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Política
Podcast | ¿Cancelar la cancelación?
En un tiempo y un contexto lejanos, donde el neoliberalismo progresista, el multiculturalismo y las políticas de la identidad tuvieron mayor peso, la derecha construyó un concepto, la cultura de la cancelación, con el que dar la vuelta a uno de sus principales problemas: la democratización de la esfera pública, es decir, la incómoda tendencia a que otras voces aparezcan en el espacio público con un estatuto más o menos equiparado al de quienes han manejado de forma tradicional los límites y el contenido del decir político. Con el asunto se ha hecho mucha carrera (también desde tribunas de izquierda), se han inventado ejércitos de enemigos de paja con LAS que no se podía ni hablar porque todo era hiper-sensibilidad y escándalo y se ha abierto una pipeline de radicalización, desde el yanosepuededecirnada hacia la autocracia tecnobro, al tiempo que la verdadera supresión del discurso tenía forma de tipos penales, querellas y exclusiones de instituciones privadas que solo cortaban por uno de los filos del campo político.
En este contexto, hemos invitado a Antonio Gómez Villar porque su libro (Transformar no es cancelar, Verso, 2024) propone un debate sobre los efectos de la proliferación de esta técnica. Por una parte, la ubica como un síntoma del contexto de impotencia política, en el que la ilusión de cancelar ofrece una vía de reacción cierta hacia lo indeseable, pero también delimita el malestar final de esa estrategia, que no puede hacer retroceder con la misma facilidad a las fuerzas que alimentan al discurso o al objeto cancelado. Esta insatisfacción contrasta con la efectividad de otras prácticas, como los escarches o el me too, que sí arañan los límites de la acción política en contextos que se encontraban varados y alteran del campo de lo decretado como “normal” hasta entonces. No se trata, por lo tanto, de eliminar herramientas de la caja, de, digamos, cancelar la cancelación, sino de mirar más allá de “lo que nos sale” dentro de un campo político diseñado para esas formas fijadoras de acción–reacción. Propone, en cambio, pensar en cómo puede operar una potencia plebeya capaz de ganar el sentido común no a través de la reducción de la política a un único campo, identidad o lucha central definitoria de lo político, sino de singularidades valientes que amplían lo posible para todas las formas de vida. No es el paseo más cómodo, pero merece la pena recorrerlo.