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Perfiles con tiempo
Gonzalo Abril, semiólogo: “Vivimos en una de las sociedades más dóciles de la historia”
Dice Gonzalo Abril (Palencia, 1951) que le persigue el turismo. Le persigue en el barrio de Lavapiés (Madrid), donde reside desde 1985, y también en la localidad de Urueña (Valladolid), el pueblo donde nació su padre, él pasó los veranos de su infancia y en este siglo XXI descansa algunas temporadas.
Así que, para esquivar los lugares demasiado transitados, el encuentro tiene lugar en los jardines que rodean el Centro de Arte Complutense de Madrid (Avenida Juan de Herrera, 2), en la propia sala de exposiciones del Centro —donde se exhibe la muestra Los increíbles modelos del Dr. Auzoux— y en la cafetería situada frente a la sala de exposiciones. Son las cuatro y media de la tarde de un día de otoño de 2022. Caminamos sin prisa.
Gonzalo Abril es semiólogo, catedrático de Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid y, sobre todo, un profesor que ha dejado una huella de sentido en muchos alumnos y alumnas de la Facultad de Ciencias de la Información de la Complutense. ¿Una huella de sentido? Seguro que él discutiría esta expresión. Probemos con otra fórmula: ha permitido a los estudiantes adentrarse en la complejidad de los procesos de comunicación y en la idea de los discursos como un mundo de acción, no solo de representaciones. En sus clases era posible terminar agotado de pensar. Un agotamiento feliz.
Abril se jubiló hace un año y medio. Echa de menos el contacto cotidiano con los estudiantes, la relación horizontal entre el profesor y el alumnado en la que siempre ha creído y que ha cultivado. No echa de menos la burocracia creciente del mundo universitario.
¿Dónde nació su interés por la filosofía? ¿Cuándo intuyó que su camino era la docencia? Su infancia transcurrió en Valladolid, donde cursó los estudios de primaria y bachillerato. “Mi familia, tanto paterna como materna, procede de la comarca de Tierra de Campos, a la que yo me siento muy vinculado”. Para intentar ubicar aquella infancia en la historia social y cultural del país, recuerda un dato: “En mi calle había una funeraria en la que aún había unos carricoches negros llevados por un hombre que iba vestido de estilo rococó dieciochesco, con caballos negros y penachos negros… Tengo la impresión de una infancia de otra época y, cuando digo de otra época, me refiero a otra época para mí mismo. Es otro lugar, es como si yo hubiese caído de otro planeta”.
“Leyendo los diarios de Chirbes, me sorprendió que él hacía un comentario similar, porque también se quedó huérfano de padre más pequeño que yo todavía. Y decía algo así como que era más complicado entrar en la madurez cuando has tenido la pérdida del padre”
Su padre falleció cuando Abril tenía 12 años: “Es algo que marca la existencia mucho más de lo que parece. El otro día, leyendo los diarios de Chirbes, me sorprendió que él hacía un comentario similar, porque también se quedó huérfano de padre más pequeño que yo todavía. Y decía algo así como que era más complicado entrar en la madurez cuando has tenido la pérdida del padre. Posiblemente es cierto”. La escritura de Chirbes, su musicalidad y su honestidad, aparecerán varias veces a lo largo de la tarde.
Abril estudió en un colegio de los Hermanos Maristas. Allí, a través de los diagramas, se despertó en él el interés por la filosofía. “El hermano Alejandro, que así se llamaba, hacía unos esquemas terriblemente pulcros con trazados a mano alzada de líneas rectas de tiza perfectas, impecables, de las cuales hacía derivaciones, esquemas… Y estos esquemas eran tan bonitos de ver, visualmente tan atractivos, que te llevaban directamente al corazón de los conceptos por una experiencia visual”. Aquel interés inicial se concretó años más tarde en sus estudios universitarios. Cursó Filosofía y Letras, los dos primeros años en Valladolid y los tres últimos en Madrid. Y, durante su etapa universitaria, comenzó su trayectoria docente; en su caso, una trayectoria vocacional que abarca más de medio siglo. “Desde los 18 años, que yo recuerde, he dado clases”, añade. Fue profesor de secundaria dos cursos y a mediados de los 70 comenzó su trayectoria como profesor universitario.
Recuerda aquella Facultad de Filosofía de la Complutense en la que estudió los tres últimos años de la carrera como un lugar muy conservador, carca. De modo que era en las reuniones con otros compañeros donde se ensanchaba el campo del aprendizaje. “Tengo esa impresión de haber hecho una iniciación bastante horizontal a los asuntos que luego me han interesado como profesor y como estudioso”. A la semiótica, pero también a la lectura del marxismo y del psicoanálisis, llegó gracias a amigos con intereses comunes e implicados en el movimiento estudiantil. “Debo decir que quien a mí más me educó en mi juventud fueron un amigo y una amiga. Mi amigo Karlotti, con el cual compartí el descubrimiento de Roland Barthes, de Umberto Eco, de los manuscritos de Marx, lecturas de Freud. Y una amiga, Iris, que fue la que me descubrió el feminismo, no solo como movimiento político, sino también como movimiento intelectual y teórico”.
