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Palestina
Una historia de ausencia
El día de la Bandera, el Eid, la Nakba y el Poder
Aparece en los libros de historia y lleva 70 años rellenando diarios. En un país que recién se liberaba de la colonización británica crearon un estado ad hoc para limpiar las miserias de Europa y llamaron “conflicto de religión” lo que realmente era una lucha por la tierra.
En la hemeroteca reciente vemos el pánico de Netanyahu a verse juzgado por los innumerables crímenes de corrupción en los que se ha visto envuelto, si el mundo fuera justo, también le preocuparían los de Lesa Humanidad, pero eso no pasará. En su temblor, hace un año nombró a toda Jerusalem capital de Israel e impuso la Ley de Estado Nación donde consolida el racismo y el desprecio a otras creencias como eje principal de Israel, los drusos, una minoría de la que apenas se habla, encabezaron las manifestaciones, fueron seguidos por cristianos, musulmanes y árabes judíos. Pero la más burda caricatura de los EE.UU. le ayudó a correr esta cortina de humo con la que buscaba distraer a su electorado. No sirvió. El daño al pueblo palestino fue brutal, pero inútil.
El parlamento israelí se dividía, los partidos más a la izquierda iban a por él. Así que empezó a dar bandazos, por un lado alimentó el fanatismo ultranacionalista, por otro trató de arabizarse (“Abu Yair” se autodenominó, quien se pone y se quita la kipá para la foto, sin vergüenza alguna para ver si le sonreían los pactos desde Abu Dabi). No sirvió. Jordania, país refugio de millones de palestinos hijos de la diáspora, se negó a dejarle sobrevolar suelo jordano. Y en mitad del Ramadán llegó la fecha señalada, la conmemoración de la guerra de los seis días. No ocurrió nada que estuviera fuera de la brutalidad previsible.
No ha sido en nombre de la Torah el avance enfebrecido de los ultraderechistas israelíes por las calles de Sheij Jarrah, sino en nombre de una propaganda fascista que lleva décadas alimentando el rencor, el odio y el miedo para justificar el expolio usando las armas y las leyes
No ha sido en nombre de la Torah el avance enfebrecido de los ultraderechistas israelíes por las calles de Sheij Jarrah, sino en nombre de una propaganda fascista que lleva décadas alimentando el rencor, el odio y el miedo para justificar el expolio usando las armas y las leyes. Las leyes de Ausentes y de Asuntos Legales y Administrativos, que permiten a los judíos reclamar casas y territorios perdidos antes del 48 pero no permiten hacer lo mismo a los que llaman árabes, que son desposeídos, centímetro a centímetro, habitación a habitación, vida a vida, cuerpo a cuerpo.
No ha sido en defensa del Islam por lo que los palestinos salieron a defenderse, sino en nombre de su propia existencia, de su propia pervivencia. Claro que es relevante el Ramadán, la gente no come en los días de Ramadán y la gente se reúne con sus familias en las noches de Ramadán. En las casas palestinas aparecen militares y policías a vigilar la ruptura del ayuno al caer el sol, a controlar quiénes se juntan, a apuntar nombres en libretas, a sacarlos de sus casas y meterlos en celdas. Pero que no nos vendan como guerra de religión la lucha por la existencia. Y sobre todo, que no lo compre Palestina. La única razón por la que Israel bombardea mezquitas y no iglesias es porque no quiere perder el apoyo europeo y americano. Pero, ¿no es acaso un etnoestado que consolida su legislación en la religión y la raza?
A quien trata de supeditar la vida política a los mandatos religiosos del Islam se le domina Islamista radical ¿Porqué a Israel nunca se le llama sionista radical? ¿O cómo es, esta extraña guerra de religión en la que solo se acusa del fanatismo al único bando plurirreligioso? Ah, que juego sucio sería ¿verdad? Usar esos marcos… Y que falacia extenderlo a una comunidad entera, porque hay muchos judíos en contra de esta violencia incluso, incluso, dentro de Israel, incluso, incluso, dentro de las cárceles de Israel. Pero ¿No se usa esa falacia para justificar bombardeos a colegios y centros de prensa palestinos?
La educación sentimental
El terrorismo radical islamista siempre ha intentado lucrarse de la causa palestina, pero la causa palestina siempre se ha resistido. Es lógico, no es el Islam lo que vértebra su realidad. Hablamos de un pueblo que habla árabe pero se sabe semítico y lleva en su orgullo el haber sido cuna de las Tres religiones del Libro. Allí conviven musulmanes, claro, pero también cristianos, drusos y un numero alto de agnósticos y ateos. El pueblo palestino en su mayoría, se vanagloria de la convivencia interreligiosa, tal vez romantizada por la pátina del tiempo, hablan de la existencia de un pasado ideal en el que tres estados con tres legislaciones compartían el suelo y el pan. (Da igual si no fue exactamente así, cualquiera sabe que lo importante de la historia no es lo que pasó, sino lo que se recuerda). Esto, junto a las ideas socialistas que acompañaban al Panarabismo, ha sido durante décadas la muralla que impedía el avance del radicalismo islámico entre los palestinos. Pero el Panarabismo ha muerto ejecutado y es ahora la propaganda israelí la que juega con la carta de la tolerancia, poniendo en riesgo lo que hasta ahora había sido la identidad palestina.
