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@emmanuelrog, es miembro del Instituto DM.
Es miembro de la Fundación de los Comunes.
Desde finales de los años setenta Félix Guattari escribió sobre la nueva onda conservadora y neoliberal. Una suerte de contrarrevolución estaba descomponiendo el plano feliz de experimentación y constitución de nuevas formas de vida que se había ensayado desde mayo del 68. Buena parte de aquellas reflexiones quedaron reflejadas en el volumen escrito con Antonio Negri, titulado Las verdades nómadas.
Negri y Guattari quisieron analizar las consecuencias políticas y afectivas de esta revolución neoconservadora en la que Reagan y Thatcher eran sujeto y síntoma. Pero, sobre todo trataron de investigar qué modelos revolucionarios se podían proponer en la era de la subsunción real del capital, en los tiempos del Capitalismo Mundial Integrado (CMI) que parecía producir la verdad del mundo. La idea de que el capitalismo era una axiomática, una máquina de producción de verdad, constituyó un aporte central del trabajo que Guattari desarrolló desde finales de los años sesenta con Gilles Deleuze. Querían nombrar de este modo ese gran proyecto capitalista que trataba de controlar los tiempos singulares de la vida y reducirlos a los tiempos capitalistas bajo la amenaza de la anulación del ser. Se puede recordar el lema del punk de aquellos mismos años: No Future.
Podemos se propuso como una solución a los clásicos traumas izquierdistas, una solución a los binomios mayoría / minoría, representación / marginalidad
A pesar de esa pretensión totalitaria del CMI, Guattari y Negri no dieron paso a la desesperación, la derrota o el nihilismo. Tampoco a las numerosas vías de expresión de la singularidad individualista. El pensamiento de Guattari exploró los malestares y los procesos marginales como lugares centrales de politización, de producción política. ¿Qué nos dice hoy todo esto?
Desde las profundidades
Partamos de una afirmación: el reciente ciclo político, al menos aquel que arranca después del 15M y que se organizó en Podemos, consideró la construcción de mayorías como su principal elemento de validación. La objetivización del significante “victoria” pretendía intervenir —y a la vez superar— los viejos fantasmas de la izquierda. Podemos se propuso como una solución a los clásicos traumas izquierdistas, una solución a los binomios mayoría / minoría, representación / marginalidad, construyendo una fuerza mayoritaria y representativa. Podemos quería jugar en la gran liga de la toma del Estado, producir transformaciones reales y —sobre todo— hacer efectivas las demandas difusas, que caso de no tornarse mayoritarias y representativas, estaban condenadas a la impotencia y la política meramente expresiva.
Podemos fue por eso un encantamiento, un antídoto imaginario frente a la impotencia de lo minoritario. Pero ¿qué promesa se contenía realmente en la doble oposición mayoría-minoría y representatividad-marginalidad? En Guattari, lo marginal surge con una luz nueva: lo marginal no se opone a lo representativo, y tampoco a lo minoritario. El verdadero opuesto a lo marginal es lo integrado, lo capturado, lo territorializado, y a esa condición se reduce la política expresada en términos de representatividad, y también de mayoría / minoría.
El problema de la “integración” es que resulta mucho más correoso y engorroso que aquel de la contrarrevolución
Esta diferenciación puede resultar crucial para comprender nuestro momento político. Durante los últimos años, hemos sido arrastrados por un vasto deslizamiento de tierras. A las aspiraciones de transformación y cambio, a la potencia constituyente que despertó el 15M, se le ha superpuesto una capa de arena en la forma de un fuerte deseo de integración. La denominada “nueva política” se nutre emocionalmente de una necesidad de reconocimiento personal, político y afectivo. Con el paso de los años y los distintos derrumbes electorales, deshecha ya la pretensión de mayoría o la representatividad, solo queda esa arena estéril. Para toda una generación, la política institucional ha sido así menos el espacio de un combate, que un rito de paso hacia la mayoría de edad, la llegada al campo de lo instituido y lo mayoritario como bálsamo y cura de los traumas de reconocimiento e integración.
