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Pensamiento
Antifragilidad
Vivimos en sistemas y somos sistemas. Por ello, el pensamiento sistémico es un requisito imprescindible, pero no suficiente, para la transformación social. En este texto, lanzo algunas ideas estratégicas para afrontar la crisis global haciendo uso de ese pensamiento, que repito que no agota todos las aproximaciones necesarias al qué y cómo actuar.
¿Qué es un sistema?
Siguiendo a Donella Meadows en Pensar en sistemas, un sistema es un conjunto de elementos interrelacionados mediante flujos físicos y de información para alcanzar un objetivo. Por ejemplo, el sistema capitalista está compuesto por personas, infraestructuras, instituciones y más cosas (elementos), relacionados mediante flujos de energía, materia e información, que persigue la reproducción ampliada del capital.
El comportamiento de los sistemas es no lineal y, en esta no linealidad, los umbrales desempeñan un papel importante. Son los puntos a partir de los cuales el comportamiento o el propio sistema cambia de manera cualitativa. Algunos de estos umbrales marcan el punto a partir del cual el sistema colapsa.
Los sistemas tienen reservas y flujos. El agua contenida en un embalse conformaría una reserva y los flujos serían el agua de lluvia, la que lleva el río (entrada menos salida) y la evaporación. Las reservas son lo que más tarda en cambiar, generan retrasos en la transformación de los sistemas, pero también le dan estabilidad, y nos proporciona tiempo y posibilidad para experimentar.
En un sistema, un bucle de realimentación es un elemento que opera sobre los flujos de entrada y/o salida de una reserva para hacer que esta se mantenga igual (compensadores o negativos) o para que aumente o disminuya (amplificadores o positivos). Una forma de ilustrarlo es la concentración de CO2 en la atmósfera, que sería la reserva. La vegetación retira más CO2 de la atmósfera cuanto más concentración hay, pues, hasta un cierto punto, esto estimula el crecimiento vegetal. De este modo, es un bucle de realimentación compensador, pues tiende a mantener la concentración del gas de efecto invernadero estable. El deshielo del permafrost es un bucle amplificador pues, cuanta más concentración de CO2 hay en la atmósfera, más aumenta la temperatura, más se descongela el permafrost y más CO2 se emite a la atmósfera por este fenómeno.
Podemos entender cómo funcionan los sistemas solo de manera rudimentaria, por lo que controlarlos se hace una tarea ilusoria
Existen múltiples sistemas que se organizan unos dentro de otros, como si fuesen matrioshkas, aunque el tema es notablemente más complejo normalmente. Los sistemas se interrelacionan así de manera jerárquica. Las jerarquías generan resiliencia y además minimizan la información que debe manejar cada parte del sistema. De este modo, la sociedad es ahora mismo un todo global compuesto por sociedades territoriales (por ejemplo, estatales). En esos territorios, a su vez, hay más subsistemas: provincias, municipios, barrios, comunidades. En este sistema global, no se maneja toda la información intercambiada en una comunidad, que en gran parte se queda dentro de ese espacio.
Las jerarquías evolucionan de abajo a arriba y son más eficientes cuando existe una mínima coordinación global que les permite enfocarse bien a su fin, pero dando autonomía para funcionar a cada subsistema. Esto último es lo que permite manejar mucha información sin saturar y, además, responder con la máxima solvencia a las variables externas, que son constantes y sobre las que luego entraremos.
Un último apunte fundamental que resalta Donella Meadows: podemos entender cómo funcionan los sistemas solo de manera rudimentaria, por lo que controlarlos se hace una tarea ilusoria. Esto no quiere decir que no podamos influir en ellos, sino que debemos hacerlo desde una mirada muy lejana a la omnipotencia y la omnisciencia.
¿Qué tipos de sistemas hay?
Todos los sistemas se ven influidos por los cambios en su entorno, pero responden de distinta manera a estas variaciones en función de sus características. Entre estas variaciones, hay unas muy especiales, que son lo que Nassim Taleb denomina en Antifrágil “Cisnes Negros”. Son sucesos a gran escala imprevisibles, con consecuencias de gran alcance positivas o negativas para los sistemas. Su frecuencia es baja, pero imposible de calcular, y tarde o temprano siempre suceden. En el momento histórico en el que estamos, su probabilidad, fruto de la Crisis Global es tan alta como su impredicibilidad: corte de la cadena de suministros, gran pandemia, sequía prolongada, etc.
