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Hace un par de semanas El Salto publicó un artículo escrito por mí sobre la crisis de los medios de comunicación convencionales y la habilidad de la ultraderecha durante estos últimos años para difundir con éxito sus ideas clave en las redes sociales. En éstas —mejor dicho: sobre todo en Bluesky— el artículo fue visto en cambio como una aportación más al debate en curso en los medios de comunicación y en las mismas redes sociales sobre qué redes sociales priorizar. Aquí conviene precisar que el artículo fue más “visto” que “leído”, ya que la mayoría de los comentarios parecían realizados casi sin pasar del titular.
No voy a despachar —no tengo tiempo para eso ahora mismo— los comentarios que han ido apareciendo, pero sí que me ha sorprendido la violencia más o menos contenida de algunos, especialmente teniendo en cuenta que Bluesky se ha posicionado públicamente como una importante red social alternativa —probablemente la más importante— a X ahora que ésta se ha convertido, como comentaba medio en broma un usuario de esta última, en la “red social del régimen”. La ironía es que esta reacción a un artículo relativamente menor era una prueba de lo que pretendía comunicar el mismo.
Wolfgang Münchau ha venido a decir hace unos días que hoy somos todos un poco más trumpistas. Es una observación que merece ser tenida en cuenta. Después de constatar un “cambio de tono significativo” en el discurso público, Münchau advierte de que “lo que acostumbraba a ser políticamente incorrecto ya no parece escandalosamente equivocado, todo lo contrario: la gente arroja sus comentarios impulsivos en internet, el desprecio ha sido descubierto como una poderosa herramienta de autogratificación, el lenguaje es cada vez más trumpista”. “El nacionalismo y la retórica del nosotros-contra-ellos están celebrando su regreso”, continúa, no sólo en Estados Unidos, sino también en Europa.
Un estudio reciente de la Universidad de La Sapienza de Roma ha analizado 300 millones de textos extraídos de internet —comentarios escritos en tres décadas y ocho redes sociales (Facebook, Twitter, YouTube, Voat, Reddit, Usenet, Gab y Telegram)— y llegado a la deprimente conclusión de que se ha producido un empobrecimiento del lenguaje en forma de una disminución del vocabulario, de una reducción de las categorías sintácticas y gramaticales y de un menor respeto a sus reglas de uso. “Hay una relación entre la simplificación del lenguaje y la menor complejidad de argumentos e ideas”, afirmó Walter Quattrociocchi, uno de los autores del estudio, a el diario El País.
Según Quattrociocchi, este fenómeno —en absoluto nuevo, pues en el fondo no se trataría más que de una puesta al día tecnológica de la degradación del pensamiento crítico como consecuencia de los procesos de ‘dumbing down’, bastante estudiados— “afecta la riqueza de los debates, ya que las ideas suelen presentarse de forma que priorizan lo rápido y claro, pero no la profundidad”. Este investigador señalaba que “el lenguaje simplificado fomenta un pensamiento más binario y refuerza las identidades de grupo” y recordaba cómo “las redes sociales amplifican contenido emocionalmente cargado y polarizante, lo que encaja con estas narrativas simplificadas”. “Esta dinámica contribuye a la segregación y fragmentación de los debates, como vemos ahora, con audiencias que se especializan en diferentes plataformas”, explicaba Quattrociocchi al apuntar que “los usuarios tienden a buscar contenido que confirme sus creencias, profundizando divisiones y limitando el diálogo entre grupos”.
Hoy también sabemos que un uso intensivo de las redes sociales afecta a nuestra capacidad de atención, procesos de memoria y cognición social. Tristan Harris, antiguo responsable de diseño ético en Google, dijo ante el Congreso de EEUU en 2019 que miles de millones de personas reciben hoy la información a través de plataformas cuyo modelo de negocio “vincula su beneficio a cuánta atención capturan, creando una ‘carrera al abismo del tronco encefálico’ para extraer atención hackeando cada vez más hondo en nuestros cerebros de reptil —en la dopamina, el miedo y la rabia— y ganar dinero”.
De un castillo a otro
La imagen parece sacada de un conocido plano recurso de Los Simpsons. Un millonario texano —nacido en Pretoria, pero en aras de la figura retórica usemos la que es hoy su residencia actual— compró el castillo del vampiro y lo convirtió en la sede del Partido Republicano. Como quiera que no faltan promotores inmobiliarios en Silicon Valley, ya contamos con otro castillo del vampiro. En realidad, más de uno. Como explicaba Gaby Hinsliff en un texto enlazado en el anterior artículo, las redes sociales de masas han muerto y “el futuro de las redes sociales parece cada vez más segregado por la seguridad de los propios usuarios, como seguidores de equipos de fútbol rivales: X para la derecha y los furiosos; los centristas y los policy nerds, en Bluesky; la gente que odia la política en Threads o Instagram; la GenZ en TikTok; los boomers en Facebook.”
