Opinión
Otros cuidados son posibles

Entre las imágenes que The New York Times ha elegido para ilustrar el año 2020, la de un enfermo en una cama de hospital frente a la playa, en Barcelona, rodeado de personal sanitario. Una imagen que refleja una manera de cuidar distinta que quiere integrar los cuidados en un concepto amplio del humanismo. En esta dirección trabaja desde hace años en París Cynthia Fleury con su proyecto de filosofía en el hospital.


Hospital La Princesa y Summa - 4
El equipo sanitario de la UVI-8 del SUMMA atiende a Mari Carmen, de 63 años, en su domicilio aquejada de varias molestias. La desescalada ha ayudado a que no haya tantas intervenciones por covid-19. A pesar de ello, el personal del SUMMA sigue atendiendo a todos los pacientes con el nuevo protocolo. Bruno Thevenin

Hay varias versiones de la fotografía. The New York Times ha elegido la de Emilio Morenatti para Associated Press, retratando al paciente de covid-19 Francisco España en septiembre. Meses antes, David Ramos había fotografiado para Getty Images a Isidre Correa, paciente de coronavirus también ingresado en el Hospital del Mar (Barcelona), junto con el personal de ese mismo hospital rodeando su cama en pleno paseo marítimo.

Los medios buscaron entonces al responsable de la composición y lo hallaron en Joan Ramón Masclans, jefe de la UCI del Hospital del Mar. En sus explicaciones repetía una palabra: humanismo. Recuperar el humanismo, innovar en el humanismo… Señaló su importancia tanto a la hora de la recuperación de los enfermos como en los propios equipos médicos. ¿Por qué? Quizá porque parece haberse olvidado que la medicina es una de las humanidades.

Creada en 2016, la cátedra de Fleury busca reinventar una función asistencial compartida entre el médico y su paciente, entre el hospital y el resto de la sociedad, y en particular con la universidad

Un humanismo de linde, que comparte frontera con la ciencia, pero que no debe olvidarse de su origen, muy de la mano de la filosofía: ambas nacieron en la Grecia clásica y su historia corrió pareja durante siglos con altibajos en su relación. El divorcio pareció consumarse en el siglo pasado y casi cuando sobrevenía el olvido, la pandemia del siglo XXI y sus estragos vieron a recordar que, junto a los decisivos respiradores y artefactos médicos, la escucha, la atención, la colaboración tenían mucho que decir sobre el bienestar de los pacientes e incluso sobre su recuperación, como señalaba el propio doctor.

Una bofetada al transhumanismo

Para complicarlo todo un poco más y terminar de desactivar el término, las noticias más recientes que llegaban del humanismo relacionado con la medicina eran las del transhumanismo, esa “búsqueda del mejoramiento humano a través de la tecnología” como reza el subtítulo del libro, editado por Herder, que le dedica Antonio Diéguez, catedrático de Lógica y Filosofía de la Universidad de Málaga.

En la banda sonora transhumanista, no cabe duda de que los grandes éxitos son la prolongación de la vida e incluso la abolición de la muerte, que en algún momento parecía dejar de ser una utopía/distopía para convertirse en una realidad al alcance de la mano: de la mano de unos pocos, siempre, pero contando como posibilidad real. “La muerte no es inevitable. La muerte puede ser derrotada. Este es el lema principal ─se lee en el mencionado libro─. No hace falta buscar una improbable vida más allá de la muerte, como la que anuncian las religiones, cuando podemos aspirar a no morir nunca. Una aspiración que no es tan descabellada como parece, pues pueden aducir razones para sustentarla si acudimos a la ciencia. Para la mayoría de los investigadores que se dedican al tema, el envejecimiento y la muerte son errores biológicos, o más subproductos evolutivos, resultados colaterales de la selección natural que podrían ser corregidos”.

Si fuera una persona, se podrían oír las carcajadas del famoso virus. Como en ocasiones hacen los filósofos ─los buenos filósofos─, el coronavirus ha señalado una obviedad: vamos a morir… y quizá no tardemos tanto como esperábamos o quisiéramos. No. La muerte ha venido en modo presente plantando sobre la mesa sus cifras demoledoras, con sus sufrimientos, con sus salvajes incertidumbres para los mortales. ¿Qué se puede hacer con ese revés, esta colleja tan cruel y tan reveladora? Aliviar el sufrimiento. Trabajar tanto en la buena vida como en la buena muerte. ¿Y en los momentos en que una y otra se aproximan hasta casi tocarse? En ese punto hace su aparición estelar el cuidado, el cuidado hospitalario concretamente y la urgencia de volver a hacer de él un humanismo.

