Opinión
Unidad quizá no, pero no estaría mal un plan

En cinco años el espacio que antes fue de Unidas Podemos ha perdido 880.000 votos en las elecciones europeas. Ninguna de las dos fuerzas actuales consiguen llegar mínimamente a los deciles más pobres de la población.
Varios SUMAR Yolanda Diaz - 9
David F. Sabadell Yolanda Díaz en la presentación de su proceso de escucha en julio de 2022.
11 jun 2024 12:38

El problema no fueron los votos que Sumar perdió con respecto a Podemos el pasado domingo, el principal problema fueron los 880.000 votos que no fueron ni a unos ni a otros, que se quedaron en casa o llegaron al PSOE. Desde el momento en el que se realiza esa resta sobre los resultados de “la unidad” en las europeas de 2019 —que no fueron para echar cohetes—, Yolanda Díaz tenía solo una salida. La situación solo se resolvía (y no se resuelve) con un paso atrás que nadie sabe muy bien dónde deja a Díaz. La decisión de ayer no implica que renuncie a presentarse a liderar el espacio en las elecciones generales, aunque sí le deja en una posición de debilidad para hacerlo.

Las distintas marcas de la izquierda “a la izquierda”, en conjunto y por separado, han tocado suelo en estas elecciones. Podemos ha conseguido medio millón de votos después de una fuerte movilización y con el apoyo de su dispositivo mediático afín, Canal Red, modesto pero con línea directa con los suyos. Sumar ha languidecido en campaña y en esta ocasión ha contado con menos apoyo de los grandes medios de comunicación, que perdieron el interés en la propuesta desde el momento en el que ésta sirvió para partir las aguas de la izquierda.

Para ellos han sido solo 800.000 votos y algo peor. Desde el comienzo el problema no era la candidata, Estrella Galán, que bastante bien lo hizo en el debate televisivo del jueves 6 de junio, sino una sensación de que a nadie le importaba demasiado —salvo quizá a Izquierda Unida— conectar los sectores que forman la base del partido ni con las emociones que se supone que lo nutren. Podemos sí ha conectado, para llegar a una conclusión que es poco concluyente: medio millón de votos, que no está mal para resistir, pero que tampoco permite proyectar un futuro que no se base solo en resistir y ver pasar los cadáveres políticos, uno por uno, de sus antiguos socios y socias.

Para las dos corrientes de ese espacio queda, no obstante, otro drama que analizar. Cuando se cruza el análisis de los datos de voto por secciones censales con los datos de renta, queda claro que ni a Podemos ni a Sumar le votan los deciles más pobres. Como recordaba Nuria Alabao en Ctxt, en un país en el que un tercio de la población no puede irse de vacaciones y un diez por ciento llega a fin de mes “con mucha dificultad” el hecho de que la izquierda “a la izquierda” del PSOE no tenga el más mínimo agarre entre las clases populares la incapacita para seguir creciendo. Las expectativas de ganar apoyos entre las “clases votantes” (que coinciden con las clases medias) es un juego de suma cero y el cociente ha quedado por los suelos en el último año. No hay más voto ahí que rascar.

Hay dos maneras de afrontar el problema incapacitante de no llegar a los deciles más pobres. Uno es pensar que falla la representación. Es a lo que invita el mecanismo electoral y para solucionar ese (ya adelantamos que falso) problema, se han inventado algunas fórmulas: poner a candidatos más “del pueblo”, intentar comunicar de manera más llana (como si los mensajes no fueran ya lo suficientemente llanos) y el casi siempre vacío enunciado de bajar más “al barrio”. 

Desde la salida de Díaz y aun antes, la sensación es que Sumar tenía los territorios pero no tenía un proyecto, y que Podemos tenía el proyecto pero no tiene los territorios

El modelo posterior a los estallidos de 2011 y 2012 apostó por esa vía de híper representación, compró absolutamente los marcos propuestos, en parte porque la política del desborde ponía en riesgo la política de la representación: es decir, había vacantes, había una demanda que llenar y, por tanto, se necesitaban nuevos partidos y liderazgos porque la situación para el sistema era grave. Como dice el cineasta François Bégaudeau en su ensayo Menuda papeleta (Errata Naturae, 2024) “los tiempos de buena salud política marginan las elecciones”. Y así fue en ese ciclo. El Partido Popular arrasó en noviembre de 2011, tenía el poder que nunca ha tenido un partido en este siglo, y, sin embargo, estaba en un embrollo fabuloso.

La segunda manera de afrontar el problema no es incapacitante, pero hoy parece más un brindis al sol que algo realista. Ya saben, que nazcan instituciones del común, fuera de los partidos, de movilización y formación, alegres y festivas, combativas y plagadas de afectos. El enunciado está bien, pero parece claro que esa salida no es apta para quienes protagonizaron el anterior ciclo y apostaron por la híper representación. No cabe duda de que estos tratarán de montarse a esa ola (si llega o cuando llegue) y que dependerá de las formas que tomen esas instancias políticas la decisión si se les deja entrar, participar o cooptar. Pero, dicho claramente, no es algo que les deba preocupar, porque pasará, si tiene que pasar, sin ellos.

Qué puede hacer la izquierda representativa

La cuestión para la izquierda representativa (que no puede dejar de ser representativa porque está en su naturaleza) es qué hacer a partir de ahora para minimizar los daños. Es entonces cuando entra de nuevo el debate acerca de la unidad y la evaluación de los beneficios y posibles pérdidas, de volver a meter las debilidades y los odios en el pasapuré para montar de nuevo un plato ligeramente comestible de cara a la siguiente etapa, que siempre son las elecciones, por más tiempo que quede hasta las próximas. 

Desde la salida de Díaz y aún antes, la sensación es que Sumar —entendida como la amalgama de partidos, no como el partido de Díaz— tenía los territorios, pero no tenía un proyecto, y que Podemos tenía el proyecto, pero no tiene los territorios. Los resultados del domingo no han hecho sino confirmarlo. Podemos ganó en Catalunya, seguramente por el voto de castigo a los Comunes, a ICV o a los dos, pero perdió en los territorios consolidados del invento Sumar, es decir, aquellos donde no se cree en los inventos, pero se ha dejado hacer a Díaz hasta ahora: Andalucía, Asturias y País Valenciano y, en cierta medida, Madrid.

Los incentivos para mantenerse separados son esos. Si Podemos pasa por el aro de la “unidad” desdibujará su proyecto que, aunque sea personalista, proyecto es. Si la amalgama antes conocida como Sumar apuesta por la unidad tendrá tensiones con los actores más antiPodemos de la ecuación (Compromís y Más Madrid, principalmente). Los incentivos para unirse no hace falta explicarlos: la barrera electoral del 5% es un listón insuperable en la mayor parte de las circunscripciones y el pánico de la clase votante al voto perdido seguirá alimentando al PSOE.

Lo que se echa de menos, sin embargo, no son discursos que tiendan puentes o que suelten amarras, sino un mínimo plan para saber cómo tiene pensado la izquierda “a la izquierda” dejar atrás el anterior ciclo de hiper representación y pasar a otra fase, menos electoral y más política. Porque esta etapa, para ellos, no da más de sí.

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