Opinión
La película ‘On the go’ y la maternidad cultureta de provincias

De la despoblación ya se ha hablado mucho, incluso se polemizó sobre la idea de que la repoblación del rural ha de contar con buenos úteros-vasijas; pero siento que se habla menos de la vida en la pequeña ciudad de provincias donde no llegan los fondos europeos que están haciendo las delicias de algunas empresas ávidas y ciertos territorios rurales.
On the go
Un fotograma de la película de María Gisèle Royo y Julia de Castro 'On the go'.

Profesora de Filosofía en la escuela pública, investigadora y productora cultural.

25 ago 2024 06:00

Hace un tiempo que me desaparecieron de YouTube los anuncios de Clearblue. He entrado en otra etapa como target publicitario: tengo casi 36 años y Spotify me repite una y otra vez que hay clínicas de fertilidad que se preocupan de manera genuina por que sea madre y que me recomiendan que congele mis óvulos. Yo no puedo parar de pensar en frigoríficos llenos de huevos —así en plan cinematografía distópica— y un poquito también en El cuento de la criada (1985) de Margaret Atwood y en esa escena terrible de “la ceremonia sagrada” del sexo, en que una vez al mes la criada se coloca entre las piernas de la esposa del comandante formando una unidad con ella para ser fertilizada(s) porque las de verde son clase alta infértil. Mi pareja sigue recibiendo anuncios de cuchillas de afeitar.

Tengo siete amigas madres a las que veo con cierta regularidad, pero solo una vive en la misma ciudad que yo y solo dos en Castilla y León. Tres de ellas tienen solo un hije y cuatro, dos. La más joven —con mucha diferencia— es alemana.

Tantas veces he oído hablar de lo deseable de criar en ciudades pequeñas que me sorprende el descenso de la natalidad en esta nuestra comunidad. En los últimos 50 años hemos pasado de 36.661 nacimientos a 13.135, según la Dirección General de Presupuestos, Fondos Europeos y Estadística de la Junta de Castilla y León con datos del INE.

De la despoblación ya se ha hablado mucho, incluso se polemizó sobre la idea de que la repoblación del rural ha de contar con buenos úteros-vasijas; pero siento que se habla menos de la vida en la pequeña ciudad de provincias donde no llegan los fondos europeos que están haciendo las delicias de algunas empresas ávidas y ciertos territorios rurales.

Curiosamente, en los últimos años la conversación sobre la maternidad ha ido ganando minutos en los encuentros con amigas —también con las abuelas, por desgracia: que si el arroz, que si “como ya no queréis”…—. Sobre el no querer, el deseo de y el no poder. En Valladolid tengo cinco amigas que han comprado su propia vivienda. El resto viven en casas heredadas, casas de sus parejas o en alquiler. Los trabajos de unas y otras dan para vivir y sentarnos en la terraza de tal bar, echar gasolina en la furgo y hacer escapadas porque, a veces, la meseta se hace irrespirable y densa. Desde luego, no dan para ahorrar y dar la entrada de un piso decente.

La sociedad en la que vivimos nos hace vivir deprisa, elegir rollos por Insta o por Tinder y tener un FOMO de la vida en general que la hace incompatible con la maternidad

Además, diré que tengo muchas amigas y conocidas solteras o con parejas poco estables o muy recientes. Hablo siempre de mujeres por encima de los 30 y no hablo de pocas; señalaré que soy una persona sociable, si eso legitima mi reflexión. La sociedad en la que vivimos nos hace vivir deprisa, elegir rollos por Insta o por Tinder y tener un FOMO de la vida en general que la hace incompatible con la maternidad. Mientras la conciliación laboral es inexistente y los horarios partidos y las horas extra incontables, otros practican un coparenting sin afectividad en la pareja para evitar traumas a las criaturas. Y el tiempo pasa y tic, tac, el cuerpo uterino decae y empiezan las alarmas: ¡embarazo de riesgo!, ¡escasez de folículos!,… y el “fulanita ha congelado, yo lo voy a mirar también… ya sabes, por si acaso”. Este “por si acaso” es la enésima violencia contra nuestros cuerpos y psiques; y el penúltimo delay que el sistema le pide a la vida. Da igual en Madrid que en León. ¿Y qué hacemos?

Un antiguo compañero de trabajo en Segovia y colega en todo tipo de eventos culturales —reducidos a escasas charlas y conciertos— me envió hace poco información sobre una película que se iba a proyectar en el emblemático Cine Casablanca de Valladolid. A los pocos días, una amiga anunció que su plan ocioso de la semana era ir a la proyección. Así es que nos juntamos algunas culturetas que nos hemos quedado en el valle, para verla y refugiarnos en el aire refrigerado de la salita de cine. Porque lo del cine de verano está guay, pero si es con aire acondicionado en ola de calor, pues oye. Aun así, el aleteo y el golpe percutor de los abanicos sobre el pecho como tan de iglesia en verano nos acompañó durante la hora y pico que dura On the go.

Se trata de un filme de raíz surrealista, una road movie inseparable del imaginario Thelma & Louise y Gaga & Beyoncé en mi cabeza, por unas clases que tuve en la Universidad de Salamanca de cultura visual. Se trata, en realidad, de un no-remake libre de Corridas de alegría, una peli un poco quinqui y bastante cañí de Gonzalo García-Pelayo de 1982, que aún no he visto pero que nos hemos prometido ver juntas.

