Filosofía
La profundidad del mal: reseña a “La introducción del nazismo en la filosofía”

Estos últimos días el nazismo y la figura de Hitler están en boca de todos. Pero creo que nos vendría bien actualizar nuestro conocimiento de lo que fue y de su perversa influencia en el pensamiento y en especial en la filosofía. El siguiente comentario se propone ofrecer material para ese propósito.
Martin Heidegger en un acto nacionalsocialista
Heidegger en un acto nazi. Foto tomada de http://filosofianews.blogspot.com/2012/01/la-coartada-de-heidegger.html

Catedrática de filosofía.

Fundación de los Comunes
8 mar 2022 13:25

ADVERTENCIA

Esta reseña es solo la primera de una iniciativa de la red FdlC que hemos llamado:


  Libros para dejarse llevar


Con los comentarios a Libros para dejarse llevar queremos abrir un espacio para comentar libros que no deben pasar desapercibidos en la vorágine editorial, pues marcan un cambio en modos habituales de pensar. O bien nos exigen pensar de otro modo, o nos hacen descartar posiciones que considerábamos adecuadas, o desechar ideas comúnmente admitidas o introducir problemáticas desconocidas hasta ese momento. No todos los libros tienen ese efecto. Y suele ocurrir que aquellos que nos hacen pensar y que por eso mismo exigen redoblar la atención, los vamos dejando para un momento más oportuno que tarda en presentarse y en ocasiones ni llega.

En el tráfago diario y el exceso de información al que estamos sometidas nos cuesta encontrar ese momento necesario para una lectura atenta y continuada, no utilitaria. Una tarde de domingo en que, en vez de contemplar, medio dormidas, el último bodrio de la televisión o el quincuagésimo episodio de la decimocuarta temporada de la última serie de Netflix, sacamos energías para una lectura pausada de un texto difícil. Una compañera comentaba el otro día que la resistencia es tan difícil que no nos deja pensar. Pero necesitamos pensar, necesitamos saber para aguantar mejor.

Por eso queremos lanzar esta sección. Queremos reunir aquí comentarios más largos y detallados que una reseña al uso, comentarios que nos informen y a la vez nos permitan entrever la importancia del libro comentado. Así tal vez sea más fácil encontrar el momento para leerlo con la convicción de que no saldremos igual de su lectura. Son libros que marcan un giro: una no permanece igual. No es necesario que sean de rabiosa actualidad, basta que sean de lectura obligada.

Estrenamos esta subsección del Blog con el comentario de Montserrat Galcerán a la obra e E. Faye, La introducción del nazismo en la filosofía, Madrid, Akal, 2005.


La profundidad del mal

El libro es demoledor. Si alguien después de leer esto, sigue defendiendo a Heidegger, ya no sé cómo explicarlo. Aunque posiblemente los heideggerianos no lo leerán y seguirán como si nada.

El autor, Emmanuel Faye, experto en Descartes y el Renacimiento, no ha escatimado esfuerzo ni tiempo en esta investigación, a pesar de lo que significa que uno dedique tanta energía a investigar en detalle algo que le enoja. Para él la filosofía responde al legado “humanista” de la filosofía clásica. Justamente por ello su repulsa de Heidegger se asienta en la idea de que destruye la concepción clásica de la filosofía puesto que la embarra en la justificación de un proyecto político aberrante. Hay textos realmente espeluznantes. Da grima ver cómo en los seminarios se mezclan consideraciones banales con formulaciones de pretendida profundidad. Aderezado con supuesta agudeza y petulancia.

Faye sostiene que todos esos intelectuales nazis, Jünger, Schmitt, Heidegger o Nolte trazaron una estrategia para proteger su legado, de modo que después de 1945 retocaron sus obras para hacerlas aceptables a la intelectualidad vencedora o a los pensadores posteriores. Esa estrategia ha tenido éxito puesto que a finales del siglo pasado hubo un cierto renacer de Heidegger y otros autores nazis. Por ejemplo, en el Revisionismus-Streit [el debate del revisionismo] de finales de los 80 o en la recepción actual de Heidegger en algunos países en la que parece que el hecho de que fuera un nazi no tiene importancia.

