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Pensamiento
Los intelectuales de Putin: Alexander Dugin, lector de Heidegger
Es un error pensar que la intelectualidad está sólo del lado de Occidente. También Putin tiene sus intelectuales. Entre ellos un tipo tan bizarro como Alexander Dugin, que no tiene reparos en dejarse fotografiar con un lanzamisiles y al que algunos medios califican como el “filósofo actual más peligroso”. Antiguo profesor en la Universidad de Moscú y diputado, en 2015 fue nombrado editor jefe del canal de televisión Tsargrad TV, un émulo de la Fox estadounidense.
En 2013 se publicó en español en las ediciones Nueva república, de filiación neofascista, uno de sus últimos libros. De su autor no sólo se dice que está cercano a Putin sino que sus teorías, incluido este libro, formarían parte de su cosmovisión.
El libro resulta bastante confuso, una mezcla de crítica del liberalismo, del post-modernismo, del marxismo y, sólo en parte, del fascismo clásico. Lo que él ofrece es, en su opinión, una “cuarta teoría política” que va más allá de las tres anteriores criticadas y propias del s. XX: el liberalismo, el marxismo y el fascismo.
La mezcla extraña de antiliberalismo y anticomunismo, junto a reminiscencias patrioteras, constituye el meollo poco digerible de ese panfleto
Su punto de partida no deja de resultar curioso: éste no es otro que el concepto heideggeriano de Dasein. ¿Heidegger otra vez? Lo haya leído o no con detalle, Dugin capta muy bien el significado colectivo y para nada individual de la existencia humana —el famoso Dasein. Textos recientes, entre otros el fabuloso libro de E.Faye, La Introducción del nazismo en filosofía (Akal, 2005) nos habían mostrado con todo detalle que cuando Heidegger habla de “existir” (Dasein) nunca se refiere al ser humano individualizado y aislado, sino al “ser colectivo”. El da (ahí) muestra que existir, ser-ahí, es siempre un modo de estar en el mundo con otros. Hasta ahí la cosa no sería muy preocupante. Lo duro empieza cuando estos otros con los que existimos y compartimos el mundo se conceptualizan como un “pueblo”, “nuestro pueblo”, amenazado por poderes superiores cuya salvación estaría en nuestras manos y cuya llamada de socorro deberíamos atender, si es necesario con las armas en la mano.
Ese “pueblo”, tanto en Heidegger como en Dugin, tiene una misión: oponerse al liberalismo global y universalista que está destruyendo el mundo ofreciendo una alternativa populista y restaurativa de pasados nacionales gloriosos, enraizados en las propias tradiciones, tradiciones que en tanto casos son imperiales. Ese sería el caso de Rusia cuyas tradiciones imperiales Dugin identifica con el Imperio zarista, con la posición de gran potencia de la Unión soviética y con el sueño imperial de Putin. ¿Demasiado cercano al modelo del Tercer Reich? Realmente si mantenemos en nuestra memoria que Heidegger fue un pensador nazi y Schmitt lo mismo, —su doctrina política juega un importante papel en el libro— esa mezcla extraña de antiliberalismo y anticomunismo, junto a reminiscencias patrioteras, constituye el meollo poco digerible de ese panfleto.
Dugin reformula con Heidegger la vieja pregunta kantiana: “¿Qué es el hombre?”, transformada ahora en “¿Quiénes somos nosotros?”. Heidegger respondía: somos “alemanes” atrapados entre el auge del liberalismo en el oeste y el del bolchevismo en el este y necesitados por eso mismo de luchar por nuestro “propio espacio vital”. Dugin responde: somos rusos que, frente al auge del liberalismo global, estamos perdiendo nuestra identidad y necesitamos reforzar el espacio de nuestra civilización, una pretendida esfera euroasiática.
Su reflexión parte de una reconstrucción del colapso de la Unión soviética en los años 90. Ya en las primeras páginas nos advierte que “la integración en la comunidad mundial es experimentada por la mayoría de los rusos como un drama, como una pérdida de su identidad” (p. 25). Ese sentimiento, según él, no ha sido superado pues el liberalismo político carece de raíces en Rusia y su inclusión en el mundo contemporáneo no pasa más allá de un consumo, más o menos compulsivo, de las mercancías proporcionadas por éste sin una interiorización profunda del modo americano de vida. Tampoco habría un suelo para el pensamiento de la nueva izquierda ni para el postmodernismo.
