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Opinión
Abolir la familia, la perspectiva de une superviviente
Algo esta fallando. Ya nos cuesta imaginarnos el fin del capitalismo, pero ¿abolir la familia? El feminismo, desde hace mucho, parece haber abandonado esta vieja demanda feminista, y este año el movimiento LGTBIQA+ en el Estado español va a celebrar veinte años del matrimonio igualitario, es decir, su inclusión en esta institución patriarcal del matrimonio y de la familia que marca una nueva “homonormatividad”, que es principalmente una copia de la heteronormatividad. Estamos mal. Nos falta imaginación, nos faltan visiones de otras formas de convivencia y crianza.
Escribo este artículo desde mi perspectiva como una persona superviviente de la familia. Superviviente de abuso sexual, de maltrato y negligencia psicológica y emocional, abusos que me han dejado con un trauma complejo con el que estoy todavía aprendiendo vivir. Vivir, y no solo sobrevivir, como he hecho durante décadas de mi vida. Escribir desde una perspectiva superviviente, de una manera, es escribir desde la perspectiva de niñe, poner un contrapunto en el debate dominado por perspectivas adultocentristas.
Cuando pienso en familia, las primeras palabras que me vienen son violencia, abuso (sexual), abandono, maltrato, chantaje emocional… Ni un milisegundo de mi vida me he planteado formar una familia.
Mientras estoy muy de acuerdo con el diagnóstico del papel de la familia en el orden económico y político como lo plantean por ejemplo Nuria Alabao en este artículo o Sophie Lewis en su libro Abolir la familia (Traficantes de sueños, 2023), de una manera me sobra este diagnóstico. Solo tengo que pensar en mi propia experiencia, mirar a mi entorno, a mis amistades, y lo que veo es violencia, maltrato, abuso, abandono emocional, … con todos los traumas resultantes. ¿Es posible que simplemente tantas hemos tenido mala suerte? ¿Quizás hay un problema más estructural, que no falla algo en unas (muchas) familias individuales, sino el sistema de la familia es el fallo?
La familia, un sistema de maltrato y abuso
La familia se vende como un espacio seguro, un lugar de amor y de cuidados mutuos. Sobre todo, se dice que la familia es el mejor lugar para les niñes. Esto no podría ser más lejos de la realidad. Según un metaanálisis sobre violencia física sufrida o atestiguada en la familia al nivel global, en Europa un 12,7% de niños y niñas ha sido víctima de violencia física en su familia, con una tasa más alta para niños en comparación con niñas —niñes no están incluides en el análisis—, y un 10,5% ha sido testigos de violencia física en su familia. Otro metaanálisis global de más tipos de abuso y maltrato llega a resultados todavía más altas: un 14,3% de niñas y un 6,2% de niños habían sufrido abuso sexual, un 27% de niños y un 12% de niñas habían sufrido abuso físico, un 6,2% de niños y un 12,9% de niñas habían sufrido abuso emocional, y un 14,8% de niños y un 13,9% de niñas habían sufrido negligencia durante su infancia. En lo general, los niños sufren más abuso físico y negligencia, y las niñas más abuso emocional y sexual. Los padres perpetran más abuso físico y sexual, las madres abuso emocional y negligencia.
Una investigación en el Reino Unido llegó a la conclusión que 41,7% de niños, niñas y niñes fueron expuestos a alguna forma de maltrato infantil —abuso físico, sexual o emocional o negligencia física o emocional—. Unos 19,3% fueron testigos de violencia domestica entre sus padres o cuidadores en el ámbito de la familia. El famoso ACE Study (Estudio de Experiencias Adversas en la Infancia) de 1998 en Estados Unidos llegó a tasas de prevalencia de 11,1% de abuso psicológico, 10,8% de abuso físico, 22% de abuso sexual, y 12,5% de exposición a violencia domestica hacia la madre. A menudo, niños, niñas y niñes sufren más que una forma de maltrato o abuso a la vez.
En el Estado español, se estima que el 18,9% de la población ha sido víctima de abusos sexuales en la infancia (15,2% de los hombres y el 22,5% de las mujeres), en más de la mitad perpetrados por una persona de la familia
En el Estado español, se estima que el 18,9% de la población ha sido víctima de abusos sexuales en la infancia (15,2% de los hombres y el 22,5% de las mujeres), en más de la mitad perpetrados por una persona de la familia. Según un informe realizado por Save The Children, más del 25 por ciento de los niños y niñas en España han sido víctimas de maltrato por parte de sus padres, madres o cuidadores.
