Opinión
Entre neonazis y el momento posfascista

La ofensiva del nacionalismo racista, antisemita y fascistoide se combina con las odas al mercado versus ‘lo público’ del giro reaccionario de esta etapa posfordista y tecnologizada.
Manifestación Antirracista 25-07-19 - 15
Manuel del Valle Manifestación antirracista en Madrid el pasado 19 de julio.
22 jul 2025 06:00

A partir del segundo fin de semana de este mes, el julio del verano del 25, está y estará marcado por la “cacería” neofascista contra población magrebí en Torre Pacheco. Las organizaciones ultraderechistas tuvieron, en esta ocasión, lo que buscaban abiertamente desde hacía tiempo: recordemos, entre otros continuos intentos, la campaña de bulos con falsas autorías del verano pasado.

Una búsqueda que tenemos evidenciada tanto por sus estrategias continuas de bulos, in crescendo desde la pandemia, como por sus dinámicas de discurso supremacista clásico combinadas con las propias del momento postfascista que atravesamos.

Elon Musk y Alternativa por Alemania: distorsiones y apropiaciones

Para ejemplificar esa combinación sin entrar en muchas diatribas podemos usar una noticia de esa misma semana: la IA hitleriana del Twitter/X de Elon Musk. El paradigmático tecnomagnate, nostálgico del apartheid de su país, que anda maquinando entre el saludo nazi-fascista y la esvástica disimulada en la X, mientras coquetea con la estrategia de calificar a Hitler como “socialista y comunista” según una derivación automática errónea, analfabeta, muy “libre” y muy falsa de la palabra ‘nacionalsocialismo’. Una adulteración anti-histórica que realizó, tácticamente, la líder de Alternativa por Alemania para blanquear su partido y captar voto joven en un país que, recordemos, contó con desnazificación —más o menos fallida y con diferencias evidentes entre el Este y el Oeste, marcadas por la división nacional vigente hasta la Caída del Muro de Berlín en 1989— y en el que pesa la culpa nacional —macabra a partir del 8 de octubre de 2023— por la planificación y ejecución del Holocausto.

La convocatoria en el epicentro de los altercados pinchó. Y es que una cosa es la ideología, las redes y, ojo, el voto; y otra pertenecer a grupos neonazis y fachas organizados

Esa surrealista y dañina afirmación de la líder del segundo partido de la Alemania actual —con el 20% del voto emitido en aquellas elecciones: su mejor resultado histórico— tenía lugar en la entrevista que le realizó el dueño de Tesla cuando, después de financiar y acompañar la victoria del magnate inmobiliario y showman autoritario en USA, se entregó a fondo en interferir a favor de la ultraderecha en la política británica, primero, y en la campaña electoral germana, después.

El mega-rico supremacista que pulula, con pérdidas empresariales, entre la distorsión del sentido del movimiento Occupy Wall Street de 2011 —contra la impunidad de los grandes beneficiarios del neoliberalismo y la financiarización económica, responsables del crack de 2008— y su apropiación. Tiene indefectiblemente el objetivo de terminar desapareciéndolo de una memoria con amnesia presentista galopante a través de su resignificación. Cómo, pues usando e imponiendo en su circulación la acepción de ‘conquista’ y ‘colonización’ que tiene la palabra ‘ocupación’, a la vez que juega con ligarse —para blanquearse y disfrazar sus obsesiones con barniz de logro para la humanidad— con la referencia implícita compartida en el acto de ‘instalarnos’ —presente en el movimiento de 2011, vinculado a la herencia de los 60s y a los idearios colectivistas— mediante una usurpación cultural de libro. Esto es, a través de su lema espacial Occupy Mars.

Y es que, aparte de megalomanía a destajo, las oligarquías machistas, aunque no gerontocráticas aún, no me digáis por qué, algo de la emergencia climática en la que estamos saben; en contraste con el negacionismo genuino y suicida del “drill, baby, drill” (“perfora, nena, perfora”) de Donald Trump como boomer yankee que es.