La película nace de la unión azarosa entre Julia de Castro y María Gisèle Royo, que se juntaron en 2017 en la Academia de España en Roma, gracias a una beca que muchas hemos codiciado. De Castro es de Ávila, nació en 1984 y encaminó su carrera entre el arte, el teatro y la música. Actriz, investigadora, performer y cupletera/jazzera en De la Puríssima y cantanta en solitario. En realidad, estudió Historia del arte, porque, como ella ha dicho por ahí, en Ávila no hay un horizonte para la creación, al menos para la Julia de 17 años. En Tostonazo (Blackie Books, 2022), Santiago Lorenzo habla de una República de Weimar en esa ciudad de provincias, pero supongo que, como a tantas, a De Castro no le llegó ni eso en su momento. Hay que comer mucho paseo solitario, mucha biblioteca y banco de granito en la plaza porticada, mucho cierre de salas de cine, mucha ausencia de galerías de arte y de programación de teatro audaz y muchas noticias desde Madrid para que algo surja, supongo. Es esta tensión con la capital que cuenta Luciano Bianciardi en El Trabajo Cultural (original de 1964, publicada por Errata Naturae en 2017). No hay estímulos culturales, hay mucho silencio encubierto como misticismo en esta meseta de dorado trigo y azul cielo. Un lento ciclo centrípeto constante y constrictor del que querer huir.

María Gisèle es de Venezuela pero andaluza de adopción. Estudió Comunicación Audiovisual en Sevilla y se ha dedicado al documental y la ficción audiovisual hasta ahora. Hace poco se acercó a nuestra región con Nise, un viaje en la Nao d’Amores (2021) que recala en Segovia.

Los saberes de María Gisèle y Julia se entremezclan por tanto, en una película codirigida en base al diálogo horizontal y la cuestión generacional y de género que las (nos) atraviesa. Sin casi nada de dinero, sin ayudas ni una productora, se pusieron a grabar en 16 milímetros y en una sola toma. Les gusta el riesgo y esto les da frescura. On the go es una película sobre maternidad, deseo y vacío: una delicia para psicoanalistas y fans de lo simbólico.

La historia es la de una Milagros (Julia) que le propone a su amigo gay Jonathan (Omar Ayuso) tener un hijo. En la huida de él de algunos traumas de adolescencia se topan con la Reina de Triana (Chacha Huang), una sirena que quiere ser madre, cuidar de sus hijos e ir de compras. Algo que hoy resulta retrógrado pero también casi incompatible con un rol de trabajadora-productora.

¿Quién puede tener hijos hoy? O una lo deja “todo” para ser madre, o busca un trabajo más alimenticio y menos creativo, o se hace una funcionaria, o cuenta con su familia, o —las más suertudas— se monta una tribu y una red de apoyo. Todo eso contando con tener esperma disponible, claro

¿Quién puede tener hijos hoy? O una lo deja “todo” para ser madre, o busca un trabajo más alimenticio y menos creativo, o se hace una funcionaria, o cuenta con su familia, o —las más suertudas— se monta una tribu y una red de apoyo. Todo eso contando con tener esperma disponible, claro. Perdonen la crudeza. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?, nos pregunta la película antes de terminar.

Milagros, en su búsqueda desaforada de la maternidad, intenta tras obviar su cita para la inseminación monoparental, aprovecharse de un “pobre creador” huido de una residencia artística, con quien mantiene relaciones sin consentimiento con la esperanza de ser fecundada. (No negaremos que se nos haya pasado también por la cabeza). Ante la protesta de este, la respuesta es clara: así fue durante 3.000 años con nosotras. Llega así a donde Paloma, por recomendación de la Reina de Triana que vehicula la historia, y se pone a limpiar su palomar para prepararse verdaderamente para la maternidad. Porque ser madre no se trata, en fin, del deseo de una, sino de cuidar el huevito. Meanwhile… Jonathan va cayendo en la entrepierna de unos y otros hasta toparse con la figura causante del trauma: un viejo verde y abusivo que pone de manifiesto la causa de la dudosa gestión de su deseo.

Doy gracias por el cameo de Dandy Piranha y sus secuaces de Derby Motoreta’s Burrito Cachimba en esa escena memorable con algo tan nuestro como la guardia civil de por medio, por cierto.

On the go tampoco tiene una distribuidora. Así es que el dúo de directoras está recorriendo la península tras su estreno mundial en el festival del Locarno en Suiza y el nacional en la SEMINCI de Valladolid —que se lee así, con c, no a la italiana “seminchi”—. Después de su paso por Palencia, megáfono en mano, sin mucho éxito en sala, llegó a Valladolid el 31 de julio y mis amigas y yo terminamos de llenar la sala. También han ido a Ávila y han sido portada del diario de la ciudad y eso ha alegrado sinceramente a la Julia de provincias. Y desde aquí la entendemos, porque aunque no suponga mucho para su carrera, sí supone para el imaginario de la provincia.

Yo sigo intentando la resistencia cultural ahora desde un sueldo seguro. Voy a ver si me compro un piso y dejo de pagar el alquiler. También he pedido análisis de reserva ovárica por la Seguridad Social. Yo qué sé, al menos por saber.

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