Opinión socias
R murió porque estaba gorda


Cuando mi madre me llamó para decirme que R se había muerto, me quedé helada. Sabía que había tenido un cáncer de mama bastantes años atrás, pero, desde entonces, parecía estar bien. Había tenido un hijo, había montado un negocio de cariz ecológico con una socia, la madre de un compañero de su hijo a quien también le preocupaba el medioambiente. Se la veía tan feliz y dicharachera como siempre, llena de energía y de aquellas sonrisas que repartía a diestro y siniestro, de carcajadas y de su pizquita de mala leche y cotilleo, también.
Pero, claro, cuando murió hacía mucho que no la veía. Había pasado todo lo de la pandemia, con el confinamiento, la distancia social, las dificultades para viajar… Yo apenas había pisado el pueblo en mucho tiempo. “Supongo que el cáncer volvió, pero la verdad es que no lo sé. No tenía ni 50 años. El niño no creo que llegase a los diez”. Fue todo lo que me pudo decir mi madre, que estaba igual que yo.
Ya habían pasado un par de años cuando nos encontramos a M, la madre de R. Al principio, torpes, evitamos el tema, pero, cuando ella le preguntó a mi madre por su recién estrenado nieto, mi madre le preguntó, casi como un acto reflejo, por el suyo. Y M empezó a hablar de R. “Ella fue muchas veces a ver a su médica, ¿sabes? Muchas veces. Le dolía siempre mucho la barriga, siempre. Pero le decían que eso eran gases, que si comiese mejor no tendría tantos. Pero comía bien, desde el cáncer y desde el niño se cuidaba, comía muy bien, se cuidaba mucho. Y volvía a la médica, pero tardaban mucho en darle cita, por la pandemia y eso, siempre tardaban porque no les parecía importante. Otra vez le decían que hiciese deporte y comiese mejor, que eran gases. No la iban a mandar a un especialista ni hacerle pruebas por unos gases, por unas malas digestiones. Pero a ella le dolía cada vez más y ya sabéis cómo era, que no era de quejarse, pero iba mucho al centro de salud, insistía mucho. Iba sola, claro, porque con lo de la pandemia no podíamos acompañarla. Al final, consiguió que la enviasen al especialista, pero no le dieron urgente ni preferente o eso, tuvo que esperar mucho. Y cuando fue, no nos dijo gran cosa. Que estaba bien, que no pasaba nada, que a lo mejor sí que era una tontería. Y al poco me preguntó si yo cuidaría al niño si a ella le pasaba algo, y, claro, qué tontería, si llevo cuidándolo desde que nació, y qué te va a pasar a ti, si no tienes nada. Y luego yo me empecé a preocupar más, porque cada vez la citaban más ya en el hospital y un día me dijo que no eran solo gases, que era cáncer, pero que bueno, ya lo había pasado una vez, ¿no? Y que no pasaba nada, pero que yo le tenía que prometer que cuidaría al niño, y ella seguía yendo sola por lo de la pandemia y yo ya no sabía qué pensar. Y un día se encontraba muy, muy mal y la ingresaron. Y ya no volvió a casa. Nos dejaban visitarla, de uno en uno, con cuidado, pero no entendíamos nada, y un día la enfermera habló fuera con su hermano, y luego a mí me dijo que saliese, que R tenía mucho dolor y que le tenía que poner medicación y yo no sé qué le pusieron, pero ahí se acabó todo, ahí se murió, ahí perdí a mi hija…”. A estas alturas, M ya se había roto. Se le había ido quebrando la voz según avanzaba en ese monólogo interior en alto y ahí ya sollozaba. Solo pude abrazarla muy fuerte y dejarla llorar y decirle que unos días antes mi hermano y yo habíamos estado hablando de ella y contarle un recuerdo que la hizo reír un poco entre las lágrimas y volver a abrazarla y dejarla llorar más mientras me decía que algo así no se supera, que no podía entender por qué no le hicieron caso, por qué llegaron tan tarde si ella insistía tanto y vivía con aquel dolor.
Lo que no he dicho es que R estaba gorda. Quizás obesa, no lo sé, qué más da. En esa misma época, yo estaba extremadamente delgada por un tema de salud mental, tenía problemas digestivos y estaba débil. ¿La respuesta? Colonoscopia y endoscopia de urgencia, TAC, digestólogas, endocrinas, biopsias, análisis de sangre, de heces, de orina… Mientras R se quejaba de un dolor insoportable y solo le daban pautas para llevar una vida más sana, es decir, para adelgazar, a mí me hacían todo tipo de pruebas, adecuadas a los síntomas y signos que presentaba. ¿La diferencia entre las dos? Quizás unos 30 kg, o alguno más o alguno menos. Todo esto lo pensaba mientras su madre hablaba, iba comparando la diferencia de trato. Y, mientras la abrazaba, aunque no le dije nada, pensaba que R no se había muerto. A R la dejaron morir. Quizás podrían haber llegado a tiempo de sanar. O a tiempo de tener un poco más de tiempo. O a tiempo de paliar el dolor con el que vivió los últimos meses. Pero no fue así, porque su cuerpo no era válido y no merecía atención. No fue así porque era su culpa no pesar 30 kg menos. Porque la apariencia no debería influir en el diagnóstico, pero influye. R murió de cáncer, sí. Pero murió como murió porque estaba gorda.
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