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Opinión
Portugal, España y la Europa latina en el largo viaje hacia los Estados Unidos de Europa
Tras la revolución capitaneada por Garibaldi para lograr la unidad italiana, la Unión Ibérica constituía la punta de lanza que abría el camino hacia una nueva Europa democrática, social, la Europa demandada por los ciudadanos para impulsar una gran revolución cultural.
La generación del 70, también conocida como La generación de Coímbra, agrupaba en Portugal, en el último tercio del siglo XIX, a un amplio grupo de intelectuales empeñados en promover cambios radicales en el ámbito artístico y literario, pero sobre todo compartían un proyecto de revolución política y cultural anclado en el republicanismo cívico. Se podría afirmar que los miembros de esta generación, inspirándose en la nueva ciencia social, la sociología, y en el federalismo de Joseph Proudhon, defendían la necesidad de reformas profundas en educación, política, artes y religión, para avanzar hacia la Unión Ibérica como anticipo de una Europa Federal.
Uno de los grupos más activos de esta generación de estudiantes bohemios, vinculados en su mayor parte a la Universidad de Coimbra, se reunía en una tertulia denominada El cenáculo que se prolongó años mas tarde en Lisboa. Entre los nombres más destacados de esta red de amigos se encontraba el poeta Antero de Quental, el novelista Eça de Queirós, el periodista Germano Vieira, en fin, el jurista y político Manuel de Arriaga Brum da Silveira, que fue el primer presidente de la República portuguesa.
Este grupo de jóvenes reformadores portugueses mantenía una afinidad electiva con escritores y profesores progresistas españoles que tras La Gloriosa, la revolución de septiembre de 1868, compartían el compromiso de democratizar el Estado. La mayoría de ellos quería impulsar una ética republicana y laica, lograr la unión entre los pueblos, proporcionar un empuje decisivo a la modernización del país. La Unión Ibérica y la República constituían las dos caras de una misma moneda troquelada en un internacionalismo progresista que abogaba por la construcción de una Europa federal.
El poeta Antero de Quental, uno de los grandes adalides de la federación ibérica, fue también uno de los primeros intelectuales portugueses que se apresuró a editar, en ese mismo año de 1868, un folleto en apoyo del nuevo tiempo social y político abierto por La Gloriosa. El título completo del folleto no deja de ser ilustrativo: “Portugal ante la revolución de España. Consideraciones sobre el futuro de la política portuguesa desde el punto de vista de la democracia ibérica”. Del otro lado de la frontera lusitana se comenzó a publicar en Madrid, en diciembre de 1869, el periódico La República Ibérica. Años más tarde, entre 1883 y 1888 se editó en Barcelona, en español y portugués, la revista La ilustración ibérica, un semanario que contó con las colaboraciones de Benito Pérez Galdós, Emilia Pardo Bazán, Leopoldo Alas, Vicente Blasco Ibáñez... A su voces se sumaron las contribuciones de políticos también republicanos como Francisco Pi i Margall, y Emilio Castelar. Como señaló Pi i Margall, en un emotivo discurso pronunciado en las Cortes españolas el 10 de febrero de 1873, “nosotros, bien lo sabéis, somos republicanos federales; nosotros creemos que la federación es la resolución del problema de la autonomía humana; nosotros creemos que la federación es la paz por hoy de la península, y más tarde lo será de la Europa entera”.
Quedaba pendiente una revolución democrática, una transición organizada de manera solidaria y equitativa, que facilitaría la incorporación gradual de la península ibérica al nuevo mundo industrial del socialismo
Tras la revolución capitaneada por Garibaldi para lograr la unidad italiana, la Unión Ibérica constituía la punta de lanza que abría el camino hacia una nueva Europa democrática, social, la Europa demandada por los ciudadanos para impulsar una gran revolución cultural. Y fueron los miembros de la generación de Coimbra quienes promovieron las célebres Conferencias democráticas del Casino de Lisboa que tuvieron lugar entre el 22 de marzo y el 26 de junio de 1871. Estaba programado un ciclo de diez conferencias, pero únicamente se llegaron a celebrar cinco. Una de las más sonadas fue la pronunciada por Antero de Quental titulada “Causas de la decadencia de los pueblos peninsulares en los últimos tres siglos”.