Siguiendo con Taleb, los sistemas pueden ser frágiles, resilientes o antifrágiles. Los sistemas frágiles son los que colapsan ante variaciones del entorno. Requieren tranquilidad y estabilidad. Los resilientes los que pueden recuperar su equilibrio después de dichas variaciones. Los antrifrágiles son los que evolucionan (por ejemplo, crecen o se hacen más fuertes) gracias a esas variaciones, surgen del desorden. En el momento actual de grandes transformaciones son claramente los que deberíamos construir.
Los denominados “Cisnes Negros” son sucesos a gran escala imprevisibles, con consecuencias de gran alcance positivas o negativas para los sistemas. En esta época de crisis global serán cada vez más frecuentes
Un sistema frágil es un entramado bancario con pocas reservas y una alta creación de dinero (de crédito). Un sistema bancario resiliente sería ese mismo si añadimos un respaldo estatal ante los impagos. El sistema sería antifrágil si quitamos el respaldo estatal y tenemos una diversidad de comportamientos (bancos con altas y bajas reservas, con bucles de realimentación que les permitan parar de dar créditos si aumentan los impagos y sin ellos, etc.), de manera que los bancos sufran las consecuencias de su excesiva exposición y los estresores (por ejemplo, las crisis económicas) se lleven por delante a las entidades más temerarias, mejorando con ello la capacidad de aguante general del sistema conforme pasa el tiempo. Sé que esto es un capitalismo como el que defenderían liberales “puros”, pero no saquemos conclusiones demasiado rápido sobre su antifragilidad y deseabilidad, es solo un ejemplo. Sigamos un poco más.
Las variaciones en el entorno pueden favorecer o perjudicar al sistema. Puede haber un aumento de los impagos (perjuicio) o de la solvencia (beneficio), por continuar con el tema bancario. Esto permite distinguir al menos dos tipos de sistemas frágiles. Unos son aquellos que están expuestos tanto a variaciones positivas como negativas. Otros, los más vulnerables, son aquellos en los que las variables positivas son probables, pero dan beneficios pequeños, y las negativas son improbables (pasan poco, aunque terminan por suceder), pero sus repercusiones con muy grandes. El capitalismo actual se parece cada vez más a este segundo modelo.
En el Capitaloceno, la probabilidad de los resultados extremos crece. Es decir, los sistemas frágiles se hacen más frágiles y los antifrágiles, más antifrágiles
Las variaciones del entorno pueden ser pocas o muchas. Así, durante el Holoceno, las variaciones climáticas fueron pocas, pero en esta época caracterizada por el Capitaloceno cada vez van a ser mayores. En una situación así, la probabilidad de los resultados extremos crece. Es decir, los sistemas frágiles se hacen más frágiles y los antifrágiles, más antifrágiles, como se aprecia en la figura 1.
Los sistemas resilientes tienen varios bucles de realimentación compensadores que operan a través de distintos mecanismos, en diferentes escalas temporales y de manera redundante. Sería más resiliente aún un sistema que tiene bucles de realimentación que pueden restituir los bucles de realimentación compensadora que se pierdan Si además el sistema puede crear bucles en función de la información recibida, sería ya probablemente un sistema antifrágil.
Pero incluso los sistemas resilientes pueden entrar en crisis y colapsar. Por ejemplo, en un sistema basado en un recurso renovable que se sobreexplota, como un caladero pesquero:
- Si el bucle compensador actúa con rapidez para evitar que se alcance el umbral crítico a partir del cual el sistema colapsa (los peces dejan de poder reproducirse), el sistema recupera el equilibrio con facilidad.
- Si es lento o poco efectivo, el sistema oscilará entre situaciones de sobreexplotación y recuperación.
- Si es muy débil, de forma que el capital puede seguir creciendo más allá del umbral, el recurso colapsa. No voy a entrar en ello ahora, pero es lo que le está sucediendo al capitalismo global.
