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Opinión
Un camino estrecho entre mil callejones sin salida: izquierda, verdes, extrema derecha y caos climático
Investigador en crisis climática y militante de Climáximo.
Agrónoma, organizadora de la red internacional Global Climate Jobs y militante de Climaximo.
La extrema derecha está en alza en todas partes. El hecho de que obtuviera un abultado resultado en las recientes elecciones portuguesas es sólo una sorpresa para quienes no hayan estado atentos. En términos de comunicación, la extrema derecha es el antisistema. Existe, se construyó con enormes cantidades de capital sobre las cenizas de grupos neonazis, los restos de colonialistas, fascistas de antaño y oportunistas con el apoyo de los principales medios de comunicación y un enorme impulso de las redes sociales. Fue un esfuerzo organizativo, planificado y ejecutado con mucho dinero, tiempo y energía. En Portugal, Chega, nueva formación neofascista, ha movilizado a más de un millón de personas para votar, llegando a mas de 18% de la votación nacional.
Crisis climática
Opinión No hay justicia climática en las elecciones de 2024
En Portugal, la izquierda rechazó cualquier forma de programa rupturista, declarando su voluntad de apoyar al centro desde el primer día del periodo electoral para intentar bloquear teóricamente la ascensión de la extrema derecha que, para entonces, ya había hecho adoptar parte de su cruel programa del centro a la derecha. Después de los resultados, aparentemente, la estrategia sigue siendo la misma.
En términos de justicia climática, la campaña fue una auténtica secuela de Don't look up. Ningún partido, desde la extrema derecha a la izquierda, propuso un programa compatible siquiera con un escenario de 2ºC del largamente insuficiente Acuerdo de París. En 2024, ningún partido hizo ni siquiera un esfuerzo nominal por tener un plan para detener la crisis climática. El tirón hacia el centro ha sido terrible. Los resultados electorales también han sido terribles, revelando el fracaso de la estrategia.
La crisis climática significa fascismo. Es Física. En el aumento de la escasez material, el autoritarismo y la violencia para mantener el orden capitalista, el privilegio y la propiedad siempre empujarán hacia ahí
La crisis climática significa fascismo. No es una idea nueva, es Física. En el aumento de la escasez material, el autoritarismo y la violencia para mantener el orden capitalista, el privilegio y la propiedad siempre empujarán hacia el fascismo, incluso si ese no era el plan. Pero el fascismo es claramente uno de los planes clave de las élites capitalistas. Ursula Von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea acompañó la ultima semana a Georgia Meloni, primer ministra de extrema derecha de Italia a El Cairo para pagar a la Dictadura egipcia de Sisi en nombre de la UE para que detenga allí a los refugiados climáticos y de guerra. El Partido Popular Europeo ya ha señalado que se aliará con los Conservadores y Reformistas Europeos, uno de los dos partidos europeos de extrema derecha, en los próximos años. El centro-derecha ya gobierna con políticas de extrema derecha. La extrema derecha y su programa se han normalizado en todos los sentidos y todo el mundo ha sido arrastrado hacia la derecha, de tal manera que políticas blandas como el Estado del Bienestar son ahora tachadas de “extrema izquierda” o “comunistas”.
En el Reino Unido, el golpe contra Jeremy Corbyn en el Partido Laborista dio paso a un liderazgo centrista bajo Keir Starmer, que sucederá al Gobierno tory con una nueva ola de política conservadora que hará que Tony Blair parezca de izquierdas. La convergencia gradual de Podemos y luego Sumar en España con el establishment (tanto como organización como de cara al público) sigue alimentando a Vox como alternativa. Las desastrosas políticas climática y palestina de Joe Biden están garantizando el regreso de Trump. En Alemania, intentando gobernar a través del consenso neoliberal, el SPD y los Verdes están en el intervalo del 10-15%, ambos por debajo de la neonazi AfD.
En otra variante, Macron ha incorporado directamente la política de Marine Le Pen a su propio programa, con la ultraderecha en el poder sin tomar el poder (aunque las encuestas los muestran más altos que nunca). Cada vez es menos creíble tratar de explicar la tendencia del ascenso de la extrema derecha utilizando historias contextuales y nacionales. El error no es táctico ni comunicativo. El error está en el análisis de la situación política y de hacia dónde nos dirigimos.
