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Opinión
Frankenstein desencadenado
El proceso de conformación de Sumar de cara a las elecciones generales del 23 de julio dejó una serie de heridas difíciles de subsanar en el corto plazo. Los resquemores entre el grupo motor del partido de Yolanda Díaz, y sus aliados de más peso, con Podemos, y viceversa, lastraron el comienzo de la campaña. Se generó entonces un clima de desconfianza que ha sido difícil de superar. La ausencia/veto de Irene Montero de las listas ha supuesto una losa sobre los llamamientos a la ilusión promulgados por Díaz y su equipo más cercano.
A pesar de ello, cuando falta nada para el cierre de campaña, Díaz tiene una oportunidad de sostener un proyecto que pueda superar ese hándicap inicial. Puede que haya una parte de la militancia morada que se quede en casa como protesta el 23J, pero la consigna de la dirigencia del partido liderado por Ione Belarra a favor del voto a Sumar ha quedado fijada desde hace días. Eso demuestra, y a la vez es consecuencia, de que el partido de Díaz es, aún más que Unidas Podemos, un compuesto de distintas pieles, músculos y huesos difíciles de ensamblar que, sin embargo, solo tiene capacidad para moverse contando con cada una de sus partes.
En gran medida, el hartazgo por el aumento sostenido de los precios de alimentos y suministros, por el vertiginoso coste del acceso a la vivienda, será capitalizado el próximo domingo por Núñez Feijóo
Más allá de que las encuestas han sostenido, tal vez artificialmente, cierto optimismo en una campaña que empezó mal, en los últimos días de campaña Sumar tiene la oportunidad de reivindicar que eso que se ha llamado, demonizado y criminalizado como el “Gobierno Frankenstein” es la única posibilidad real de mantener una puerta institucional abierta a otra forma de afrontar la grave crisis en la que estamos metidos. Ayer, durante el debate a tres de RTVE, se puso por delante esa experiencia de coalición y la moraleja que desde el principio estuvo asociada a ella, emitida por Pablo Iglesias antes del pacto con Pedro Sánchez de 2019, que es que solo con un PSOE necesitado de apoyos diversos, múltiples y a veces hasta contrapuestos, se pueden lograr avances sociales.
La casi segura victoria electoral de Alberto Núñez Feijóo, ausente en el debate de ayer, es una mala noticia para todo el espacio de la izquierda, pero Sumar tiene la oportunidad de aglutinar un voto contra la resignación del mal menor. Una vía que tiene raíces históricas y una historia demasiado reciente como para que se haya difuminado su memoria. No se trata ya del miedo a la extrema derecha sino de presentar una alternativa integral al sistema en el que ha crecido la extrema derecha. Una alternativa que precisa también de entender el pluripartidismo como una oportunidad de futuro.
El Gobierno Frankenstein es una anomalía histórica y también una posibilidad de deshacer el nudo en el que se cruza la austeridad con la incapacidad de avances democráticos y con la esclerosis de las instituciones del Estado. Por su vocación de ser puntal izquierdo del sistema, el núcleo central del PSOE no va a reivindicar esa experiencia —de hecho, Felipe González, su referente eterno, ha pedido que gobierne la lista más votada— pero para Sumar es importante reconocer las ventajas de esa aritmética improbable. Al final, no se trata de crear un nuevo partido, con una nueva estética, sino de ser un elemento ineludible para coser las distintas partes de la criatura.
Fatiga y crisis eterna
Sea justo o no, el Partido Popular está aglutinando un voto que está crispado no solo en materia de la reacción identitaria —antifeminista, antiecologista, antiindependentista, homófoba, etc— sino también por la propia dinámica de la crisis. La desigualdad, medida por el índice Gini, creció en la pandemia y el problema de la inflación no se ha extinguido, pese al esfuerzo del Gobierno para reducir el coste de la vida. España es un país que redistribuye poco en materia fiscal y que, a pesar de la reforma laboral, sigue teniendo un empleo precarizado. Más de 2,5 millones de personas tienen un trabajo y son pobres. En gran medida, el hartazgo por el aumento sostenido de los precios de alimentos y suministros será capitalizado el próximo domingo por Alberto Núñez Feijóo simplemente porque es la otra opción posible que presenta ese sistema bipartidista.