Hay quien ha querido ver el artículo como una llamada estéril a “dar la batalla en X”. La importancia de las redes sociales, como decía allí, es ineludible, y lo que es más, cada vez es más grande frente a unos medios de comunicación tradicionales (en inglés conocidos como legacy media) que llevan años en una crisis de su modelo. Hace unos días la Federación Europea de Periodistas (EFJ) anunció que abandonaba X. “No podemos continuar participando en una red social de un hombre que proclama la muerte de los medios de comunicación y, en consecuencia, de los periodistas”, manifestó la presidenta de la entidad, Maja Sever. Como comentaba alguien con sorna, para algunos fue la primera noticia de que existía una Federación Europea de Periodistas.
“Hemos de salir del ‘debate’ en el que el capitalismo comunicativo nos tienta a participar incesantemente y recordar que nos encontramos en una lucha de clases”, alertaba Mark Fisher
Por lo demás, no puedo expresar más que mi perplejidad ante los “emigrantes” de X que se identifican plenamente con Bluesky y se muestran aliviados por el regreso de lo que consideran “el viejo Twitter”. El viejo Twitter también era el de la manipulación de la opinión pública internacional a través casos como el de Bana al-Abed (¿ya nadie se acuerda?) y el que nos ha dado una nueva generación de todólogos en redes sociales (y ahora también en los grandes medios de comunicación) compitiendo por ser los primeros en dar su opinión —que no “análisis”— sobre la noticia de última hora, sin apenas contrastar y comprobar las fuentes y sin asumir la responsabilidad de sus errores. Gracias a Twitter Donald Trump gozó de una proyección mediática que le ayudó a ganar las primarias republicanas, primero, y las elecciones presidenciales de 2016, después. Tan maravilloso no debía de ser.
Extrema derecha
Andrew Marantz “Los datos no ganan al relato en casi ninguna batalla”
Hay muy poca y quizá ninguna batalla que librar en las redes sociales. Los gigantes de Silicon Valley –los nuevos robber barons y “capitanes de industria” del siglo XXI– donaron 394 millones de dólares en las pasadas elecciones estadounidenses: más de 273 millones a Trump y más de 120 millones a Harris. En 2013 Mark Fisher publicó en The North Star un andando el tiempo influyente ensayo titulado ‘Salir del castillo del vampiro’. “Exhausto por el exceso de trabajo, incapaz de llevar a cabo una actividad productiva, me descubrí a la deriva por las redes sociales, viendo cómo aumentaba mi depresión y mi cansancio”, escribía Fisher al añadir que “el Twitter ‘de izquierdas’ puede ser a menudo una zona miserable y desesperante”. Este autor bautizó este fenómeno social como “el castillo del vampiro” y lo describió como “como una perversión liberal-burguesa y una apropiación de la energía de estos movimientos [sociales]”. En lo que respecta a las redes sociales, Fisher hacía un llamamiento desesperado “a pensar estratégicamente sobre cómo utilizar las redes sociales, siempre recordando que, a pesar del igualitarismo que los ingenieros del capitalismo libidinal aseguran que existe en ellas, éste es actualmente territorio enemigo, dedicado a la reproducción de capital”. Es un texto al que conviene volver de vez en cuando.
Recordé este texto de Fisher a la luz de la reacción al artículo publicado en El Salto, pero también a raíz de la noticia de que Mark Zuckerberg se ha declarado abierto a colaborar con la administración Trump. El presidente de asuntos globales de Meta –el conglomerado que agrupa Facebook, Instagram, WhatsApp y Messenger, algunas de las redes sociales y servicios de mensajería más usados del mundo–, Nick Clegg, aseguró que la compañía quiere desempeñar un “papel activo” en la nueva administración y participar “en el debate que cualquier administración necesita sobre cómo mantener el liderazgo de América en la esfera tecnológica”. En una concesión nada velada a las críticas de Trump a la moderación de las publicaciones en Facebook, Clegg reconoció que Meta “se había pasado un poco”. Éste es el mismo Clegg que a la semana siguiente compartía en un podcast de la BBC su reflexión —con la intención bastante clara de levantar sospechas sobre su figura— de que Musk que podía llegar a convertirse en uno de los hombres que manejen los hilos de la próxima administración y del Partido Republicano. Quizá Mark Zuckerberg y Elon Musk deberían resolver sus disputas de multimillonarios con una pelea en un octógono de artes marciales mixtas (MMA), como ha propuesto en reiteradas ocasiones Musk.
“Hemos de salir del ‘debate’ en el que el capitalismo comunicativo nos tienta a participar incesantemente y recordar que nos encontramos en una lucha de clases”, alertaba Fisher. El objetivo, continuaba, “no es ‘ser’ un activista, sino ayudar a la clase trabajadora a activarse y transformarse a sí misma”. Fuera del castillo del vampiro, como decía Fisher, todo es posible.
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"la gente que odia la política en Threads o Instagram" yo le recomiendo al autor que se abra cuenta en Instagram y compruebe que ahí están todos los movimientos sociales interesantes de los últimos 3 años, del me too global y ahora, especialmente, el del estado español, al antirracismo, animalismo, LGTBQA+, por no hablar de que, pese a las trabas de meta, hay organizado un entramado de cuentas y colectivos contra el genocidio a nivel internacional muy potente.
Aparte, se deja usted en el análisis Mastodon y otro tipo de cuentas de código libre, que son aún más interesantes de las que critica.