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Patrimonio cultural
Los secretos de la sede desconocida de la Biblioteca Nacional de España
Juzgar un libro por su portada está en entredicho. Juzgar un edificio por su fachada podría parecer lo mismo. Si en un edificio un gran ventanal tuviera la forma de un libro abierto, quizá nos estaría diciendo lo que guarda entre sus paredes. Eso es lo que ocurre con la segunda sede de la Biblioteca Nacional de España (BNE), sita en Alcalá de Henares (Madrid) y cuyo depósito supera los 20 millones de documentos en todos los soportes. Las cifras: 40.000 metros cuadrados, 250 kilómetros de lineales de estantería, seis torres de depósito de 11 plantas cada una, 59 depósitos en total y un robot que en menos de un minuto tiene al alcance dos millones de documentos almacenados en 17.000 bandejas.
Un suelo de pizarra hace las veces de frontera antes de la entrada, donde el granito da la bienvenida. Sobre él espera Beatriz Albelda, jefa de Área de Coordinación de Colecciones de la entidad: “Esta segunda sede está inspirada en la British Library de Londres. La idea era crear un centro nacional de préstamos para hacer de intermediarios entre todas aquellas bibliotecas de España que necesitaran un libro y lo pidieran a la BNE. La llegada de internet frustró el proyecto”, explica.
La responsabilidad de la BNE es conservar el patrimonio bibliográfico que se crea en el territorio estatal, pero también ubicar y adquirir obras extranjeras que traten asuntos patrios que pueden ser de interés para los usuarios. El depósito legal es la vía principal por la que la entidad adquiere el mayor número de documentos, pues la ley de 1958, que ha sufrido varias actualizaciones, obligaba a los impresores o productores a depositar el resultado de sus trabajos, una función que ahora cumplen los editores. Las compras y los canjes son otras formas de adquirir nuevo patrimonio, aunque mucho menos utilizadas.
Albelda mueve insistentemente un lápiz rojo frente al ventanal del hall de entrada cuando incide en lo interesante de albergar, también, los archivos personales de figuras de interés. “En ellos podemos ver el universo del autor, cómo conciben sus obras y la biblioteca de la que se rodea. Antonio Muñoz Molina o Rosa Montero ya han donado sus archivos. Eso sí, todos ponen unas cláusulas de acceso a los mismos por protección de datos o por intimidad”, se explaya. Aunque curioso, este tipo de documentos son los que menos guardan en la sede complutense. El fondo moderno es lo realmente representativo aquí, es decir, las obras publicadas a partir del siglo XIX.
“El problema del espacio es algo que nos va a acompañar siempre. Ahora tenemos un 84% de ocupación, 209 kilómetros de lineales, y calculamos que para antes de 2026 llegaremos al límite”, dice Eva Mínguez, jefa de Servicio de Acceso al Documento
Como cada regla tiene su excepción, es cierto que en Alcalá también se alojan algunas monografías publicadas a partir del siglo XVI, casi todas de carácter religioso, procedentes de los conventos desamortizados y que deberían conservarse en la sede histórica de la BNE, ubicada en el centro de Madrid, en Recoletos, si tuvieran espacio para ello. “El problema del espacio es algo que nos va a acompañar siempre. Ahora tenemos un 84% de ocupación, 209 kilómetros de lineales, y calculamos que para antes de 2026 llegaremos al límite, así que necesitamos urgentemente que se construya la nueva torre que ya está aprobada”, agrega Eva Mínguez, jefa de Servicio de Acceso al Documento en uno de los depósitos, en la planta -1, en el que sobresale una pequeña colección de cuentos infantiles, de tapa dura y colores llamativos. Entre los títulos, una edición de Corazón, de Edmundo de Amicis.
La prensa, el gran tesoro
Tres fueron las torres inauguradas en 1993, el año de la puesta de largo del complejo. De forma modular, el edificio va creciendo hacia los lados: tanto en el material que atesora como en la construcción de la infraestructura confluyen el tiempo y el espacio. Dos dimensiones que, precisamente, se pueden apreciar fácilmente en las salas de depósitos que albergan toda la prensa editada en España. Y toda es toda. Media torre está reservada para este tipo de documentación que anualmente se trae desde la sede madrileña. Lo llaman “el traslado de la prensa” y se realiza en dos viajes que efectúa una furgoneta a año vencido, pues las ediciones del curso presente sí que se guardan en Recoletos. “Son 4.500 cajas de prensa que recibimos, más o menos, en junio. En cada una de ellas —cuenta Mínguez— pueden entrar hasta 30 ejemplares de periódicos que no tengan muchas páginas”. En total, los fondos de esta segunda sede de la BNE se incrementan hasta en 250.000 ejemplares al año.
La prensa es el tesoro de la sede de Alcalá, opina Albelda justo antes de abrir un tomo encuadernado del periódico La Vanguardia. En él, ella lee un anuncio por palabras en el que una señorita con piso en propiedad se ofrecía para casamiento. En esta sala, en la que ocho raíles vertebran las estanterías de tres metros a derecha e izquierda, huele a tinta, a cartón y papel. Estos aromas que casi se pueden saborear se perderán con la preservación electrónica: el nuevo paradigma digital que ya se lleva investigando años desde la BNE.
