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Palestina
Bloqueados a 200 kilómetros de Gaza
La marcha, una iniciativa civil organizada por activistas de más de 30 países de todo el planeta, buscaba romper el bloqueo y forzar la entrada urgente de alimentos a Gaza por el paso de Rafah, en la frontera con Egipto y único punto de entrada terrestre a la zona, controlado por el ejército israelí y permanentemente asediado por cientos de colonos sionistas que tratan de impedir que la ayuda llegue a su destino.
Esta situación de tensión y bloqueo viene repitiéndose desde hace meses desde el inicio del ataque a Gaza tras el 7 de octubre de 2023. Pero no es nueva. Durante los últimos 19 años, Israel ha sometido al pueblo palestino a un brutal asedio militar, aislándolo del resto del mundo y enjaulando literalmente a más de dos millones de personas en su interior. Gaza es la cárcel más grande sobre la tierra, en palabras del historiador israelí Ilan Papé. Antes del genocidio en curso, el asedio a la franja ya provocaba una grave escasez de medicamentos, alimentos, electricidad y otros elementos esenciales para sus habitantes. Por estadística, una joven gazatí 17 años ha vivido al menos cinco masacres con bombardeos indiscriminados.
Desde hace casi un siglo el movimiento colonial sionista, después constituido en el Estado de Israel, ha oprimido violentamente al pueblo palestino, obligando a las familias a abandonar sus hogares, sus tierras y su cultura.
La resistencia palestina ha transitado todos los caminos posibles hacia la libertad: protestas pacíficas, huelgas de trabajadores, boicots… También ha ejercido su derecho a la rebeldía y resistencia armada contra la agresión colonial, reconocidos en el derecho internacional y de manera clara al menos desde 1973 con la resolución 3070 de Naciones Unidas. La respuesta siempre ha sido la represión, la cárcel y la muerte.
Ante esta dramática urgencia de la situación actual, hace algo más de dos meses comenzó a gestarse la Marcha Global a Gaza. El plan original era la confluencia de todos sus participantes en El Cairo el día 12 de junio, para desde allí comenzar un recorrido, primero en autobuses hasta la ciudad de El-Arish, a unos 50 kilómetros de la frontera, y desde allí a pie durante tres días hasta establecer un campamento en la misma puerta de Rafah. Se buscaba con ello visibilizar la presión internacional contra el genocidio y el bloqueo. El resultado ha sido un esfuerzo de organización colectiva internacional contra la guerra y el exterminio nunca visto antes, si exceptuamos las movilizaciones antiglobalización, y que ha incluido ciudadanos de los cinco continentes (otra gran marcha, Sumud, había partido desde Túnez el día 9 de junio con unos mil participantes hacia el mismo destino). 80 autobuses, 500 tiendas de campaña y unas dimensiones que no pararon de crecer, si echamos un vistazo a las cifras que el día 11 de junio ya manejaba la organización: casi 4.000 participantes de más de 82 países organizados en 50 delegaciones internacionales, desde Sudáfrica a México, Suiza, Francia, Nueva Zelanda, Grecia o España.

En los días previos habían ido llegando a El Cairo activistas desde distintas partes de mundo. Pero fue el día 11 por la tarde cuando comenzó la primera prueba de fuego. Desde el aeropuerto de Madrid, un avión repleto de activistas con la consigna de no llamar la atención despegaba a las 15:30 en dirección a la capital egipcia.

