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Movimientos sociales
Osos y miserias en la utopía anarcocapitalista (y gente más parecida a a ti de lo que te gustará reconocer)

¿Qué pasa si juntas, en un espacio de difícil acceso y escasamente dotado de recursos, a una población ya reacia a las instituciones públicas, a libertarians llegados de todo Estados Unidos y a un grupo creciente de osos más hechos a los humanos que Yogi? En este episodio, hablamos de actualidad, pero también de las crónicas que Mathhew Hongoltz-Hetling ha juntado en “Un libertario se encuentra con un oso”, que ha traducido Carolina Santano para Capitán Swing (2024), y que puedes escuchar pinchando en la cajita de arriba.
Como experimento ancap, cuenta con condiciones bastante difíciles de reproducir. El lugar en cuestión, Grafton, el pueblo de New Hampshire, de apenas 1.300 habitantes, en el que se mezclan estas vidas, contaba con una tradición anti-impuestos y de bajo desarrollo de servicios públicos que ya era excepcional en un Estado que, según cuenta el periodista, carece de impuesto sobre la renta. O sobre los beneficios empresariales. O de impuestos al consumo. O, ya puestos, incluso de la obligación de tener un seguro de responsabilidad civil ante terceros en el coche. Poca broma. Sin contar con la cantidad de gente con amplias licencias de armas que te puedes encontrar al otro lado del coche sin seguro. Y a disfrutar de la convivencia.
Si a un podcast de provincias como este le interesa discurrir sobre las utopías ancap al otro lado del mundo es por la manera en que esta racionalidad también ha reconfigurado nuestro espacio político
Este Grafton de la desregulación urbanística y ambiental, de casas dispersas sin civilización entre ellas, es disneylandia para los osos que combinan sus formas de vida con los humanos, con sus sobras, sus gallineros o con el mero entretenimiento de echarles rosquillas. Si esta situación adquiere el tono tragicómico que recoge Hongoltz-Hetling es porque, además, el lugar es seleccionado como el espacio de creación de una ideal free town, modelo de reino ancap, por parte de los elementos más activos del singular ecosistema de foros anarco-capitalistas del internet de la primera década del siglo XXI. La mudanza de decenas de estos sujetos a Grafton, algunos enriquecidos y propietarios de pleno derecho, otros moradores de campamentos al borde de la indigencia y pequeños empresarios del comercio minorista de cosas con las que el Estado te impide comerciar a ninguna escala porque you know, acelera un círculo vicioso de deterioro de los servicios locales, erosión de la cohesión social y un constante ponerse pocha la libertad que se buscaba y que se descubre imposible en tal escenario.
Si a un podcast de provincias como este le interesa discurrir sobre las utopías ancap al otro lado del mundo es por la manera en que esta racionalidad también ha reconfigurado nuestro espacio político. No nos parece que la dirección política de la derecha sea realmente ancap, principalmente porque las élites que sobredeterminan el escenario adoptan más bien posiciones de un neoliberalismo pasado de rosca, con una puesta al servicio de sus intereses monopolísticos más intensa si cabe de los Estados, incluido el plus autoritario o iliberal si llega el caso; caso que, por cierto, suele llegar porque no hay otra manera de mantener la aceptación social con esa distribución tan desigual de los pesos.
Sin embargo, los enfoques libertarian, esas formas andro-capacitistas de hiper-racionalismo del corto plazo, que identifican libertad con no ser tocado, mucho más que con poder hacer, sí son una fuente mucho más transversal —tan poco elitizada como la audiencia de cuarto milenio o de cualquier medio “crítico”— y, por lo tanto, un motor de renovación y agitación de las bases populares de los proyectos de derechas.
Más allá de la capacidad de negociación que alcancen con sus jefes dentro de esa gran familia de la derecha (ver nuestro primer episodio de la temporada), introducen una racionalidad sobre qué es la libertad, cómo afrontar los problemas sociales o las relaciones con las normas, las instituciones y las decisiones democráticas que desplazan el sentido común. Esas percepciones acerca de los impuestos, de las agencias públicas de control de los mercados o de regulación de la vida social o incluso conceptos de amplía circulación en nuestro contexto político, como “chiringuito”, “paguita” o la caricaturización del funcionariado de primera línea —sobre todo de las funcionarias— no se entienden sin esta fuerza de tracción política popular.
Al mismo tiempo, entre esos ancaps que protagonizan el libro, no podemos dejar de reconocer rasgos de todo movimiento social incipiente más allá de la intersección entre maldad y estupidez que caracteriza a estas historias. Rasgos de ingenuidad, de buenas intenciones, mala gestión de las emociones, formas de intensidad que escapan a toda estrategia, de escalada súbita de popularidad que acaba de un día para otro y, en general, de amplia distancia entre el maximalismo del discurso y lo mínimo de las prácticas concretas, de la traducción de las intenciones políticas a los asuntos de la vida cotidiana. Esa escala mucho más puñetera. Porque toda intervención del estado o lo colectivo es opresión pero, mira tú, un día puedes necesitar a los bomberos voluntarios pero que están en su horario de oficina o tener que lidiar con el oso enganchado al azúcar que te espera en la cocina.