en determinadas carreteras y, lo peor, han asesinado a decenas de ciudadanos libaneses que retornaban a sus casas o, según la propaganda castrense israelí, estaban realizando actividades sospechosas, como transportar fardos (armas según ellos) en sus vehículos particulares o, simplemente, se acercaron “de forma que podía ser peligrosa” a las áreas donde se asentaban los destacamentos ocupantes.

Ocupación israelí
Ocupación israelí Una orden para enmarcar
Aunque se trata de una decisión histórica y de gran carga simbólica, la orden de detención de Benajamin Netanyahu y del exministro de Defensa, Yoav Gallant, no va a tener consecuencias directas, tal como ocurrió con otras sentencias similares.

Ninguna de estas funciones —ampliar su presencia, disparar contra civiles o destruir edificios— entraba dentro de las potestades del ocupante. El redactado —las partes se reservan el derecho a intervenir en el caso de que la otra incumpla lo acordado—, como hemos dicho, dejaba un margen generoso para la especulación. El porqué Hezbolá, y sobre todo el Estado libanés, parte concernida en la negociación y cumplimiento de la tregua, aceptaron los términos de esta y no han presionado a las instancias supervisoras y la llamada comunidad internacional para refrenar los desmanes israelíes merece un capítulo aparte. Si Hezbolá ya estaba debilitada a finales de 2024, a caída del régimen sirio y el desarrollo de los acontecimientos en Líbano, con el nombramiento de un presidente y primer ministro en absoluto afines a su idea de resistencia y las circunstancias de la tregua en sí lo han enervado todavía más.

Los gazatíes deberían tener muy en cuenta lo que está ocurriendo en Líbano. Porque Tel Aviv lleva utilizando los acuerdos de paz, desde hace décadas, para reforzar sus victorias militares

Los gazatíes deberían tener muy en cuenta lo que está ocurriendo en Líbano. Porque Tel Aviv lleva utilizando los entendimientos, treguas y acuerdos de paz, desde hace décadas, para reforzar sus victorias militares o compensar sus derrotas en el campo de batalla. Nunca los veréis perder en la mesa de negociación. Y cuando un acuerdo no les interesa, dejan de cumplirlo y se acabó. Que se lo digan a los sirios con la supresión unilateral del de 1974 que marcaba la línea de demarcación entre la Palestina ocupada y los Altos del Golán. Según el régimen de Tel Aviv, la caída del Gobierno de los Asad en diciembre de 2024 invalidaba tales estipulaciones. Por eso, aprovechando el caos político, se han adentrado decenas de kilómetros en territorio sirio. Más espacio para sus bases militares y, si les dejan, nuevas colonias.

Aunque, como en el sur de Líbano hace dos meses, la gente de Gaza ha salido el domingo 19 de enero a lo que queda de calles y plazas en la Franja para celebrar el alto el fuego, hará bien en tentarse la ropa. No solo porque las tres etapas anunciadas —especialmente la tercera— tienden, para no variar, a la inconcreción; también porque, una vez más, los garantes internacionales están claramente decantados hacia los intereses de la artera e indecente casta política y militar gobernante en Israel. Si en Líbano, los supervisores, un alto cargo militar estadounidense y fuerzas internacionales, se han llamado andana ante las violaciones, continuas (pero justificables en opinión de aquellos), por parte israelí, en Gaza serán Qatar, Estados Unidos y Egipto los encargados de intervenir en caso de que haya incumplimientos.

Los garantes internacionales del acuerdo de paz están claramente decantados hacia los intereses de la artera e indecente casta política y militar gobernante en Israel

Lobos cuidando a los corderos, sobre todos Washington, cuyos líderes se han alineado inequívocamente con su gran aliado israelí. Pero será la tercera etapa la más difusa y peligrosa de todas porque incluye el proyecto de reconfigurar el gobierno de Gaza, al margen de Hamás, por supuesto. Para ello debería apoyarse en otras entidades palestinas, que nadie sabe quiénes son, y terceros países. Uno de ellos son los Emiratos Árabes Unidos, colaborador en un segundo plano de la estrategia neosionista en Palestina y muy poco dado a contemporizar con la causa palestina: Abu Dhabi y Dubai, por ejemplo, prohíben la exhibición de kufiyas (pañuelos palestinos) y banderas, más aún la publicación de mensajes solidarios con la resistencia gazatí. Horas después de iniciado el alto el fuego, Hamás, por si acaso, sacó a cientos de hombres armados a las calles para demostrar quién sigue siendo la fuerza preponderante en Gaza. Así las cosas, se desconoce cómo impondrán en esa tercera fase un nuevo gobierno en el territorio sin marginar antes a las milicias palestinas.

Los negociadores israelíes son duchos en crear factores temporales y calendarios por fases que les terminen deparando resultados favorables. Lo llevan haciendo desde los acuerdos de Camp David, firmados en 1978 entre Egipto e Israel. Entonces, la evacuación de la península de Sinaí, arrebatada a los egipcios en la guerra de 1967, se llevó a cabo según un calendario de fases y a partir de cuatro áreas geográficas en las que los israelíes definieron las competencias de seguridad sobre las líneas de demarcación. Aquel tratado inauguró una pauta de acción prototípica en las negociaciones con los rivales árabes: la desmilitarización de los territorios adyacentes y el control sobre los puestos fronterizos.

