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Opinión
Los hijos del ventrílocuo
Las ocurrencias de Vox han de ser tratadas como tales, pero la preocupación de padres y madres a los que estos mensajes han calado debería ser confrontada desde la pedagogía. La burla no es un vehículo eficiente contra mensajes fáciles de digerir.
Si no estuviéramos hablando de menores, una desearía vivir en esa distopía gomorrita que la ultraderecha describe con tanta precisión y tanta saliva. A cuento de la cazurrada del veto educativo parental acabo de descubrir que, según Santiago y las Abascalettes, los centros de primaria son poco menos que mazmorras en las que, entre matemáticas y lenguaje, las criaturas aprenden a comportarse como leprechauns rijosos sedientos de los más tenebrosos encuentros carnales.
También nos han dejado claro que los niños son muñecos de ventrílocuo hasta los 18 años, que deben sostener sobre sus pequeños hombros en desarrollo el peso entero de la moral, la ética y la fe de sus padres. Porque, por lo visto —ateniéndonos a la versión que nos da el triunvirato facha—, son suyos, en propiedad, aún sin aclarar si esta propiedad se ejerce desde un punto de vista neoliberal, es decir, entendiendo a tus hijos como un valor mercantil; o, por el contrario, el concepto de propiedad tiene más que ver con el monstruo de Amstetten.
Tampoco ha estado la izquierda muy garbosa respondiendo al despropósito. Dejar la educación de niños y niñas en manos de la educación pública, sin haber definido sus contornos previamente, no parece la mejor de las ideas. Hay cierta laxitud en esa cesión de competencias, cierta vaguería que encuentra en la ideología los apoyos necesarios para perpetuarse. Seguimos esperando una ley de calidad, consensuada e independiente a los cambios de gobierno. Con un personal docente bien pagado y mejor tratado.
Si me preguntan, aclaro que soy una firme defensora de la educación pública, una que sueña con expropiar instituciones privadas y concertadas para crear la Arcadia feliz de la enseñanza en igualdad. Pero esta no es posible sin consensos, sociales e institucionales. Como mujer y como persona trans estoy obsesionada con la genealogía y creo que somos la suma de lo que nos precede; también de lo que nos rodea. Nuestra infancia tiene el derecho inalienable de educarse en libertad y en calidad.
Denostar saberes y experiencias porque atentan contra la inmaculada posición política de sus progenitores es una mengua de los derechos de niños y niñas. Venga de donde venga
Denostar saberes y experiencias porque atentan contra la inmaculada posición política de sus progenitores es una mengua de los derechos de niños y niñas. Venga de donde venga. No hablamos de terraplanismo, ni de creacionismo; hablamos, por ejemplo, de la importancia de entender cómo los valores religiosos han moldeado las sociedades. Del mismo modo que la niña no se va a convertir en lesboterrorista por aprender educación sexual en diversidad, el niño no se va a dar a la vida benedictina por entender qué valores o qué desastres nos ha dejado en herencia la fe.
Las ocurrencias de Vox como tales han de ser tratadas, pero la preocupación de padres y madres a los que estos mensajes han calado, por imposible que nos parezca, debería ser confrontada desde la pedagogía, la burla no es un vehículo eficiente contra mensajes fáciles de digerir. El esencialismo lo destruye todo. Si no somos capaces de tejer acuerdos razonables por el bien de nuestra descendencia, si no somos capaces de darles el mejor ejemplo de entendimiento, entonces cerremos el puesto y vayámonos a hacer puñetas.