Antero no pretendía hurgar en las heridas históricamente sufridas por España y Portugal, y menos aún hacer propuestas para tratar de reverdecer viejas glorias, pretendía proporcionar un diagnóstico, lo más afinado posible, de los males que provocaron la decadencia de los pueblos peninsulares para que los aires limpios de la libertad y la democracia favoreciesen al fin la hermandad entre los pueblos. Tres fueron, a juicio del poeta portugués, las principales causas de la decadencia de los pueblos ibéricos durante los siglos XVII, XVIII y XIX. La primera radica en la transformación del catolicismo operada por el Concilio de Trento que sirvió de punto de partida para la implantación del espíritu inquisitorial y dogmático de la Contrarreforma. El concilio de Trento, señaló, ciertamente no inauguró en el mundo el despotismo religioso, pero lo organizó de una manera completa, poderosa, hasta entonces desconocida. (...) “Sí, señores míos, esa máquina opresora que causaba miedo, que fue el catolicismo tras el Concilio de Trento, ¿qué podía ofrecer a los pueblos? La intolerancia, el embrutecimiento, y después la muerte”.
La segunda causa radica en el desarrollo del absolutismo monárquico que supuso la ruina de las instituciones locales y que hizo saltar por los aires la tradición del municipalismo ibérico desarrollada con éxito durante la Edad Media. En fin, la tercera causa está íntimamente ligada a la conquista de América y a la expansión colonial por los territorios de ultramar que supuso para los pueblos peninsulares la institucionalización de un capitalismo aventurero, depredador, incompatible con el espíritu de empresa anclado en el valor del trabajo.
Las conferencias del Casino fueron prohibidas por orden gubernativa porque a través de ellas se pretenden sustentar doctrinas y proposiciones que atacan a la religión y a las instituciones políticas del Estado
Estos avatares singulares, relacionados respectivamente con el pensamiento, la política y la organización económica, fueron letales para las naciones ibéricas, ya que les impidieron participar del progreso moderno que fundamentalmente hunde sus raíces en la libertad moral impulsada por la Reforma protestante, en el desarrollo de las clases medias, principal instrumento del progreso político, y, en fin, en el desarrollo del trabajo y del comercio frente a la depredación y las guerras de conquista. Se explica así que durante los tres últimos siglos los pueblos peninsulares hayan languidecido sin vida, sin libertad, sin riqueza, sin ciencia, sin invenciones, sin una moral social compartida... Así fue como España y Portugal se vieron privadas del enorme impulso y desarrollo que conoció la Europa culta. Para contrarrestar esta deriva, argumentaba Antero de Quental, quedaba pendiente una revolución democrática, una transición organizada de manera solidaria y equitativa, que facilitaría la incorporación gradual de la península ibérica al nuevo mundo industrial del socialismo al que pertenece el futuro.
Eça de Queirós pronunció también en esas conferencias una disertación sobre “La nueva literatura. El realismo como nueva expresión del arte”. Y aunque el texto completo de su intervención no se conserva, conocemos su contenido por las notas de prensa. Sabemos que el novelista portugués abogaba por la nueva literatura realista. Criticó por tanto la literatura romántica adhiriéndose a la corriente naturalista que Émile Zola estaba entonces abanderando en Francia.
Las conferencias del Casino fueron prohibidas por orden gubernativa porque a través de ellas se pretenden sustentar doctrinas y proposiciones que atacan a la religión y a las instituciones políticas del Estado. La prohibición se produjo justo cuando estaba anunciada la conferencia del sefardita Salomón Sáragga sobre Los historiadores críticos de Jesús. Y a pesar de que Antero y Batalha Reis se opusieron valientemente a la censura, y enviaron un requerimiento a la cámara de Diputados, el Presidente de la cámara lo desestimó alegando que el parlamento no respondía a peticiones particulares.
En Portugal Antero de Quental, Jaime Batalha Reis y Oliveira Martins, fundaron en 1875 la Revista Occidental, redactada en portugués y en español, con el fin de contribuir a la renovación intelectual de la península y a mostrar al resto de los europeos la creatividad de los pueblos ibéricos. Oliveira Martins publicó de hecho el primer artículo de la revista sobre “Los pueblos peninsulares y la civilización moderna”, un texto en el que hacía la apología del idealismo ibérico frente al materialismo vulgar. Este artículo fue en realidad un anticipo de su famoso libro titulado Historia de la civilización ibérica.