A su llegada, y tras pasar dos controles de pasaporte sin problemas, la tranquilidad con la que se había desarrollado el inicio del viaje se quebró. Una última comprobación de documentación y una consigna que alguien pudo entender en árabe: “paradme a los españoles”. Una a una fueron retenidos en distintos grupos hasta unas 20 personas de nacionalidad española, mientras la cola de salida se hacía más y más grande y el grupo de hombres que requisaba pasaportes, policías egipcios, se incrementaba. De una puerta situada cerca de ellos salía de vez en cuando gente a la que habían metido a interrogar. En un momento dado, pasados unos 15 minutos, devolvieron con cierto nerviosismo los pasaportes, tras fotografiarlos y apuntar algunos datos, y dejaron marchar a ese primer grupo, entre los que me encontraba.
Quienes venían después no tuvieron tanta suerte. Muchos fueron retenidos en un cuarto a la espera de, en principio, ser deportados. Les retiraron los pasaportes y comprobaron el contenido de sus teléfonos móviles. Además, la policía egipcia entraba en esos momentos (pasadas las 23:00) en el hotel donde se había citado a la marcha para el día 13, donde se alojaban buena parte de los participantes españoles y otros donde se alojan activistas de distintos países. Muchos eran detenidos y la policía estaba entrando en todas las habitaciones. Un turista de nuestro hostel nos comentó que antes de llegar nosotros se habían llevado a una persona de origen suizo.
Mientras llegaban nuevos participantes, las malas noticias continuaban. Ya de madrugada empezamos a valorar la posibilidad de separarnos los que estábamos en el mismo hostel, abandonarlo y tratar de buscar otro modo de alojamiento fuera del control de los pasaportes, o quedarnos a esperar lo que tuviera que ocurrir. Con esta tensión y las noticias de nuevas detenciones a cuentagotas nos sorprendió el amanecer en una de las terrazas del edificio. Desde allí podíamos ver el río Nilo a unos 500 metros.
Esa noche mucha gente no durmió o la pasó encerrada en dependencias del aeropuerto, sin pasaporte y en muchos casos sin teléfono, junto a un centenar de personas, que no dejaron de apoyarse y corear consignas propalestinas. Nuestro hostel seguía lleno de turistas que parecían decidir qué hacer ese día. En Egipto, el país del turismo y las pirámides, las manifestaciones están prohibidas, pero si no vas a eso es posible que ni sepas lo que está ocurriendo.
El día 12 de junio se esperaba la mayor afluencia de activistas y las dudas sobre qué hacer desde la marcha aumentaban. A mucha gente se le había perdido la pista desde el día anterior y no se sabía si habían sido deportadas, detenidas o estaban escondidas sin posibilidad de acceder a sus datos telefónicos. Llevó todo el día recopilar esa información y localizar a los activistas internacionales. En total, 15 españoles y más de un centenar a nivel global esperaban su deportación.
Mientras tanto, la consigna era disimular, como turistas, en grupos pequeños diseminados por la capital egipcia. El antiguo museo de la ciudad se convirtió esa mañana en lugar de encuentro por el que cientos de activistas vagaban por sus salas sin fijarse apenas en lo que miraban, mientras otros fotografiaban o atendían las explicaciones de los guías locales.

Por la tarde se espera la llegada de mucha más gente, entre ella la del organizador estatal de la marcha española y coordinador de la internacional, Saif Abukeshek. Continuaban entre tanto los avisos sobre gente desparecida, detenida en la calle, deportada a terceros países como Estambul o escondida en otros hoteles.
Esa misma noche se decidió un cambio de planes respecto al inicial, ya no era posible juntarse en el corazón de la ciudad. Al día siguiente nos dirían cual era el nuevo. Mientras tanto, se activó un método de seguridad para saber en todo momento como se encontraban cada una de las personas de la delegación española, gestionado de forma voluntaria por dos mujeres de la organización que no habían podido dormir por este motivo desde que llegaron a El Cairo.
El día 13 nos despertamos sobre las 08:00 sin más malas noticias. Pero algo había cambiado en el hostel. Todos sus residentes, que los días anteriores se evitaban mientras fumaban y sonreían en las terrazas, mostraban ahora el objetivo de su viaje. Todos estaban listos para una larga caminata por el desierto, con mochilas y ropa para evitar el calor. Inglés, italiano, árabe y otros idiomas se mezclaban en las terrazas del hostel, junto a la emoción y la tensión por lo que pasaría a partir de entonces. Muchos volveríamos a coincidir a cien kilómetros de allí durante la tarde.