No obstante las variaciones considerables entre las distintas investigaciones, todas muestran a la familia como un lugar —el lugar principal— de abuso, maltrato y negligencia. Investigaciones que diferencian por orientación sexual, como, por ejemplo, una investigación en Estados Unidos, en lo general llegan a tasas de prevalencia de abuso y maltrato en todas las categorías mucho más altas para personas LGTBIQA+ en comparación con personas heterosexuales. Y niñes que muestran comportamientos no conformes con su sexo asignado a nacer sufren todavía más abuso de todo tipo.
Más allá de los abusos, un 40% de niños, niñas y niñes nunca consiguen construir un apego seguro con une de sus cuidadores. Según una investigación del Sutton Trust en Reino Unido, “muchos niñes no tienen relaciones de apego seguras. Alrededor de 1 de cada 4 niñes evita a sus padres cuando están disgustades, porque ignoran sus necesidades. Otro 15% se resiste a sus padres porque les causan angustia”. Según la misma investigación, el apego inseguro de les progenitores es el factor de riesgo más importante, es decir, el apego inseguro se reproduce de generación a generación si les progenitores con un apego inseguro no se trabajan sus propios estilos de apego y traumas.
¿Es la familia un lugar seguro, de amor y cuidados? Las cifras desmontan este mito. Podemos decir que para niños, niñas y niñes, el lugar menos seguro y más peligroso es su casa familiar
A estos cifras de maltrato y negligencia de niñes podemos añadir la alta prevalencia de violencia en parejas, violencia de género o violencia domestica. Atestiguar estas violencias también tiene consecuencias negativas para niñes.
¿Es la familia un lugar seguro, de amor y cuidados? Las cifras desmontan este mito. Podemos decir que para niños, niñas y niñes, el lugar menos seguro y más peligroso es su casa familiar. Con estas cifras —una prevalencia de maltrato entre 15% y 40%—, ¿cómo podemos pensar que falla algo a nivel individual, que el problema no es la estructura (la familia), sino una falta de educación, de recursos, etcétera?
Os invito a un experimento mental. Nos imaginamos que una sociedad quiere elegir entre varios modelos de convivencia y crianza: la crianza en tribu o en comunidad, otros modelos que de los que no tengo ni idea que podrían ser, y la crianza en la familia. Se estima predicciones de maltrato de niños, niñas y niñes para cada modelo. ¿Nos podemos imaginar que se elegiría un modelo con una predicción de maltrato de 25%? Lo dudo.
Opinión
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Maltrato infantil: daño para toda la vida
El maltrato infantil deja daños para toda la vida, lo sé de mi propia experiencia. Por ejemplo, el trauma complejo se refiere a experiencias negativas tempranas que implican negligencia, y/o abuso, que ocurren en una relación de apego con la persona que ejerce el cuidado primario, implicando que la figura que se supone debe dar afecto, amor, y protección a la criatura es, al mismo tiempo, una fuente de ansiedad, amenaza, negligencia, y/o abuso, de experiencias angustiosas como el maltrato verbal, el abandono, el acoso, la invalidación emocional, el abandono, etcétera.
Por su carácter continuado, esos abusos generan una reacción de estrés que deja huella en el cerebro. Además, estas son situaciones que pasan desapercibidas externamente y tienen un carácter acumulativo. En muchos sentidos, el trauma complejo es relacionados con “no eventos”, las cosas que no sucedieron cuando deberían haber sucedido —una mirada, una sonrisa, ser tenido en cuenta o un abrazo reconfortante—. Estos no eventos tienen un impacto importante, aunque no se quedan recuerdos más allá de sensaciones emocionales.
Todo esto conozco muy bien. Se estima que hasta un 7,7% de les adultes sufren de trastorno de estrés postraumático complejo (TEPT-c o TEPT complejo) y hasta un 20% sufren de trastorno de estrés postraumático. A mí, estas cifras me parecen demasiado bajas. No obstante, hay que tomar en cuenta que no se trata de un simple binarismo —o tienes TEPT o TEPT complejo según los criterios diagnósticos estrictos, o estás bien—. Problemas de regulación emocional, de formar relaciones profundas, de conducta, de confianza, de una imagen negativa de si misme, pueden estar presentes y pueden causar problemas considerables sin cumplir todos los criterios diagnósticos para el TEPT o TEPT complejo.
