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Opinión
El Gobierno del 'sí' a la Guerra
Es investigador y técnico del Centre Delàs d’Estudis per la Pau
La escalada de tensiones en el conflicto de Ucrania ha llevado la retórica y las decisiones del Gobierno español a extremos cuanto menos contradictorios. Al mismo tiempo que Pedro Sánchez apuesta “por la unidad, la distensión, la solidaridad y el diálogo”, garantiza el compromiso de España con la OTAN y con las acciones que ésta lleve a cabo. Margarita Robles, Ministra de Defensa, propone una respuesta diplomática que permita desescalar la tensión con Rusia, pero manda dos buques de guerra al Mar Negro, recuerda que hay 300 soldados españoles desplegados en Letonia y valora un despliegue de cazas en Bulgaria. El portavoz del PSOE, Felipe Sicilia, aún da un giro de tuerca más declarando que nadie puede poner en duda que el PSOE es el partido del “No a la Guerra” pero que la posición del Ejecutivo es “respetar las decisiones de la OTAN”. Si tenemos en cuenta que el “No a la Guerra” nació en respuesta a la invasión de Iraq, orquestada por los Estados Unidos y sus aliados de la OTAN, la incongruencia se vuelve casi insoportable. Da por hecho el Gobierno que esta confusión de términos casi orwelliana a la que nos tiene acostumbrados ya ha calado o resulta imperceptible para la sociedad española. La guerra es la paz y prepararnos para el conflicto armado es la única manera de solucionarlo.
No parecen sentirse tan cómodas con este mensaje en Unidas Podemos. La ministra de Igualdad, Irene Montero, fue quien propició las declaraciones del portavoz del PSOE al declarar que “España es el país del ‘No a la guerra’” y que nuestra sociedad está formada por “gente de paz” que apuesta por “la desescalada del conflicto, por evitar maniobras en la zona [en referencia al despliegue ordenado por Robles], por el diálogo y por la diplomacia”. Otras voces de la formación han hecho declaraciones en ese mismo sentido, y probablemente no les falta razón al entender que la mayor parte de la ciudadanía está en contra de la guerra. Lamentablemente, esta conciencia de que existe una mayoría en favor de la paz no parece trascender más allá de las declaraciones públicas, ni permear el ámbito de las decisiones del gobierno del que son parte. Al fin y al cabo, este Gobierno de coalición es responsable de las políticas de fuerte carácter militarista impulsadas durante estos dos primeros años de mandato. Valgan como prueba tres ejemplos recientes.
El Gobierno de coalición ha optado por ponerse de lado y mantener a España al margen de los esfuerzos internacionales en favor del desarme nuclear
En primer lugar, el Gobierno de PSOE y Unidas Podemos ha presentado unos presupuestos para este año que acaba de comenzar que mantienen la inercia armamentista de ejecutivos anteriores, al margen de su signo político. Las cuentas aprobadas para 2022 disponen un gasto militar de 22.796 millones de euros, más del doble de lo asignado directamente al Ministerio de Defensa (10.155 millones), lo que supone un nuevo récord histórico y un 5,75% más que el año pasado. Este año gastaremos 4.581 millones en inversiones en armamentos, en su mayor parte para pagar los Programas Especiales de Armamento (PEA), para los que los dos gobiernos presididos por Sánchez desde 2018 ya han consignado 21.560 millones de euros. Ni la entrada en el gobierno de Unidas Podemos ni la emergencia sanitaria provocada por la pandemia han parecido alterar en lo más mínimo estos planes para dotar al ejército español de más y mayores capacidades destructivas, con inversiones multimillonarias en blindados, helicópteros, submarinos, fragatas, cazas y otras armas, aprobadas una tras otra en un Consejo de Ministros que no deja de estar compuesto por miembros de ambas formaciones.
Otro ejemplo lo encontramos hace apenas unos días, el 22 de enero, cuando se cumplió el primer aniversario de la entrada en vigor del Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares (TPAN), un hito histórico para la lucha pacifista que consiguió que el arma más destructiva que ha creado el hombre (y omito aquí el lenguaje inclusivo) por fin pasase a estar prohibida por el derecho internacional. La firma de este tratado era curiosamente uno de los 11 puntos de un primer acuerdo alcanzado entre Unidas Podemos y el PSOE en septiembre de 2018. Pese a esto, hemos presenciado cómo el Gobierno de coalición ha optado por ponerse de lado y mantener a España al margen de los esfuerzos internacionales en favor del desarme nuclear. Es la posición que marcan con mano firme los Estados Unidos a sus socios de la OTAN que carecen de este tipo de armamento, a cambio de la protección y seguridad que (se supone) dan sus más de 5.500 cabezas nucleares, muchas de ellas estacionadas en Europa.
Del mismo modo, este gobierno ha demostrado poca afinidad con los mensajes del “No a la Guerra” al seguir aprobando e impulsando las ventas de armas made in Spain incluso a países envueltos en guerras e inestabilidad, como son los casos de Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Egipto o Turquía. En el último informe de exportaciones de material de defensa presentado al Congreso, que corresponde al primer semestre de 2021, sorprende encontrar que en ese periodo no hubo denegaciones en la exportación de material militar, ni siquiera en el caso de Arabia Saudí que, pese a su más que evidente implicación en la guerra de Yemen (donde ha provocado la mayor crisis humanitaria de lo que llevamos de siglo), recibió municiones y componentes por valor de 55,7 millones. Precisamente al comienzo de ese semestre, el Ejecutivo justificaba la venta de armas al régimen saudí, asegurando un compromiso firme con las normativas que “anteponen el respeto a los derechos humanos por encima de cualquier otro interés”, en lo que sin duda fue otra gran acrobacia retórica.
Puede que efectivamente este sea el país del “No a la Guerra”, pero creo que podemos afirmar con rotundidad que su gobierno no lo es. Quiénes estuvieron en protestas como la de la foto que acompaña estas líneas, estarán de acuerdo con esto. Puede que hasta comparta esta afirmación el joven que está de pie, con una palestina atada a la cintura y sosteniendo un pequeño megáfono, pese a que por un tiempo llegó a ocupar el cargo de vicepresidente en este Gobierno.