Una parte del electorado está harta de la situación de estancamiento económico y lo achaca a medidas que pueden no tener relación con ellos pero funcionan dentro del esquema mental aspiracional instalado por el neoliberalismo, como las subidas de impuestos a las rentas más altas. Otra parte votará al PP desde posiciones precarias, excluidas y marginadas. Es indiferente si se tiene la certeza de que la solución que les ofrece el partido de Feijóo solamente incrementará esa precariedad, la realidad es que el Gobierno actual no ha alcanzado para arrastrar a esa cuarta parte de la población que está en riesgo de pobreza o en situación de exclusión social hacia las aguas tranquilas de la percepción de la situación económica propia como buena (“podíamos estar peor”). Hay un 25% de la población que ya está en lo peor.
Es un error presentar la experiencia de la legislatura pasada como un accidente cuando precisamente es la antítesis de un Gobierno de coalición entre la derecha y el sector ultra
En ese punto también radica el “problema de la abstención”, y no tanto en una posición estética o sibarita de determinados agentes de la izquierda. La pandemia demostró que el Estado tenía más capacidad de intervención de la que había desarrollado desde la crisis de 2008 y en toda la década anterior, pero también fue un golpe contra la participación política. Después de un ciclo de movilización se ha regresado al punto de partida deseado por esos ideólogos del neoliberalismo: una sociedad desdibujada y menguante, con individuos que se entretienen jugando a remediar en las redes sociales pero que apenas tienen puntos de encuentro fuera de esas lógicas. Y tienen menos puntos de encuentro, si cabe, con quienes se encuentran en situaciones de exclusión, con las personas desahuciadas, las trabajadoras migrantes que tienen derecho a voto pero no lo ejercen, con quienes no entran en la dinámica de las clases medias (efectivas o empobrecidas) y se abstendrán en unas elecciones que se celebran dentro de un sistema político que les mantiene “afuera” el resto del tiempo.
De nuevo, la experiencia de Grecia sirve como aviso a navegantes: no basta con intentar llenar el vacío de la socialdemocracia. Aunque eso pueda funcionar temporalmente, hay todo un espacio de movimiento y participación que no tiene que ver con la lógica gerencial de los sistemas políticos europeos. Si no se le da un sentido —no solo parlamentario— y una propuesta concreta de salida de la crisis, ese espacio queda virtualmente sin representación, ya sea por la abstención o por la opción del mal menor, que en el caso de la izquierda copa el PSOE. De nuevo se requiere un proyecto que sume partes de esa clase media descompuesta y las clases populares infrarrepresentadas: hay margen aunque no hay mucho tiempo ni, siendo honestos, demasiada experiencia reciente para hacerlo.
Luces largas
EH Bildu y el Bloque Nacionalista Galego han entendido perfectamente que la impugnación que surge a partir de 2011 en el Estado no ha desaparecido pero sí ha mutado, ha ido del entusiasmo al miedo. Por eso, y por mantener ciertas dosis de esperanza, son hoy contemplados como opciones deseables para gran parte de la izquierda fuera de sus ámbitos de referencia. En ambos casos impugnan los modelos de gestión de los partidos alfa de sus territorios y, en el caso de los abertzales, están cerca de superar electoralmente unos marcos que parecían incuestionables, como son los de la gestión del PNV en la comunidad autónoma vasca. La posible entrada de Adelante Andalucía en Cádiz sigue la misma línea. La voluntad de hacer crecer la democracia desde distintos puntos alejados de la maquinaria de creación de relato Madrid debe ser apuntada como una propuesta de futuro, no como un coste de oportunidad para un proyecto centralizado con ribetes federalizantes.
Catalunya es otra historia, y los resultados del 23J serán un reflejo de hasta qué punto es hoy en día una anomalía. La extrema derecha ya ha abogado abiertamente por recuperar la agenda represiva con sus tintes más duros, que fue interrumpida —solo a medias— a raíz de los indultos a los condenados en el juicio del Procés. Las elecciones del próximo domingo tienen una importancia mayúscula en torno a Catalunya. Una victoria de PP y Vox puede ser catastrófica en los siguientes pasos del conflicto. Pero es evidente que no terminará con él.