Finalmente, los sistemas antifrágiles adoran los errores y los estresores, la variabilidad, como fuentes de información. Un sistema es antifrágil si las variables positivas son de gran magnitud, aunque sean improbables (poco frecuentes) y las negativas de pequeña magnitud, aunque sean muchas, como se representa en la figura 2. Por ejemplo, un sistema que pueda funcionar sin combustibles fósiles es más antifrágil que uno que lo haga con ellos, pues aunque no acierte con la fecha del pico del petróleo y pierda competitividad en esos fallos, es un hecho que tarde o temprano (más bien temprano) va a suceder y ahí los beneficios de la apuesta son muchos.
En todo caso, la antifragilidad suele tener un límite. A partir de ciertas dosis de variación, el beneficio no mejora. Además, hay umbrales de variación externa, como Cisnes Negros, que, si se cruzan, pueden convertir el sistema en frágil. En el ejemplo anterior del sistema bancario, esto es justo lo que está sucediendo. Todo el sistema depende de que sea viable un crecimiento económico sostenido, algo que ya no es posible fruto de chocar con los límites ambientales. El sistema ha cruzado un umbral que lo hace frágil.
Los sistemas antifrágiles necesitan mucha menos información para funcionar. Para obtener un saldo positivo en una situación lineal debemos acertar más del 50% de las veces. Sin embargo, en una situación no lineal antifrágil necesitamos acertar un porcentaje mucho menor, pues los beneficios son mucho mayores que las pérdidas. Y cuanto menos lineal, mejor. Esto se muestra en la figura 2. En el caso de lo frágil ocurre justo al revés. Por eso, los sistemas antifrágiles pueden hacer las cosas bien incluso sin entenderlas, mientras que los frágiles necesitan mucha información para sobrevivir. También pueden permitirse funcionar mediante ensayo-error, pues los errores los pagan baratos.
Esta no linealidad “positiva” es la que produce también que a los sistemas antifrágiles les vengan mejor las variaciones agudas que las crónicas, sobre todo si después hay un tiempo para procesar la información y recuperarse. Esto, nuevamente, hasta el umbral que convierta el sistema antifrágil en frágil.
Los sistemas antifrágiles pueden hacer las cosas bien incluso sin entenderlas, mientras que los frágiles necesitan mucha información para sobrevivir
Hemos visto que los sistemas se organizan de manera jerárquica. Esto es importante para evaluar la antifragilidad, porque la antifragilidad del todo en muchas ocasiones es a costa de las partes. Por ejemplo, la antifragilidad del capitalismo se construye a partir de la competencia que deja en la cuneta a personas y empresas. Esto también se aplica al ejemplo del sistema bancario expuesto, tanto en su versión antifrágil como en la resiliente. En ambos casos, la clave es que desvían los impactos a terceros. De este modo, lo antifrágil no tiene que ser necesariamente algo deseable a nivel social, ni justo. Lo mismo le sucede a lo resiliente.
Pero la construcción de antifragilidad a costa de terceros no es la única opción posible, como muestra que los grandes saltos evolutivos en la vida, como defendió Lynn Margulis, no se han producido a costa de la fragilidad de las partes, sino por su coordinación cooperativa ante variables negativas. Además, la naturaleza es la mejor gestora de Cisnes Negros, el sistema más antifrágil que existe.
¿Qué hace a los sistemas antifrágiles?
Visto todo esto, la cuestión es cómo construir sistemas antifrágiles, o por lo menos resilientes, que además sean justos, en un contexto de alta variabilidad y probabilidad de Cisnes Negros que, para más inri, son Cisnes Negros negativos para el sistema capitalista e industrial. En Horizontes ecosociales, ya hemos abordado un paquete de características que deberían cumplir estos sistemas. No entro ahora en ellas, sino que voy a seguir dialogando con algunas de las propuestas que sugieren Nassim Taleb y, en menor medida, Donella Meadows.
1. Una idea de partida es que los Cisnes Negros, por definición, son imposibles de predecir. Podemos esperar un desabastecimiento como consecuencia de la crisis energética, pero no sabemos cuándo va a suceder, cómo será y, sobre todo, cuál va a ser la reacción social. En este sentido, las predicciones a largo plazo son más fiables que a corto, pues los Cisnes Negros que tienen posibilidades de ocurrir terminan haciéndolo.
Como es imposible predecir el futuro, si acaso intuir qué cosas pueden pasar, es mejor no intentar gestionar el riesgo, sino construir antifragilidad. Además, es más fácil ver si un sistema es antifrágil que los Cisnes Negros por venir. Dicho de otro modo, tiene más sentido estudiar la fragilidad de los sistemas, que las variables concretas que les pueden afectar. No se trataría tanto de prever cómo de caluroso será el verano que viene, como de preparar al sistema para aprovechar esa variabilidad térmica al alza. Por ejemplo, plantando especies vegetales de climas más cálidos.