La revista tuvo una corta vida pues se mantuvo activa tan sólo entre febrero y julio de ese mismo año. En el primer número, tras el artículo de Oliveira Martins, y otro de Pi i Margall sobre estética, el gran escritor portugués Eça de Queirós proporcionaba la primera entrega de su discutida novela El crimen del Padre Amaro, una novela que sirvió de plataforma de lanzamiento para la literatura anticlerical de otros escritores republicanos peninsulares, entre ellos algunos integrados en la Escuela de Oviedo, como Clarín, Armando Palacio Valdés, y, más tarde, Ramón Pérez de Ayala. La Escuela de Oviedo entendía que el federalismo internacionalista, tan crítico con los nacionalismos reaccionarios impulsados por los carlistas ─nacionalismos extendidos tanto en el País Vasco, como en Cataluña, Navarra, Asturias y Galicia─, era perfectamente compatible con la afirmación de las diversidades culturales regionales que se enriquecen entre sí.
Ese proyecto de profundizar en la unidad política, a la vez que florecen hermanadas las diversidades culturales, contó no sólo con la activa participación de movimientos libertarios y sindicatos como la Federación Anarquista Ibérica (FAI), sino también con profesores y escritores que participaron en revistas como la Ilustración de Galicia y Asturias, que se editó en Madrid, en gallego, asturiano y castellano, entre 1878 y 1882, y en la que participaron también reconocidos escritores a la vez galleguistas y republicanos como Manuel Murguía, Rosalía de Castro, Eduardo Pondal, y Manuel Curros Enríquez, entre otros.
En la actualidad las orejeras de los partidos nacionalistas independentistas, especialmente los afincados en las regiones económicamente más desarrolladas de Europa, reforzadas por el inmovilismo de un conservadurismo desfasado y clerical anclado en el tradicionalismo de los partidos conservadores, han puesto sordina a regionalismos que florecieron en España y Portugal, por no decir que han tratado de enterrar para siempre el proyecto histórico de avanzar hacia una Europa a la vez progresista y unida en la diversidad. Y sin embargo el ideal de profundizar en la Unión Ibérica, lejos de estar superado, forma hoy parte activa del gran proyecto pendiente de la institucionalización política de Europa como nación.
En las Cartas a un amigo alemán publicadas al final de la Segunda Guerra Mundial, el escritor Albert Camus señaló que España, Francia e Italia son una nación. El gran escritor francés, hijo de madre menorquina, olvidó entonces a Portugal, uno de los países más civilizados del viejo continente. El reforzamiento de una Europa Latina, en la línea señalada por Albert Camus, podría ser en la actualidad un primer paso en el proceso histórico hacia el nacimiento de los Estados Unidos de Europa. Para que la formación de una Europa federal se haga realidad es preciso superar el raquitismo político de tantos partidos políticos narcisistas, reaccionarios, que envueltos en banderas agitadas por fanáticos, y encerrados en el chauvinismo de identidades inventadas, no solo impiden la gobernabilidad de los Estados que les dan cobijo, sino que también impiden avanzar hacia los cambios legítimos.
Esperemos que la próxima superación de la pandemia del coronavirus sea al fin un buen momento para que el viejo sueño de la Europa democrática, la Europa de las libertades, la Europa de la justicia social, se consolide y se expanda en el imaginario colectivo. Para contribuir a reorientar en la actualidad el rumbo del mundo es preciso que la Europa social y soberana, los Estados Unidos de Europa, adalides de la solidaridad internacional, hablen con voz propia, alto y fuerte, en el concierto de las naciones.
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Portugal, uno de los países más civilizados del viejo continente: no se puede negar la buena voluntad de quienes vemos en Portugal una tierra de promisión, una veredita a la izquierda, pero conviene molestarse en darse un paseo por el Área Metropolitana de Lisboa, más allá del tuktuk y del centro comercial, o escuchar al embajador de Ucrania en Portugal, o leer ahora a alguno de sus intelectuales antes.
¿Y si en vez de una Europa social, solidaria, humanista, etc. nos convertimos en una Europa capitalista, neoliberal, racista, etc.? Porque la idea romántica es muy chula pero la tendencia que llevamos es más bien la contraria y todo depende de la clase política y la influencia de los lobbies en ellos, que a día de hoy no dan ninguna confianza. Tal y como está configurado el ‘sistema’ actual, creo que cuanto más concentremos el poder político, por ser mucho más fácil y barato de manejar, y cuanto más alejemos el poder del ciudadano, por haber menor posibilidad de queja efectiva, peor para el 99% y mejor para los que ya lo tienen casi todo.