El PAI de Benimaclet: urbanismo canalla

Situado al norte de la ciudad, Benimaclet es uno de los barrrios-pueblo mejor conservados que aún quedan en València. Con un tejido social y asociativo ejemplar, con una huerta aún productiva, se enfrenta a su mayor amenaza: el PAI de Metrovacesa, puro urbanismo canalla.
Rafael Daza
14 oct 2025 14:12

Las ciudades las construyen quienes las habitan; son el reflejo de relaciones sociales, usos y modos de vivir. Son también el tablero en el que se expresan y se dirimen conflictos y tensiones de clase. Quien lo controla, gana. Por eso, a menudo, se las roban a sus habitantes y se las entregan en sacrificio interesado a un equipo de planificadores urbanistas. La planificación urbanística nace con el capitalismo industrial, a mediados del siglo XIX, y en seguida se convierte, bajo pretexto de dignificar, proteger, higienizar los barrios, en la mejor arma que poseen las clases dominantes, y el poder financiero, para desplazar al vecindario, negarles el espacio, apoderarse de él... y sacar provecho.

Es lo que está ocurriendo en Benimaclet (València) con el Plan de Actuación Integral (PAI) que se cierne sobre este barrio-pueblo del norte de València, y que destruiría los últimos restos de huerta productiva en el interior de la ciudad; también caminos y acequias tradicionales, alquerías históricas que, como la de Tello, alberga el CSOA l'Horta, un referente en Benimaclet desde hace más de 10 años. Pero, sobre todo, acabaría con una forma comunitaria de vivir el barrio, modelo de activismo social para toda la ciudad.

Metrovacesa es la empresa que promueve el plan actual. Se trata de una de las mayores inmobiliarias de España, propiedad mayoritaria del Banco de Santander y BBVA. Con el PAI de Benimaclet Metrovacesa obtendrá unos beneficios de más de 130 millones de euros, según se deduce del Informe de Sostenibilidad Económica que acompaña al proyecto, y obligará a la administración local a unos gastos que superarán los 14 millones. Su PAI consiste básicamente en la construcción de un gran número de torres de gran altura para viviendas de un precio inalcanzable para quienes realmente las necesitan. La promotora edulcora sus planes extractivistas con el diseño de supuestas zonas verdes entre las torres, y, como es preceptivo, prometiendo que Benimaclet será por fin un barrio ordenado, limpio y seguro. Ocultan, pero saben, que con ese PAI Benimaclet verá alterada toda su estructura urbana y social, con un aumento de la población, de clase alta, o turistas, que no habitará el barrio, y que, por tanto, debilitará sus redes comunitarias y activistas. A ello se añaden más tránsito rodado, más contaminación, más consumo de recursos.

En su libro Contra lo común: una historia radical del urbanismo (Madrid: Alianza, 2023) Álvaro Sevilla-Buitrago estudia distintos casos de desposesión espacial y planificación urbanista propia del capitalismo, y hay una estrategia que coincide en la mayoría de ellos, ya sean las reformas urbanas de Nueva York y Chicago, que se desarrollan desde la segunda mitad del s.XIX, como las que tienen lugar en el Berlín de la República de Weimar: el control paulatino de la opinión pública, del sentido común. Para ello se lanzan campañas en prensa, alabando las reformas, y el modelo de ciudad que se propone, o se crean, desde los promotores, medios dedicados en exclusiva a sembrar en la población la idea de que tales reformas son inevitables, y deseables. En Benimaclet se está siguiendo el mismo esquema.

Los supuestos beneficios que reportaría al barrio el PAI de Metrovacesa son a menudo destacados en artículos de gran parte de la prensa del País Valencià, y en publicaciones locales, mientras resulta cada vez más difícil encontrar voces que recojan las luchas que contra el plan se llevan a cabo en Benimaclet desde hace muchos años, o las alternativas, fruto de un largo proceso participativo vecinal, que proponen plataformas como Cuidem Benimaclet (Ara Benimaclet). Metrovacesa, en esta misma línea, ha resucitado, o quizás inventado, a alguna asociación cultural desconocida hasta ahora para entregarle como sede una alquería tradicional que, desde hacía tiempo, servía de vivienda, y de espacio comunitario, a un grupo de vecinas; o ha fabricado incluso un espacio artificial, para las redes sociales, Beniviu, que organiza talleres a los que nadie acude, y mesas informativas con personal contratado, en los que vende las virtudes de su PAI, ocultando siempre las únicas razones que mueven a la empresa, es decir, a sus poderosos accionistas propietarios.

Pero el PAI actual no es obra solo de su promotora. Metrovacesa hereda, y aprovecha, las decisiones u omisiones de todos los gobiernos municipales de la ciudad, desde que a finales de los 80 el consistorio de turno permitiera la clasificación de los terrenos como urbanizables, hasta el actual, que quiere completar el destrozo, en línea con sus políticas favorables a un modelo de ciudad para ricos, donde prima la apariencia y lo privado, y se desprecian, y persiguen, las prácticas comunitarias surgidas desde abajo. Es, en suma, la necesaria alianza habitual entre dinero y leyes, entre poder financiero, poder político, y gran parte de la prensa al servicio de ambos. Una alianza imprescindible para hacernos creer que no es posible imaginar otro mundo distinto.

César Rendueles, en Capitalismo canalla (Barcelona: Seix Barral, 2015) retrata al capitalismo como un villano invencible que solo busca, de formas no siempre sutiles, satisfacer su avaricia y reproducirse. El PAI de Metrovacesa que amenaza Benimaclet, igual que otros muchos planes semejantes, es urbanismo canalla porque nace desde el poder, porque bajo su amable apariencia esconde un monstruo, y, sobre todo, porque quiere convencernos de que es inevitable.

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