El trauma complejo, a menudo también llamado trauma complejo de desarrollo o trauma de desarrollo, en la gran mayoría de casos es consecuencia de maltrato y negligencia emocional prolongada en la infancia y adolescencia
El trauma complejo, a menudo también llamado trauma complejo de desarrollo o trauma de desarrollo, en la gran mayoría de casos es consecuencia de maltrato y negligencia emocional prolongada en la infancia y adolescencia. Aquí vemos muches de los 15% de niñes que evitan a sus padres porque les causan angustia, les supervivientes de abuso sexual y de otras formas de maltrato prolongado.
También hay otras consecuencias para la salud mental y física: trastornos de alimentación, depresión, otros trastornos mentales, el uso y abuso de sustancias (drogas), y un largo etcétera. Del estudio ACE en Estados Unidos sabemos que las experiencias adversas en la infancia tienen un impacto profundo en muchas áreas de la salud de las personas adultas.
Hacia otros modelos
Entonces, abolimos la familia. ¡Ya! Pero, ¿qué ponemos en su lugar? Sophie Lewis dice: “Nada”. Una respuesta quizás demasiado simple.
Es cierto que en el sistema actual la familia cumple funciones para las que la mejor respuesta es este “nada”. Como dice Nuria Alabao, “la familia no es una institución neutra: todavía se sostiene sobre relaciones jerárquicas de subordinación de género-edad y de raza/origen migratorio. […] Como institución, la familia tiene una función económica central, siempre ha sido esencial para la reproducción de clases en el capitalismo para asignar herencias, transmitir la propiedad o garantizar el pago de las deudas”. Estas son las funciones que no queremos sustituir. Basta con el “nada” de Sophie Lewis. No necesitamos una policía de género, no necesitamos una institución que reproduce el patriarcado y prepara a las criaturas para un buen funcionamiento en el capitalismo.
No obstante, hay otras funciones de la familia en el sistema actual, por ejemplo la crianza y los cuidados, que la familia cumple bastante mal, como he mostrado arriba, pero que sí son necesarios. Necesitamos otros modelos de convivencia, de relacionarnos, de crianza y de organizar a los cuidados.
A día de hoy, el feminismo mainstream no tiene nada más que ofrecer que promover la “corresponsabilidad” en la crianza, es decir, la participación igual de los padres en la crianza. ¿Donde están las visiones más radicales?
No quiero decir que niñes necesitan a su madre, padre o xadre biológica, pero sí necesitan personas adultas que les permiten un apego seguro y estable
Según Nuria Alabao, “en el socialismo del S. XIX vinculado al movimiento obrero, y después en los 70, el feminismo de clase pedía la socialización de la reproducción social: comedores populares, guarderías 24 horas o inventaba experiencias de crianza o sostenimiento en los márgenes…”. No obstante, incluso estas propuestas no cuestionan de una manera más profunda la familia misma. Son propuestas más enfocadas en permitir a las mujeres participar en el mercado laboral. Al fin y al cabo, son propuestas adultocentristas. Y, respecto a las miserables cifras de niñes con un apego seguro, temo que estás propuestas podrían incluso empeorar la situación de les niñes si se mantiene el modelo de la familia nuclear. Con esto no quiero decir que niñes necesitan a su madre, padre o xadre biológica, pero sí necesitan personas adultas que les permiten un apego seguro y estable.
En este sentido, quizás incluso viene bien “descentrar” a les progenitores biologiques, pensar en cuidados y en una crianza en comunidad, en tribu, modelos de crianza que incluyen a una red, una comunidad de personas adultas en la vida de les niñes. El proverbio africano “se necesita un pueblo para criar a une niñe” va en esta dirección. Les niñes necesitan más relaciones seguras y estables con personas adultas, más allá de sus progenitores , un “pueblo”.
Hay algunas investigaciones sobre la perspectiva de les niñes que se cría en relaciones no monógamas consensuadas. Según Elisabeth Sheff, “la presencia de más de dos personas adultas en el entorno familiar proporciona varias ventajas a les niñes, como recibir más atención, cuidados y tiempo de les adultes significatives, recibir más regalos en acontecimientos especiales y estar expuestes a un mayor número de modelos positivos en los que inspirarse. También les permite crear lazos familiares con otres niñes más allá del parentesco biogenético y tener más hermanes”.
