Bicis, vallas, violencia, genocidio

La protesta es conflicto, por mucho que incomode. Pero es transformadora, porque cuestiona, apela a la sociedad y pone atención sobre algo que ocurre
Co-fundadora de Bretxa Observatori de fronteres. Investigadora del Centre Delàs de Estudis per la Pau
17 sep 2025 12:32

En los últimos días se ha amplificado el debate sobre la cuestión Palestina. La causa ha sido las protestas en La Vuelta organizadas a raíz de la participación del equipo de Israel. Además de los debates, también se han intensificado las posiciones políticas, a pesar de que la sociedad organizada lleva más de dos años manifestándose por lo que ocurre en Gaza —y décadas— por lo que ocurre en Palestina.

Esto nos ha traído también el repetido debate sobre el espacio, el tiempo y la forma de las protestas. Porque, lo cierto, es que cuando una protesta consigue relevancia mediática, sea como sea ejecutada, siempre aparecen los consabidos “no era el lugar”, “no era el espacio”, “no eran las maneras”. Estas tres frases se han repetido, intercalado y repartido en boca de representantes políticos, tertulianos y periodistas de diferente calado. Sin sorpresa para ninguna de las personas que suelen movilizarse y protestar por diferentes causas. Se trata de una estrategia, como cualquier otra, para deslegitimar reivindicaciones.

cuando hay una protesta siempre aparecen los consabidos “no era el lugar”, “no era el espacio”, “no eran las maneras”

La realidad es que la protesta es conflicto, por mucho que incomode. La protesta busca tensionar el espacio, aunque no sea agradable. Pero es transformadora, porque cuestiona y apela a la sociedad, pone atención sobre algo que ocurre. Nos conviene en agentes de cambio. Una visión histórica sobre la forma en que se ha conseguido y avanzado en derechos nos dará una abrumadora confirmación. Y, de momento, no se ha encontrado una forma más efectiva.

Las personas que protestamos para avanzar en derechos colectivos desearíamos que conquistarlos fuese algo genuinamente natural, se moviese en los parámetros de lo obvio y del consenso. Pero no es así. Quizás lo que más molesta de las protestas es el tremendo espejo que nos pone delante sobre la sociedad que somos, lo que no nos gusta, lo que hacemos o lo que decidimos ignorar.

Para algunos, este conflicto se traduce en la pura interpretación subjetiva de que “es que molestáis”, “es que yo qué culpa tengo”. Haría falta otro artículo para analizar a aquellos que se posicionan desde el “yo” más que desde la urgencia social.

Ahora bien, hay una cuestión más peliaguda que es la cuestión de llenarse la boca con el término “violencia”. Se trata de una palabra que oírla asemeja a ver sangre. Muy escandalosa, muy vistosa, llama mucho la atención, independientemente de su gravedad.

La humanidad en conjunto no ha conseguido llegar a consensuar una definición para “violencia”. En este sentido se mantienen interesantes y muy enriquecedores debates al respecto. La definición más básica apela a una agresión física contra un individuo; algunas definiciones incluyen las agresiones psicológicas. Hasta los receptores de la agresión forman parte del debate, como cuando era legal o legitimo —y sigue siendo en muchos países— agredir a otras personas por motivos de género, orientación sexual o etnia. Al debate se suma la “intencionalidad”: ¿existe violencia si se hizo daño sin querer? Tal sería el caso de los mal llamados “daños colaterales” en una guerra. Sin embargo ¿es violencia si se hizo sin querer pero se podría haber evitado?

Además de grados, hay formas de violencia —cultural, estructural y directa—. También formas de violencia jerarquizadas ¿es más violento el que disparó o el que lo ordenó? Una definición limitada de violencia nos haría caer en el tremendo error de condenar al que disparó e ignorar al que dio la orden.

La Vuelta Palestina - 36

No ha habido sistema más violento en nuestra historia que la esclavitud, y era legal. Por tanto, la interpretación de lo que es violencia también está sujeta a la moral y al consenso social. Es decir, la interpretación de violencia evoluciona y la hacemos evolucionar, de manera que refugiarnos en la legalidad tampoco nos sirve. La legalidad evoluciona con la moral, y la moral lo hace gracias a la ética, aquella que nos aporta herramientas para preguntarnos si lo que pasa a nuestro alrededor debería ser diferente.

la interpretación de lo que es violencia también está sujeta a la moral y al consenso social

Sirva este pequeño texto sobre el debate que se da en torno a la violencia para visualizar la tremenda perversión de lo que se está dando con los debates sobre las protestas, en un contexto muy determinado, como es el genocidio palestino.

En primer lugar, emplear el término “violencia” para deslegitimar las protestas es una mecánica habitual que banaliza el propio término. Cuando una protesta consigue visualizarse, siempre se van a buscar rasgos de violencia para invalidar la acción. Esto no hace más que demostrar lo que se rechaza es la protesta: “no es el lugar”, “no es el momento”, “no son las formas”. Estos tres ejes siempre van a estar presentes. Porque la protesta es conflictiva y lo conflictivo tiende a generar rechazo, pero no por ello es menos necesario.

En segundo lugar, el hecho de mover vallas para boicotear un evento deportivo en el que se ha permitido la participación de un país que comete genocidio, ¿es violencia? ¿O más bien incomoda? ¿Alguien cree seriamente que los protestantes querían provocar la caída de algún ciclista? Otra cosa muy diferente es que las acciones buscasen el boicot para que la carrera no acabase. Hoy en día tampoco hay consenso sobre si el boicot es una forma de violencia. Si lo es en cierto grado, ¿se debe renunciar a él como forma de protesta? Desde luego la complejidad está servida.

Ante esto hay dos miradas posibles: “están poniendo en peligro a la gente” o “están intentando mostrar que esto no tiene nada de normal”. Sin embargo, el equipo israelí decidió no retirarse, a pesar de saber el alcance de las protestas: ¿quién pone en peligro a quién?, ¿es violencia la insistencia del equipo de Israel?

¿Alguien cree seriamente que los protestantes querían provocar la caída de algún ciclista?

En tercer lugar, es preocupante en el nivel ético que el término violencia se aplique a las protestas pero en ningún momento se haya escuchado para referirse al conjunto de actores que permiten que un país que comete genocidio participe en espacios internacionales. Aquí entra de nuevo el “no es el lugar”. Pues resulta que, cuando los hechos de los que estamos hablando —genocidio— son la mayor y más brutal acción violenta de la que es capaz el ser humano, resulta que sí. Es el lugar. Por dos motivos, porque no se debe permitir visualizar “normalidad” a este país y porque una forma de sanción es la expulsión. De esto el deporte sabe bastante.

Una sociedad sana es una sociedad con voluntad de protesta, siempre y cuando ésta busque el derecho a la vida digna en todas sus formas

Por último, en una protesta donde aglomeran cientos o miles de personas, se concentran emociones. Se traslada el conflicto, el malestar a la calle y no es raro que se den muestras de violencia —pero es importante definir cuáles y ponerlas en contexto—. No vale, soltar “violencia” de cualquier forma cuando nos conviene, nos incomoda o nos interesa. Una sociedad sana es una sociedad con voluntad de protesta, siempre y cuando ésta busque el derecho a la vida digna en todas sus formas.

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