Como es imposible predecir el futuro, si acaso intuir qué cosas pueden pasar, es mejor no intentar gestionar el riesgo, sino construir antifragilidad
Esto no quiere decir dar la espalda a los Cisnes Negros, pues quienes los subestiman son quienes tienen más propensión a sufrirlos. Por ejemplo, las personas y colectivos que lanzan propuestas que niegan la crisis material en el desarrollo de las renovables hipertecnológicas son las que se hacen más frágiles ante su posible suceso, entre otras cosas porque los cuellos de botella son un estresor fundamental de los sistemas.
2. Los sistemas antifrágiles evolucionan gracias a la variación, privar a los sistemas de dicha variación les impide progresar. Es más, probablemente les convierta en sistemas frágiles. En un contexto de colapso sistémico como el que estamos (o de policrisis o gran trifostio, como cada cual lo quiera denominar) esto es cada vez menos viable, pero como sistema social hacemos grandes esfuerzos en este sentido: luchamos por “recuperar la normalidad”; vemos la ansiedad como una lacra, y la medicalizamos y tratamos de enterrar ocultando información que nos genere nerviosismo; ponemos grandes cantidades de dinero público en sostener sectores productivos enteros que están condenados, como la aviación o el automóvil; etc. No estoy haciendo una apología de que “cada palo aguante su vela”, porque en una sociedad tan desigual como la nuestra esto sería tremendamente injusto, sino de enfrentar y no esquivar los problemas que tenemos. En ese mismo sentido, tener buena información es un requisito importante para el funcionamiento de los sistemas, por ejemplo para la activación a tiempo de los bucles compensadores, algo que ya se apuntó al hablar de los sistemas resilientes.
En esta misma línea, retrasar las crisis no es buena idea. Esto vale tanto para los sistemas frágiles, como para los antifrágiles. En los frágiles, porque las crisis que se retrasan normalmente se convierten en crisis posteriores más agudas, que incrementan la posibilidad de llevarse por delante todo el sistema. En los antifrágiles, porque les priva de las variaciones que necesitan para aprender y porque pueden hacer que esas crisis futuras más gordas pasen el umbral que transforma lo antifrágil en frágil. De este modo, la política de la “patada adelante” no es la más adecuada. Esto tiene ejemplos concretos, como mantener empresas (o incluso sectores enteros) zoombies gracias a las subvenciones públicas y la creación ingente de dinero por los bancos centrales. Nuevamente, dejar actuar a la crisis no está reñido con el cuidado de las personas, sino más bien con dejar de cuidar un sistema ecocida y sociocida, que es lo que se intenta salvar, además de manera contraproducente a medio-largo plazo para el propio sistema.
Retrasar las crisis no es buena idea. Esto vale tanto para los sistemas frágiles, como para los antifrágiles. En los frágiles, porque las crisis que se retrasan normalmente se convierten en crisis posteriores más agudas
3. Una clave de la antifragilidad es la opcionalidad, la capacidad de elección para escoger lo más conveniente. Es más importante tener opciones que conocimiento y planificación, que siempre son más complicadas y costosas en esfuerzo. Esto permite además una mayor capacidad de adaptación y de improvisación.
En esta capacidad de elección, es clave poder protegernos de lo muy desfavorable y dejar que el sistema funcione en el resto para aprovechar los Cisnes Negros positivos. La estrategia sería máxima seguridad y máxima especulación a la vez. Proteger al sistema de los umbrales que le hagan frágil, como sería un cambio climático desbocado, y poner en marcha a la vez múltiples formas de adaptación climática, incluso algunas “locas”, para maximizar la probabilidad de encontrar las que puedan resultar exitosas. Esta asunción de riesgos, incluso de grandes riesgos, es buena para un sistema antifrágil siempre que no todas las partes del sistema asuman los mismos riesgos y estos no tengan una repercusión sistémica.
