Opinión
Prohibir no es liberar: una reflexión feminista sobre el uso del hiyab

La idea de que prohibir el hiyab nos abrirá la puerta a una vida más libre no solo parte de un prejuicio, sino que se convierte en otra forma de imposición. Y ninguna liberación real puede construirse desde la fuerza o la exclusión.
Tres feministas musulmanas.
Daniel Rodríguez Tres feministas musulmanas en la manifestación de Soria del 8 de marzo de 2018.

Responsable Tesorería y gestión administrativa Calala Fondo de Mujeres.


28 may 2025 05:00

Al igual que para muchas otras mujeres musulmanas, para mí llevar hiyab es una forma de reafirmar quién soy y de vivir mi fe con libertad. No se trata solo de una prenda de vestir decorativa, sino de una decisión que nace de mis convicciones personales y religiosas. Por eso, cuando se plantean prohibiciones o restricciones sobre su uso, lo vivo como una vulneración de mis derechos básicos. La Constitución Española, en su artículo 16, garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto, siempre que no se altere el orden público. Respetar esa libertad significa también reconocer y acoger la pluralidad de expresiones religiosas que conviven en esta sociedad diversa. 

Desde una mirada occidental, muchas veces se nos ve a las mujeres musulmanas a través de prejuicios muy arraigados: como si fuésemos personas sin educación, sometidas o incapaces de tomar decisiones sobre nuestros propios cuerpos y nuestras vidas. Esta visión no solo es injusta, sino que borra por completo la diversidad y autonomía que existe entre nosotras. A menudo, se parte de una lógica etnocéntrica que cree que todo lo que no se ajusta al modo de vida occidental necesita ser corregido o liberado. Pero lo cierto es que existen muchas formas de ejercer la libertad, y también se puede hacer desde otros valores, otras culturas y otras espiritualidades. 

Dentro de la comunidad musulmana, las mujeres nos reconocemos no solo por cómo nos vemos, sino también por los valores y las experiencias que compartimos. Quienes decidimos llevar el hiyab lo hacemos desde una elección consciente, sabiendo que, aunque es una forma de conectar con nuestra fe y nuestra identidad, también puede exponernos a miradas cargadas de prejuicios. En contextos donde este símbolo religioso todavía se interpreta con desconfianza, muchas veces nos enfrentamos a obstáculos en lo laboral, en lo personal, y en la necesidad constante de demostrar que somos válidas, capaces y “libres”. Es una lucha cotidiana que se vuelve más difícil en un contexto europeo donde crecen los discursos islamófobos y las políticas excluyentes. Todo ello nos hace sentir cada vez más fuera de lugar. 

Impedir que una mujer que lleva el hiyab acceda a la formación es negarle una herramienta esencial para su libertad. Cuando se le dice “con esto no puedes entrar a educarte”, se está limitando su futuro

En la edad adulta, muchas mujeres desarrollamos herramientas para sostener nuestra identidad con mayor madurez y conciencia. Pero cuando las propias instituciones impiden el uso del hiyab en los centros educativos, la situación se vuelve especialmente preocupante. Estas prohibiciones, muchas veces justificadas en nombre de una supuesta “liberación” occidental, entran en contradicción directa con el derecho a decidir sobre nuestros propios cuerpos y creencias. Lo paradójico es que se niega el acceso a la educación —una herramienta fundamental para la autonomía— a quienes decidimos llevar esta prenda. La idea de que prohibir el hiyab nos abrirá la puerta a una vida más libre no solo parte de un prejuicio, sino que se convierte en otra forma de imposición. Y ninguna liberación real puede construirse desde la fuerza o la exclusión. 

En distintas partes de España ya se están impulsando propuestas e iniciativas para vetar el uso del hiyab en centros educativos públicos. Así mismo, muchas jóvenes musulmanas han vivido presiones por parte del profesorado durante su etapa escolar: comentarios fuera de lugar, comparaciones despectivas o actitudes de menosprecio relacionadas con el uso del hiyab. En la adolescencia, no siempre contamos con la madurez, la información o la autoestima necesarias para afrontar ese tipo de situaciones. Y es importante recordar que la relación entre profesorado y alumnado es desigual: el profesorado tiene una posición de poder que puede influir profundamente en el recorrido de una alumna, especialmente si proviene de un entorno vulnerable.

Muchas de estas jóvenes pertenecen a familias recién llegadas, con situaciones económicas difíciles y padres que no han tenido acceso a estudios superiores. El profesorado, en muchos casos, no es del todo consciente del impacto que pueden tener sus palabras. Pero los comentarios hirientes, si no hay un entorno que acompañe, pueden llegar a condicionar el futuro académico de una chica. Por eso es urgente que desde el sistema educativo se promueva una formación que contemple la diversidad cultural y religiosa desde una mirada respetuosa y comprometida. 

El argumento que suele usarse para justificar la prohibición del hiyab es el de “liberar a las mujeres”. Sin embargo, esta idea plantea una contradicción: ¿qué mejor forma de liberarse que a través de la educación? Impedir que una mujer que lleva el hiyab acceda a la formación es negarle una herramienta esencial para su libertad. Cuando se le dice “con esto no puedes entrar a educarte”, se está limitando su futuro, poniendo obstáculos adicionales para que pueda alcanzar las mismas oportunidades que una joven occidental. 

Aunque la mayoría de las mujeres que usan el hiyab lo hacen por decisión propia, no podemos ignorar que existen casos, aunque minoritarios, de chicas que se sienten presionadas a llevarlo, ya sea por imposición familiar o cultural. En estos casos es importante que existan protocolos y apoyos adecuados para detectarlos y brindar la ayuda que se necesite. Por eso, es crucial normalizar el uso del hiyab y fomentar relaciones de confianza entre los centros educativos y las alumnas que lo llevan. Solo así se podrán sentir seguras para expresar cualquier situación de presión o imposición, sin miedo a ser juzgadas o estigmatizadas.

En un mundo cada vez más globalizado, donde muchas familias emigran y construyen sus vidas en otros países, es fundamental que las instituciones educativas se conviertan en espacios de inclusión y no de exclusión. Las generaciones actuales, que no se sienten completamente de un lugar ni del otro, necesitan sentirse aceptadas tal como son, con sus identidades múltiples.

No se trata de negar que existan casos de imposición del hiyab, sino de abordarlos con sensibilidad y herramientas adecuadas. Pero usar esos casos como excusa para prohibir el velo solo agrava la exclusión

No se trata de negar que existan casos de imposición del hiyab, sino de abordarlos con sensibilidad y herramientas adecuadas. Pero usar esos casos como excusa para prohibir el velo solo agrava la exclusión. Si se hubiera vetado el uso del hiyab, muchas jóvenes no habríamos podido acceder a la educación. Y sin educación, no hay autonomía posible. La verdadera libertad no nace de la imposición ni del miedo, sino del respeto, del diálogo y de la garantía de derechos para todas.

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