Anochece al otro lado de la amplia cristalera de la cafetería. Conversamos sobre algunas de sus obras más significativas. A principios de los 80, Abril, junto a Cristina Peñamarín y Jorge Lozano, publicó Análisis del discurso. Hacia una semiótica de la interacción textual, que ha sido y es una obra de referencia en los estudios de semiótica. “Nuestro propósito tenía una cierta originalidad en el sentido de tratar de conciliar tradiciones intelectuales que estaban siempre divorciadas: por una parte, la semiótica estructuralista o europea y, por otro lado, las corrientes interaccionistas anglosajonas”. Más adelante, en 1997, publicó Teoría general de la información, cuya escritura está relacionada con estancias académicas en Colombia y Puerto Rico, que le marcaron intelectualmente y le invitaron a “romper con algún acartonamiento y alguna anaerobia que había en los estudios de Periodismo, unos estudios quizá marcados por un cierto corporativismo, por una visión muy estrecha de los procesos de comunicación”.
“Como no soy una persona muy sistemática, tengo la impresión de que las cosas que he escrito, que no son tampoco tantas, forman una especie de mosaico, de patchwork, en el que es posible que se puedan encontrar ciertos intereses o ciertos deseos”
La obra escrita de Gonzalo Abril abarca múltiples intereses, guiados por algunas preocupaciones comunes. “Como no soy una persona muy sistemática, tengo la impresión de que las cosas que he escrito, que no son tampoco tantas, forman una especie de mosaico, de patchwork, en el que es posible que se puedan encontrar ciertos intereses o ciertos deseos”. ¿Cuál es el hilo de esos deseos? “Creo que hay como una especie de ritornelos, de estribillos, quizá, que atraviesan esos trabajos y que, sin tener nada original, serían los que señalan o delatan más mis preocupaciones profundas, como puede ser quizá el interés por la reflexividad, por el hecho de cómo las representaciones, o las maneras de ver, o las maneras de articular el mundo, remiten siempre a sí mismas, como pude ser también la idea de la performatividad”.
Al final de la conversación, nos detenemos en dos tendencias emergentes: la simplificación y la docilidad. “La simplificación, por no decir directamente la simpleza, es tremenda y además muy peligrosa”, apunta. Cree que esa tendencia a la simplificación se ha adueñado de gran parte de los discursos sociales y se ve muy claramente en el terreno del periodismo. “La simpleza no tiene nada de inocencia. La simpleza es la vía recta al autoritarismo, a la negación del otro, a la imposibilidad de plantearse horizontes de cambio”. Nos adentramos por último en la docilidad. “Creo que la docilidad es una de las marcas de la época, como ha señalado, por ejemplo, Agamben, el filósofo italiano. Pienso que vivimos en una de las sociedades más dóciles de la historia”.
Es noche cerrada. Los movimientos en la cafetería —el trajín de recoger— invitan a seguir la conversación caminando. De modo que continuamos hablando en el camino hasta Moncloa, y luego en el trayecto en metro hasta Lavapiés. Y vuelven a aparecer Chirbes, la infancia y la memoria. Nos despedimos en la calle Argumosa con el buen propósito de seguir charlando.
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Estoy de acuerdo. Es una sociedad sumamente dócil, docilizada.
La llamada Ley Mordaza bien se podría llamar Ley de Terrorismo de Estado, porque está para eso: para aterrorizar a las personas que no son dóciles, es decir, que tenemos nuestro propio criterio (formado, por ejemplo, en base a la ciencia de la política y de lo político o en base a la ciencias humanistas), a los que tenemos ética y no nos adaptamos a la moral del Régimen Bananero-Oligárquico-Liberticida-Supremacista-Filofascista-Corrupto-Opaco-Alevoso-Aporofóbico-Partitocrático-Etc.-Etc.-Etc.
Y, obviamente, no sólo está esta Ley de Terrorismo de Estado; también hay infinidad de otras normativas de todo tipo y prácticas de todo tipo y corporativismos de todo tipo que sirven para exactamente lo mismo: aterrorizar, crear absoluta indefensión, humillación, expolio, crímenes diversos sobre personas normales y corrientes en base a cualquier burdo pretexto, etc..
España siempre se ha gobernado así, con mayor o menor intensidad en todos estos "supuestos" megacrímenes contra millones y millones de personas (los expoliados, explotados laboralmente, esquilmados, etc.).
Desde luego es de Perogrullo. Sólo está basado y se mantiene en pie a base de violencia impune, arbitrariedad impune, usurpación impune de todo lo político, etc., etc., etc.