Opinión
Nuestra sangre

Queremos que no haya ni una muerte más por abortos clandestinos, queremos maternidades deseadas, queremos educación sexual integral para infancias felices y adolescencias seguras, queremos democratizar el derecho al goce de todas las sexualidades.

aborto argentina diciembre 2020
Miles de mujeres se concentraron junto al Congreso y celebraron el resultado de la votación sobre derechos reproductivos. Foto de lavaca.org
29 dic 2020 06:00

Comencé a militar por el aborto legal a los 14 años en un colegio secundario de La Matanza (Buenos Aires, Argentina). Era el año 1992 y ninguna de nosotras habíamos tenido educación sexual ni íbamos a tenerla. Como toda instrucción nos habían pasado un vídeo sobre el desarrollo que formaba parte de una campaña publicitaria de compresas femeninas. Después de separarnos a varones y mujeres, las chicas volvíamos al aula tratando de ocultar nuestras primeras compresas como si fuera algo bochornoso y sin haber entendido casi nada. Lo que me quedó claro fue que la sangre era sucia y que desde entonces podía quedarme embarazada.

Del placer y de la plaga del sida nos fuimos enterando como pudimos, entre películas que mostraban los cuerpos arrasados por el VIH y hurgando entre nosotras mismas. Las que nos sacudíamos el miedo para llegar de todas formas a los recitales y a las noches junto a otros cuerpos, lo vivíamos con el miedo a los test: de embarazo o de VIH. 

Todas perdimos amigas en las garras del embarazo adolescente o del aborto clandestino. A las primeras las echaban de la casa o las castigaban y a veces las veíamos volver a la escuela con los ojos hinchados después de días de llorar. Las otras no volvían más.

Todas conocimos a decenas de infectados y todas perdimos amigos en las garras de esa peste. También todas perdimos amigas en las garras del embarazo adolescente o del aborto clandestino. A las primeras las echaban de la casa o las castigaban y a veces las veíamos volver a la escuela con los ojos hinchados después de días de llorar. Las otras no volvían más, la sangre sucia de la vergüenza se las había llevado. Yo no morí, tuve mi primera hija a los 16 años y mi cuarta a los 21.

Hoy, mientras la principal causa de mortalidad materna en Argentina son los abortos clandestinos, nosotras sostenemos vigilias y acciones para lograr que el aborto legal, seguro y gratuito sea, de una vez por todas, ley en todo nuestro territorio. ¿Qué es lo que queremos las mujeres latinoamericanas vestidas de verde, pintadas con purpurina y alzando pañuelos de ese color? Queremos que no haya ni una muerte más por abortos clandestinos, queremos maternidades deseadas, queremos educación sexual integral para infancias felices y adolescencias seguras, queremos democratizar el derecho al goce de todas las sexualidades. Y nunca estuvimos tan cerca de lograrlo como ahora que inundamos las calles y las redes con una marea de pañuelos verdes, emblema de la lucha de los quince años de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito y de infinidad de años de luchas feministas. 

La prohibición del aborto no es eficaz para detener ni la práctica ni sus consecuencias, medidas en cientos de muertas y mutiladas al año. En un país en donde casi la mitad de las mujeres son pobres, se realizan cerca de 500.000 interrupciones de embarazo cada año. La ilegalidad de la práctica constituye un femicidio de estado: nos someten a la clandestinidad, al miedo, al lucro, a la precariedad y a la muerte. 

El avance de los sectores contrarios es despiadado: para evitar el derecho a decidir de mujeres, adolescentes, y niñas, se valen de cualquier recurso: ha habido amenazas y atentados en la casas de legisladores que manifestaron su voto positivo, han obligado a decenas de niñas violadas a parir —cuando la interrupción por violación está permitida desde hace décadas—, han realizado manifestaciones en las que utilizan enormes muñecos de bebés destrozados y bañados en sangre, han protagonizado campañas de difamación interminables y han ejercido muchísima presión desde las iglesias católicas y evangelistas. Pero a las mujeres nadie nunca nos ha regalado nada, así que salimos a conquistar nuestros derechos nuevamente.

Las mujeres y también otras personas con capacidad de gestar seguiremos eligiendo. Queda en manos del Congreso de la Nación Argentina si decide evitar más muertes o si opta por seguir ofrendando nuestros cuerpos a la tortura de la clandestinidad que nos aniquila y devora.

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los pelos de punta....gracias por compartir estas historias!! ya es ley!!!

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