En mi propio trabajo sobre Heidegger expresé esa repulsa por su pasado político, pero no conseguí llegar al fondo del asunto1. La investigación de Faye, minuciosa, extensa, detallada, es demoledora. Ratifica algo que ya sabíamos desde los estudios de Ott y Farías: que Heidegger nunca renunció a su compromiso político con el nacionalsocialismo, no lo puso jamás en cuestión y mantuvo la esperanza de que su pensamiento encontraría de nuevo seguidores en una época a venir. Eso resulta muy inquietante cuando vemos que en parte se ha cumplido pues hay un fascismo extraño que vuelve.

También se nota en sus textos el gusto por el ocultamiento que será clave después de 1945. Lo habría cultivado ya al principio cuando trabajaba con Husserl y se ocultaba detrás de su fama para empezar a divulgar su teoría propia. El que luego le tratara tan mal, cuando se le expulsó de la Universidad por ser judío, forma parte del carácter despreciable del personaje, aunque eso, hasta aquí, no sería prueba de nada contra su filosofía. Tampoco lo es su cultivo de una cohorte de seguidores que le seguía y le aplaudía donde fuera que asistiera, como cuando se presentó en Davos en la famosa discusión con Cassirer.

Puntos esenciales de la investigación

La investigación de Faye se centra en los seminarios de 1933-5, publicados en la edición de las Obras completas [Gesamtausgabe], (tomos 16, 36/7 y 38) – sólo el seminario del 35 está todavía inédito - y los analiza en el contexto del lenguaje nazi de la época, es decir de la jerga utilizada por otros intelectuales del Reich2. En este contexto la filosofía de Heidegger más que una filosofía habría que considerarla una “educación política”, una especie de formación política para los seguidores de Hitler. Al cumplirse ese objetivo con un ropaje filosófico, la consecuencia es que la filosofía queda metida en el marco hitleriano. Cuestiones que resultan oscuras desde un punto de vista filosófico, por ej. la famosa “llamada del ser” se traduce en una sumisión a la orden del Führer, elevado a categoría de intérprete del “ahora” epocal. O la cuestión de la “autenticidad”. Adorno se equivocó cuando sólo se burla del giro lingüístico presente en el tema pues no hay criterio para marcar dicha autenticidad; quien se dice “auténtico” podría decirlo falsamente y por tanto eso auténtico sería inauténtico. Ese juego, que está muy bien, nos enreda en las paradojas del lenguaje. Mientras que en Heidegger está muy claro: auténtico es decidirse por seguir la llamada del Ser y someterse o aceptar el destino común que una época le depara a un pueblo. Por supuesto eso implica que la llamada sea percibida, para lo que es preciso una existencia “abierta” y “cuidadosa” -aquí opera la famosa Sorge [cuidado]- y que el “pueblo” la acepte y la siga. Aquellos integrantes del “pueblo” que no estén dispuestos a seguirla llevarán una existencia inauténtica y, en último término, no serán dignos de pertenecer al pueblo de los elegidos, con las consecuencias terribles que eso pueda acarrear.

Si nos preguntamos ahora qué marcas tendrá esa “autenticidad”, la marca principal es la fuerza de su arrastre que opera como una especie de dato de partida, como un “hecho”. Quien tiene autoridad para promulgarlo son los poetas y pensadores del “pueblo” y en último término sus hombres de acción, sus líderes. Por eso podemos decir que la famosa ontología heideggeriana es, en el fondo, una filosofía de Estado, pues la fuerza del Estado se impondrá legítimamente con todo su peso sobre los disidentes que han desoído aquella llamada. Es una legitimación de dicho poder.