El Gobierno Frankenstein es una anomalía histórica y también una posibilidad de deshacer el nudo en el que se cruza la austeridad con la incapacidad de avances democráticos y con la esclerosis de las instituciones del Estado
La campaña de Sumar ha estado marcada por esa incógnita y por la confrontación con ERC y especialmente su diputado número uno por Barcelona, Gabriel Rufián, mucho más afines a las tesis de Podemos que apuntan al déficit democrático de base del Estado español. Después del reparto de escaños será posible pensar en las posibles alianzas pero parece que será necesaria una tabla rasa para comenzar a pensar en una futura propuesta democrática de solución que aborde la cuestión de las soberanías en el marco de la UE y confronte no solo con la extrema derecha nominal, sino con la pujanza del Estado del “a por ellos” rearmado a partir de 2017.
Morir de fracaso o de éxito
Un posible mal resultado de Sumar el 23 de julio puede empeorar si no se hacen las lecturas oportunas. Las elecciones han sido convocadas en una lógica bipartidista. Las encuestas propulsan al PP pero dejan al PSOE en los mismos números, si no mejores, que en 2019. Juntos podrían alcanzar el 60% y, aunque no son lo mismo, PSOE y PP se han entendido tradicionalmente en varios puntos. El principal, situarse como las dos opciones de orden dentro del sistema político. Por eso, y por los citados defectos de la confluencia, las opciones de Sumar estaban destinadas a ser menguantes en campaña. Si se parte de esa base, el análisis de los resultados del 23 de julio tiene que ir más allá del 24 de julio. Si no son buenos, puede ser aún peor el espectáculo de una voladura de los puentes que puedan unir a las distintas sensibilidades concurrentes en Sumar y, más allá, la ruptura con todos los elementos que compusieron la mayoría parlamentaria del ciclo 2019-2023. Es cierto que donde no hay cohesión no se puede pedir un apretar las filas en el análisis de esos resultados, pero el verano puede ayudar a unos y otros a plantear un nuevo curso más estratégico y menos táctico.
Tampoco el posible éxito lo resuelve todo. En el caso de que Sumar obtenga los once o doce escaños que pueden separar el cielo del infierno, la lectura del momento también requiere inteligencia estratégica. Ya se ha advertido de la posibilidad de bloqueo parlamentario entre una mayoría no suficiente de derechas y una amalgama quizá tampoco suficiente de los partidos del “otro país posible” encabezada por el mismo PSOE de siempre con las mismas hipotecas de siempre.
En la negociación multipartita —también la de las organizaciones que se han sumado al proyecto de Díaz— habrá tensiones y posibilidad de ruptura. Gestionar bien ese proceso hacia la conformación de un nuevo “Frankenstein” puede servir para suturar las heridas abiertas antes del acuerdo del 9 de junio. Frente a las llamadas al orden que el PSOE seguirá emitiendo, la propuesta de mestizaje político y la apertura de posibilidades para acuerdos futuros no se debe agotar después de las elecciones, pase lo que pase en ellas.
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La verdad que no tenía pensado votar (dentro del arco parlamentario sólo me convencen EH BILDU y la CUP), pero después de ver el debate ayer, tengo el deber de hacer todo lo que pueda por parar los pies y bajarles los humos a estos cerdos fascistas del pp y vox. Votaré a Sumar aunque sé que son unos reformistas del sistema capitalista, seguiré organizándome y luchando desde las calles con mis amigas/os contra el fascismo que nunca se fue.
Yo ya voté por correo a Sumar y mis motivos son similares a los suyos. Una pequeña mejora -por muy pequeña que sea- en la vida de la ciudadanía es, al fin y al cabo, una mejora. Pero eso es todo: no tengo ilusión, ni esperanzas de cambio real, ni siento simpatía por el "proyecto de país" de este movimiento.
Feliz día.
Sinceramente, ayer Yolanda estuvo espectacular, poniendo límites a la moderación de Sánchez, contrastándolo con propuestas mucho más ambiciosas y poniendo a raya y contraatacando adecuadamente al fascista de Abascal. Creo que este proyecto va para largo, y siempre y que no imponga una tesis sobre otra, puede ser una herramienta muy útil para construir la sociedad federal, republicana y de izquierdas que tantos queremos.