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Política
“Ahora dilo sin llorar”, la banalización que permea la comunicación política internacional
Fueron cuatro palabras: “Ahora dilo sin llorar”. El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, respondía con esa expresión a un mensaje de su homólogo colombiano, Gustavo Petro, que mostraba su decepción ante el resultado de las urnas en Argentina: Javier Milei, el representante de la extrema derecha, había arrasado en el balotaje hacia la Casa Rosada. El breve mensaje, publicado en X (antes Twitter) el 20 de noviembre, era la última muestra de los constantes roces entre Bukele y Petro; y un caso más de las prácticas adoptadas por cada vez más líderes y opositores internacionales, que hacen de las redes una tribuna política en las que comparten sus ideas sin filtros, sin seguir los protocolos tradicionales a los que acostumbraban los mandatarios. Expertos consultados por El Salto confirman que esta práctica crea un discurso más polarizador, banal e informal.
El primer político en lanzar sus opiniones y críticas en redes fue estadounidense. La profesora de la Universidad Nebrija Elena Borau destaca un nombre, el del expresidente Donald Trump (2017-2021). “No es que [Trump] no pasara el filtro de los medios de comunicación, es que los censuraba. Él era el que imponía la agenda setting y él era el que decía de lo que iban a hablar ese día”, explica. El mandato del expresidente estadounidense estuvo marcado por su presencia en redes, en especial Twitter, que utilizaba como altavoz para anunciar sus decisiones más importantes e insultar a sus rivales políticos. La red social llegó a suspender la cuenta del magnate en enero de 2021; y la restauró en noviembre de 2022, tras la compra por parte de Elon Musk.
Trump consiguió la victoria en las elecciones de 2016, en las que mantuvo una fuerte apuesta por las redes sociales, al invertir cerca de 90 millones de dólares en anuncios que realzaban sus mensajes
El investigador Andrés Ortega publicó en 2016, en el Real Instituto Elcano, que los comicios de ese año demostraron que la democracia y la manera de luchar por ganar habían cambiado. Trump consiguió la victoria en esas elecciones, en las que mantuvo una fuerte apuesta por las redes sociales, al invertir cerca de 90 millones de dólares en anuncios que realzaban sus mensajes, casi tres veces más que su rival, la demócrata Hillary Clinton. Los cuatro años de legislatura empaparon a Trump de acusaciones por la difusión de desinformación, un término que también salpicó a otros líderes internacionales, como a los impulsores de la campaña del Brexit o al populista Rodrigo Duterte en Filipinas.
Para el profesor de Filosofía del Derecho de la Universidad Pablo de Olavide (UPO) Rafael Rodríguez la práctica de esquivar el filtro de la prensa, lejos de democratizar el proceso comunicativo, ha llevado a una banalización del protocolo tradicional. “Quizá es una manera de privatizar lo que siempre se ha denominado ‘notas de prensa’. Antes los políticos o los Gobiernos preparaban notas de prensa que repartían entre los medios. Hoy, se ha privatizado de facto”, explica. Rodríguez cree que ese proceso se suma a la “ola neoliberal” que ha tenido efecto en internet, en términos de oligopolios y monopolios privados. “El capitalismo pretende privatizar hasta la propia deliberación pública”, asegura.
Una polarización en el mensaje
Borau traza una separación entre esta práctica y la política, separando ambos términos. “Esto es un mero espectáculo, de lo que se trata es eso, porque no hablan ni de políticas de Estado, ni de las preocupaciones de la gente. Hablan de lo que sus seguidores más viscerales quieren escuchar […] Creo que es más un circo, al menos esa es la imagen que dejan, la que dan”.
La profesora tilda de “populismos” esos mensajes que buscan acercar más al electorado acérrimo, que les ayudan a ganar seguidores y a continuar con la retroalimentación de esa práctica. Trump, el ejemplo más claro, cuenta con 87,4 millones de seguidores en X; Nayib Bukele, con 5,7 millones, una cifra considerable si se tiene en cuenta la población salvadoreña, de alrededor de seis millones de personas. La cifra también tiene su reflejo en España, donde Santiago Abascal, presidente de Vox, cuenta con más de 800.000 seguidores en X, cuatro veces más que el líder del PP y de la oposición, Alberto Núñez Feijóo (200.000 seguidores)
“En el ámbito de la diplomacia hay un tema de confidencialidad muy intrínseco, va inherente en lo que es el ámbito. Cuando ellos ya comunican algo en las redes sociales, es que ya está firmadísimo, consensuadísimo”
Pero la profesora mantiene que esas estrategias para ganar notabilidad mediática no llegan a crear un problema en las relaciones diplomáticas de los países, que se mueven en un entorno más privado. “En el ámbito de la diplomacia hay un tema de confidencialidad muy intrínseco, va inherente en lo que es el ámbito. Se cuidan muy mucho de expresar y de comunicar según qué cosas. Cuando ellos ya comunican algo en las redes sociales, es que ya está firmadísimo, consensuadísimo”, asegura. La apuesta de la diplomacia por las redes también ha sido notable. Para el Gobierno de España se trata de una herramienta “ineludible”, y en los últimos años ha dado cuenta de ello: el número de perfiles en redes de las representaciones y consulados españoles pasaron de 50 en 2014 a más de 300 en 2022.
El “ahora dilo sin llorar” de Bukele a Petro es uno de los ejemplos de una polémica iniciada a comienzos de marzo. Los mandatarios intercambiaron varios mensajes por los polémicos métodos utilizados por El Salvador para disminuir la violencia y los homicidios que sobrecogían al país. Bukele defendía el Centro de Confinamiento contra el Terrorismo, una cárcel de grandes dimensiones, y el trato a los pandilleros apresados, en gran parte bajo el estado de excepción iniciado hace un año. La controvertida medida tomada por el salvadoreño —y criticada por las organizaciones de derechos humanos— llevó a una reducción histórica de la violencia en un país azotado por la violencia de las pandillas. Petro, por su lado, mantenía en esa polémica la posición de combatir la criminalidad con la educación.