Hacer filosofía en los hospitales

En la actualidad, los grandes hitos en la vida de la mayoría de las personas se inscriben en contextos hospitalarios: nacer, parir, enfermar, tener un accidente, morir… Allí se afanan por restablecer la salud del cuerpo principalmente, ya que las patologías mentales van por otro negociado. Se desecha de este modo el potencial filosófico de un espacio que nos confronta con las situaciones y relaciones extremas del ser. ¿No merecería la filosofía un rincón en ese contexto sanitario? En esta dirección se inscribe el trabajo que realiza la filósofa y psicoanalista francesa Cynthia Fleury en instituciones como la Cátedra de Humanidades y Salud del Conservatorio nacional de Arts y oficios y, sobre todo, desde la cátedra de Filosofía del Hospital Sainte-Anne GHU París de Psiquiatría y Neurociencias.

“Deseo promover una visión de la vulnerabilidad que no sea deficitaria sino, por el contrario, inseparable de un nuevo poder que regenere principios y prácticas” escribe Fleury

Creada en 2016, su objetivo es reinventar una función asistencial compartida entre el médico y su paciente, entre el hospital y el resto de la sociedad, y en particular con la universidad. Al introducir y promover las humanidades la filosofía, las ciencias humanas, las artes en el corazón de la estructura sanitaria se pretende enriquecerla y comunicar distintos ámbitos de conocimiento poniendo en marcha otras forma de cuidar que no desdeñen la imaginación y que fomenten la participación activa y consciente del paciente en el proceso de su cuidado. Fleury lo expresa bella y gráficamente en su libro de ecos sartreanos El cuidado es un humanismo al hablar de filosofía clínica “no como filosofía aplicada, en el sentido de implantar en el contexto hospitalario teorías pensadas en otro lugar, sino surgidas allí mismo, articulando eficazmente el pensamiento de las partes interesadas. Para hacer filosofía y no solo para pensarla”. Invoca, ni más ni menos, la grandilocuente expresión de Kant, su ¡Atrévete a pensar! y la transforma en un sorprendente ¡Atrévete a cuidar!

Solo una disciplina que aúne conocimiento y cuidado se puede “asumir el riesgo de su emancipación” innerente a todo cuidado porque es precisamente el camino “para conducir hacia su autonomía”, lo que lo carga de significado. 

Otra vulnerabilidad es posible

En los últimos meses, además de poner encima de la mesa la muerte con su póker de cadáveres, el coronavirus ha traído el recordatorio del carácter efímero y transitorio del ser humano. Ha recordado la fragilidad y la vulnerabilidad del mismo, lo que ha dado lugar a cierta literatura alrededor de estos temas. En la mayor parte de esos textos, vulnerable significa potencial y casi seguro incapaz. Es la acepción habitual del término, así que no tiene nada de extraño. Lo excepcional es darse cuenta y plantear que lo vulnerable tiene dos caras y que una es la de poder ser herido, pero la otra es la de levantarse contra ese poder y combatirlo y regenerarlo desde la condición vulnerable.

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“La vulnerabilidad es una combinación de limitaciones, que a menudo son devaluadas inmediatamente, estigmatizadas por la sociedad como no eficaces, discapacitantes y creadora de dependencias”, escribe Fleury. Y prosigue: “Deseo promover una visión de la vulnerabilidad que no sea deficitaria sino, por el contrario, inseparable de un nuevo poder que regenere principios y prácticas”. La vulnerabilidad es la gran oportunidad del cuidado y la responsabilidad: “nos invita a nosotros, los otros, a establecer formas de ser y de comportarse distintas, a ser capaces de afrontar esta fragilidad o incluso preservarla, en el sentido de que puede ser una cuestión de rareza, belleza y sensibilidad extremas. Por lo tanto, lo interesante de la vulnerabilidad, aparte de que es consustancial a todo ser humano, es que invita al hombre a inventar un ethos, a producir un gesto más preocupado por la diferencia del otro: da lugar a una preocupación, a una atención, a una cualidad de presencia sin precedentes en el mundo y en los demás. Da a luz a un ser, a una forma de ser, a una forma de vida”.

Lo que Fleury propone no solo con su teoría sino ─lo que es más poderoso, con su práctica médica y filosófica─ es una nueva forma de relacionarse de todos con todos y de todos con las diversas vulnerabilidades de cada uno. Una manera de “construirse, crecer, entrelazarse con sus camaradas, para hacer crecer el conjunto, y no solo a sí mismo”. Porque, como se lee en la contraportada del libro, “cuando la civilización no es cuidado, no es nada”. O sí es algo: individualismo y barbarie.

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