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Opinión
La liberación según Margaret Thatcher

Voy a empezar quitando un tema de encima de la mesa: para la gente que entrará a los comentarios de este artículo, o a mis redes, para mandarme a leer a Nawal as Sadawi como si fuese un castigo o una plaga de langostas, aclaro que la he leído, que incluso la conocí personalmente, y que discrepo con su análisis de las cuestiones del cuerpo porque, además de decir que el velo es patriarcal, también dice que los tacones son una forma de esclavitud y que el velo posmoderno es el maquillaje. Y yo, que ni uso hiyab ni tacones ni maquillaje, creo que el patriarcado no está en las cosas sino en su ejercicio, en el método y el contexto, y que analizar los objetos como si fuesen buenos o malos es un callejón sin salida: resultón pero sin salida.
Este, en cualquier caso, no es artículo sobre el velo sino sobre la intervención del Estado en el cuerpo de las mujeres.
El debate sobre el velo corresponde a quien lo vive y solo a ellas: las musulmanas de práctica, de contexto, de herencia. Lo contrario, por mucho que lo hagamos las mujeres, es patriarcal en su estructura
El debate en Europa sobre el hiyab está construido sobre trampas discursivas. Para las que pensamos que el patriarcado se sustenta en la universalidad —el pater de la palabra es dios, el Estado y el padre, ese triunvirato, decidiendo en función de su propio y único criterio sobre la vida de los y las demás—, el debate sobre el velo corresponde a quien lo vive y solo a ellas: las musulmanas de práctica, de contexto, de herencia. Lo contrario, por mucho que lo hagamos las mujeres, es patriarcal en su estructura.
Ante los artículos de mujeres musulmanas a favor o en contra del velo nos corresponde leer, escuchar, agradecer que compartan su pensamiento con nosotras, aprender. Sé que muchas feministas saltarán aquí: ¿cómo que no tengo derecho a opinar? Seguramente este es el abismo más infranqueable entre dos maneras de entender la liberación: considerar que un cuerpo liberado es un cuerpo que hace lo que yo personalmente creo correcto, un cuerpo que me obedece porque mi opinión vale más y vale para todo el mundo, o considerar que todes vivimos en condiciones de posibilidad y que nuestro trabajo es, si acaso, ampliar esas posibilidades para que nuestras elecciones, las de cada cual, tengan un catálogo lo más amplio posible.
El debate sobre el hiyab, sea como fuere, viene con otra trampa en forma de falacia de correlación y que consiste en presentar dos ideas como necesariamente ligadas cuando lo tramposo es, justamente, esa correlación. En este caso, se plantea el rechazo al velo y su prohibición como correlativas, como si fuesen una sola cosa, cuando en verdad son dos temas bien diferentes. Y, por la misma lógica, se entiende el rechazo a la prohibición como un apoyo al velo cuando, de nuevo, son dos cosas distintas. Shirin Ebadi, Fatema Mernissi o Mona Eltahawy, por citar algunos nombres, se han posicionado contra el velo, contra las políticas de los Estados obligándolo y también contra las políticas de Estado prohibiéndolo.
El deseo de legislarlo se sustenta en una muy arraigada concepción de que el velo es patriarcal per se, que es violencia machista. Y ahí se entra en una discusión acalorada y apasionada sobre la defensa de las mujeres en contra de ellas mismas, defenderlas castigándolas. Esta postura se fundamenta en la ignorancia respecto a la genealogía de las políticas contra el hiyab en Europa, que tienen sus raíces contemporáneas en la colonización europea del norte de África y de Oriente Medio. En Argelia, el ejército francés organizaba amplias campañas para obligar a las mujeres a sacarse el velo, porque el cuerpo de las mujeres, su conquista, forma parte de las conquistas territoriales como forman parte de ello las violaciones en contexto de guerra. Esa es la genealogía que heredamos las feministas blancas europeas y esa es la historia de la que debemos hacernos cargo. Otra cosa que solo se puede explicar a través de los mecanismos del racismo es la ira contra las mujeres musulmanas con hiyab que son consideradas, al mismo tiempo, como víctimas de ese mismo hiyab. Incluso si ese fuera el caso, ¿qué sentido tendría castigar a la persona que sufre violencia? Cuando estamos hablando de adolescentes en los colegios, niñas de 12, 13 y 14 años que son expulsadas de clase por llevar velo ¿esa expulsión las estaría favoreciendo? Cuando la edad escolar obligatoria son los 16, ¿qué pasa después con esas chavalas si realmente están en situación de violencia? ¿Las mujeres violentadas no tienen derecho a estudiar? ¿Se castiga con esto al supuesto padre maltratador, o al dios maltratador, o se está castigando a la niña?