La red de crianza no tiene que ser limitada a los vínculos afectivos sexuales de les progenitores: estoy pensando en redes de la anarquía relacional, en redes que descentran el amor y a la pareja
Otra investigación reciente con niñes dice: “Les niñes que viven en un hogar poliamoroso suelen considerar a las parejas románticas de sus padres como personas de recursos, lo que fomenta el desarrollo de una concepción positiva de estes adultes en le niñe. Muches niñes explicaron su afecto por las parejas de sus padres destacando cómo estes adultes cuidaban de elles y les apoyaban, emocional y materialmente. Esto se hace eco de los estudios llevados a cabo con padres que practican la NMC, quienes describieron a sus parejas románticas extradiádicas como apoyo, cariñosas y comprensivas, no sólo para elles, sino también para sus hijes". Pensando más allá, en el concepto del “pueblo” o de la comunidad, la red de crianza no tiene que ser limitada a los vínculos afectivos sexuales de les progenitores. Estoy pensando en redes de la anarquía relacional, en redes que descentran el amor y a la pareja (o las parejas).
Esto no es tan sencillo. Myriam Rodríguez del Real y Javier Correa Román dicen en un artículo en El Salto: “La cuestión central es comprender que la amistad ha sido vaciada de contenido material para poder centralizar la pareja. Las sociedades construyen sistemas de parentesco y afinidad que determinan qué vínculos son reconocidos y cuáles quedan en los márgenes. La pareja monógama heterosexual se constituye como el centro de estos sistemas, y el resto de relaciones (incluida la amistad) se reconfiguran en función de ella". Y: “Por tanto, no se trata simplemente de «dar más importancia a las amigas», sino de rechazar las configuraciones actuales tanto de la pareja como de la amistad para crear nuevas formas relacionales. Necesitamos «desorientar» (...) las nociones normativas del afecto para poder imaginar otras formas de habitabilidad relacional. Solo en la medida en que pensamos otras formas de amistad, la pareja deja de tener sentido como centro organizador de nuestras vidas”.
En una charla sobre abolir la familia en Sevilla hace dos años, pensando en alternativas a la familia, Nuria Alabao habló de construir relaciones con una obligatoriedad recíproca (para poder asumir los cuidados), y que este tipo de relaciones necesitan su tiempo para construirlas. La obligatoriedad ya tenemos en la familia actual, y dudo mucho que contribuye a cuidados adecuados, ni para niñes, ni para adultes o mayores. Para mí, cuidados por obligación no son cuidados sino más bien un sacrificio. Y, a día de hoy en su gran mayoría son las mujeres que tienen que hacer este sacrificio para cuidar a sus padres u otro familiar.
¿Cómo llevamos nuestras experiencias de redes de apoyo mutuo al centro de la sociedad? ¿Cómo cambiamos nuestros imaginarios para qué nos veamos capaces de confiar en estas redes?
Personalmente, pienso más en asumir compromisos, es decir, voluntariamente asumo un compromiso en una relación (de cualquier tipo), que no requiere reciprocidad. Se trata más de confiar en la red (de la anarquía relacional, de mi comunidad), en que cuando yo necesito cuidados o apoyo, habrá una persona de la red (o varias) que lo pueden asumir, y no tienen que ser las mismas personas que antes habían recibido un apoyo mío. Siento que es algo que en mi red ya estamos intentando a practicar.
Hil Malatino, en su libro Cuidados trans (Bellaterra, 2021), ofrece esta definición mínima de comunidad: personas que están retejiendo. Y cuando repaso mi experiencia de los últimos nueve años, afrontando mis traumas de mi familia, ha sido un retejer permanente de mis redes. Algunas personas salieron de mis redes, otras se sumaron. Quizás, deberíamos dejar atrás la idea de una red de apoyo mutuo estable para toda la vida que debería asumir los cuidados y apoyos – emocionales, económicos, de crianza, cuando estamos enfermes, que hoy en día asume (muchas veces mal) la familia, y en vez de esto confiar en nuestras redes, siempre frágiles, siempre en reconfiguración, pero capaces de sostenernos cuando las necesitamos? No sé. A mi misme me da miedo todavía, pero, al mismo tiempo, mis redes me han sostenido durante los últimos años, y siguen sosteniéndome.
¿Cómo llevamos nuestras experiencias de redes de apoyo mutuo al centro de la sociedad? ¿Cómo cambiamos nuestros imaginarios para qué nos veamos capaces de confiar en estas redes? ¿Cómo podemos fortalecerlas?
No tengo las respuestas. Creo que se trata de construir caminando y experimentando. Esto solo es un inicio. Y, para mi, construir alternativas a la familia, nuevas estructuras de apoyo mutuo y cuidados, es una pregunta de supervivencia. He sobrevivido a mi familia, y he llegado hasta aquí gracias a mis redes.