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Culturas
True crime o el placer de ver culpables
El true crime ha proliferado de tal modo que el showrunner, que ya cada uno y cada una llevamos dentro, juzga el suceso en las noticias por el potencial true crime que puede producir: esta historia contiene un buen podcast, dos miniseries y, si se rebaña con inteligencia el fondo de la olla del morbo culpable, un futuro documental crítico con la inflación mediática del asunto.
La descripción detallada de los pormenores de la investigación son, al final del día, un baño con burbujas. El tenedor en el ojo ¿Edipo o creatividad desenfrenada? Las referencias a las tan divertidas como lesivas costumbres de aquella secta amenizan las cenas de amigos. No militamos aquí precisamente en la cultura de la literalidad, pero reconozcamos, amigos y amigas, que no son estas las pasiones más sencillas de explicar.
Recientemente, Berta Comas, publicaba en Pikara Magazine un artículo donde se hacía algunas preguntas interesantes sobre el true crime - por ejemplo ¿por qué las mujeres son masivamente las principales consumidoras de un género fundado en detallar casi todo el tiempo los grados más extremos de la violencia que se ejerce contra ellas?-, guante que fue recogido por Mar García Puig en Babelia. Y aprovechando que es una vieja amiga del programa la hemos invitado para compartir sus reflexiones.
Nuestro interés por el true crime es ambivalente: viejo y nuevo, vergonzante y transformador. Por una parte, toda época de frenesí político o esplendor cultural ha estado curiosamente acompañada por un repunte o predominio del interés por los sucesos (viejo nombre castizo por el cual se conocía antes por aquí esa mezcla de asco, curiosidad y morbo que hoy se vuelca en el true crime). Las propias investigaciones policiales ganan legitimidad al calor de las narraciones sobres los crímenes. Existe una tematización popular de los excesos de la criminalidad que es coetánea a la categoría misma de delincuencia: cuando piense en el criminal no piense usted en un ladrón o un contrabandista; gente que son al fin y al cabo una versión posible de usted mismo, si se quiere menos disciplinada pero nunca demasiado lejos en el espacio o en el tiempo; estremézcase mejor ante el asesino en serie y los misterios insondables de su perversidad.
Pero esta perspectiva es en cierta medida una vía muerta: el éxito persistente de las novelas policíacas y las secciones de sucesos no es suficiente para explicar la proliferación y aceleración que ha ganado el género de true crime en los últimos años. Lo particular de este reinado contemporáneo del true crime es que se funda además en el consumo y en la creciente producción femenina. Y hay quien discute si feminista. La ambivalencia no solo reside en que la mayor parte de las víctimas sean también mujeres, sino en que, como bien mostró Nerea Barjola en la Microfísica sexista del poder, la exposición de estos crímenes ha funcionado como dispositivo disciplinario del cuerpo femenino y más allá. Si, para cada generación, se ha dispuesto un crimen de Alcasser, de Marta del Castillo, de Diana Quer que ha pretendido aterrorizar a distintas minorías y cuestionar su autonomía, ¿de dónde proviene este enganche? ¿Este placer? ¿Puede convertirse el sufrimiento de las demás, como evocaba Mar, en fuente de entretenimiento o de crítica?
Hoy en Pol&Pop muchas hipótesis, algunas inconsistencias y, no sabemos si es peor o mejor, bastantes recomendaciones. Bienvenides.
Puedes escuchar nuestro programa completo aquí.