Reino Unido
Theresa May y el fin de la forma partido

Las elecciones en Reino Unido son un nuevo episodio de la crisis del modelo democrático asociado al triunfo, y declive, del neoliberalismo.

Theresa May
Carteles en la calle parodiando a Theresa May. Matt Brown

Tras los resultados del Referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea (coloquialmente conocido como Brexit), Theresa May convocó Elecciones Generales exigiendo a sus ciudadanos coherencia política. La premier tenía la necesidad de adecuar las instituciones representativas al nuevo ambiente generado por la “inesperada” victoria del Leave. Se trataba, por lo tanto, de traducir el mandato cacofónico de la democracia directa al refinado lenguaje de la forma representativa, un movimiento que habría de suponer la derrota definitiva del viejo laborismo y el arrinconamiento, por aquello de la indiferenciación, del pujante movimiento populista del UKIP.

Este era, al menos, el planteamiento del nuevo gabinete tory, surgido de la corriente interna que se subió a la ola de rechazo contra el gobierno de Cameron, haciéndola pasar por un furibundo e irracional antieuropeísmo. Pero si bien el referéndum trató de abordar un tema concreto (para resolverlo con legitimidad popular), es difícil interpretar las motivaciones que se escondían detrás de cada uno de los noes. Más aún en un momento como el actual, en el que los mecanismos de democracia directa están siendo utilizados como válvulas de alivio de un sistema que hace aguas por todos lados.

El referéndum ofreció una respuesta “clara” a una pregunta insuficiente, pues el interrogante que impera está puesto, desde hace años ya, en la capacidad de la democracia representativa para mantener un cierto orden en sociedades atravesadas por la anomia neoliberal. Por ello, cada una de las convocatorias electorales se resuelve con un exabrupto por parte de la ciudadanía, reabriendo la brecha de la crisis de representación e invalidando el rearme discursivo de las fuerzas del orden.

Los pronósticos de las últimas encuestas invitan a una reinterpretación de los resultados del Brexit en esta línea. Solo así será posible encontrar en el comportamiento electoral de los británicos la coherencia política que Theresa May reclama. Esta se halla en el rechazo profundo ante los intentos del poder de levantarse sobe sus escombros, un fantasma que recorre Europa (parafraseando a Marx) redibujando, sin un sentido claro todavía, los sistemas políticos estatales y la propia Unión Europea.

El hundimiento de última hora del Partido Conservador en las encuestas trae aparejado el resurgimiento del debilitado Partido Laborista de Jeremy Corbyn, como consecuencia lógica del sesgo extremadamente mayoritario del sistema electoral británico. Una vez más, el rechazo de las élites se coloca como principal clivaje político, por lo que el partido de Corbyn haría mal si interpretara los más que probables buenos resultados que auguran los sondeos como un acortamiento, por su parte, de la distancia abismal entre representantes y representados.

Este tipo concreto de voto retrospectivo –que caracteriza el comportamiento electoral en nuestras “sociedades sin alternativas”– podría acercar a los laboristas a la victoria. Incluso es probable que esto fuera, al menos a corto plazo, deseable. El clima de islamofobia que acompaña, como su correlato popular, al dispositivo de seguridad puesto en marcha por el Gobierno conservador tras los últimos atentados es razón suficiente para volcar todas las fuerzas “progresistas” en apoyo de la candidatura de Corbyn.

Pero en el medio y largo plazo será necesario asumir que, como decía Kant, “toda verdadera república es –y no puede ser más que– un sistema representativo”. Lo que nos obliga a tratar de salir del atolladero de la democracia representativa, convertida en el “fin de la historia”, a través de la inversión de los conceptos, esto es, tratando de democratizar la representación inevitable.

Y mientras tanto, en este momento político que emerge de la quiebra de la representación, está teniendo lugar, a todas horas, la disputa que nos deparará lo que habrá después del fin de la forma partido.

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