Teniendo presente al personaje de la generación nacida en los 70s, también con ‘x’, a modo de icónico representante de “la cuadrilla” de Silicon Valley, y habiendo visto Mickey17 (2025), la parodia metafórica y didáctica desplegada por el genial director surcoreano Bong Joon-ho, la referencia viene sola a la mente. El retrato de un estereotipo de personalidad egocéntrica y utilitarista sin límites al considerar el resto de la humanidad representa, como ejemplar de los ultra-ricos tan arrogantes e incultos como grotescos, al multimillonario que hasta hace poco era la mano derecha de Trump, MAGA estadounidense por adopción temporal. Y es que las contradicciones emergen siempre.

Pensar el presente y las relaciones de fuerza para un No pasarán antifascista de frentes amplios 

Por tanto, y volviendo a los neonazis y postfascistas de estos pagos, las ultraderechas cuentan con discursos y estrategias trenzadas entre dos ejes: el nacionalismo racista, antisemita (en su sentido completo) y fascistoide propio de las etapas del desarrollo fordista de la sociedad moderna de masas; y, en segundo lugar, las odas al mercado versus ‘lo público’ —nombrándolo como Estado— del giro reaccionario propio de esta etapa posfordista, cosificada y tecnologizada que vivimos. Una coyuntura en la que, como sabemos, se expanden en adeptos y seguidores. Porque tanto las mentiras clásicas en nuevo formato divulgativo, como la combinación de discursos, junto a la conspiranoia de unas subjetividades individualizadas y narcisas, fluyen sin límites en las mentes del mundo virtual.

Con este panorama, el fin de semana del 12 de julio en Murcia, la ultraderecha patria tuvo lo que buscaba en su momento oportuno: después del último paso declarativo de Vox —cuando la convocatoria de elecciones generales estaba aún en el ambiente, allá por San Fermín—respecto a uno de sus dos pilares ideológicos: el género y la migración. En este caso dieron rienda suelta a la propaganda racista, conspiranoica y supremacista conocida como “el gran reemplazo”. Específicamente, Rocío De Meer defendió las deportaciones forzosas masivas de 8 millones de personas, entre población migrante afincada a partir de los años 90 y españoles de primera generación. Declaró, abiertamente, la violación sistemática de los derechos humanos básicos de 8 millones de personas, afincadas entre nosotras, siguiendo la referencia dada por los intentos de Meloni y, por supuesto, la macabra estela dejada por la maquinaria represiva y persecutoria puesta en funcionamiento por Trump en su país. Decía la diputada de Vox que las deportaciones masivas de 8 millones de personas son “la solución menos mala” porque (creen) “que hay algo más importante que preservar” y que tienen, “tenemos (los españoles) el derecho a querer sobrevivir como pueblo”. El fascismo que conocemos está aquí con fuerza, lo sabemos.

No debemos normalizar ni minimizar, como consecuencia del realismo analítico frente al momento, la entrada en los Gobiernos de la extrema derecha

Sin embargo, pese a toda esta previa, la convocatoria nacional en el epicentro de los altercados, para el pasado 15 de julio, pinchó. Y es que una cosa es la ideología, las redes y, ojo, movilizarse para el voto; y otra pertenecer a grupos neonazis y fachas organizados y entrenados. Lo saben bien, y por experiencia, tanto los migrantes y personas del colectivo lgtbiq+ como el movimiento antifa militante, activo en las calles desde las décadas del 80 y los 90s. Dicho lo cual, esa realidad presente en la historia de los movimientos sociales y las calles de todo el país no debería hacernos olvidar la coyuntura de los tiempos que vivimos, para los que la memoria del antifascismo desplegado durante la II Guerra Mundial, el caracterizado por ‘Frentes Amplios’, debería llamar nuestra atención y reordenarnos en el aquí y el ahora.