El problema de la integración
La paradoja de este tiempo no es como en los años ochenta el problema de enfrentar una “contrarrevolución”. Difícilmente se podría decir que el 15M salió derrotado, o incluso que Podemos fuera vencido. En sus términos, ambos procesos fueron una sorpresa; a su modo, un “éxito”. Difícilmente también podríamos decir que el 15M hizo tambalear los cimientos del capitalismo neoliberal, obligando a este a un nuevo movimiento histórico. El problema de la “integración” es que resulta mucho más correoso y engorroso que aquel de la contrarrevolución. Por decirlo sintéticamente, en la contrarrevolución muta el rostro del enemigo. Este absorbe y deforma las formas de vida de la revolución, a fin de vencerlas y someterlas a la axiomática del capital que describían Deleuze, Guattari y Negri.
En la “integración”, en cambio, es el “amigo” quien resulta “mutado” destruyendo y desdibujando las alianzas políticas. Contrarrevolución e integración aíslan, producen soledad y confusión en las nuevas formas de vida y en las potencias constituyentes, pero lo hacen de formas radicalmente diferentes. En la primera, estas son derrotadas política, cultural o incluso militarmente. En la segunda, estas potencias se expresan como depresión, carencia de sentido, falta de horizonte y proyecto fuera del campo del poder instituido. Las fuerzas constituyentes se repliegan sobre sí mismas y reniegan de su potencia.
A ras de suelo: la “nueva política” no es solo la política de Podemos, la política institucional. Es Podemos más los movimiento sociales “integrados”. Dicho de otro modo, la “nueva política” ha logrado ordenar simbólicamente el conjunto de las fuerzas sociales y espacios de producción política autónomos.
El campo de la política no institucional parece cada vez más reducido al rincón de los lobbys ciudadanos
Desde la Transición hasta el 15M, persistió —mejor o peor, pero sin ser nunca extinguida— una potencia subterránea, hecha de múltiples espacios de producción política autónoma que no tenía propósito alguno de integración. Las lógicas post-15M y el ciclo Podemos han impuesto un nuevo paradigma. Uno que obliga a todos los espacios políticos y culturales, hasta los más ajenos, a salir del underground, de su particular marginalidad. Valga señalar aquí algunos cambios en las prioridades: la urgencia por ganar “espacio” en las redes sociales, “crear relato”, emerger como “fuerzas reconocibles”, reconocer los cánones estéticos mayoritarios como propios, “construir pueblo”, etc.
En esta dirección, vemos hoy centros sociales okupados y movimientos radicales midiéndose en términos de utilidad pública, de buen gobierno o de sentido común. El campo de la política no institucional parece cada vez más reducido al rincón de los lobbys ciudadanos. Las campañas, la producción de leyes, la intervención institucional y sus sistemas de alianza han dejado de lado un hecho crucial para toda política que es producción de autonomía: la construcción de instituciones propias. La política como proyecto que dota de densidad a los márgenes sociales —y que escapa y no se mide en los términos de mayorías, minorías y representatividad— ha sido vaciada casi por completo.
El gobierno progre representa en este sentido algo más que un curioso ejemplo. La novedad de tener un gobierno de coalición ha generado una ficción. Ahora Unidas Podemos juega al papel de doble agente. Por un lado, simula tener capacidad de modificar las estructuras básicas del poder mientras asume la responsabilidad de gobierno. Por el otro, susurra al oído de los movimientos en busca de interlocuciones y validaciones que le permitan sobrevivir. En esta lógica, los movimientos y sus demandas pasan a articularse bajo la forma de un lobby donde la mediación política es externalizada y amoldada al campo de lo posible, en su sentido más estrecho. Los portavoces, los manifiestos y la presencia mediática sustituyen a la creación de instituciones y formas de vida, la densidad de las organizaciones y la producción de conflicto.
Encerrados en el campo de la minoría, que quiere influir a toda cosa, que confunde infiltración en el poder con integración en el mismo, los movimientos devienen lobby. Y en este tránsito ya solo tienen capacidad de hablar de las leyes, de la producción de leyes. El Estado en esta lógica es cada vez más, el único horizonte. La integración es su consecuencia.
La política revolucionaria atraviesa un desierto de magnitudes aparentemente infinitas. En la tensión entre producir ley y producir movimientos, instituciones y formas de vida autónomas todo parece decantarse por un nuevo sistema de sociedades civiles comprometidas con el desarrollo de la “oportunidad política”. Nadie, en este terreno, quiere quedarse fuera de la foto, perder influencia, followers, cuota de pantalla en la nueva esfera mediática-institucional post-15M. Y así actuamos como minorías a la caza de los lugares comunes en las interminables guerras culturales de la izquierda. Romper con la lógica mayoría/minorías es asumir sin ambages un nuevo devenir marginal.
