Opinión
Fiesta del sionismo en una cancha de baloncesto

Las bufandas del Breogán se mezclaban con kufiyas. No era un partido de baloncesto más. Había llegado a Lugo el Hapoel Holon, un equipo orgullosamente sionista. Muchas lucenses quisieron recibirlo, con mucha más fuerza todavía, tras el anuncio de la prohibición de cualquier simbología referente al genocidio en Gaza.
Horas antes del partido, unas cien vecinas caminaron hacia el Palacio convocadas por la plataforma Lugo Por Palestina. Acompañadas de unos veinte policías, entraron en la universidad e invitaron a las estudiantes a la acción. Ninguna aceptó. Sí participó Emeterio, profesor jubilado que cree que “el Breogán tenía que haber suspendido el partido”. También Ali, palestino de Lugo, que criticó la “injusticia” de la prohibición de las banderas: “Los israelíes hacen lo que quieren, nosotros importamos poco”.

Yasmín, también originaria de Cisjordania, llegó más tarde, sin hacer ruido, con toda la dignidad y el dolor que tenía escondidos en uno de sus zapatos. “Tengo que protestar de alguna forma. No sé cómo hacerlo, pero quiero tener presentes a los niños y niñas asesinados en Gaza”. Pero eso no llegaría hasta el tercer cuarto.
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En Letonia, donde se jugó el partido de ida, no hicieron falta zapatos y no se requisó bandera ninguna. Toda Europa vio, en cada jugada, una gran bandera israelí en el pabellón y docenas de fotos de los secuestrados por Hamas. No jugaron en Holon, por seguridad, ni en Grecia por la negativa de los aficionados locales. Lugo era la primera visita de los sionistas a territorio desconocido.
Pero no pasó nada. En la previa, solo unos pocos silbidos. La peña Embreogados no se presentó, en protesta al “ataque inadmisible” contra la libertad de expresión que supuso el comunicado de su club, “tanta para los hinchas como para toda la sociedad lucense”. Más allá de eso, la prohibición funcionó y el partido no era nada más que eso. Un partido.
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Primer cuarto. Balón al aire. Una grada vacía, primeras canastas y correcciones de los técnicos. El del Hapoel, Amit Sherf, no es un entrenador más. Fue soldado en la brigada de las IDF del sur de Israel y trabajó diez años en la frontera con Gaza. El bueno de Amit, ese que sonríe desde el banquillo, participó en 2014 la operación Margen Protector en Gaza, según esta entrevista en Walla. Entonces fueron asesinadas más de 500 niños y niñas y Amnistía Internacional y Human Rights Watch denunciaron crímenes de guerra. Nada pasó. Tiempo muerto en la pista. 17-14 en el marcador.
En octubre de 2023, Amit, el bueno de Amit, fue reclutado por el ejercito. Cada día a las ocho de la tarde hasta que el equipo dejó Israel, trabajaba en la sala de vigilancia de su ciudad, como explica en la entrevista: “Mi rol es ser enlace entre el municipio y el mando militar. Puede pasar cuando hay alarmas o, dios no lo quiera, cuando caen cohetes”. El baloncesto le resulta útil “para escapar de los pensamientos durante una hora y media”. Es “terapia”, dice. Después de los partidos, recuerda a todos los soldados que participan del genocidio en Gaza, especialmente a los de su cuerpo técnico: “Echamos de menos a nuestros compañeros Osher Michaeli e Ido Levitt, que están en las reservas de las IDF”. El medio especializado Safsal explica que Michaeli y Levitt están “sirviendo como combatientes de reserva en el sector sur”, y enumeran más de veinte jugadores y técnicos israelís reclutados por las IDF, mencionando, claro, al bueno de Amit.
