Opinión
Derecho a la insumisión y deserción

Suprimir las guerras es condición indispensable para detener la muerte y la destrucción. Por tanto, reivindicamos el Derecho a Desertar de la Guerra como acto supremo de desobediencia y autodeterminación del pensamiento disidente de quien se niega a estar disponible para morir y matar. En los últimos meses se constata esta acción desobediente en Europa del Este, por parte de un considerable número de jóvenes (probablemente más de 100.000 solo en Ucrania) y, con toda seguridad, una proporción incontable en el lado ruso, del que la opacidad informativa imposibilita precisar su alcance.
Recientemente se ha revelado que desde Ucrania se están emitiendo órdenes internacionales para que se extradite a los desertores huidos del reclutamiento refugiados en otros países. Ante el alto índice de bajas están alistando a personas enfermas, de edad avanzada o con discapacidad funcional habitualmente exentas, como nueva carne de cañón. A esta medida añaden ahora la entrega forzosa de quienes se han negado a combatir para ser integrados en los frentes de batalla (probablemente previa amonestación/castigo).
Recientemente se ha revelado que desde Ucrania se están emitiendo órdenes internacionales para que se extradite a los desertores huidos del reclutamiento refugiados en otros países
La deserción militar, especialmente en tiempo de guerra, es considerada delito por un llamado “incumplimiento de obligaciones militares”. El concepto deserción se halla muy vinculado al de traición (a la patria, a los compañeros, a la población…). Palabras de grueso calado designadas para descalificar a quien ejerce la desobediencia apartándose de las estructuras militares sin permiso. Esta negación de la autoridad, sea de carácter militar o política, priva del reconocimiento a quien la ejerce, por muy amparado por la ley que se encuentre. La deserción es un derecho para lograr una nación desarmada que elimina la guerra y los ejércitos. Es un ejercicio libre de autoafirmación personal y también colectiva, y por lo tanto política, si se expresa y organiza grupalmente.
Existen múltiples razones para ejercer esta acción disidente, la más radical, en tiempo de guerra. Por conveniencia, miedo, oposición, convicción ética política o religiosa. No hay que jerarquizar la legitimidad de unas razones sobre otras. Todas son respetables en la medida que erosionan de los frentes el principal recurso bélico: las personas destinadas a combatir.
La deserción implica una censura total a la guerra como concepto y a los ejércitos como instrumento
La deserción implica una censura total a la guerra como concepto y a los ejércitos como instrumento. Independientemente de las razones que puedan impulsar a cada persona a ejercerla, el hecho de que muchos miles de jóvenes emprendan este camino supone toda una llamada de atención a la sociedad y al modelo cultural y político que la configura. Quienes lo hacen emprenden un difícil itinerario que en la mayoría de los casos conduce al exilio, o a otras muchas personas refugiadas a ser expulsadas de sus espacios de vida por las actividades bélicas.
Como tantas veces constatamos, al final siempre se mata a los mismos, siempre son las mismas gentes quienes componen las muchedumbres refugiadas, siempre es la población civil y trabajadora la que paga el máximo tributo; por ser forzados a combatir, conminadas a huir y a convivir con el terror, expropiadas de sus posesiones trabajos y viviendas… Todo se legitima además con una ilógica militarista que lo impregna todo. Medios de comunicación, leyes especiales, órdenes, discursos, colonizan el pensamiento de la población convirtiendo en normal y necesario cualquier sacrificio individual o colectivo, en aras de la patria, la nación, el gobierno de salvación, la fe en la victoria, la supremacía moral o democrática, la superación de afrentas históricas…. Conceptos que mediáticamente manipulados calan en las mayorías sociales que indefectiblemente protagonizarán y sufrirán los efectos de las guerras, desviando así la atención sobre los auténticos motivos e intereses políticos y económicos (o sea, de poder) que las provocan. Se trata de generalizar la obediencia a quienes ostentan el poder político o militar, la inapelabilidad de las órdenes, la normalización de la vulneración de derechos, la reproducción de modelos de vida y conductas desiguales en función del género, la edad, la productividad, la condición social, la ideología política o la procedencia. Y desgraciadamente se consigue, como así lo demuestran las dos guerras mundiales, la guerra de los Balcanes y otras en nuestra historia más reciente, muchas de ellas olvidadas, que se suceden en la actualidad.
La guerra encarna un modelo de sociedad y resolución de conflictos que rechazamos de plano, porque además de inhumano y ecocida, paraliza y hace retroceder procesos de conquista de derechos de toda índole, reproduce y blinda roles que se desean transformar, esquilma la economía reconduciendo todos los recursos económicos y tecnológicos al servicio y nutrición de la maquinaria militar con armas y personas.
No estoy disponible para matar y morir. Deserto, objeto a la barbarie
Quien deserta deberá confrontarse en mayor o menor medida con este imaginario legitimador colectivo que posibilita los conflictos armados. Por ello la primera deserción es de orden mental. Esto es, desertar de toda esa retórica militarista. Poner distancia ante ese bucle discursivo y normativo construyendo un nuevo paradigma, un referente distinto: ni mi cuerpo ni mi mente van a cooperar con el esfuerzo que se me impone. No voy a cooperar con la guerra ni con el ejército que la posibilita. No estoy disponible para matar y morir. Deserto, objeto a la barbarie. Esta postura resulta profundamente interpelante, por eso es tan peligrosa, perseguida y reprimida. La deserción a la guerra, la Insumisión a los ejércitos, la Objeción de conciencia, las acciones antimilitaristas y la conciencia antibelicista suponen una auténtica revolución para deslegitimar lo que se inculca en este ámbito como normalizado de obligado cumplimiento.
Por supuesto, no negamos el derecho a defenderse de una agresión armada. Sin embargo nuestra visión de la guerra como un proceso multifactorial en el que confluyen diferentes intereses en gran parte ocultos o escasamente evidenciados, (económicos, geo-políticos estratégicos, armamentísticos) nos lleva a reclamar la misma legitimidad ética para quienes se apartan de ese modelo de defensa, que a nuestro juicio no sirve para una defensa real sino para provocar muerte, exilio y destrucción sirviendo a intereses y necesidades ajenos al bien común de la ciudadanía.
Expresamos por tanto nuestro respeto solidaridad y adhesión a todos las personas que practican la Deserción y la Insumisión. Reclamamos su reconocimiento como personas refugiadas políticas así como que no sean extraditadas a sus países si son reclamadas por sus gobiernos.
El Pacifismo Antimilitarista siempre se ha destacado por situarse desde una marcada y reconocible Perspectiva Ética que ha conducido todas sus acciones y contenidos discursivos. Ha pagado en muchos casos un alto precio por ello, en forma de asesinatos, represión y cárcel. A pesar de lo cual, su mensaje sigue más vigente que nunca en esta actualidad marcada por la amenaza nuclear y la extensión de los conflictos armados en este planeta maltratado, entre otras causas, por las guerras.
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