4. Cuanto más antiguo es algo, por ejemplo una técnica, y más ha sobrevivido, más antifrágil es y más probabilidades tiene de seguir sobreviviendo. El tiempo es un factor que aumenta la exposición a la volatilidad y, por ello, lo que ha sobrevivido es más antifrágil. De este modo, en tiempos de tribulaciones es más sensato apostar por técnicas antifrágiles, que por innovaciones que necesariamente son frágiles por estar iniciándose.
Cuanto más antiguo es algo, por ejemplo una técnica, y más ha sobrevivido, más antifrágil es y más probabilidades tiene de seguir sobreviviendo
En el mismo sentido, lo artificial es lo que tiene que probar su antifragilidad, pues lo natural lo ha demostrado durante millones de años de generación de antifragilidad. Es por tanto más sensato apostar por soluciones integradas en la naturaleza (que es un paso más allá de las basadas en la naturaleza), que por tecnologías sofisticadas.
5. Las y los banqueros son antifrágiles porque solo asumen los beneficios y transfieren las pérdidas generando fragilidad en terceros. Pero esto hace que su antifragilidad sea débil, porque pierden o minusvaloran la información valiosa contenida en los fracasos que cosechan. Deberían asumir las pérdidas para ser, como sistema, más antifrágiles (y más justos). Deberían jugarse algo propiamente suyo y sufrir las consecuencias de sus actos. Esto sería un axioma general: un sistema antifrágil es el que recibe y procesa la información correctamente, entre otras cosas porque sufre las consecuencias de sus actos. Esto le permite tener bucles de realimentación compensadores que funcionan con poco retardo y estabilizan el sistema. Por ejemplo, avanzar hacia la autonomía alimentaria dota a las comunidades de la información relevante sobre qué cultivos se dan en cada región en las nuevas condiciones climáticas. Los éxitos y los fracasos repercuten en la propia comunidad.
6. La redundancia es una propiedad fundamental de la resiliencia y de la antifragilidad. La naturaleza se prepara para lo que no ha sucedido ni sabe que puede suceder usando herramientas como la redundancia. También recurre a tener un alto grado de información disponible, por ejemplo en forma de diversidad biológica, que podría verse como otra forma de redundancia. Visto a la inversa, no necesitamos más eficiencia, sino menos. Hacer las mismas cosas de múltiples formas distintas. Esto lleva a que el capitalismo, desde esta perspectiva, es un sistema que estimula su fragilidad. Necesitamos sistemas en los que esa autonomía alimentaria que citamos en el párrafo anterior se base en una diversidad lo más grande posible de alimentos.
7. A mayor tamaño del sistema, mayor fragilidad. Los efectos de los Cisnes Negros crecen como resultado de la complejidad, la interdependencia de las partes, la globalización y una mayor eficiencia que reduce las redundancias. Por ello, la antifragilidad y la resiliencia crecen con la autonomía, con la pérdida de control centralizado, con la heterogeneidad, con ciertas dosis de desorden. Una comunidad es más antifrágil que un Estado y este que un sistema globalizado.
Por ejemplo, los sistemas pequeños procesan mejor la información relevante y abordan los problemas concretos, mientras que en los grandes se piensa de manera más abstracta y no sufriendo las repercusiones de nuestros actos. Además, el nivel de alerta (la capacidad de captar y asimilar la información, que es una clave de la antifragilidad) disminuye cuando se cede el control al sistema.
A mayor tamaño del sistema, mayor fragilidad. Los efectos de los Cisnes Negros crecen como resultado de la complejidad, la interdependencia de las partes, la globalización y una mayor eficiencia que reduce las redundancias
Pero, ¿cómo mantener coordinación a la vez que existe autonomía?, ¿cómo afrontar retos globales como la emergencia climática maximizando la autonomía? La clave sería tener un objetivo claro compartido, como reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Además, tener reglas comunes sencillas y limitadas. Lo complicado conduce a una cadena de multiplicaciones de efectos imprevistos. Por ejemplo, los siete principios que se plantean desde la Nueva Cultura de la Tierra son una buena ilustración de esas reglas sencillas.
8. Hemos resaltado el papel de la información, pero demasiados datos, demasiada información a gestionar, puede ser contraproducente, pues limita la capacidad de discernir cuál es la relevante. Hay más ruido. En general, sobrevaloramos lo que no es más que ruido y lo que tiene una carga emocional fuerte. Debemos fijarnos en los cambios grandes, en las tendencias, no en los pequeños y en de día a día. Además, como apuntamos antes, si somos antifrágiles necesitamos saber mucho menos que si somos frágiles.