La proliferación de los márgenes
En los términos de Deleuze y Guattari, ¿cómo desterritorializarnos, trazar líneas de fuga que nos permitan construir desde los márgenes? Se tratar de ensanchar el campo político de lo imperceptible por las formas de control y codificación de lo instituido. Un mínimo impulso (siempre parcial) a este devenir podría considerarse en la siguiente contraxiomática:
1. La marginalidad es la afirmación de una potencia en germen: formas de vida, instituciones, potencias y nombres ayer apenas pensables. Es en los márgenes donde radican las potencias constituyentes. Tal y como sucede cuando irrumpen los centros sociales okupados en las ciudades.
2. El pánico a ser marginales es el motor afectivo de la integración. Es miedo a un destierro en soledad, frente a las formas de reconocimiento de una sociedad paradójicamente en ruinas. Es a la vez una rendición a la impotencia, una renuncia a la propia potencia.
3. Lo marginal no es minoritario ni mayoritario, sino lo contrario a integrado, asimilado. Y desde luego, no es el nihilismo hecho de nuevo en forma de heroína. Lo marginal es proliferación en nuevas formas de vida irreductibles, en la misma línea que hoy vemos en la hibridación de Black Lives Matter, movimiento queer y autonomía en EEUU.
4. Lo marginal no puede ser representado. La política de los márgenes es irreductible a la política representativa. Es política autónoma que construye sus mediaciones y afianza su propia institucionalidad.
5. Volver a los márgenes implica desechar todas las formas de polaridad instituida, como en principio pareció apuntar el 15M: derecha / izquierda, mayoría / minoría, identidad X contra Z, Catalunya/España, etc.
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Hola! Me gustaría ver algo más de autocrítica por parte de los autores con respecto a su anterior defensas de los "centros sociales de segunda generación" que querían "salir del guetto", es decir, de la marginalidad en la que, supuestamente, se encontraban los "okupados". ¿Por qué ese cambio de postura? ¿Es por vuestra propia trayectoria política o por una valoración más general de lo sucedido con los movimientos autónomos? Salud!
Muy buena reflexión!! Como objeción diría que recurre a una retórica gremial, de iniciados, haciendo difícil, si no generando rechazo en aquellos a quienes se dirige.
Hoy hay numerosos colectivos activos realizando demandas políticas de justicia social básicas pero totalmente atomizadas. Pueden existir, de hecho los hay, puntos de fricción en cuanto a cuestiones organizativas: las ideas de liderazgo, jerarquía y asimetría de poder están muy extendidas y asumidas como necesarias por temor, sospecho, a afrontar el conflicto como aspecto esencial de la socialización. Sin embargo la violencia del capital y su sadismo está siendo tan desnudo, que brinda una oportunidad para vincular a todas esas agrupaciones en aras a un fin o conjunto de fines comunes. Puede que a priori no sean grupos de afinidades compartidas pero la necesidad que tenemos los unos de los otros nos puede vincular.
El vecindario en el que vivo, hoy es una comunidad de ayuda mutua, tanto porque he puesto mis propiedades en uso compartido -el coche-, porque cuando cocino y me sobra comparto, porque hago obsequios con escaso valor monetario o sin él, como porque pido ayuda en más de una ocasión por mi discapacidad. También porque la fragilidad genera empatía. En el trabajo supone una ocasión irresistible para activar el sadismo de muchos, una forma de placer generado por la organización jerárquica, que, desde el temor a perder es sustento, genera sadomasoquismo, sadismo con el débil como modo de adquirir una sensación interna de poder, y masoquismo o servilismo con el jerárquicamente superior. Un sistema en el que todos temen a uno y uno teme a todos. Hoy es conocido como fascismo gerencial tecnológico, puesto en práctica mediante sistemas burocráticos de "calidad". Por ello no es un espacio adecuado para generar cambios ni propiciar unión.
Pero tal vez se puedan construir puentes entre débiles para ayudarnos a tener una experiencia vital menos desesperada y quién sabe si con sentido, aunque esto último no lo veo claro...
Gracias.
Efectivamente, ha quedado un erial perfectamente yermo para la siembra, pero en un erial sólo germina el fascismo. Buen análisis.
De buscar un 'reset' a aplicar placebo (no-política).