Opinión
Abolir el Mundial

El fútbol necesita desesperadamente una transformación drástica para interrumpir su impacto medioambiental, la corrupción, las violaciones sistemáticas de los derechos humanos, el patrocinio de empresas muy problemáticas y el lavado de dinero por parte de las casas de apuestas.

El fútbol es más popular que Jesús de Nazaret y John Lennon juntos. Y a simple vista, parece un pasatiempo poco dañino para el medioambiente: los jugadores solo necesitan una pelota, algo de espacio y ganas de correr. Pero los datos son estremecedores: el fútbol es responsable directo del 0,3-0,4% de las emisiones anuales de dióxido de carbono del mundo, equivalente a las emisiones de Dinamarca. El Wall Street Journal informa que en 2024 este deporte generó más de 30 millones de toneladas métricas de CO2, derivadas del uso de combustibles fósiles como fuente de energía, equivalente a la combustión de 150 millones de barriles de petróleo. Cada partido de la fase final de la Copa Mundial masculina emite entre 44 000 y 72 000 toneladas de gases invernadero, la misma cantidad que 30 000 a 50 000 automóviles en las carreteras británicas cada año. Estudios recientes estiman que las emisiones por la Copa del Mundo oscilan entre 1,65 y 3,63 millones de toneladas de CO₂e durante el periodo 2000-2026.

Consideremos también cómo se fabrica el equipamiento básico del fútbol: botas y balones. Generaciones de canguros han sido sacrificados, con el beneplácito del gobierno australiano, como materia prima para botas de “cuero k”, mientras que las pelotas procedentes de Pakistán se fabrican con cuero sintético derivado del petróleo, caucho y algodón extraídos de especies vegetales, y cuero y pegamento obtenidos de animales sacrificados antes de su vida útil natural. Los 60 millones de balones vendidos en 2010 viajaron desde los talleres de costura de Sialkot hasta los campos de fútbol profesionales de Europa y América. Primero están los talleres de costura, a menudo clandestinos, a los hay que añadir las empresas de transporte, las administraciones de aduanas, los equipos, la industria publicitaria, los minoristas de artículos deportivos y los grandes almacenes. La cadena convierte una bola de 63 rupias (0,62 euros) en un producto que cuesta más de 100 euros.

Pensemos también en el agua y los productos químicos utilizados en la construcción y el mantenimiento de los estadios, la electricidad necesaria para ver los partidos y apostar o informar electrónicamente sobre los mismos y el impacto del turismo.

El patrocinio de empresas con altas emisiones de CO2 es responsable por sí solo del 75% de las emisiones del deporte, pues estimula la demanda de productos y estilos de vida altamente contaminantes. Las grandes multinacionales ecoblanqueadoras utilizan el fútbol para tapar sus vergüenzas medioambientales. Por ejemplo, poco después de que Repsol derramara miles de barriles de petróleo en 1400 hectáreas de la costa del Pacífico peruano en 2022, matando la vida nativa y destruyendo los medios de vida de miles de personas, la empresa firmó un patrocinio con la selección nacional. El lema del proyecto, también asociado con el apoyo a los representantes de jóvenes y mujeres, fue “Veamos el futuro”. En nuestro país, Repsol y Petronor han cerrado un acuerdo para suministrar energía renovable al Athletic Club de Bilbao que supuestamente demuestra el compromiso de la multinacional con la descarbonización. Mientras tanto, la Autoridad de Normas de Publicidad del Reino Unido descubrió que Repsol había distorsionado su compromiso medioambiental al destacar su producción de combustibles sintéticos y biocombustibles, cuando en realidad este tipo de combustibles solo suponen una pequeña fracción de su negocio principal, que sigue siendo los combustibles fósiles.

La candidatura presentada en 2009 por Qatar para el Mundial de 2022 prometió un evento neutro en CO2. El daño causado por la construcción de las instalaciones y la desalinización y el uso del agua en un clima árido se verían compensadas porque, según los organizadores, las generaciones futuras disfrutarían de las instalaciones. Hoy podemos afirmar que los beneficios obtenidos no han repercutido en la población local. Las promesas eran mera propaganda que se quedaron en un “mañana, cadáveres, gozaréis”, citando a Jesús Ibáñez.

La candidatura tuvo éxito, a pesar de que ya había evidencia de compra de votos, y la puesta en marcha del proyecto se tradujo en un desprecio total hacia los derechos laborales y humanos: explotación masiva de trabajadores migrantes, accidentes laborales, salarios irrisorios y jornadas imposibles. Y sobre la supuesta sostenibilidad, los resultados fueron los contrarios a los anunciados. Por ejemplo, la contaminación generada por el aire acondicionado de los estadios para soportar el clima de Qatar, así como los 150 vuelos diarios de los asistentes confirman la sentencia de la revista New Yorker: la FIFA es “una institución rancia”.