A su vez entre los documentos históricos analizados por este autor son especialmente relevantes los que lo relacionan con el movimiento estudiantil del momento. Paradójicamente, o quizá no tanto, pero en cualquier caso llama la atención que el movimiento estudiantil y juvenil del momento se dejara arrastrar por el nacionalsocialismo del modo en que lo hizo. Faye relata la quema de libros “no alemanes” a la que Heidegger asistió como Rector, el entorno solemne en que se llevó a cabo y los discursos que lo acompañaron. No es concebible que un filósofo festeje la quema de libros, aunque no sean de su agrado. ¿Qué tipo de filosofía puede surgir de ahí?

El racismo heideggeriano

El autor insiste mucho en el racismo de Heidegger. El término “raza” aparece repetidamente en los textos. Rasse, Stamm,… son términos usados habitualmente para referirse a un grupo humano privilegiado, los alemanes, y también para quitar el carácter de humano a los que no pertenecen a ese grupo, especialmente los extranjeros y los judíos. En otras ocasiones habla de “lo asiático” que designaría a los bolcheviques. Por ejemplo, cuando dice:

«Cuando, por ejemplo, decimos “canción popular”, “costumbres populares” decimos la palabra “pueblo” de una manera que alude a la vida emocional y sentimental. Con esto nos referimos a cierta pureza y frescura inherente a la originalidad de las costumbres. Esto no tiene nada que ver con formas de hablar como “¡Dispersad al pueblo!”: aquí vemos una aglomeración de súbditos, una “plebe” sin educación, que se supone numéricamente superior y tiene limitado el acceso a los así llamados bienes “supremos” […] Aquí estamos seleccionando como límite y definición del pueblo el hecho de pertenecer al Estado. Estrechamente relacionado con la expresión “censo popular” encontramos una palabra como “salud del pueblo” en la que además todavía se percibe el vínculo de la unidad de sangre y linaje, de raza” (Uber Wesen und Begriff …, ed. cast., p. 70).

El término “pueblo” se interpreta no en términos territoriales, de modo que abarque a todos los habitantes de un territorio, sino en términos de raza: «A menudo utilizamos la palabra “pueblo” en el sentido de “raza” (Rasse) por ej. en la expresión “movimiento popular” (völkisch)» (ibidem). Eso implica que se incluyen alemanes que no viven en el territorio del Reich, como por ejemplo alemanes de los Sudetes, y se excluyen personas que sí viven en el territorio, pero no son alemanes, como los judíos. Esa exclusión de una parte de los habitantes de un territorio es un rasgo propio de los discursos nazis, fascistas y actualmente de la ultraderecha. De ahí que el que Heidegger sea contrario al biologicismo de la doctrina racista habitual no implica que no tenga una concepción racista más sofisticada y adornada de jerga filosófica.

El carácter excluyente y asesino del discurso de la raza se contrapone a la idea “humanista” de la dignidad igual de todos los seres humanos y acompaña el repudio clasista y elitista de la plebe. Sobresale también la concepción de “pueblo” como “comunidad de linaje”, ligada por lazos de sangre. Faye señala el carácter völkisch (populista, con el tinte antisemita propio de la acepción nazi de esta palabra) de esa idea. Tal vez en algún momento su insistencia en el tema de la raza pueda parecer exagerada, pero no diría que sea injustificada.

Otra cuestión a la que hay que dar alguna vuelta es el tema de la decisión. Heidegger lo aborda en el sentido de arrojo en el lanzarse a una tarea o en la resolución con que encara su compromiso político y filosófico. Pero tal vez tenga un recorrido más amplio si lo ligamos a las tesis políticas sobre la decisión en Schmitt, en el sentido de que sólo un poder que es capaz de saltarse las reglas es un poder auténtico, puesto que no sigue lo instituido, sino que lo establece. El rasgo antidemocrático de ese instituir es lo que le da su sesgo nazi. Pues, al final, resulta, que ese acto no se traduce en la creación colectiva de un algo, sino en el dejarse arrastrar por una aparición, se supone que de las exigencias del momento político interpretado ya por el dirigente. Sin embargo, pienso a mi pesar que el poso humanista no es suficiente antídoto contra esa retórica llameante. Con lo cual el problema de la constitución o institución democrática de lo político se pone de nuevo sobre la mesa.

