Opinión
Por una vivienda gratuita, pública, universal, de calidad y popular

Una reflexión sobre el papel de la vivienda en el proceso de acumulación de capital y la defensa de una vivienda gratuita para la construcción de un mundo más igualitario.
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Manifestantes muestran llaves durante una manifestación por el derecho a la vivienda en Barcelona. Victor Serri

Profesor asociado de la Pompeu Fabra y activista de la PAH de Barcelona

12 feb 2025 06:00

Imaginemos por un momento que trabajáramos para una empresa que nos paga muy por debajo de los ingresos que conseguimos para la organización. En realidad tampoco nos va a resultar tan difícil de imaginar porque el capitalismo se basa precisamente en esta dinámica: los trabajadores generan riqueza con su trabajo, de la que sólo recuperan una pequeña parte en forma de salario, siendo acaparado todo el valor restante por la clase capitalista. Los beneficios que nunca retornan a los trabajadores, que nunca son objeto de administración democrática por parte de la fuerza laboral, constituyen lo que Marx denomina plusvalía. En resumen, la acumulación de capital de unos pocos se basa en el principio de no remunerar los frutos íntegros de sus esfuerzos a los propios trabajadores.

Pero ahora imaginemos que además de este robo sistemático, los trabajadores pagáramos por la luz, los seguros o los créditos que adquieren los capitalistas. Nos parecería absurdo. La tiranía dentro de la tiranía. Al fin y al cabo el trabajador ya malvende su fuerza de trabajo ¿además tendría que sostener los gastos que conllevan la actividad económica? He ahí un aspecto clave de la acumulación de capital: el trabajador recibe un salario, que en su mayoría es el mínimo que el empresario está dispuesto u obligado a pagar. Resulta tan mísero que aboca al trabajador a invertirlo prácticamente en su totalidad en un concurso por la supervivencia. Esto es, poder comer, beber, refugiarse y reproducirse. De hecho, es curiosa la crítica de Marx de que en el sistema capitalista sólo nos sentimos libres cubriendo necesidades básicas, que paradójicamente reducen nuestra vida a la dictadura del ciclo de trabajo, consumo, descanso y reinicio del ciclo; estrechando el tiempo para la participación política, la creatividad personal y la socialización con seres queridos.

Alguien tiene que crear la riqueza que los capitalistas asaltan, y de momento ese sujeto tiene un cuerpo biológico con necesidades materiales

A este respecto, Federici viene realizando análisis magistrales que apuntan a que la base sobre la que se sostiene todo el sistema capitalista es la reproducción de la fuerza de trabajo. Esto es, si no se reproducen, si no se crían y no logran sobrevivir los trabajadores, sencillamente el sistema de acumulación de capital no puede funcionar. Alguien tiene que crear la riqueza que los capitalistas asaltan, y de momento ese sujeto tiene un cuerpo biológico con necesidades materiales. El argumento es bien sencillo, incluso autoevidente, y sin embargo se encuentra oculto tras falsos consensos. Es decir, si no existe actividad empresarial sin que el ser humano tenga acceso a bienes como el agua, el aire, la alimentación o los cuidados ¿Por qué estos bienes deben ser costeados por los trabajadores? ¿Acaso no está el empresario externalizando costes que debería asumir en los trabajadores? 

Esta externalización de los costes no sólo permite a la clase capitalista acumular más riqueza, sino que además genera un circuito cerrado en el que el trabajador no puede emanciparse ya que no tiene posibilidad real de ahorrar, lo que aboca a una mayor dependencia y vulnerabilidad. El capitalismo tiende a conceder, como máximo y a regañadientes, un salario ajustado para consumir bienes básicos; ofertados en muchas ocasiones a precios inflados. Un buen ejemplo cinematográfico es la película Las Uvas de la Ira, basada en la novela de John Steinbeck y ambientada en la crisis de 1929. En la película, unos trabajadores migrantes son malpagados por los dueños de una hacienda agrícola a cambio de recoger fruta. Y su escasa remuneración se disipa al momento de comprar alimentos, que son proporcionados por los propios dueños de la hacienda. Pero en el film, a parte de los alimentos, hay otro bien básico para la reproducción de la vida que conlleva la desaparición de todo el salario restante: la vivienda, que también se encuentra monopolizada por los terratenientes de la hacienda.

La vivienda privada, dispositivo de reproducción y extracción

Que la vivienda es un bien necesario para la reproducción de la vida es prácticamente una obviedad. No obstante, en el capitalismo la vivienda toma la forma de propiedad privada. Es decir, se convierte en propiedad de un individuo o asociación de individuos, que convierten un bien básico en un activo financiero. Esto es, un elemento que garantiza la entrada estable y progresiva al alza de beneficios, para los cuáles los especuladores no tienen que realizar casi ningún esfuerzo. Son los trabajadores los que deben crear riqueza, para recibir una pequeña parte en forma de salario, que después es transferida a los especuladores; y a cambio de residir en propiedades que los mismos trabajadores reparan, mejoran, limpian y mantienen. De esta forma, la vivienda se convierte en un dispositivo de extracción que puede vehicular variadas relaciones sociales de dominio.