Enfrentarse al ascenso de la extrema derecha significa abandonar el análisis de los ciclos electorales como marco de referencia. El poder en 2024 no se basa solamente en parlamentos nacionales
El ascenso de la extrema derecha podría haberse evitado con un enfoque político muy diferente de la última crisis estructural del capitalismo hace más de una década, con la creación de programas y praxis revolucionarias. Ese tiempo ya pasó. El ascenso del fascismo debe afrontarse ahora de frente, mientras simultáneamente nos sumergimos más profundamente en la crisis climática, lo que significa malas cosechas, bancarrotas, crisis del coste de la vida, austeridad y odio, alimentando el sentimiento antisistema entre la gente.
Enfrentarse ahora al ascenso de la extrema derecha significa abandonar el análisis de los ciclos electorales como marco de referencia. Sin duda, el poder en 2024 no se basa solamente en parlamentos nacionales o regionales. Ya no hay normalidad a la que aferrarse.
La izquierda y los verdes no lo han hecho todo mal, sólo ha hecho la mayoría de las cosas con normalidad. En esta época, eso significa hacer las cosas mal. La cultura organizativa de la mayoría de las organizaciones progresistas y de izquierdas (partidistas y no partidistas, incluidos los Verdes) se consolidó en una época de relativa regularidad, previsibilidad y lento desarrollo de las ideas. Esa época ya pasó. En cambio, las organizaciones de extrema derecha se han desarrollado y prosperan en este contexto. No ha sido la moderación ni la respetabilidad lo que ha dado grandes resultados a la extrema derecha en las últimas elecciones.
Hacemos una simple afirmación: ganar elecciones no es hacer una revolución o un cambio de sistema. Nunca lo ha sido. Ganar el poder formal en las instituciones capitalistas significa hacer pequeños cambios en este sistema. Algunos pueden ser beneficiosos a corto plazo, pero no se puede alcanzar una medida real de cambio y la probabilidad de que se revierta rápidamente es alta, por no decir segura. Esa es claramente la experiencia portuguesa tras el gobierno de 2015 apoyado por la izquierda. Ese tiempo ha pasado. La reacción es obvia. La guerra cultural emprendida por la extrema derecha se está produciendo en una mesa inclinada que debería abandonarse.
Un nuevo fantasma recorre Europa. Ese fantasma es la extrema derecha. Pero no es más que un fantasma, una aparición, por muchos likes, shares e incluso votos que obtenga. Detrás de ese fantasma se alza un monstruo muy carnoso y material: la crisis climática que destruirá el capitalismo por muchos pequeños Hitlers y Mussolinis que empuje como influencers, candidatos electorales o incluso como dictadores golpistas. La cuestión ahora es si nos dejaremos destruir junto con él.
¿Hay algún plan en la izquierda, a nivel internacional, para detener a ese monstruo carnoso que se comerá a la civilización? Esperar al próximo “ciclo electoral” y aglutinarse en el centro, entregando todo el espíritu y sentimiento antisistema y rebelde a la ultraderecha no ha sido un buen plan. Se ha intentado repetidamente en los últimos años y ha fracasado.
Ya hemos esperado bastante. Si verdes e izquierda institucional se erigen como guardianes de la revolución, en lugar de promoverla, deben apartarse del camino. Hay un camino muy estrecho que ganar
Necesitamos un plan para llegar al poder y dar un paso adelante con programas radicalmente justos para hacer frente a la crisis climática y social. Eso significa convertirse en una amenaza real para el statu quo, significa asumir riesgos, ser popular y audaz. La falta de un programa revolucionario y de una praxis revolucionaria, por muy verde que sea, es una de las razones del auge de la extrema derecha.
No hay polarización política, sólo un giro completo a la derecha, con la izquierda arrastrada al agujero negro del centro y presentando en realidad planes que pretenden salvar el capitalismo, cuando deberían estar empujando todas las bolas de demolición para derribarlo antes de que nos derribe a todos con él. Necesitamos una verdadera polarización con la extrema derecha, no una política de apaciguamiento. Eso significa un cambio revolucionario y en 2024 significa un cambio de táctica hacia la acción y la movilización por un programa ecosocial radical de cómo debe organizarse la sociedad para evitar el colapso y ofrecer justicia social e histórica.
Ya hemos esperado bastante. Si verdes e izquierda institucional se erigen como guardianes de la revolución, en lugar de promoverla, deben apartarse del camino. Hay un camino muy estrecho que ganar y mil callejones sin salida. Ninguno de ellos incluye seguir esperando.