Como ya he dicho las posiciones políticas pronazis de Heidegger y sus intervenciones durante el periodo del Rectorado eran ya conocidas desde la publicación de los textos de Ott y Farías, pero Faye ha ido mucho más allá recopilando documentos históricos, poniéndolo en relación con el discurso nazi dominante en la Alemania de la época y analizando su jerga filosófica a partir de ello.

La perversión de los términos es tan profunda que a veces cuesta aquilatarla en toda su monstruosidad. Por ejemplo, con el término “trabajo”. En la doctrina nacionalsocialista se acepta el prejuicio de que el trabajo productivo no es propio de los judíos a los que se presenta como rentistas y especuladores. En consecuencia, imponer el trabajo físico en los campos de trabajo era una forma de reeducarlos. El lema de dichos campos: Arbeit macht frei [el trabajo hace libre], no sólo es un sarcasmo siniestro, sino que resume una idea fija de los nazis: los judíos deben aprender a trabajar con las manos para atisbar, aunque sólo sea, en qué consiste la verdadera libertad que ya sabemos que no es otra cosa que quedar sometido a la dureza del carácter alemán. Este se ejerce en la puesta en marcha de un “Estado del trabajo”. No olvidemos que el Tercer Reich se presenta como un Estado del trabajo, en un reflejo distorsionado del modelo bolchevique.

La doctrina de los Seminarios

Los capítulos más impactantes del libro son el 4º, el 5º, el 8º y el 9º en los que estudia los seminarios de 1933 a 1935, tanto los que están publicados como el último, inédito. Son los seminarios contemporáneos de la toma del poder por Hitler y del nombramiento de Heidegger como Rector. Faye extrae citas inequívocas sobre el compromiso político de los textos y el modo en que el autor somete la filosofía a lo que él entiende como el destino histórico del pueblo alemán:

«resumimos: 1. Filosofía es la lucha incesante que pregunta por la esencia y el ser de lo que es. 2. este preguntar es histórico en sí mismo, o sea es el demandar, pelear y honrar de un pueblo por mor de la dureza y claridad de su destino» (GA 36/37,12, cit. por Faye, p.151).

O sea la filosofía se enraíza en la lucha de un pueblo – entendemos que el alemán – por entender y cumplir con su destino histórico. Heidegger entiende que el pueblo alemán es un pueblo de poetas y filósofos, de modo que inserta la filosofía en una aventura política que acababa de empezar con los efectos espantosos que todos conocemos. “Esta captación nacional y völkisch de la filosofía es algo completamente insostenible”, nos dirá el autor de este extraordinario trabajo.

En el curso del semestre de 1934 Heidegger insiste en los mismos puntos, pero da mayor importancia al tema del Estado-del-pueblo:

«estamos ahí insertados en el orden y la voluntad de un Estado. Estamos ahí, insertados en lo que ocurre hoy, estamos ahí, en la pertenencia a este pueblo, somos este pueblo mismo» (GA, 38, 63, cit. por Faye, 168).

Al año siguiente, 1935, dedica su seminario a Hölderlin, en el que tematiza lo que llama “un nuevo comienzo”, pero ese nuevo comienzo, término que seguirá utilizando después de 1945, no tiene que ver con un cambio en su filosofar, sino que se identifica con el cambio que promueve el nacionalsocialismo, en aquel momento triunfante. Después de 1945 reinterpreta ese “nuevo comienzo” y lo camufla como una cuestión filosófica – un nuevo comienzo del pensamiento que deja atrás su etapa metafísica y se inserta en un pensar existencial-. Al intentar quitarle su referencia política, esa experiencia del pensar queda suspendida en el aire y no se sabe muy bien a qué nos está invitando, si bien la retórica empleada y el pathos de su discurso tiene un fuerte efecto de seducción.

