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Feminismos
Por qué las abolicionistas no son nuestra manada
En los ataques discursivos por parte del abolicionismo prohibicionista de la prostitución viene siendo frecuente un alto nivel de beligerancia y descalificación hacia las trabajadoras sexuales y hacia todas aquellas activistas que nos posicionamos a favor de la despenalización y el reconocimiento de derechos del trabajo sexual. Lo más preocupante no son las formas en sí, particularmente vengo de una generación militante a la que eso nos la suda bastante. Lo más preocupante es cómo todo ello suele servir de parapeto emotivo para compensar la falta de argumentos sólidos y de datos fiables que sostengan sus posturas intentando generar un clima de desconocimiento e ignorancia que favorece los estallidos punitivos.
De hecho, hace unos días que leemos, en ese gran escenario opinador que es Twitter, una serie de hilos en los que, mediante un debate irresoluble y hasta cierto punto ininteresante, se pretende deslegitimar a los movimientos proderechos del trabajo sexual afirmando que sus argumentos se basan en “escuchar las voces de las trabajadoras sexuales en sus reivindicaciones”. Reducir el argumentario proderechos a esta cuestión nos parece un error malintencionado que muestra una tremenda ignorancia respecto a las elaboraciones teórico-políticas que han desarrollado los feminismos históricamente y que son de una gran profundidad y complejidad.
Escuchar las reivindicaciones de las trabajadoras sexuales activistas o recoger las necesidades que nos transmiten las mujeres que, debido al estigma, no disponen de la posibilidad de tener una voz pública nos aporta informaciones que constituyen un elemento importante para sostener la convicción respecto a la necesidad de la despenalización y el reconocimiento de derechos laborales al trabajo sexual. Ahora bien, esto no es lo mismo que escuchar sus reivindicaciones con el fin de asumirlas sin discusión, más que nada porque entre las propias trabajadoras sexuales, al igual que entre las trabajadoras de cualquier sector o entre las mujeres de cualquier colectivo vulnerabilizado, hay diversidad de miradas y opiniones. Y esto es porque ser trabajadora sexual no es una esencia, sino una posición cruzada por muchos factores, entre ellos, el de los posicionamientos políticos o éticos (las trabajadoras sexuales también gastan de eso, por si no lo sabíais). Por supuesto, estaremos del lado de las mujeres que luchan por unos objetivos políticos que sean mínimamente coherentes con nuestros principios básicos. Por ejemplo, estaremos siempre a favor de aquellas activistas que defiendan los intereses de las trabajadoras y las mujeres precarizadas, pero no de aquellas que defiendan una regulación que beneficie a los empresarios del sexo o al Estado como mecanismo regulador de la sexualidad de las mujeres y su uso monetarizado. Las escucharemos, por qué no, pero no compartiremos la lucha a grandes rasgos. Por tanto, no, este argumento no está en el centro de las posturas proderechos.
Estaremos siempre a favor de aquellas activistas que defiendan los intereses de las trabajadoras y las mujeres precarizadas, pero no de aquellas que defiendan una regulación que beneficie a los empresarios del sexo o al Estado como mecanismo regulador de la sexualidad de las mujeres y su uso monetarizado
Ahora bien, no está de más aprovechar la insignificancia real de los insultos y las difamaciones para aportar algunas ideas breves que sí están en el centro de las posturas proderechos.
Para empezar, una idea clave es distinguir entre prostitución voluntaria, trata y tráfico. Entendemos que el trabajo sexual voluntario existe, dando por hecho que la voluntad no es lo mismo que la libre elección y mucho menos que el deseo. No trabajamos sobre la hipótesis de que las mujeres escogen libres de condicionamientos o que desean ejercer el trabajo sexual. Trabajamos sobre la hipótesis de que para muchas de ellas el trabajo sexual es una vía de acceso a su propia supervivencia en un contexto muy limitado de elección debido a los marcos que jerarquizan nuestras existencias en base a la clase social, la racialización, la procedencia geográfica y la salud, entre otros factores. Una gran parte de nuestro activismo se centra en luchar en paralelo para derrocar las instituciones que promueven políticas económicas, legislaciones y modelos socio-culturales que limitan las opciones y violentan las vidas de todas las personas, todo ello con la finalidad de ampliar los marcos de negociación de los colectivos más vulnerabilizados.
Una idea clave es distinguir entre prostitución voluntaria, trata y tráfico y entendemos que la voluntad no es lo mismo que la libre elección y mucho menos que el deseo
En esta confusión interesada de los discursos neoabolicionistas entre trabajo sexual, trata y tráfico se incorporan también otros elementos que empujan a la desorientación como es el uso de conceptos como la explotación sexual y el proxenetismo. Ambos conceptos tienen una carga moral inmensa y dificultan la detección de la verdadera prostitución forzada, la trata, que implica un trabajo esclavo y forzado, que afecta aproximadamente a una de cada siete mujeres que ejercen la prostitución en el mundo según organismos como la ONU, la OIT o la GAATW. Estos mismos organismos desaconsejan el uso del concepto de explotación sexual que muchas veces se confunde con el mero ejercicio en situaciones de vulnerabilidad (como si no la hubiera en otros sectores) y con situaciones de explotación laboral en el ejercicio de la prostitución.
