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Opinión
Mirando el móvil mientras las bombas siguen cayendo
Son las 4 de la madrugada y el peque me despierta para pedirme un biberón. Ya no me volveré a dormir dándole vueltas a los acontecimientos. En el día anterior, oleadas de usuarias se han ido de Twitter/X a Bluesky mientras hablo por mensajes de Instagram con Noelia Pérez sobre el gesto frustrante de compartir vídeos del enésimo bombardeo genocida de Israel a un campo de refugiados palestinos.
Conocí a Noelia hace quince años, en un viaje organizado para jóvenes con inquietudes periodísticas a Bosnia, donde pudimos recibir testimonios directos de víctimas de otro genocidio, el de Srebrenica. En esa misma época me abría mi primera cuenta de Twitter, lo que dio pie a que, años después, me reciclara en especialista en redes sociales, ante el desengaño profesional con el fotoperiodismo.
El desengaño con las redes no tardó mucho más, si bien vivimos un conato de revolución social con el 15M, las protestas en la calle se dieron de bruces con la Ley Mordaza, y la vía institucional de partidos políticos crecidos en Twitter y Facebook, además del canal de televisión La Sexta, se estrelló contra la maquinaria del Estado a base de lawfare y bulos mediáticos.
Mientras los tuits de @Acampadasol desaparecen poco a poco de los servidores de las oficinas de Elon Musk, pienso en cómo esta última oleada de bajas de su plataforma, tras el anuncio de The Guardian y La Vanguardia de abandonar Twitter/X, puede servir de pequeña victoria colectiva tras ver cómo Donald Trump arrasa en las elecciones de Estados Unidos, aupado por los GAFAM (acrónimo de Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft), aunque el foco se lo haya llevado todo Musk, que ya tiene un departamento prometido para él solo en el segundo mandato del Gobierno Trump.
El trasvase de cuentas de X a Bluesky, entre otras, confirma que, pese a la indignación frente al alimento de Musk a la extrema derecha y sus bulos en el viejo Twitter, no tenemos un horizonte alternativo muy ilusionante. La ganadora en esta nueva oleada ha sido una red social, Bluesky, que se ha levantado a base de fondos de inversores en capital riesgo y criptomonedas, y no hace falta narrar a dónde conduce eso, lo hemos vivido en muchas otras plataformas nacidas en el seno de Silicon Valley. La pregunta es, por ejemplo, cuánto tardarán en retomar la censura de contenidos sobre Palestina, como ya pasa en Google Discover, Tiktok, Facebook, Instagram y un largo etcétera.
Mientras seguimos debatiendo sobre Bluesky, Twitter o Musk, otro anuncio de Trump estremece el cuerpo, el embajador de Estados Unidos en Israel será un sionista fan del genocidio y la esperanza en que el daño a Twitter/X con nuestras bajas sirva de algo es más bien nula. Queda el consuelo de pensar que culminamos colectivamente un fin de ciclo que empezó abrazando las redes sociales y que saldremos en los libros de historia con un gesto simbólico de huida hacia adelante, rodeados por la vorágine de vídeos de bombas cayendo en Palestina y Líbano que miramos impotentes en el móvil.
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Salirse de Twitter no es nulo, aunque te haga sentir como grano de arena en la playa, tenéis que salir con la cabeza bien alta y si queréis pasaros al Fediverso, no al BlueSky ese que es otro centro comercial privado que acabará por buscar rédito económico y se volverá tóxico igualmente. Arriba esos ánimos. El pesimismo nos bloquea. Amor.