En el texto sobre Hölderlin encontramos una glorificación del Führer, - no olvidemos que esta es la palabra con la que se designaba a Hitler – al que se califica de endliches Seyn o sea Ser finito. La traducción no hace justicia a toda la carga semántica de los términos, puesto que Seyn, escrito con y griega y no con i latina, implica ese cambio del “ser” como término de la metafísica que forma lo común de todos los seres, en este otro “Ser” como potencia oculta que se actualiza en un ente finito. Dada la finitud de su “encarnación”, se entiende que Heidegger postule un medio perenne que cuide de ella y la mantenga más allá de la necesaria finitud de su protagonista: ése será el lenguaje, en especial el lenguaje imperecedero de la filosofía y la poesía. Si se quiere concretar más la filosofía del propio Heidegger y la poesía de Hölderlin.

Por eso podemos decir que el famoso “ser hacia la muerte” implica tener en cuenta el carácter mortal de todo cuanto existe, su fugacidad y de ahí la necesidad de cuidar el legado de algo que, aunque parezca fuerte, desparecerá, pues también los elegidos y los dirigentes se mueren. Cuidar su legado en el sentido de ponerlo en palabras, resulta fundamental.

Todavía más impactante es el seminario del semestre de invierno de 1933-4, titulado Über Wesen und Begriff von Natur, Geschichte und Staat [Sobre la esencia y el concepto de Naturaleza, historia y Estado] que no había sido publicado en el momento de la redacción del libro de Faye, pero del que conocía fragmentos y una copia de la última sesión. Recientemente se publicó un resumen de las sesiones, como una especie de Actas3. En ellas el Estado y en especial, el Estado de “nuestro tiempo”, de “su” tiempo, o sea el Estado del Führer, se identifica con el ser del pueblo en ese preciso momento histórico.

En el liderazgo ese vínculo de identificación se vivifica, aunque sigue necesitando la educación política de, al menos, aquella capa de seguidores llamados a cumplir la nueva misión, una especie de nueva nobleza. Para ello habrá que reescribir la historia alemana en relación a los dos Imperios (Reich) anteriores, el de Otto el Grande y el de Federico el Grande. De ahí el nombre, Tercer Reich (tercer Imperio). Pero el carácter “caudillista” del Estado hitleriano es objeto de alabanza; correspondería al Führerprinzip o principio de caudillaje, de mala memoria por estos pagos.

En ese Estado, dice Heidegger, “la voluntad del Führer y la voluntad del pueblo se identifican en su esencia” (p.243, ed. cast. 94). Dada esa identificación, la dominación de los que no se dejen seducir por esa política deberá ser total, pues no se trata de un problema de diversidad de opiniones, sino de dejarse arrastrar o no por la voz del Ser, de atender o no a la orden del Estado; es la quintaesencia del totalitarismo caudillista.

A su vez el rasgo distintivo de los seguidores será “el sacrificio y la sumisión” que proceden, dice, del vínculo vivo entre dirigente y dirigidos. Todo el discurso funciona como una legitimación de la dominación – y la sumisión consiguiente. La tesis fuerte de Faye es que Heidegger no se identificó con una u otra de las corrientes internas del nacionalsocialismo, sino que “tuvo la ambición de asegurar la dirección intelectual y «espiritual» del conjunto del movimiento, luchando contra las desviaciones liberales” (p. 247).

Por último, el seminario de invierno de 1934-35, no publicado en las Obras completas, abunda en la misma dirección. El seminario está dedicado a la doctrina hegeliana del Estado apropiándose de la figura y el pensamiento de Hegel para dar mayor autoridad a su propio pensamiento. Faye lo resume como sigue:

“es necesario recordar que la utilización de palabras de la tradición filosófica no garantiza que se esté haciendo verdadera filosofía. Si no se busca alcanzar más distinción en la concepción, más claridad y discernimiento en el pensamiento; si, por el contrario, se tiende hacia una confusión oscura de todos los conceptos, es porque no existe en realidad ni verdadero trabajo del pensamiento, ni filosofía. En particular […] no existe ninguna filosofía del derecho en Heidegger y eso se ve claramente en su definición tautológica de la «Constitución» entendida como la manera a través de la cual el Estado se constituye a sí mismo” (p. 375).

