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Opinión
Blue monday, la salud olvidada y el dolor que vendrá
Tras casi un año sumidos en una crisis sanitaria sin precedentes parecería lógico comenzar a pensar en sus consecuencias a medio y largo plazo. El constante estado de excepción en el que nos vemos envueltos nos obliga a estar centrados en el corto plazo, en solucionar día a día los problemas que van brotando. Salir de la crisis del covid-19 es la principal prioridad —obviamente—, pero no podemos dejar de pensar en el día de mañana, en lo que vendrá, en sus nefastas consecuencias, centrarnos solo en el ‘ahora’ será como anuncia el famoso dicho: “Pan para hoy, hambre para mañana”.
Sobre las consecuencias económicas y sociales se ha escrito mucho estos últimos meses —centenares de libros, incluso—, también hay debates continuos acerca de ello en los principales medios de comunicación. Por eso, yo no quiero hablarles de este tipo de efectos, quiero escribir y centrarme en los estragos psicológicos para la población.
La salud mental es la gran olvidada, no solo ahora, siempre ha sucedido y sigue sucediendo; todavía hoy en día es un tabú hablar de ir al psicólogo, o admitir que se tiene algún tipo de patología. En pleno 2021, se sigue juzgando y encasillando a aquellas personas que divergen de la normatividad mental. Gente que —tristemente—no goza de buena salud y, encima de todo, se ven apartados de la sociedad y del apoyo que podrían recibir por su parte.
Salud mental
Desmesura: trazando mapas para regresar del bosque de la locura
La novela gráfica Desmesura. Una historia cotidiana de locura en la ciudad, de Fernando Balius e ilustrada por Mario Pellejer; nos acerca la experiencia del sufrimiento psíquico desde la vivencia en primera persona: un proyecto que mezcla lo personal y político
Podría extenderme y hablar también de lo maltrecha que está la atención psicológica y psiquiátrica en la sanidad pública, de cómo cada vez se invierte menos, y de cómo cada vez más personas la requiere, pero el objeto de este artículo va más allá.
No les hablo como experto en psicología, por más que me pese solo soy economista, les escribo estas palabras como afectado, como persona cuya salud mental se ha visto resentida estos meses, que sufre y padece cada uno de los problemas que componen estos párrafos.
Se nos empuja, casi que se nos obliga a hacer en nuestro hogar grandísimas gestas: aprender a hacer pan de todas las variedades, ponernos en forma, escribir la nueva gran novela española, o componer el hit del verano
La situación mundial derivada del coronavirus va a provocar —y ya lo está haciendo— serios perjuicios al bienestar psicológico de la población, llegando a derivar en serias patologías o trastornos crónicos.
La excepcionalidad de nuestros días tiene como principal efecto nocivo la incapacidad de predecir, planificar ni pensar en un horizonte temporal superior al día a día: de una mañana a la siguiente puede cambiar todo, esto está provocando problemas de ansiedad y estrés al no poder anticipar los cambios.
Para los jóvenes nuestro futuro ya era incierto antes de todo esto, sin embargo, con la crisis económica que se está gestando nuestro devenir va a ser aún más complicado de lo que creíamos. Esta visión de un futuro negro y desconocido está generando un desaliento sin igual, incluso depresión, vemos que nuestra vida adulta va a ser cada vez más compleja de llevar adelante.
Pero los efectos psicológicos van a ir más allá de la depresión, ansiedad o estrés. También se puede producir un auge de la fobia social: este estado de aislamiento y elusión del contacto físico podría generar un reparo —también temor— a la interacción con otras personas.
No podemos olvidar el sentimiento de inferioridad ocasionado por el ideal de productividad creado durante el confinamiento, o en estos días que pasamos más tiempo en casa del habitual. Se nos empuja, casi que se nos obliga y coacciona a hacer en nuestro hogar grandísimas gestas: aprender a hacer pan de todas las variedades, ponernos más en forma que The Rock, escribir la nueva gran novela española, o componer el hit del verano. Lo peor es que vemos que hay gente que sí está sacando provecho de esta situación en cuanto a productividad, y nos sentimos mal por ello, por no tener el mismo ritmo de trabajo o creación.
Y, precisamente, de la sociedad y sus imposiciones surge el último problema que voy a tratar: el postureo optimista y el silencio. Consignas como: “Todo saldrá bien”, “De esta salimos mejores”, “Resistiré”, lo único que consiguen es que aquellos que no se encuentran en un buen estado, sientan que es su problema, que algo no están haciendo correctamente, y los sume en el silencio, guardan sus emociones y dolores para sí mismos, lo cual puede desembocar en una metástasis sentimental que acabe con su socavada salud mental.
Termino de escribir este artículo en el Blue Monday, el día más triste del año, me hace gracia este término porque en los últimos meses hemos vivido varios de esos. Preocupémonos —especialmente preocúpense aquellos con poder para cambiarlo— antes de que sea demasiado tarde por la salud olvidada, y de ese modo sanar el dolor que vendrá.