Además, las asociaciones y colectivos proderechos denunciamos desde hace años que el concepto de “explotación sexual” es impreciso y constituye un gran cajón de sastre que está siendo utilizado para justificar las redadas en los espacios de ejercicio de la prostitución, la detención de las mujeres racializadas y migradas y las expulsiones. De hecho, desde Genera detectamos un aumento de las redadas y las detenciones a mujeres desde que los discursos abolicionistas disponen de mayor altavoz y están articulando las políticas ministeriales supuestamente feministas. Sabemos con certeza que los empresarios del sexo (evitamos el uso de proxenetas que parece volver buenos a los empresarios de otros sectores económicos) cometen abusos hacia las trabajadoras en forma de exceso de horas, malas condiciones de trabajo, etc. y esto en nuestro mundo se combate con organización obrera, sindicalismo y apoyo mutuo.
La reivindicación del trabajo sexual como trabajo es el primer paso para abolir el trabajo sexual y todo trabajo asalariado. Como ha apuntado Morgaine Merteuil en su libro “El trabajo sexual contra el trabajo” reclamar un salario para el trabajo sexual no es algo que solo favorezca a los intereses capitalistas de la industria sexual. Reclamar un salario para el trabajo sexual es un paso necesario para desidentificar a las mujeres con el sexo, una imposición patriarcal que en el marco capitalista siempre produce beneficios. Estos beneficios se producen tanto en el marco del sexo de pago como en el del sexo gratuito que también produce directamente beneficios para el capitalismo como bien han apuntado las economistas marxistas feministas. Convertir el sexo en trabajo implica poder desidentificarse del sexo con el fin de explorarlo en otras dimensiones, convertirlo en actividad laboral, poder rechazarla como tal e incorporar estas miradas en las luchas más amplias contra el trabajo.
Reclamar un salario para el trabajo sexual es un paso necesario para desidentificar a las mujeres con el sexo, una imposición patriarcal que en el marco capitalista siempre produce beneficios
Pero para entender todo esto hay que sacudir otro prejuicio del que adolecen las posturas abolicionistas, vengan de donde vengan: el del esencialismo. Si algo han hecho bien los feminismos de la tercera ola ha sido cuestionar la idea de que los significados que otorgamos a los cuerpos son algo esencial, inherente y biológicamente predeterminado. La significación distinta en clave binaria de las partes del cuerpo, su jerarquía y la división del mundo en base a la observación supuestamente objetiva de los órganos que participan directamente en la reproducción son constructos socio-históricos y no propiedades inherentes de los cuerpos. Con esta idea podemos entender que efectivamente no, no todas las mujeres otorgamos el mismo valor a nuestra vagina, ni la tenemos apartada como un bien que se entrega solo en contextos de seguridad y afecto. Algunas podemos hacer usos instrumentales o económicos con ella o con cualquier otra parte del cuerpo significada sexualmente. Por este motivo todos estos chous discursivos altamente emotivos, afectados, airados y conmovidos pero basados en escasas o nulas evidencias adolecen también de un tremendo puritanismo y moralismo. Herederos de las premisas católicas y victorianas parecen significar el sexo como algo impuro y a las mujeres como las garantes de la moral y la reproducción social, algo muy poco marxista, por cierto.
No, no todas las mujeres otorgamos el mismo valor a nuestra vagina, ni la tenemos apartada como un bien que se entrega solo en contextos de seguridad y afecto
En cualquier caso, ni las putas, ni las violadas, ni las pobres, ni las madres, ni las proletarias aceptamos ser utilizadas para machacar a otras compañeras que están en lucha por su subsistencia. Y eso no tiene que ver con las formas ni con la superioridad moral o epistémica de ningún sujeto revolucionario. Esto tiene que ver con la solidaridad entre comunidades en lucha.
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Aquí un boceto de proyecto formativo sindical prostituyente:
https://bit.ly/3AQeRFL
Vaya discurso más reaccionario y plagado de mentiras y demagogia. Precisamente lo primero que protege cualquier ley abolicionista son los derechos de las putas.
Dudo que Amelia Tiganus en su revuelta de las putas ignore las cuestiones de derechos y de libertad expuestas en este panfleto.
Pensaba en Amelia mientras leía el artículo, el cual desprende un odio sorprendente hacia mujeres feministas que no comparten su opinión en cuanto a la regulación de la prostitución, una actividad que, para mí, es contraria a la igualdad de género y a la defensa de los derechos humanos.
Otros trabajos son basura, lo sé, muchas mujeres son explotadas y humilladas sin tener que mantener sexo, lo sé. Pero eso no justifica que la prostitución deba regularizarse. Lo que hay que hacer es combatir la explotación en todas las esferas.
En cuanto a lo de llamar "empresarios del sexo" a los proxenetas... Uf... Me dan arcadas.