Un joven griego me pidió permiso para hacer una foto a parte de nuestro grupo con una cámara de carrete. Me comentó que perdió la cámara digital hacía pocos días. Cuando le pregunté para qué quería esa foto, me contestó que le gustaría enseñar esa y otras en su pueblo y quizás hacer una pequeña exposición cuando regresara de las vacaciones. Sonreímos y le pedí permiso para hacerle a él una de espaldas, mirando hacia el Nilo.
Cada grupo en las terrazas y el hall parecía esperar las instrucciones para comenzar la marcha, y pasadas las 12:00 empezó el movimiento. Debíamos llegar, cada uno por nuestros medios, a la ciudad de Ismailia, a 130 km de El Cairo, entre las 13:30 y las 16:00 de la tarde. Allí nos esperarían los autobuses con destino al El-Arish, y desde allí iríamos andando hasta Rafah. El plan había cambiado tras los días pasados de control policial, detenciones y deportaciones ordenadas por el gobierno egipcio.

La salida del hotel la hicimos por grupos. Algunos optamos por taxis, otros prefirieron los autobuses o el tren.

Durante el trayecto se advirtió por los grupos de seguridad de un peaje en la carretera a la salida de El Cairo en el que estaban parando a gente y se recomendaba evitarlo entrando en la gasolinera a la derecha o tomando otras carreteras. Nosotros salimos de allí cuando la tienda ya estaba a rebosar de gente y la policía estaba dentro. En ese punto quedaron retenidos durante el resto del día cerca de un millar de activistas.

El segundo peaje no hubo forma de evitarlo por la carretera y cuando nos avisaron de que allí estaban parando a la mayoría ya era tarde. El conductor del taxi nos pidió que nos bajáramos después de estar un rato quietos y de que alguien se llevara nuestros pasaportes. Comenzó así nuestra tarde noche en el control de Ismailia, donde se fueron acumulando participantes de distintas nacionalidades hasta llegar a la cifra de unas mil personas. Muchos de ellos franceses, pero también canadienses, sudafricanos (Mandla Mandela, nieto de Nelson Mandela estaba aquí), griegos, suizos o mexicanos.

Al cabo de varias horas corrió el rumor de que nos iban a devolver los pasaportes. Mientras, se comenzaban a corear consignas a favor de Palestina y contra el genocidio y desplegaban banderas. Un grupo de hombres se subió a las medianas de la carretera y comenzó a gritar los nombres de los pasaportes por grupos. Los suizos y los españoles son del mismo color y los confunden y mezclan, mientras la gente, a pleno sol, esperaba aglomerada a sus pies a que ser nombrada… La situación recordaba a un mercado de algún producto escaso y deseado.

Nuevos movimientos. Llegan avisos y vídeos de que la policía está cargando y arrestando de forma indiscriminada en el control anterior y se está llevando a la gente en autobuses. En el nuestro la gente se organiza por nacionalidades y decide qué hacer. De momento, esperar. La policía ya ha desplegado una fila de antidisturbios uniformados de la mano, apenas unos adolescentes que desafían con timidez a los manifestantes, y detrás de ellos han colocado decenas de camillas de ambulancia. Todo un aviso de hasta dónde podemos pasar. Comienzan a llegar al peaje camiones de detención y autobuses vacíos. En ese momento no sabemos aún si seremos deportados o devueltos a El Cairo.