Porque la táctica electoralista de Pedro Sánchez, sin solución para la crisis de la vivienda, la turistificación depredadora, el precio de la cesta de la compra, con corruptelas de bingueros machistas y con  la Ley Mordaza en vigor, con el incremento del gasto militar a las órdenes de USA—por las decisiones de Trump— a través de la OTAN, mientras siguen sin romper con la complicidad occidental en el genocidio gazatí que está siendo perpetrado por Israel, tiene la caducidad asegurada. Y, por tanto, el PSOE tendrá la responsabilidad política central de que Vox llegue al Gobierno. De que “pasen” ocupando el poder Ejecutivo con el partido del que salieron, el Partido Popular. No obstante, desde la politización de base, en mi opinión, deberíamos reflexionar teniendo más presentes, en dialéctica con nuestro presente, a los exiliados republicanos de todas las izquierdas del país. Rojos revolucionarios de diferentes familias ideológicas que siguieron luchando y poniendo en riesgo su vida, ya no su convicción por la emisión de un voto, por la contradicción fundamental del momento, tras la derrota revolucionaria, que no era otra que frenar al fascismo. Fueron traicionados y abandonados, antes y después, pero en una coyuntura desesperada como la de la II Guerra Mundial, por cómo eran como sujetos políticos y conociendo el tipo de dolor, exterminio y represión del fascismo militarizado en carne propia, no imaginaron otra opción que colaborar con las resistencias, caracterizadas por la amalgama ideológica, y con los ejércitos Aliados.

Hoy, la heroicidad no está en la ecuación, sin embargo, toda táctica y posibilidad para frenar el ascenso de los ultras es fundamental cuando la ofensiva reaccionaria está en marcha y las relaciones de fuerza no acompañan, sabiendo además que la crisis sistémica con la emergencia climática a la cabeza requerirá más de nosotras en el futuro. Y es que con la desigualdad en la correlación de fuerzas, especialmente si miramos a las nuevas generaciones, tanto en el propio país como en la conjura internacional, no hemos de normalizar ni minimizar, como consecuencia del realismo analítico del momento, la llegada a los Gobiernos de la extrema derecha —-acordémonos de Argentina—, ni tampoco la coordinación de sus diferentes frentes en la ofensiva en la que se encuentran.

Me refiero a la ofensiva mediática, la corporativa, la tecnológica y la institucional, en la que no sólo la política partidaria sino los poderes estructurales y los aparatos del Estado del bloque reaccionario están desaforados y continúan con las medidas represivas conocidas de siempre por los movimientos sociales, el sindicalismo y las  movilizaciones —con mil ejemplos durante todas las décadas de democracia liberal—, pero sin ambages, en un proceso de profundización cualitativa y cuantitativa. Instigados por las marcas histórico-corporativas y por el ambiente de la coyuntura, que tiene a la destacada ofensiva del poder judicial en modo ‘desencadenados’ sin complejos. Ejecutando esta marca de poder en la represión presente que hemos podido ver durante la segunda y tercera semana de julio: la entrada en prisión de las Seis de la Suiza, a cargo de un viejo conocido de los obreros con plaza en Gijón —condena a la que se aplicó finalmente el tercer grado el 18 de julio—, los 24 detenidos durante y después de la huelga del metal en Cádiz o, incluso, la sentencia firmada por un juez de Barcelona atacando los derechos sindicales, señalando y acusando en el razonamiento “el eco nostálgico de la España sindicalizada” dirigiéndose contra los inspectores de trabajo y a favor de Glovo. Por supuesto, a todas estas ofensivas se suma la de “las fuerzas de choque fascistas”, que no descansan ni en la red y ni en el barrio.   

Los pogromos estuvieron presentes durante el medievo y la edad moderna contra pobladores de religión judía y musulmana hasta que ambas poblaciones peninsulares fueron expulsadas

Con todo, el hecho es que la brutalidad fascistoide sigue evidenciándose en relación con el contexto de crisis que afrontamos. Lo hace porque puede y con el fin de acceder al poder Ejecutivo del Estado, por mucho que la prensa corporativa tuviera la estrategia de presentar al Partido Popular como una fuerza política que puede ganar en solitario las próximas elecciones generales, algo imposible en este contexto y que nadie piensa realidad, ni por mucho que se esforzaran en difundir la otra milonga, esto es, que Feijóo no meterá a Vox en el Gobierno central.

