Opinión
Sobrevivir a Oslo

Al aceptar participar en “el proceso de paz” en evidentes condiciones de desigualdad de fuerzas con respecto al Estado ocupante, la OLP debería haber sido consciente de que ello solo le llevaría a doblegarse ante su adversario.
Hebron ejercito israeli
Un soldado israelí en uno de los tejados de la ciudad de Hebrón, en Cisjordania. Álvaro Minguito
29 dic 2024 06:00

Resulta difícil negar que la devastadora situación actual en Palestina y la impunidad internacional con las prácticas del régimen de apartheid de Benjamin Netanyahu pueda ser consecuencia de los Acuerdos de Oslo, firmados el 13 de septiembre de 1993 por Mamhoud Abbas y Shimon Peres. Más que “territorios a cambio de paz”, como estaba dispuesta a transigir en aquel momento una OLP domada por los aliados imperialistas de su agresor, a fin de cuentas, lo único que aportó Oslo a la causa palestina fue “rendición a cambio de ambigüedad”, ya que con la firma de los Acuerdos el pueblo palestino lo único que conocía era la situación de desventaja de la que partía con el comienzo del “proceso de paz”, pero no la supuesta meta en forma de contraprestaciones a dónde ello le llevaría.

Como recuerda Ramsis Kilani, el comienzo de la capitulación ante el Estado sionista por parte de la OLP se remonta a 1974, cuando su “Programa de Diez Puntos” se mostró connivente con la solución de los dos Estados. Los sucesivos bandazos y deslealtades de Fatah y la OLP al pueblo palestino, no impidieron que la izquierda palestina, con el Frente Popular para la Liberación de Palestina y el Frente Democrático para la Liberación de Palestina como puntas de lanza, prescindiera en el pasado previo a la primera Intifada del potencial de la masas para construir un proyecto social transformador e igualitario, privilegiando la resistencia armada como medio para conquistar su liberación. Se dio además la paradoja de que los regímenes que los partidos políticos palestinos buscaron como aliados para su causa incluso reprimieron a su movimiento emancipador, como la monarquía jordana en 1970 o Siria con sus intervenciones en Líbano en 1976, 1985 y 1986.

El hecho de someterse a la ficción de dos Estados para dos pueblos supuso una traición para los ciudadanos palestinos residentes dentro del Estado sionista y los palestinos de la diáspora

Al aceptar participar en “el proceso de paz” en evidentes condiciones de desigualdad de fuerzas con respecto al Estado ocupante, la OLP debería haber sido consciente de que ello no supondría más que resignar a doblegarse a una retahíla de renuncias ante su adversario. Prueba de ello resultaron sus concesiones previas a la firma del Acuerdo, como el reconocimiento del Estado sionista sin un reconocimiento recíproco del derecho del pueblo palestino a la autodeterminación y a un Estado independiente. En la misma línea, si bien los Acuerdos de Oslo hacían referencia a un arreglo permanente basado en las Resoluciones 242 de 22 de noviembre de 1967 y 338 de 22 de octubre de 1973 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, renunciaban a reclamar de manera explícita el “retiro de las fuerzas armadas israelíes de los territorios que ocuparon durante el reciente conflicto”, en alusión a la Guerra de los Seis Días, que recogía la Resolución 242, y reafirmaba la 338 llamando a un alto al fuego durante los últimos días de la Guerra del Yom Kippur e instando “a las partes interesadas a que empiecen inmediatamente después de la cesación del fuego la aplicación de la resolución 242”.

Tal y como advierte Haimar Eid, el hecho de someterse a la ficción de dos Estados para dos pueblos supuso una traición para dos tercios del pueblo palestino, en este caso, los ciudadanos palestinos residentes dentro del Estado sionista y los palestinos de la diáspora, a quienes se le condena al exilio permanente o al estatuto de refugiados. Además de refrendar el abandono de la lucha por la liberación de la Palestina histórica, y aceptar la ruptura de la continuidad del territorio palestino que haría inviable la creación de un Estado soberano; los Acuerdos firmados en 1993 propiciaron la emergencia de una Autoridad Nacional Palestina que no ha tenido ningún inconveniente en actuar como un cuerpo de seguridad al servicio del Estado ocupante y su benefactor imperialista, y dentro de la cual la corrupción ha reinado a sus anchas. El sionismo fue igualmente hábil permitiendo la celebración de consultas electorales en los Territorios Palestinos Ocupados con vistas a que sus medidas de apartheid obtuvieran legitimidad por parte de una comunidad internacional que cayó en la trampa de enredarse a defender un Estado palestino supuestamente independiente, que ni existe ni podrá existir en el marco de Oslo, porque éste no permite la emergencia de un ente que posea los elementos necesarios para garantizar su soberanía. Todo esto convierte en imprescindible una estrategia alternativa que tenga como objetivo prioritario la descolonización de Palestina.