La identidad, dicen los psicólogos, siempre se define por tus pares, por el etiquetaje y por la confrontación. La identidad palestina se construye desde la absoluta inexistencia de posibilidades para quienes nacen marcados por la UNRWA, por la contraposición a quienes la definen, por los observadores occidentales que jalean hambrientos la nueva foto digna de un Pulitzer, el nuevo joven mártir al que idolatrar y olvidar inmediatamente y, por supuesto, la diferencia con el enemigo.
Llegados a este punto lo honesto es hablar de mi propia percepción, mediada por lo que me transmiten mis afectos y por mi experiencia laboral, por mi opinión y por ese cinismo desconfiado heredado de mi abuelo que me hace preguntar cosas de mal gusto, como por ejemplo “R. ¿y tu estás seguro que a Hamás no lo financia Israel?” Y R. que no sé como no me escupe, estalla en una carcajada y me dice: “Lo parece, ¿verdad?”. Hamás es una excusa estupenda para que el ejercito de Israel asesine gazatíes. Por cada israelí asesinado por Hamás, Israel asesina 10 palestinos. Pero en una Gaza sitiada, donde los bienes de primera necesidad solo los provee el contrabando Hamás provee de alimentos y medicinas. No es el poder político o religioso lo que ostentan, no es de ahí de donde sacan sus simpatías.
No sirvió el boicot ni la flotilla. Nada ha servido. Cuando no queda nada ¿qué queda? ¿Qué le dices a un muchacho que tiene 20 años y el brazo lleno de metralla desde los 8, cuyo único delito había sido jugar al futbol demasiado cerca de un check point?
Sin embargo, la desesperación no ayuda a tomar decisiones meditadas. No funcionaron las palabras, escritas recitadas, filmadas o cantadas, ni Said, ni Knafani, ni Suleiman, ni Banna, consiguieron enternecer la crudeza del asedio. No sirvió la democracia, que Zayyād fuese alcalde de Nazaret o entrase en la Kneset. No sirvió el boicot ni la flotilla. Nada ha servido. Cuando no queda nada ¿qué queda? ¿Qué le dices a un muchacho que tiene 20 años y el brazo lleno de metralla desde los 8, cuyo único delito había sido jugar al futbol demasiado cerca de un check point?
Era un país de limoneros y naranjos, de higueras y olivares, de playa inmensa y montes verdes. La tierra de leche y miel. Hoy es un país de check points, de cortes de agua y luz, de registros aleatorios, de acechanzas y vigilancias, un país uniformado. Cada vez más hacinados, constantemente apuntados bajo el objetivo militar y el fotográfico, mientras los grandes poderes aplauden a un Israel que adorna de modernidad el asesinato de civiles.
Con los ensayos de Eurovisión no se oyen los gritos en las cárceles. Solo queda la resistencia, la persistencia, la existencia. El fotógrafo inmortaliza a un hombre que hace la señal de la victoria sobre los escombros de lo que una vez fue su casa, una muchacha sonríe , con el pelo desordenado, mientras dos soldados la detienen, sujetándole las manos a la espalda. Sabe lo que va a pasar, pero sonríe. Por vez primera desde 1936, sopla un viento de cambio. Experta en leer el vuelo de los pájaros, resistente, insistente, sonríe.¿Cuál será la nueva identidad que le ofrecerán al pueblo palestino?
La kufiyya como condena y destino
Pensar en Palestina es un ejercicio complejo, pero no por la historia, no por el nazismo, por Ben Gurión, por Yassir Araffat, no por las fechas de los bombardeos o por los tratados, por los convenios y los cercos económicos, por las flotas pesqueras, o los campos de refugiados. Ni siquiera por las cifras de muertos y desplazados. Es complejo porque en Palestina, y en los campos de refugiados que Palestina llena, además de morir, también se vive. Y se vive bajo un trauma colectivo, una condena colectiva, que se jalea en público pero se mastica a solas.
Trauma y Diáspora. Un trauma cultural, según la definición de Jeffrey C. Alexander1, se produce cuando los miembros de una colectividad sienten que han sido sometidos a un acontecimiento horrendo que deja marcas indelebles sobre su conciencia colectiva, marcando sus memorias para siempre y cambiando su identidad futura de manera fundamental e irrevocable. Pero el mismo Alexander, que expone tantos casos para sostener su tesis, apenas si pasa de puntillas usando una línea nada inocente para Palestina a quien define como “los enemigos de Israel”.