Ya es de noche cuando el control está repleto de policías vestidos de paisano o informantes que empiezan a golpear a los que aún tratan de resistir pacíficamente su subida a los autobuses. La tensión no para de crecer cuando algunos españoles que quedamos nos subimos al primer autobús que vemos aún libre. Como no salimos, me bajo a grabar una detención. Muy mala idea. A mi izquierda alguien me mira y me dice que no lo haga, le contesto con un breve “ok” y cuando vuelvo a mirar al frente dos personas se dirigen hacia mí y comienzan a golpearme. El más grande me agarra de la camiseta, me la rompe y trata de arrastrarme hacia una furgoneta al lado de nuestro autobús, donde ya habíamos dejado las cosas. No sé cómo, pero consigo llegar a nuestro autobús con la ayuda de tres compañeros; nos empujan hacia dentro y nos gritan, entendemos que es mejor no moverse más. Todo ha durado diez segundos. La policía no uniformada entra y sale del cordón de antidisturbios, cada vez más estrecho, y golpea a los que resisten o graban con sus móviles, todavía varios centenares.

El autobús se va llenando de gente de distintas nacionalidades y, tras algunos momentos de tensión, sale de allí.
Por el camino, uno de los activistas nos indica que ha vivido en El Cairo y que ha hablado con el conductor, que nos dejará a las afueras de la ciudad y que no estamos siendo deportados. Mi grupo, cuatro personas, decide reservar en el hotel punto de encuentro para el primer día, donde fue detenida la mayoría de los españoles. Tras algunos contratiempos y anécdotas menores, llegamos al hotel. En la puerta un policía controla la entrada de los que llegan. Pero ya nos da igual.
Esa noche recibimos nuevas informaciones a partir de algunas conversaciones con otros activistas. El embajador español ha trasladado a representantes de la marcha que lo deseable para la embajada española era que no hubiéramos venido, y que el gobierno egipcio amenaza con deportar o detener a todos los activistas. Con estas nuevas noticias nos vamos a las habitaciones. En las siguientes horas llegarán nuevas informaciones de gente que ha sido abandonada en la carretera, llevada al aeropuerto para su deportación, o que por el contrario consiguió llegar a Ismailia y aún más allá y esperan qué hacer antes de ser detenidos.
Los dos días siguientes transcurren entre reuniones y recopilación de información sobre dónde se encuentra cada uno de los activistas de las distintas delegaciones. Queda entonces claro que la marcha no va a poder seguir adelante. El día 16, y sin que la presión haya disminuido, es detenido el español de origen palestino Saif Abukeshek junto a otros activistas tras una reunión con el gobierno, y en ese momento la organización decide abandonar los intentos de continuar con la marcha por el Sinai, que conllevaría además poner en riesgo la seguridad de otras organizaciones egipcias, dado el nivel de alerta civil que ya existe en la zona.
Pero la movilización no acaba aquí. Muchos de los participantes deciden viajar a Túnez para encontrarse con Sumud, la otra gran marcha terrestre que ha sido parada en la frontera de Libia con Egipto y ha tomado el camino de regreso. Otros vuelan a Bruselas, donde durante los días 23 y 27 de junio se llevarán a cabo movilizaciones internacionales para presionar a los lideres europeos. El resto vuelven a sus países con el compromiso de continuar las movilizaciones, actos y protestas contra el genocidio.
En la mente de muchos activistas quedan algunas dudas sobre posibles errores tácticos, fallos en la organización… También un convencimiento: mientras todo esto ocurría en Egipto, la población gazatí ha continuado siendo exterminada en los puestos de ayuda humanitaria, bombardeada en sus casas o sometida a la hambrunas y enfermedades. El sentimiento generalizado es que no hacer nada no es una opción ni lo va a ser a pesar de todos los contratiempos.

Cerca de cuatro mil personas de todo el mundo, además de todas las que no viajaron, pero apoyaron desde sus países, han llegado a solo 200 kilómetros de la frontera de Rafah. Han puesto en jaque a distintos gobiernos y embajadas del mundo con una organización civil a favor de la paz nunca vista antes en este siglo. Muchos de estas personas volverán a sus casas y contarán lo vivido, a sus vecinos del valle de Benasque o a los de su pequeño pueblo en Grecia. Y en la siguiente ocasión confían en ser 40.000, y después 400.000 los que se organicen. Hasta parar el genocidio.




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