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Una maniobra para instaurar áreas desmilitarizadas y, en la medida de lo posible, despobladas. Gracias a Camp David, el ejército egipcio tiene prohibido instalar bases aéreas o concentraciones terrestres de envergadura que puedan facilitar una hipotética ocupación del territorio israelí. No así en el otro lado, en el que se justifican las instalaciones militares por razones de seguridad (una de las perversiones propagandistas del sionismo es hacer creer a medio mundo que son los otros quienes desean invadir sus posesiones; la realidad demuestra lo contrario). Como hemos podido comprobar durante estos quince meses de campaña contra Gaza, los egipcios no pueden decidir de forma unilateral quién entra o sale por el puesto de Rafah (sur de Gaza). Por ello, han de consensuar las gestiones de seguridad con la otra parte, al igual que en el resto del perímetro fronterizo.

Peor aún, el ejército israelí acabó asumiendo en exclusiva la jurisdicción sobre el llamado corredor de Salah al-Din o Filadelfia, que correspondía a los egipcios en la vertiente meridional, para evitar “con mayor eficiencia” los envíos de armas a Hamás y el resto de milicias armadas. Luego, tras los acuerdos de Wadi Araba en los noventa, se llevó a cabo algo parecido con los jordanos. O, en la misma década, los (desastrosos) acuerdos de Oslo que engendraron la Autoridad Nacional Palestina y los territorios A, B y C en los cuales el régimen de Tel Aviv, como siempre, hace de su capa un sayo interpretando sui generis las áreas de influencia y la supervisión de los asentamientos y los accesos entre ellos. La idea de las zonas intermedias desmilitarizadas y sin apenas población quiere volver a imponerse en el sur de Líbano, de donde ya han amenazado varios representantes israelíes que “no se van a ir del todo”. Pretenden repetirlo en Gaza.

La entrada en vigor de este alto al fuego certifica el fracaso de Netanyahu. Salvo asolar un territorio de 360 kilómetros cuadrados y masacrar a su población no han conseguido gran cosa

La entrada en vigor de este alto al fuego certifica el fracaso del primer ministro Benjamín Netanyahu. Salvo asolar un territorio de 360 kilómetros cuadrados, asesinar, herir o expulsar a una décima parte de su población y desplazar al resto por los confines de la Franja, no han conseguido gran cosa. Por supuesto, para los planes generales del sionismo “a lo bestia” que están padeciendo los palestinos, en Gaza pero también en Cisjordania, descomponer la sociedad palestina y ganar nuevos territorios para sus proyectos de expansión suponen un logro. Pero querían más. Recolonizar Gaza, imponer un gobierno títere, tan entregado pero más efectivo e incisivo que la Autoridad Nacional Palestina, publicitar la liberación de los presos tomados por Hamás, la Yihad y compañía, filmar la destrucción de todos los túneles excavados por las milicias palestinas, demostrar que su ejército sigue siendo el macho alfa de Oriente Medio…

Mas no lo han conseguido. Poco importa: para eso están las treguas y el modo de interpretarlas, máxime si los garantes internacionales se muestran comprensivos con las prioridades del régimen de Tel Aviv. Para sospechar por dónde pueden ir los tiros digamos que el ejército israelí mató a diez palestinos en las horas siguientes a entrar el acuerdo en vigor porque Hamás no había entregado la lista con los nombres de las tres primeras prisioneras israelíes en ser liberadas. Nada decía el acuerdo de que esta entrega era condición sine qua non y que una parte podía seguir bombardeando en tal supuesto. Lo pactado establece, por otra parte, que los desplazados, cientos de miles, podrán regresar a sus hogares reducidos a ruinas durante las próximas semanas; sin embargo, no se precisa una salida inmediata de las tropas de ocupación, que pueden seguir en las carreteras y corredores donde están asentados e impedir, por supuestas razones de seguridad, el paso de aquellos. Algo similar lleva ocurriendo en Líbano, donde las tropas ocupantes disponen de hasta sesenta días para retirarse de donde sea. Mientras no lo hagan, su simple presencia impide el retorno de los lugareños.

Los griegos (danaos) no pudieron conquistar Troya por medio de la guerra y lo fiaron a la negociación y los regalos. De ahí el famoso verso de Horacio, en boca del sacerdote visionario Lacoonte: “Timeo danaos et dona ferentes” (Temo a los griegos incluso si ofrecen regalos). La comandancia sionista no es tan sutil pero sí igualmente efectiva. Nada de regalos pero cuando fallan los remedios bélicos, parlamenta que algo queda. Temedlos, pues se las arreglarán para retorcer el acuerdo, probablemente en la denominada segunda fase, y buscar una fórmula para incumplirlo total o parcialmente. Viene en su ayuda un nuevo presidente estadounidense, especialista en reescribir los acuerdos “de forma creativa”. Por lo pronto, ya los ha obligado a parlamentar, a despecho de los ultraortodoxos. Sabe más que el sector recalcitrante del neosionismo: se trata de conseguir el mismo objetivo por otros medios. Aquí todo el mundo, o casi, conspira contra los palestinos. Ya se han acostumbrado a resistir en soledad ante las alimañas.

Sobre el autor
Ignacio Gutiérrez de Terán Gómez-Benita es profesor del Departamento de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad Autónoma de Madrid (UAM). Ha residido durante unos años en Líbano y Siria. Es autor de Hezbolá. El laberinto de Oriente Medio (Catarata, 2024).
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