Nadie habla de ello, por eso, cuando el cineasta holandés-israelí Benny Brunner investigó la historia de los refugiados palestinos para Al Nakba: The Palestinian Catastrophe 1948 (1996) declaró con asombro: “Me conmocionó, me abrió los ojos sobre ese aspecto de la Nakba sobre el que nadie habla y que en muchos más aspectos es incluso más importante que el expolio material, por sus efectos a largo plazo y porque supuso la erradicación del núcleo cultural palestino de la época” —la persecución a la cultura sigue activa, esta semana fue arrestado en las manifestaciones de Haifa, Walaa Sbeit, cantante y percusionista de 47soul— “de la noche a la mañana los palestinos perdieron la capacidad de producir conocimiento y se vieron devueltos décadas atrás”.
“531 aldeas y ciudades fueron desplazadas, pero además se cambiaron los nombres de todas las cosas, arrancando de raíz incluso el folclore del pueblo palestino”
Desde dentro, viene la respuesta, Majed Dibsi Bulbul cuenta en una entrevista en Madrid para National Geographic que hay “la intención consciente de no dejar pruebas documentales del legado palestino con el objetivo de borrar la identidad y destruir la resistencia de todo un pueblo: 531 aldeas y ciudades fueron desplazadas, pero además se cambiaron los nombres de todas las cosas, arrancando de raíz incluso el folclore del pueblo palestino”. Por las calles de Israel, tiendas de nombre polaco afirman que el falafel era receta propia.
He conocido a muchas palestinas, pero solo he encontrado una línea que las una. Más allá del luto, el miedo y la impotencia hay una nada inmisericorde que no sale en la prensa. Las largas horas de mirar al techo, de insomnio incomprensible, de búsquedas ansiosas de una rendija por la que entre el aire, de un espacio en el que descansar, de querer entender, de una fortuita ráfaga de culpa por la supervivencia que aparece cuando menos te la esperas y de un ansia permanente de la vida que es negada.
Nacer sabiendo que no te van a dejar ser, bajo el objetivo de la ONG hambrienta de miseria, bajo la certeza de la cárcel que te espera, sistemática implacable, antes de cumplir la mayoría de edad, (es tan fácil encerrar a criaturas adolescentes, casi recién brotadas de la niñez) del desarraigo, de lo apátrida. Dentro y fuera de Israel al palestino se le disciplina desde la más tierna infancia, negándole cualquier dignidad que no venga de la genialidad o del martirio. Nacer de Palestina es nacer para darse, porque desde el primer momento el mensaje es claro: Nada será tuyo. Ni tu tierra, ni tu casa, ni tu gente, ni tu cuerpo. Tal vez ni tu muerte. Y así, solo hay dos opciones: o inmolarse a la guerra o inmolarse al arte para que al menos, tu paso por la tierra haya tenido sentido, para que al darte, aunque sea al final, tu nombre se recuerde y, al menos por un instante, existas. Porque todo ser humano tiene una vocación de trascendencia, aunque no se la permitan.
España no será vuestra jaima2
Hay dos muertes, una veloz, a estallido, a bala, a misil, a golpe. Otra lenta, a base de desesperanza, a base de desasosiego, a base de silencio administrativo y desdén caritativo.
Si piensas venir, si vienes, quiero que sepas unas cuantas cosas. No podrás entrar por el sur, está cerrado, te pedirán un visado en tránsito firmado por todos los países cuya frontera cruzaste, no lo conseguirías ni en un millón de años. Si te reasientan, te dirán que aquí te cuidaremos. No les creas, no es cierto. Te daremos un catre en una habitación compartida unos meses, clases de español por un tiempo, y luego nada, una tarjeta en la que pondrá “Nacionalidad: País desconocido” y tendrás problemas cada vez que firmes un contrato, vayas al banco, busques un piso o recojas algo por correo. Tal vez te demos una carta de viaje con la que no podrás viajar y muchas palmadas en la espalda cada vez que sepamos cuál es tu origen.
Desde este país, que se alimenta del turismo, sí, pero también de la venta de armas que destruyen tu casa, que arrasaron con tu pasado y con ello, con gran parte de tu futuro, te pediremos agradecimiento constante, y si quieres un espacio de escucha, tendrás que contar lo que nosotros queramos, y queremos verte llorar, queremos un poco de tu dolor, de tu tristeza, de tu rabia, para que la saboreemos desde la seguridad de que no estaremos en tu piel. Y tendrás que desnudarte, y exponer cada detalle, delante de abogados, de psicólogos, de traductores, tal vez periodistas. Tendrás que ser coherente y creíble, moderadamente emotivo, enseñar marcas, pruebas, certezas. Darnos detalles.
توتة توتة خلصت الحتوتة ، حلوة ول ملتوتة3-
Tu éxito dependerá de si nos satisface tu historia.