¿Cómo se cambia un sistema?
Cambiar un sistema es difícil y además nuestra capacidad de hacerlo es limitada. Del mismo modo que nunca podremos comprender y menos controlar un sistema, tampoco podremos cambiarlo exactamente en la dirección que deseamos. Sin embargo, algunas cosas sí se pueden hacer. Siguiendo a Donella Meadows, podemos sacar algunas ideas que no agotan todo el campo de posibilidades.
1. Lo que más transforma un sistema son los objetivos, después las interrelaciones y por último los elementos (a no ser que cambiarlos cambie los objetivos, como podría ser sustituir a unas cuentas personas claves en el sistema). Partiendo de esta idea, lo más potente para mutar un sistema en orden inverso de efectividad sería:
- Cambiar las reglas de funcionamiento. Por ejemplo, la legislación.
- Maximizar la autonomía de los subsistemas, lo que pasa por perder el control centralizado y construir comunalismos.
- Cambiar el objetivo del sistema. Por ejemplo, ir transformando nuestra manera de satisfacer nuestras necesidades desde la centrada en el mercado (que tiene como objetivo la reproducción del capital), hacia la articulada en la autosuficiencia comunitaria (que tiene como objetivo la propia satisfacción de las necesidades).
- Cambiar los paradigmas (la mentalidad de la que surgen los objetivos). En este elemento, la educación es clave, sobre lo que discutimos en “Decrecimiento: del qué al cómo” y “Educar con enfoque ecosocial”.
- Trascender los paradigmas, es decir, tener flexibilidad para cambiarlos y asumir que no podemos controlar los sistemas. Desapegarnos y, con ello, poder bailar con los sistemas.
2. Normalmente intentamos hacer trasformaciones cambiando las reglas de juego, o incluso ni eso, sino cambiando las políticas, que tienen una capacidad de transformar el sistema menor que el de las reglas, que es la acción de menor poder de los cinco que acabamos de nombrar.
La forma de abordar la resistencia a políticas que generan una escalada en las resistencias podría ser, por contraintuitivo que parezca... dejar de ponerlas en marcha, lo que favorecería una desescalada. Por ejemplo, ante la hipótesis de que medidas reales y ambiciosas de lucha contra el cambio climático encontrasen fuertes resistencias sociales, que hiciesen que la represión para poner en marcha esas políticas tuviese que aumentar, lo que generaría una mayor resistencia y así sucesivamente, una media sería rebajar esas políticas, lo que disminuiría la resistencia social y liberaría energía colectiva para otros fines más interesantes. En todo caso, subrayo que esto es una hipótesis, pues por ahora esta resistencia no es significativa ya que no se han intentado poner en marcha este tipo de políticas.
Una desescalada no haría que desapareciese la emergencia climática. Por ello, sería mejor darles una meta común nueva a los distintos agentes sociales que sea funcional con abordar el caos climático
Pero claro, esta desescalada no haría que desapareciese la emergencia climática. Por ello, sería mejor darles una meta común nueva a los distintos agentes sociales que sea funcional con abordar el caos climático, lo que enlaza con dos de los elementos clave para cambiar los sistemas: cambiar los objetivos y los paradigmas.
3. Nuestras sociedades son profundamente desiguales porque tienen bucles de realimentación amplificadores que hacen que quien gana se lo lleve todo, que quien tiene más capital acumule todavía más. Afrontar esto requiere medidas, como poco, de nivelación del terreno de juego o, dicho de manera más clara, de expropiación de riqueza a las clases enriquecidas. Ponerlas en marcha nos lleva nuevamente a un cambio en los objetivos (el bienestar de las personas y no la generación de beneficios) y de paradigmas. Esto no se puede realizar sin conflicto social.
4. En relación al punto anterior, pero también a los bucles que refuerzan la crisis ecosistémica, es en general notablemente más eficiente debilitar los bucles amplificadores que reforzar los compensadores. En la lucha climática, tiene más sentido decrecer que apostar por la captura de carbono. Este decrecimiento reenfoca la economía, la cultura y la política hacia otros fines y con un nuevo paradigma. Adrián Alamzán y yo, desarrollamos esta propuesta en “Decrecimiento: del qué al cómo”.