Durante los años posteriores a la crisis financiera de 2008 despuntó la relación social entre acreedores y deudores. Miles de personas habían perdido su trabajo por culpa de una crisis generada por la especulación bancaria. Los gobiernos priorizaron proteger a los bancos, con legislaciones que permitían los desahucios y dificultaban la eliminación de deudas abusivas. Tan sólo según los datos del Consejo General del Poder Judicial, desde 2008 a 2019 se ejecutaron 765.000 ejecuciones hipotecarias en el estado español. Es decir, que se desahuciaron de sus hogares a una masa de personas, que se vieron atrapadas en deudas hipotecarias impagables a pesar de haberse visto despojados de casi todo. De esta forma acontecimos a una generación masiva de deudores, que aun habiendo perdido su hogar, debían buscar el modo de generar riqueza para cubrir una deuda. El resto de hipotecados que no fueron ejecutados recibieron un claro aviso: si no conseguían ingresos para cubrir la hipoteca, aceptando cualquier trabajo con condiciones infrahumanas, su destino podría ser el sinhogarismo.

No obstante, el capital se rearticuló especialmente a partir de 2013 en torno al alquiler. La incapacidad de acceder a nuevos créditos hipotecarios y la ausencia de legislaciones efectivas para garantizar arrendamientos largos y asequibles atrajo a una oleada de actores vampíricos. Fondos financieros, bancos, inmobiliarias y multipropietarios comenzaron a canalizar masivamente dinero en la compra y acaparamiento de inmuebles en todo el mundo. Nombres como Blackstone, Cerberus, Solvia o la Llave de Oro se han vuelto habituales. Su lógica es sencilla: todo ser humano necesita una vivienda para vivir adecuadamente, ergo el margen para inflar los precios es muy elevado. Y acabó trasladándose a los trabajadores la presión por generar riqueza, de la que sólo se les devolverá una ínfima parte en forma de salario que irá directa a los bolsillos de los propietarios inmobiliarios. 

La vivienda, bajo la forma de propiedad inmobiliaria, se convierte en la correa de transmisión de los escasos ingresos de los trabajadores hacia los bolsillos de propietarios

El circuito es abismalmente perverso. La base del sistema la sostienen los trabajadores, que es su propia fuerza de trabajo. Pero para poder reproducir esta fuerza de trabajo, se requiere de una vivienda. Y la vivienda, bajo la forma de propiedad inmobiliaria, se convierte en la correa de transmisión de los escasos ingresos de los trabajadores hacia los bolsillos de propietarios que no trabajan, ni se esfuerzan, ni innovan. Este es el vínculo actual entre los rentistas y los inquilinos, que ha precarizado a amplias capas de la población. En resumen, los rentistas actúan de forma parasitaria, y junto a la patronal laboral extraen el valor generado por los trabajadores, dejándoles aprisionados en un circuito de reproducción de la fuerza de trabajo y producción de riqueza en torno a la acumulación de capital. 

Se han vuelto habituales titulares sobre cómo el precio del alquiler ha aumentado más del 50% en los últimos cinco años, que la Generación Z necesitaría dedicar más del 90% de sus ingresos a pagar un arrendamiento, que en Mallorca se ha popularizado el alquiler de camas o sobre las dificultades de planificar la vida por la efímera duración de los alquileres de temporada. Todos estos titulares muestran una realidad subyacente: la vivienda, cuando es privada, se convierte en dispositivo de reproducción y extracción de la clase trabajadora; de supervivencia y robo a la par.

La vivienda gratuita, dispositivo de reproducción y emancipación

La vivienda gratuita es una medida que despierta filias y fobias en los espacios movimentistas. No obstante, es un horizonte que no puede pasarse por alto. Si nos oponemos a que los trabajadores sean explotados en el trabajo para después ser parasitados a través de la vivienda, ello debería consecuentemente inclinarnos a apoyar la vivienda gratuita. Si nos oponemos a la confabulación de la patronal laboral e inmobiliaria, ello nos orienta coherentemente a defender una vivienda universal. La vivienda es un bien necesario como el agua, los alimentos, el aire y los cuidados. Sin bienes básicos no existe la sociedad, y sin sociedad no existe economía alguna. Ergo, al igual que el resto de aspectos que sostienen la vida, la vivienda debe garantizarse a toda persona. Lo que emborrona una conclusión ética-y-táctica tan transparente es la ideología inmobiliaria, que desde los orígenes del capitalismo ha convertido la propiedad en sacrosanta, desplazando la vida digna a una posición subsidiaria.