El tono belicista es constante en su enseñanza a pesar de que formalmente propone un modelo de coexistencia de zonas espaciales civilizatorias diferenciada
Ahora bien, como el modo de vida importado de América está destruyendo la sociedad y los valores tradicionales, se impondría una “cruzada” contra el liberalismo y el neoliberalismo, la postmodernidad, la sociedad postindustrial, la globalización y sus bases logísticas y tecnológicas. Esa cruzada —de nuevo Heidegger— es presentada como un Ereignis, como un acontecimiento propicio en el momento en que la humanidad está perdida. Este acontecimiento nos llama a “vivir peligrosamente, a pensar arriesgadamente” fuera del acomodo en la sociedad existente que para tantos rusos es extraordinariamente precaria y carente de futuro.
El tono belicista es constante en su enseñanza a pesar de que formalmente propone un modelo de coexistencia de zonas espaciales civilizatorias diferenciadas. Pero en lo que respecta a la zona eurasiática, que él defiende, leemos lo siguiente: “No hay ninguna barrera a la integración del gran espacio eurasiático alrededor de Rusia, ya que estas zonas fueron política, cultural, económica, social y psicológicamente unidas en el transcurso de muchos siglos. La frontera occidental de la civilización eurasiática va un poco más al este de la frontera occidental de Ucrania, por lo que el Estado recientemente establecido es inviable y frágil” (p. 150). ¿Cómo resuena esto en plena guerra?
Una potencia que colapsó y otra que está declinando chocan de nuevo en un territorio situado entre ambos que quedará arrasado
Como es característico en la revolución conservadora en diferentes países, el mensaje de Dugin parte de una posición de víctima: Rusia y otros muchos países, a los que llama “el resto” (del planeta) se habrían visto menospreciados por la implantación progresiva del pensamiento único resultado del triunfo de Occidente con el colapso del antiguo bloque del Este. Eso ha dado paso a un mundo unipolar, a la globalización posterior y a una expansión sin límites del liberalismo. Dugin nunca habla de “capitalismo” ni hace ningún análisis de las condiciones materiales, sino que se mantiene tozudamente en el nivel de las ideologías. A partir de esa condición su llamado es a recuperar fuerzas a partir de las tradiciones propias, lo que incluye la recuperación de la memoria imperial.
En este punto la referencia a Heidegger es acertada puesto que también éste hacía partir su pensamiento de la pérdida por Alemania de su posición de gran potencia tras el final de la I Guerra Mundial y el Tratado de Versalles. Y coincide en eso con tantos otros conservadores. Si el mensaje de Trump era “make America great again” [hagamos a América grande de nuevo] el de Dugin, y me temo que de Putin, es su exacta traducción al ruso. Una potencia que colapsó y otra que está declinando chocan de nuevo en un territorio situado entre ambos que quedará arrasado.
En la guerra actual sin duda Putin es el agresor, eso nadie lo pone en duda. Detrás suyo están esos intelectuales reaccionarios nostálgicos e inmisericordes. Delante deberían encontrar movimientos potentes que rechazaran esa espiral belicista. Pues conviene no confundirse: el rechazo de la guerra no proviene de ninguna simpatía por Putin sino de la convicción de que la gane quien la gane, nada bueno saldrá de ella. Podríamos encontrarnos ante el inicio de una inquietante revolución conservadora mundial que ahogara lo poco que queda de los grandes movimientos multitudinarios de la década pasada: el movimiento de las plazas, Occupy Wall Street, el 15M, la primavera árabe. Steve Bannon y Alexander Dugin reviviendo el legado de la derecha conservadora fascista de la república de Weimar. ¡Ahí es nada!
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Hay un articulo de Dugin que también analizaba la figura de Dugin y recientemente en la rosa de los vientos de Ondacero hacían un esbozo de sus ideas y su influencia en el líder ruso. En conclusión parece que su influencia no es tan profunda como se podría pensar.
la culpa de todo la tiene yoko ono... y el espíritu de heidegger que le sale..