Son afirmaciones de los mass media que dan vergüenza ajena desde que Vox apareció en la escena política partidaria, pero resultan demenciales después de cada uno de los pactos que firmaron en los Gobiernos de las Comunidades Autónomas. Sin olvidar la historia del país, ahora que estamos en el 89 aniversario del golpe cívico-militar del 18 de julio de 1936, cuyo parcial fracaso desencadenó la Guerra civil, el partido del que salieron los de Abascal, ni el movimiento táctico de Vox, contra los derechos de los menores migrantes no acompañados hacinados en Canarias, al dejar todos los Gobiernos autonómicos hace un año. La evidencia clama al cielo pero la estrategia de duda continuará indefectiblemente pese a que el mismo jueves 17, tras las declaraciones de Feijóo sobre la migración al calor de los sucesos de Torre Pacheco, fueron los Gobiernos del PP los que plantaron la reunión sectorial que tuvo lugar para la necesaria distribución de los menores migrantes, y el presidente de Murcia firmaba el acuerdo de presupuestos con Vox sin inmutarse, incluso al calor de las declaraciones del referente en la Región.  

Presente, memorias recientes y ecos pasados: contra la pulsión supremacista

Hoy, estos últimos altercados xenófobos nos hablan del giro reaccionario presente que vivimos trayendo a nuestra mente, además de los resultados de las sucesivas elecciones en los diferentes países del continente, otros episodios similares de estos años en Irlanda del Norte, en Gran Bretaña, en Alemania, por no hablar del aumento de los ataques racistas en Italia y Francia, etc. Sin embargo, también nos trae ecos del pasado. De nuestra memoria reciente, al pensar en otra localidad de los mismos territorio del “mar de plástico” que se extienden por Almería, El Ejido, aquel febrero del 2000.

Y ecos de la memoria histórica añeja, anterior a la constitución de los Estados-nación actuales. Recuerdos cristalizados en la historia de pasados referentes tanto a los reinos peninsulares como a los del continente europeo en sentido amplio, al incluir los territorios dominados por los zares ruso ya que viene etimológicamente del ruso el concepto traducido como ‘devastación’, propio del siglo XIX, cuando la pulsión homogeinizadora estaba volcada en las construcciones nacionalistas, pero que podemos aplicar —conociendo las diferencias— a diversos pasados, en la larga línea del tiempo histórico, así como a otras latitudes, que se lo digan a los palestinos de Cisjordania. Me estoy refiriendo a los pogromos: masacres multitudinarias y persecutorias dirigidas en la vieja Europa especialmente contra población de religión judía. Aunque también tenemos registros contra otros pueblos o colectivos poblacionales según las zonas, sin olvidar la violencia sufrida por el nómada gitano.

En nuestro caso, los pogromos estuvieron presentes durante el medievo y la edad moderna contra pobladores de religión judía y musulmana hasta que ambas poblaciones peninsulares fueron expulsadas de los territorios de las Coronas de Castilla y Aragón en una amputación brutal del cuerpo social. Primero fueron expulsados los sefardíes en 1492, por el Edicto de Granada —a lo que siguió la persecución, delación y hostigamiento de los conversos por el entramado de poder represivo y normativo en torno a la herejía— y, después, los moriscos, entre 1609 y 1613 (tras las Pragmáticas de conversión forzosa para los mudéjares, decretadas entre 1501 y 1526). Para el caso del pueblo gitano no me resisto a recordar el plan de exterminio del marqués de Ensenada como ministro de Fernando VI en 1749, conocido como la Gran Redada.

La voluntad y pulsión, represiva y persecutoria, de homogeneización supremacista está presente en la historia. Y lo hace regida por diferentes formas de articulación, sustentándose más en un eje u otro —raza, religión, identidad nacional— en función del orden social vigente. Por tanto, como el resto de violencias homogeneizadoras —por el heteropatriarcado o el sistema político de dominación—, se nos vuelven a aparecer con crudeza hoy, aunque acotadas en fuerza por el momento, regidas por las formas del presente. No obstante, cuentan con la misma destrucción potencial dependiendo de la historia que venga. Una destrucción a la que hay que contraponer la resistencia antifascista, superadora de la explotación sistémica en lo cotidiano, con los instrumentos disponibles a nuestro alcance en las condiciones que la actualidad nos ha dejado.

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