El municipio referente por el derecho a la vivienda es Viena, una ciudad que combina un parque habitacional que es aproximadamente en un tercio público, otro tercio cooperativo y el otro tercio privado

Pensemos que un factor determinante en las crisis inmobiliarias del siglo XXI ha sido la ausencia de una vivienda pública fuerte. De hecho, el municipio referente por el derecho a la vivienda es Viena, una ciudad que combina un parque habitacional que es aproximadamente en un tercio público, otro tercio cooperativo y el otro tercio privado pero con precios regulados. Y no obstante, tal ciudad también está siendo víctima de subidas de precios en los últimos años por la presión de los actores inmobiliarios. Incluso Holanda, que cuenta con un 30% de parque público, necesitó legislar en 2019 que los compradores de una vivienda en Ámsterdam debían residir en el inmueble adquirido durante 4 años, para así evitar la entrada de fondos financieros que venían comprando cantidades significativas de viviendas para después indexar los precios hacia arriba.

Si tales islas habitacionales también padecen la inflación de precios, ya podéis imaginar el resto de países. Los países de la Unión Europea presentan una media del 15% de parque público, y en el estado español no se llega ni al exiguo 2%, lo que ha imposibilitado una alternativa efectiva al crédito hipotecario y el alquiler privado. No obstante, existe un caso paradigmático que nos sirve de referente: el municipio sevillano de Marinaleda. Una localidad gobernada por una fuerza comunista, que cede suelo a los habitantes para la autoconstrucción de viviendas. Tales procesos de edificación cuentan con el apoyo técnico de la administración local, y posibilita que los habitantes ahorren tantos costes que acaban pagando como máximo 20€ al mes por viviendas de más de cien metros cuadrados.

Posibles caminos para una vivienda gratuita

La utilización de poderes públicos y espacios autogestionados resultará clave en las próximas décadas para construir un parque de vivienda gratuito, público, universal, de calidad y popular. Las condiciones materiales actuales claramente dificultan que la vivienda cumpla plenamente con todas estas características mediante una sola acción política. Pero es posible ir construyendo un nuevo consenso apoyado por experimentos habitacionales e innovadoras prácticas políticas. De hecho, tales estrategias podrían clasificarse en torno a la provisión de dos tipos de vivienda pública. 

Por un lado, la vivienda público-administrativa, en tanto que sean de titularidad y administración institucional. Y contamos con buenos ejemplos históricos de protección y provisión gratuita de bienes básicos a través del compromiso institucional: la sanidad que nos cuida, la educación que nos forma, los bomberos que nos protegen, los guardas forestales que protegen nuestro patrimonio natural y los bibliotecarios que nos legan conocimientos acumulados. Esta es una forma de socialismo que ya existe entre nosotros, y que es clave para superar la fase privatizadora del capitalismo actual. Y que no sólo debe servir para recuperar los servicios públicos que antaño conformaron el Estado de bienestar, sino también ampliarse a todos los bienes básicos y la sociedad en su conjunto. En estas coordenadas de transformación, la vivienda es central para garantizar una vida humana digna. Y que como el resto de servicios públicos, debería ser mantenida con altos impuestos a los altos patrimonios hasta que consigamos construir una economía diferente donde la riqueza sea socializada.

Por otro lado, la vivienda público-comunitaria, en tanto que las instituciones faciliten el desarrollo de proyectos autogestionados. Y también contamos con el modelo cooperativo como una casuística clave en la construcción de este modelo híbrido. Definiendo las cooperativas de vivienda como proyectos vehiculados por organizaciones asamblearias, que de forma igualitaria buscan los recursos y dirigen los proyectos de construcción y rehabilitación de viviendas que después habitan. Tales cooperativas encontrarían un mayor impulso si accedieran de forma general a suelo público gratuito y fueran cedidos recursos económicos y técnicos a las capas más populares de la población para participar en tales iniciativas.

Es necesario romper el consenso de que la vivienda ha de ser privada, y la forma lógica es reivindicar una vivienda pública, gratuita, universal, de calidad y popular

No pretendo aquí hacer un listado cerrado de prácticas y tipologías de caminos para acceder a una vivienda pública que tienda hacia la gratuidad. La imaginación política que puede y debe desarrollarse desde los ámbitos políticos será clave para poder cambiar de una forma privada a otra pública en torno a la vivienda. Pero sí es importante señalar que tales caminos son posibles, deseables e incluso necesarios. Toda mejora en la condición de la clase trabajadora, por pequeña que sea, es una batalla valiosa. Al mismo tiempo, no caigamos en la trampa de limitar nuestros esfuerzos a suavizar los aspectos más tremebundos del capitalismo habitacional. Es necesario romper el consenso de que la vivienda ha de ser privada, y la forma lógica es reivindicar una vivienda pública, gratuita, universal, de calidad y popular. Comenzar a pensar discursos, reivindicaciones, prácticas, políticas, canciones y símbolos que consoliden una hegemonía sobre la vivienda como un bien accesible a todo ser humano. Caminar para que la vivienda deje de ser un dispositivo de extracción, y pase a ser una herramienta de emancipación. El mundo que conocemos ha sido construido a través de la fuerza de los trabajadores, y es por ello que los trabajadores debemos reclamarlo legítimamente en su totalidad.

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