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Ocupación israelí
Para que no se repita Auschwitz
Theodor W. Adorno nació en Fráncfort en 1903 y murió en 1969 en Suiza. Fue hijo de un rico comerciante judío y cantante católico italiano. Pero fue el hecho de haber vivido el primer medio siglo XX lo que le permitió analizar las transformaciones y perturbaciones históricas de ese periodo histórico, que vivió personalmente, entre otras cosas, porque tuvo que exiliarse cuando escapaba de los nazis.
Como judío intelectual de izquierda centroeuropea, sus reflexiones parten de la experiencia histórica que vivió su generación. Dos guerras mundiales, la revolución soviética, el antisemitismo, el nazismo, la revolución cultural en la república interbélica de Weimar, los campos de concentración, la bomba atómica, y luego la desnazificación, la creación del Estado del bienestar, y también la lucha estudiantil y los movimientos anticoloniales de los 60.
Según Adorno, Auschwitz destruyó el optimismo de la modernidad: millones de seres humanos fueron asesinados de la forma más fría y mecánica. Eran judíos, izquierdistas, homosexuales, gitanos, gente con diversidad funcional... No se podía volver a confiar en la racionalidad moderna y optimista que, según el filósofo, liberaría al hombre de todas las cadenas. ¿Cómo pudo ocurrir semejante barbarie?, se preguntaba.
Para que no se repita la historia, entendía Adorno, la filosofía debería tener la misión de comprender bien las causas, características y consecuencias de los horrores del siglo XX. Hannah Arendt dio una buena explicación al respecto en el libro de Eichmann en Jerusalén al acuñar el término de insignificancia del mal: los nazis no eran enfermos, la mayoría eran simples burócratas que obedecían órdenes de alguien sin reflexionar sobre las consecuencias. Más que odio, lo que había detrás de tantos horrores era simplemente una fría burocracia al servicio de un dictador.
Ahora bien, lejos de explorar las racionalidades más oscuras detrás de esta matanza, las principales industrias culturales, literarias y cinematográficas de mediados del siglo XX y principios del XXI impulsaron las narrativas de la más barata de las moralidades: nazis irracionales y bárbaros (equiparables a los bárbaros soviéticos), así como judíos y americanos. No es extraño que Adorno dijera que toda la cultura entorno a Auschwitz era basura. «Auschwitz destruyó el optimismo de la modernidad: millones de seres humanos fueron asesinados de la forma más fría y mecánica». Y no le faltaba razón.
Opinión
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Del mismo modo, para Zygmunt Bauman, el nazismo no fue un proyecto irracional contra la modernidad, sino una expresión extrema de los fundamentos conceptuales y de los productos técnicos de la civilización moderna. De hecho, en Modernidad y Holocausto afirmaba que fue el proyecto de la Ilustración y las normas e instituciones de la sociedad racional y burocrática occidental quienes habían creado las condiciones de posibilidad. “Sin la civilización moderna y sus logros fundamentales no habría Holocausto”, señalaba.
Fue precisamente esta concepción racional del mundo la que hizo posible la implementación del genocidio: el entramado tecnológico de la sociedad industrial, la sociedad burocrática y el diseño artificial del “estado jardinero” del mundo-EEUU. Representado como un jardín uniforme en el que la sociedad debía mantenerse limpia, el genocidio no era más que la limpieza de malas hierbas: judíos en el caso del nazismo, palestinos en el caso de Israel y de las potencias occidentales en la actualidad.
Representado como un jardín uniforme en el que la sociedad debía mantenerse limpia, el genocidio no era más que la limpieza de malas hierbas: judíos en el caso del nazismo, palestinos en el caso de Israel y de las potencias occidentales en la actualidad
En su lugar, tanto Adorno como otros pensadores de la época creían que el deber de la filosofía era compartir la culpa de los revolucionarios. ¿Por qué yo estoy vivo y otros muertos? El deber del pensamiento post-Auschwitz, entonces, pasaba por criticar duramente las condiciones culturales, sociales y políticas que habían permitido que aquello ocurriera con la mayor frialdad. Ahora bien, condiciones culturales y políticas no han cambiado, ni entonces ni en el presente momento histórico, marcado por el genocidio que Israel está llevando a cabo contra Palestina.
Por un lado, la racionalidad neoliberal emerge como una versión renovada de la racionalidad burguesa de principios del siglo XX, basada en el saqueo de tierras y de bienes comunes –anterior base constituyente del Estado de Israel, acuciado por la limpieza étnica de su población y el apoyo económico y militar de las potencias occidentales. Por otro lado, la barbarización de las poblaciones aparece como la misma subjetividad de modernidad utilizada hoy para las matanzas de colonialismos e imperialismos muy nuevos –los judíos eran ratas para los nazis, los árabes animales para el actual gobierno israelí.
La barbarización de las poblaciones aparece como la misma subjetividad de modernidad utilizada hoy para las matanzas de colonialismos e imperialismos –los judíos eran ratas para los nazis, los árabes animales para el actual gobierno israelí.
Finalmente, con una visión francesa cosmopolita y racional de la nación de la modernidad, seguimos diferenciando radicalmente a los nacionalistas civilizados –que no se consideran nacionalistas– de los nacionalistas bárbaros, reproduciendo nuevas barbarizaciones para hacer admisibles las violencias de masas. Para que Auschwitz no se repita, el grito de Adorno es un examen y una crítica de la condición civilizatoria de las matanzas de verdugos del siglo XXI.
En la coyuntura contemporánea, debemos comprender el espíritu de ese grito (“que Auschwitz no se repita”), no para caer en comparaciones inadecuadas, sino para comprender lo que está ocurriendo en este genocidio. Los valores occidentales (fundamentalismo imperial a. C.), o el islamismo radical, moral o inmoral (las manifestaciones propalestinas en Francia han sido prohibidas bajo el pretexto del orden moral, no por razón de orden público), bárbaros o civilizados, demócratas o violentos son los abonos culturales para las matanzas de ayer, hoy y mañana.
Todo artefacto cultural para el remordimiento de la posible desaparición del pueblo palestino de mañana no será más que basura, nuevo abono cultural para las nuevas matanzas posteriores. En este contexto, la defensa de los derechos del pueblo palestino se convierte también en lucha por otra civilización y racionalidad más justas. Como decía recientemente Angela Davis, «la cuestión palestina se ha convertido en un test moral para el mundo». ¿Volveremos a equivocarnos?
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Quizá el problema sea que sólo hemos aprendido algo así como “evitemos que nos pase como a los judíos”, cuando debería haber sido “evitemos que nos pase como a los nazis”. Porque todos somos humanos, e igual que, por ello, corremos el riesgo de convertirnos en victimas, tenemos el mismo riesgo de convertirnos en verdugos. Y eso, no lo hemos previsto.