La mentira, ese privilegio de la derecha reaccionaria

La hipocresía ha muerto, ¡larga vida a la mentira!, o cuando mentir con descaro recibe más premio que castigo.
Rosario Martínez Leal
31 jul 2025 06:00

Ya desde la antigüedad se ha señalado el daño que causa la mentira en las relaciones sociales, véase el octavo mandamiento: “No darás falso testimonio ni mentirás”, del Decálogo recogido en la Biblia y considerado la base de la ley moral de las religiones judeocristianas. No obstante, y aunque los distintos poderes a lo largo de la historia reciente han impuesto esa norma moral a la población en forma de ley, en paralelo la misma sociedad accidental ha institucionalizado la hipocresía como una forma de la mentir y también como un privilegio de clase. En determinadas esferas de poder económico y político tan solo es necesario aparentar que se actúa con honestidad para poder exigir la rectitud de todos.

Cuando alguien que miente es descubierto en su engaño no es de esperar que admita la culpa, puesto que eso sería un acto de honor y contrición, sino más bien que vuelva a mentir haciéndolo pasar por un malentendido, un desconocimiento o un error propio o ajeno y aunque dicha actuación goza de legitimidad legal (ya que nadie está obligado a declararse culpable), habitualmente, ante la evidencia de una mentira concurre en una condena social.

En la vida pública y cada vez con más frecuencia no paran de sucederse acontecimientos donde personajes mediáticos mienten con descaro sobre sus actos, sus estudios o su patrimonio y a cambio no solo no reciben ninguna condena social sino que por el contrario despiertan simpatía y admiración. Esos personajes subidos a la ola de la derecha reaccionaria instrumentalizan la mentira como herramienta de poder.

La sabiduría popular es conocedora del engaño de las apariencias y que en multitud de ocasiones su carácter seductor y embaucador proporciona la ventaja que hace doblemente privilegiados a los poderosos; pero ahora, el componente novedoso, es que además de mentir, estos mentirosos privilegiados también pueden presumir de ello. Desde este punto, debemos tomar conciencia del enorme problema que supone que este tipo de personaje llegue a una posición de elevado poder político, porque derribar la barrera de la honestidad (o su apariencia) le confiere el poder de destruir las instituciones que le sean incómodas o de hacer pasar dictaduras por democracias.

Mentir no es solo contrario a decir la verdad, también es lo contrario a hacer justicia. La idea de verdad (noción de correspondencia entre creencia y realidad) es la que subyace en los conceptos de Justicia y de Autoridad, de ahí la obligatoriedad de “decir la verdad” en un interrogatorio judicial o en sede parlamentaria, o del juramento que hace un representante público para sustentar la autoridad de su cargo. Es por tanto la verdad y actuar de “buena fe” (obrar con sinceridad, honestidad y rectitud) lo que sostiene a las estructuras sociales de la democracias y sus instituciones.

No sabemos con certeza el origen de este fenómeno, si el coste social de mentir es inversamente proporcional a la cantidad de mentira circundante o si los canales de difusión y redes sociales son los responsables del aumento de la desinformación, su motivo o circunstancia. Tampoco sabemos si esta desinformación ha sido planificada o inevitable, o si los mentirosos reaccionarios son consecuencia, germen o simples pescadores, si son nuevos modelos o los mismos de siempre. Lo que si sabemos es que la mentira puede ser planificada con el fin de influir y producir un cambio de actitud en la audiencia sin apenas necesidad de procesamiento cognitivo, ya sea mediante el mensaje (“Los inmigrantes son delincuentes”), por la características del comunicador como la apariencia, clase y estatus (“Comunismo o Libertad”), o por la propia audiencia y sus reacciones positivas o negativas en los medios o redes en las que interactúan.

Y también sabemos que la única manera de combatir el engaño es con la verdad, pero no con la verdad intelectualizada que requiere de un esfuerzo (aunque también), sino con la verdad simple que está en la realidad que vivimos, con el reconocimiento de nuestro entorno inmediato y las circunstancias que nos afectan, aterrizando en nuestra vida, la que está delante de nuestros ojos y no detrás de las pantallas grandes o pequeñas.

Este artículo no trata de los mentirosos que los hay de todas las clases sociales e ideologías políticas, sino del uso de la mentira y de su coste social, de cuando un probable insulto termina siendo un aclamado eslogan político con simpatías frutícolas, de cuando un curriculum falso desata una guerra política y mediática que intenta hacer honorable a la persona mentirosa, del lawfare con descaro y de tantos sucesos que de tener otros protagonistas tendrían sin duda una mayor repulsa social. La derecha reaccionaria mediante el uso de la mentira se está aupando de nuevo a las posiciones de poder y no tardará en hacerse con el relato.

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