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Segundo Cuarto. 22-17. El partido es bastante malo y hay poca gente en el Palacio. Sin duda, mucha menos que las niñas y niños asesinados en Gaza, como recuerdan desde Lugo Por Palestina: “Serían menos incluso con el pabellón lleno”. En aquel momento, 5.310. 5.310 niños y niñas asesinados que no fueron motivos suficiente para ser recordadas. Hasta el tercer cuarto.***
Descanso. Los jugadores van hacia el túnel y la afición silba tímidamente. No queda claro si los silbidos son para los sionistas o para los árbitros por una falta no pitada. Música a todo volumen. Maximus, la mascota del Breogán, baila. El bueno de Amit entra en el vestuario. Cabeza alta, cuerpo erguido, odio dentro.
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Con el marcador 47-33, restando 7 minutos y 27 segundos del tercer cuarto, acabó el partido. Yasmín —originaria de Yenin— se colocó estratégicamente y sacó la bandera de su zapato. La desdobló y la estiró con toda la tranquilidad del mundo. No contaba con que las personas a su alrededor, sus propias vecinas, fueran a reaccionar así.
— ¿Qué haces? ¡Nos van a cerrar el pabellón!
— ¡Gilipollas! ¡Inculta! ¡Que nos van a sancionar!
— Tranquilos, me sancionarán a mí. A vosotros no— respondió Yasmín.
Otras directamente señalaron: “¡Policía, policía! ¡Tiene una bandera!”. Cuenta Yasmín que varias de las personas que la insultaron la conocen y saben de su origen palestino: “Podrían tener algo de humanidad, pero no. Me insultaron y el pabellón me empezó a silbar, a excepción de un pequeño grupo de personas que aplaudieron“. Yasmín, ya con más calma, reflexiona: “Nos pueden con el miedo. Nos importa más una sanción al Breogán que lo que está pasando en Gaza. Cada vez que pienso que a un niño le puedo caer su propio edificio encima, o que maten a tus padres... ¿Nos da igual? ¿Nos importa más una sanción económica al Breogán? ¿En serio?”. Otros, como el colectivo Lugo Por Palestina, señalaron directamente al club, gritando “El Breo tolera crímenes de guerra”.
Para Félix, abonado del Breo, es normal que la gente se manifieste “por la salvajada que está haciendo Israel”, pero no quiso meter ningún símbolo en el partido: “La ley hay que cumplirla, no como hacen ellos”, en referencia el Estado israelí. Begoña coincide: “Estoy a favor de Palestina, pero hay que jugar porque nosotros pagamos un abono, y no protestar, por si sancionan al Breo”. Otros dos señores creen que las protestas “están fuera de lugar” porque “los jugadores no son ni judíos ni palestinos, son americanos el 80%”. Al desmentirle este dato y mencionarle que en el cuerpo técnico del Hapoel hay soldados, responden al unísono en un tono poco convincente: “Bueno... ¿y qué?”
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Emeterio, Ali, Yasmín y varias aficionadas creen que el partido no se debería haber jugado y que los israelíes tendrían que ser expulsados de la Basketaball Champions League, organizada por la FIBA. Ander, aficionado vasco, estaba en Bilbao en 2022 cuando más de mil aficionados del Hapoel fueron a apoyar a su equipo: “En un bar tenían una bandera palestina colgada y se pusieron violentos, atacaron a la gente que estaba allí y quemaron banderas palestinas de una manifestación que había convocada”. Ander critica la impunidad hacia el club sionista: “Merecían una sanción de la FIBA. Sin duda, es la afición que más la lió aquí”. Menciona también otros equipos con peor fama que visitaron Bilbao, como el CSKA de Moscú, que ya no es un problema porque todos los equipos rusos fueron expulsados de la Euroliga y de las competiciones de la FIBA tras la invasión rusa en Ucrania. Porque los rusos son rusos y los israelíes deben ser tan buenos como el bueno de Amit.
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Termina la noche con sensaciones encontradas. Lo que podía haber sido una denuncia del genocidio en Gaza se convirtió en un evento de normalización del Estado de Israel, en una fiesta del sionismo en Lugo tan solo arruinada por parte de sus vecinas y, sobre todo, por la dignidad en el zapato de Yasmín: “Tenía que entrar ahí, y no me arrepiento. Por los niños y niñas de Gaza”.
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