La FIFA había afirmado que los ingresos servirían para mitigar las emisiones, una presunción imposible de cumplir. De hecho, se necesitarían plantar 600 millones de árboles para contrarrestar la calamidad climática provocada por Qatar 2022. A pesar de la marca registrada Sustainable FIFA World Cup 2022TM, el expolio ambiental del evento fue mayor que el de cualquier otro Mundial o Juegos Olímpicos de verano. Como de costumbre, Estados Unidos proporcionó la mayor cantidad de turistas internacionales, lo que supuso la emisión de 191 055 toneladas de CO2, incluyendo unas asombrosas 14 700 toneladas producidas por jets privados.

Le Monde expuso la propaganda ambiental como un “espejismo” y Scientific Americancalificó el evento como una “catástrofe climática”. Sin duda, “la Copa del Mundo más sucia” de la historia, bañada en petróleo y corrupción. El colectivo francés Notre Affaire à Tous explicó que: “Al presentar la Copa del Mundo como neutra en carbono, la FIFA hace creer a […] los aficionados que asistir a un evento de este tipo no tiene ningún impacto en el medio ambiente, lo que es claramente incompatible con los viajes internacionales de la Copa que afectan a las emisiones de gases de efecto invernadero”.

La Comisión Suiza para la Equidad recibió quejas de Notre Affaire à Tous junto a Carbon Market Watch (Bélgica), el New Weather Institute de Reino Unido, Alliance Climatique (Suiza), la holandesa Reclame Fossiettvrij, y Fossil Free Football (internacional). La Comisión dictaminó que la FIFA había mentido al afirmar que la Copa era el primer evento de este tipo “totalmente neutro en carbono”.

En 2026, la Copa Mundial masculina se ampliará para incluir 48 selecciones nacionales. Por primera vez, los partidos se celebrarán en tres países enormes: Canadá, México y Estados Unidos, en cuatro zonas horarias, en 16 sedes separadas por varios miles de kilómetros y con un transporte público irrisorio. Se esperan 5,5 millones de espectadores, que necesitarán echar mano del mapa para ubicar las sedes: la Ciudad de México marcará el punto más al sur, Vancouver el del norte, Boston el del este y San Francisco el del oeste. En materia logística, prácticamente todos los desplazamientos serán aéreos debido a una primitiva infraestructura ferroviaria. Radio France se refiere a esto como un “cóctel muy carbonatado”. El New Weather Institute con Scientists for Global Responsibility calcula que las emisiones de la aviación “aumentarán entre un 160% y un 325% en cada uno de los tres torneos en 2026, 2030 y 2034” en comparación con los Mundiales recientes.

Además, en el período programado —pleno verano— el 96% de la población de EEUU experimentó en 2023 calor extremo durante una o más semanas, y 45 ciudades tuvieron temperaturas promedio muy altas. 2024 batió numerosos récords debido a patrones hasta ahora desconocidos de sequía y fuertes lluvias.

Los impactos ambientales en México son horribles. La reserva Primavera de Guadalajara está cerca del estadio Akron. La reserva es el hogar de pumas, una especie casi extinta, venados, águilas reales y aves migratorias. La conservación de la fauna y flora silvestre está en grave riesgo debido al Mundial. La presencia de 50.000 espectadores y 4.000 automóviles, provocará tensiones importantes en los recursos hídricos en Ciudad de México y Monterrey (también junto a un corredor biológico clave).

La ecología solo importa en el fútbol como instrumento de imagen pública de las asociaciones dirigentes, los países anfitriones y los patrocinadores

La Copa del Mundo es “simultáneamente, el mayor festival deportivo del planeta y una sórdida maquinaria comercial que conlleva un enorme coste humano y medioambiental, en beneficio de torturadores, explotadores y codiciosos insaciables”. La ecología solo importa en el fútbol como instrumento de imagen pública de las asociaciones dirigentes, los países anfitriones y los patrocinadores. En lugar de lavado verde y pseudoreformas, el fútbol necesita desesperadamente una transformación drástica para interrumpir su impacto medioambiental, la corrupción, las violaciones sistemáticas de los derechos humanos, el patrocinio de empresas muy problemáticas y el lavado de dinero por parte de las casas de apuestas. Las afirmaciones de neutralidad de carbono de la Copa del Mundo son solo retóricas. En realidad, se ha convertido en una “Copa del Mundo de lavado verde”.

Somos futboleros, pero no hay alternativa: la fiesta del CO2 debe terminar.

¡Abolir la Copa del Mundo!

Los artículos de opinión no reflejan necesariamente la visión del medio.

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