Francia lleva 150 años de guerra contra las mujeres con velo, pero no hay estadísticas que demuestren que las expulsiones de las escuelas, que han sido muchas, hayan reducido la violencia machista
Francia lleva 150 años de guerra contra las mujeres con velo, pero no hay estadísticas que demuestren que las expulsiones de las escuelas, que han sido muchas, hayan reducido la violencia machista. ¿Se está estudiando el fracaso escolar de las chavalas que se ven envueltas en esos follones? ¿Qué supone para una adolescente ser expulsada del colegio a mitad del curso, como ha sucedido en España en numerosas ocasiones? Me sorprende, la verdad, no ver más voces alzándose: esto no es opinar sobre el velo, es decir alto y claro que castigar a las musulmanas en nombre de los derechos del resto de las mujeres no nos hace más libres, que no en nuestro nombre. Es lo que llamé purplewashing hace años, cuando aún pensaba que decir las cosas en inglés las hacía más comprensibles y no menos.
En el feminismo blanco, sin duda, tenemos un problema especialmente grave y desesperante de supremacismo. Es el feminismo del mandar, el feminismo que quiere sustituir el patriarcado por una panda de mujeres haciendo de señores, unas Margaret Thatcher, como si eso cambiase algo fundamental y no solo contingente. ¿No todo el feminismo blanco es así? No, amigas, no todo, pero no vamos a hacer aquí un #notall con el panorama desolador que tenemos. Desgraciadamente, sin embargo, la cuestión de la islamofobia traspasa la blanquitud e incluso en contextos donde está muy elaborada la cuestión del racismo, la islamofobia encuentra sus grietas pues forma parte del racismo pero tiene sus propias lógicas. Una de ellas es creer que el Islam es una especie de ideología, y que quien la “escoge” tiene que asumir las consecuencias, mientras que el racismo y la racialización son cuestiones estructurales que no dependen de la voluntad de la persona. Es una hipótesis. Curiosamente esa idea del Islam es islamófoba en sí misma.
Laicas son las escuelas, no las personas
Ligada con esto está la cuestión de la laicidad, algo que nos carcome el entendimiento en los movimientos sociales de izquierdas de todo tipo. Pero de nuevo hay una confusión: laico tiene que ser el Estado y sus instituciones, no sus ciudadanos; laica tiene que ser la escuela, no las personas que la integran. Precisamente lo que hace la laicidad es garantizar que nadie impone su religión a los y las demás, una imposición que no sucede con el simple ejercicio de la propia identidad.
La escuela y el Estado están lejos de ser laicos pero estamos gastando las energías en discutir si las alumnas musulmanas tienen derecho a ser ellas mismas y recibir educación reglada o tienen que escoger entre los estudios y la propia identidad, nada menos
Paradójicamente, si es la laicidad la que impone su ser laico al alumnado, la laicidad está ejerciendo de religión, otra Margaret Tatcher. La escuela y el Estado están lejos de ser laicos pero estamos gastando las energías en discutir si las alumnas musulmanas tienen derecho a ser ellas mismas y recibir educación reglada o tienen que escoger entre los estudios y la propia identidad, nada menos. Si de verdad nos preocupan tanto las musulmanas como se podría deducir del volumen de este debate, debería preocuparnos más la islamofobia y menos su ropa.
Este no es un artículo sobre el velo. Porque el debate sobre el velo tampoco es un debate sobre el velo sino un ejercicio de poder, un abuso del mismo, una demostración de quién manda aquí, de quién tiene derecho a opinar sobre todo y quién no tiene derecho a hablar.
Tuve la suerte de coincidir hace unos meses con Suhaiymah Manzoor-Khan: sus trabajos, en multitud de formatos, son de una clarividencia emocionante. En ellos afirma que la islamofobia no es una fobia sino una forma de gobierno y elabora todo un pensamiento relativo a la ininteligibilidad y las posibilidades (epistémicas) que se abren tanto al ser vista como al no ser vista. Manzoor-Khan decía en aquella ocasión que la islamofobia también interviene y persigue su propia relación personal e íntima con lo divino. Y eso no me parece poca cosa tampoco. Aunque yo, personalmente, ni lleve tacones, ni crea en dios.
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Pues entré al artículo pensando que acabaría criticándolo, pero no. Comparto ampliamente la tesis defendida y veo esencial diferenciar entre el debate sobre el velo (prenda que desprecio sin ambages) y el debate sobre la obligatoriedad/prohibición del mismo (posturas que desprecio de igual modo).
Prefiero que una niña esté en la escuela, con velo o sin velo. Sin entrar a debatir sobre los muchos y enormes peros que se le pueden poner a nuestros sistemas educativos, claro está.