Otro depósito, de otra torre, pero también en la planta -1, alberga miles de publicaciones menores. “Llamamos así a los documentos que por su entidad no se consideran monografías seriadas y a las que damos una catalogación más simplificada”, comenta Mínguez antes de abrir una caja con el título de “Fiestas locales de Castilla-La Mancha”. Una mesa hace de expositor improvisado para variados pregones, abanicos de cartón y folletos de peñas. Esta zona, en la que el móvil pierde cobertura, guarda cientos de cajas como esa. Algunas de cine, otras de música, también de política. Inventariadas a nivel temático y cronológico, un título llama la atención. Son las cajas con la pegatina de “Ephemera”; dentro se encuentran aquellas publicaciones que no están hechas para ser preservadas, como etiquetas y publicidad.
“Es muy raro que cualquier otra biblioteca guarde este tipo de cosas. Aquí lo conservamos porque todo el mundo acaba encontrando algo que le interesa, pero el interés es más sociológico: abrir una caja y ver qué pasaba y se hacía en ese año y en ese contexto”, completa la jefa de Coordinación de Colecciones mientras la mesa se llena de pasquines de Alianza Popular y el Partido Comunista de Andalucía. Un sonido algo estridente nos saluda en otra sala, esta vez más pequeña. En ella, una máquina contiene miles de microfilmaciones de documentos que, ante la presumible sorpresa, se siguen consultando. El mismo sistema se utiliza para otras tantas cintas de casete, pero ya en una zona diferente.
Todo tipo de soportes
Cerca de estas cintas clasificadas y conservadas en máquinas rotativas hay una pequeña colección de cientos de vinilos y DVD. En la misma sala, imponentes planeros guardan los documentos de mayor dimensión: mapas con relieve, carteles de cine y publicidad variada, tal y como demuestra un cartel de Los payasos de la tele que se acerca a los dos metros cuadrados. La cartelería, como no podía ser de otra forma, se recoge en varias salas. Una de ellas también guarda los ejemplares pendientes de catalogación, conservados en grandes rollos.
En frente de estos rollos, miles de carteles duermen en cajoneras que a veces se dividen en hasta tres compartimentos. Mínguez enseña el anuncio de una película de Chaplin. El documento, perfectamente conservado, tiene marcas de haberse doblado por la mitad, y por la mitad, y por la mitad. “Para eso les ponemos un cartón encima, para que haga algo de peso y lo que ya está viciando se pueda corregir, dentro de lo que cabe”, añade Albelda.
Cinco plantas trampeadas con una entreplanta configuran las 11 del total, si se le suma la -1. La edificabilidad del edificio no permitía otra cosa. La jefa del Servicio de Acceso al Documento explica que el cartón, papel e incluso la suerte de plástico en el que se conservan los documentos tienen un ácido neutro para evitar su deterioro, lo que eleva enormemente los costes económicos. Justo cuando dice esto, por detrás de ella, pasa Cris, una limpiadora a la que Albelda le explica el motivo de esta inusual visita. Al rato también pasa Mercedes, ataviada con una bata, ya en la segunda planta, donde algunos trabajadores de la BNE han tenido a bien preparar una muestra de todo lo que conservan y que ya hemos ido viendo poco a poco.
El robot: mucho espacio en poco tiempo
Al pasear entre depósito y depósito, una estructura azul corona nuestras cabezas. “Eso es un antiguo carril por el que pasaba un vagón automatizado que acercaba los libros del robot a la sala de préstamos”, confiesa la propia Albelda. Hace tiempo lo dejaron de utilizar, completa su compañera, porque tardaba ocho minutos en realizar todo el recorrido. Ahora todo es mucho más fácil y la operación se soluciona en apenas 60 segundos. Eso es lo que produce la parte robotizada de la sede alcalaína: ocupa media torre, el equivalente a cinco plantas, y alberga estanterías de 15 metros de altura. En ellas, cientos de bandejas con miles de libros en total a disposición de la persona interesada.
La sede de la BNE en Alcalá de Henares funciona como una descongestión para Madrid. La furgoneta, que va y viene de forma diaria, mantiene unidos los dos complejos de la misma entidad y da soporte a los investigadores. Ellos son los últimos beneficiados de todo esto: pueden acceder a cualquier documento de la Biblioteca, aunque no se encuentre físicamente en el edificio histórico, en menos de 24 horas. De todas formas, la ciudad complutense también facilita la lectura de su propio fondo en una sala de lectura con dos docenas de puestos que suelen utilizar unas 500 personas al año.
La construcción de una séptima torre en estos terrenos cedidos por la Universidad de Alcalá en 1988 ya está aprobada, aunque temen que no llegue a tiempo
El problema del espacio es el gran fantasma que recorre la sede. Según advierten las dos profesionales convertidas en guía por unas horas, la construcción de una séptima torre en estos terrenos cedidos por la Universidad de Alcalá en 1988 ya está aprobada, aunque temen que no llegue a tiempo. “Ya pasó hace años. Antes de inaugurar este complejo, todo el depósito estuvo en un edificio de Coslada, pero sin un espacio en condiciones no se pueden conservar los materiales adecuadamente”, enfatiza Mínguez. Y le sigue su compañera: “Es primordial invertir más en este tipo de infraestructuras porque nuestro cometido es, nada más y nada menos, que guardar toda la producción bibliográfica de España”, en palabras de Albelda.
La curiosidad haría que cualquier persona se quedara horas y horas dando vueltas por el edificio que conserva las 5.000 obras que sirven a Madrid cada mes. Tres horas es el tiempo que hemos tardado en hacer el recorrido, pero aun así tenemos tiempo para una última cosa: buscar el número 0 de Molotov, la publicación germen de Diagonal, germen, a su vez, de la cabecera que ahora mismo tiene en sus manos. Y es que ahí, hay que repetir, está toda la prensa del país, a lo largo de toda su historia. Y cuando es toda, es toda.