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El “reino de ilusiones”, en palabras de Edward Said, creado por los Acuerdos de Oslo supone en la práctica la validación de un escenario racista, donde la comunidad sionista monopoliza todos los derechos y privilegios gracias a la institucionalización de la discriminación y la opresión del pueblo palestino. Como bien apunta Joseph Daher, queda patente que el sionismo es un proyecto colonial que, sostenido por prácticas de limpieza étnica y apartheid, busca expulsar de Palestina o destruir a su población indígena; y al que la religión sólo le ha proporcionado una serie de justificaciones, que no deberían ocultar su carácter utópico y reaccionario, y la contradicción que muestra su retórica emancipatoria con los vínculos e intereses compartidos con las potencias imperialistas occidentales.

Debemos tener claro, por lo tanto, que alzar la voz contra el sionismo o resistir frente a sus macabros planes no es racismo, sino que supone oponerse a la legitimización de medidas institucionalizadas de jerarquización social.

Más de veinte años después de la firma de estos acuerdos, Gaza ha pasado de ser un bantustán resultante de Oslo a convertirse en el campo de concentración más grande del mundo. Presenciamos el más sangriento episodio en la historia de la lucha palestina por su liberación, con un genocidio emitido en directo contra la población civil de Gaza, al tiempo que el sionismo intensifica sus medidas de limpieza étnica en la ocupada Cisjordania. Como consecuencia de ello, la situación humanitaria en Gaza ha alcanzado un nivel catastrófico sin precedentes, donde el agresor sionista emplea como arma de guerra la hambruna y deshidratación de civiles, provocando su continuo desplazamiento forzado en busca de un lugar seguro que no existe, y resistiendo bajo una situación de constante temor por sus vidas.

El gobierno genocida de Netanyahu se ha encargado de que no queden hospitales para tratar a los enfermos y el panorama para una futura reconstrucción de la Franja es desolador. De acuerdo al último informe de las Naciones Unidas, la economía gazatí está totalmente colapsada, con la totalidad de su población afrontando inimaginables niveles de pobreza, y teniendo imposible el acceso a los escasísimos bienes de consumo disponibles debido a la galopante inflación.

La experiencia sudafricana de lucha contra el régimen de apartheid debería servir de horizonte para la liberación palestina

Mientras tanto, ni la histórica emisión de las órdenes de arresto contra Benjamin Netanyahu y Yohav Gallant por parte de la Corte Penal Internacional, ni siquiera la llegada de cantos de sirena con las intenciones de algunos sectores del sionismo de prolongar su escalada genocida en Gaza, con la finalidad de que la presencia militar sobre el terreno pudiera aportar una importante ventaja para el establecimiento de las avanzadillas de colonos que materializarían el siguiente episodio de hechos consumados dentro de la macabra estrategia sionista, parecen hacer despertar a una comunidad internacional que asiste silenciosa e impasible a la atroz escalada de crímenes sionistas contra la población civil palestina.

La experiencia sudafricana de lucha contra el régimen de apartheid debería servir de horizonte para la liberación palestina, siendo oportuno tener presente que, al contrario que los dirigentes palestinos, el Congreso Nacional Africano nunca aceptó la realidad segregacionista de los bantustanes tribales, ni tampoco la “naturaleza blanca” de Sudáfrica fue consentida nunca por los nativos ni por la comunidad internacional.

Si bien en ocasiones los gestos importan, resulta inoportuno caer en la euforia por el reconocimiento del Estado palestino por parte de las Naciones Unidas y gran parte de sus estados miembros. Conviene recordar la realidad sobre el terreno —con el establecimiento de un Estado colonial y de apartheid que ha puesto en marcha desde 1948, una sistemática limpieza étnica que no busca sino la exterminación del pueblo palestino— para defender el derecho a la resistencia hasta lograr un Estado laico y democrático, donde todos sus ciudadanos disfruten de plenos derechos, independientemente de su religión, etnia o género, y donde toda persona refugiada tenga el derecho a reclamar el hogar del que fue desplazada por la fuerza a partir de 1948.

Debemos ser conscientes también del peso que tenemos como movimiento propalestino internacionalista, poniendo énfasis en los paralelismos entre el sionismo y el régimen de apartheid sudafricano, y demandando que el compromiso de la comunidad internacional en la lucha contra este último sea extrapolado al contexto palestino. Tampoco podemos infravalorar el impacto de las campañas de boicot contra los aliados económicos, culturales o militares del Estado sionista. Como sociedad civil debemos seguir luchando por impedir el genocidio palestino desaparezca de la agenda mediática, apoyando el derecho a la legítima resistencia del pueblo palestino contra la colonización, exigiendo la ruptura total de relaciones con el sionismo en todas las esferas y el fin del comercio de armas con el Estado ocupante. El pueblo palestino no debe ser esclavo de esa rendición con la que le castigaron sus representantes en los Acuerdos de Oslo, y sólo un verdadero compromiso con su liberación podrá evitar que esa “ambigüedad” ofrecida como contraprestación siga lastrando su futuro.

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