Supresiones y manipulaciones

El autor de esa detallada y prolija investigación da mucha importancia al papel desempeñado por Heidegger entre 1936 y 1940 en los trabajos del Archivo Nietzsche. Su lectura de Nietzsche en aquel momento se centra en la “voluntad de poder” y no se aleja de la defendida por otros intelectuales nazis como A. Baeumler. Sin embargo, en el texto sobre Nietzsche publicado en 1961, Heidegger ha cambiado sutilmente las frases, de modo que dé la impresión de que su lectura era radicalmente diferente de la de sus colegas. Faye compara el texto de 1961 con el de 1936-7 y concluye afirmando que lo que tenemos delante es “una primera ilustración de las manipulaciones heideggerianas de posguerra, manipulaciones destinadas a convertir en aceptables sus cursos para el nuevo público. Si cabe hablar de un «giro», de una Kehre heideggeriana, ésta se sitúa en el orden de la falsificación y no de un cambio brusco del pensamiento” (p. 423).

Algo semejante encontramos en los textos de los primeros 40 incluidos en los Beiträge, escritos en plena guerra. En ellos Heidegger identifica la democracia liberal inglesa con el bolchevismo, reproduciendo el doble frente de la Alemania hitleriana.

Un pasaje escalofriante es el siguiente:

“cientos de miles mueren en masa. ¿Mueren? Perecen. Son derribados. ¿Mueren? Se convierten en piezas de un stok de fabricación de cadáveres. ¿Mueren? En los campos de exterminio son liquidados sin ostentación. Como si nada -Ahora mismo en China millones se depauperan por hambre hasta perecer.

Sin embargo, morir significa llevar la muerte en su ser. Poder morir significa posibilitar esa encomienda. Y sólo la posibilitamos si nuestro ser permite el ser de la muerte. Así pues, en medio de los incontables muertos, la esencia de la muerte sigue oculta. La muerte no es la nada vacía, ni el paso de un ser a otro. La muerte pertenece a la existencia del hombre que sucede a partir de la esencia del Ser (Seyn) […] Posibilitar la esencia de la muerte significa: poder morir. Sólo aquellos que pueden morir son mortales en el sentido básico de la palabra” (p. 501).

O sea, sólo mueren quienes merecen morir. Los demás perecen, desaparecen. La dignidad de la muerte no es un rasgo de todas las personas que es una obligación respetar, sino un honor para algunos. Decir algo así ante los campos de exterminio y los montones de cadáveres califica a toda una filosofía.

En un momento en que todavía no hemos salido de la pandemia y la muerte sigue estando tan presente entre nosotros, merece dedicar un minuto a pensar en tal muestra de arrogancia e insensibilidad, en la indecencia que supone despreciar la muerte de aquellos que literalmente “no merecen morir” puesto que su vida no vale nada. Llamar la atención sobre la brutalidad de esos textos que están esparcidos en una obra “filosófica” que es tratada como si mereciera respeto y consideración es el objeto de ese comentario de un libro de obligada lectura.




1 Galcerán, M., Silencio y olvido. El pensar de Heidegger durante los años 30, Ondarribia, Hiru, 2004.

2Es importante recordar que la Edición completa (Gesamtausgabe) no respeta los criterios filológicos elementales de una edición de estas características, sino que por expreso deseo de su autor los textos se editan en un orden cronológico arbitrario, carecen de referencias exactas sobre la procedencia de los manuscritos, así como los criterios de su selección y contienen supresiones o alteraciones del texto que dificultan el trabajo de investigación.

3 En las Universidades alemanas es costumbre que los integrantes de un Seminario redacten unas Actas (denominadas Protokoll) que se leen al inicio de cada sesión, permitiendo recapitular lo dicho en la sesión anterior. El Acta de cada sesión corre a cargo de un alumno/a diferente y la totalidad es supervisada por el profesor y archivada. Un manuscrito con esas Actas relativas al seminario de 1933/4 fue encontrado en 1999 y publicado en 2009. Hay traducción castellana en Trotta, 2018.


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